Artículo 1:
¿Es la verdad primera el objeto de la fe?
lat
Objeciones por las que parece que el objeto de la fe no es la verdad
primera:
1. Parece que el objeto de la fe es lo que se nos propone para creer.
Pues bien, se nos propone para creer no sólo lo que pertenece a la
divinidad, como es la verdad primera, sino también lo concerniente a
la humanidad de Cristo, los sacramentos de la Iglesia y la creación.
Por lo tanto, el objeto de la fe no es solamente la verdad
primera.
2. La fe y la infidelidad recaen sobre el mismo objeto,
puesto que son opuestas. Mas no puede darse infidelidad sobre lo que
está en la Sagrada Escritura, dado que se considera infiel quien
negare cualquier cosa de ella. Por consiguiente, la fe tiene por
objeto todo el contenido de la Escritura, en la cual hay también
muchas cosas sobre el hombre y sobre las demás cosas creadas. Luego el
objeto de la fe no es solamente la verdad primera, sino
también la verdad creada.
3. Además, la fe, como hemos expuesto (
1-2 q.62 a.3), se enumera con
la caridad. Ahora bien, con la caridad amamos no solamente a Dios,
Bondad suma, sino también al prójimo. No es, pues, la verdad primera
el objeto exclusivo de la fe.
Contra esto: está lo que dice Dionisio: La fe recae sobre la verdad
sencilla y siempre existente, y ésta es la verdad
primera. De ahí que sea ella el objeto de la fe.
Respondo: Todo hábito cognoscitivo tiene doble
objeto: lo conocido en su materialidad, que es su objeto material, y
aquello por lo que es conocido, o razón formal. Así, en geometría, las
conclusiones constituyen lo que se sabe materialmente, y la razón
formal de saberlo son los medios de demostración. Lo mismo en el caso
de la fe. Si consideramos la razón formal del objeto, ésta no es otra
que la verdad primera, ya que la fe de que tratamos no presta
asentimiento a verdad alguna sino porque ha sido revelada por Dios, y
por eso se apoya en la verdad divina como su medio. Pero si
consideramos en su materialidad las cosas a las que presta
asentimiento la fe, su objeto no es solamente Dios, sino otras muchas
cosas; y estas cosas no caen bajo el asentimiento de fe sino en cuanto
tienen alguna relación con Dios, es decir, en cuanto que son efectos
de la divinidad que ayudan al hombre a encaminarse hacia la fruición
divina. Por eso, incluso bajo este aspecto, el objeto de la fe es, en
cierto modo, la verdad primera, en el sentido de que nada cae bajo la
fe sino por la relación que tiene con Dios, del mismo modo que la
salud es el objeto de la medicina, ya que la función de ésta se
encuentra en relación con aquélla.
A las objeciones:
1. Las verdades que se refieren a
la humanidad de Cristo y a los sacramentos de la Iglesia o a
cualquiera otra criatura caen bajo la fe en cuanto que nos ordenan a
Dios. También a ellas les prestamos nuestro asentimiento en nombre de
la verdad divina.
2. Lo mismo que se dijo en la
respuesta anterior se debe repetir aquí respecto a todas las verdades
transmitidas en la Sagrada Escritura.
3. La caridad ama también al
prójimo por Dios; por eso su objeto es propiamente Dios mismo, como
diremos más adelante (
q.25 a.1).
Artículo 2:
¿Es el objeto de la fe algo complejo en forma de enunciados?
lat
Objeciones por las que no parece que el objeto de la fe sea algo
complejo en forma de enunciado:
1. Como acabamos de decir (
q.1 a.1) el objeto de la fe es la verdad
primera, y ésta es algo incomplejo. Por eso el objeto de la fe no es
algo complejo.
2. La fe se halla presentada en el Símbolo. Pero en el
Símbolo no se proponen los enunciados, sino las realidades, y así no
se nos dice que Dios sea omnipotente, sino creo en Dios
todopoderoso. El objeto de la fe no es, pues, el enunciado, sino
la realidad (en él expresada).
3. Además, a la fe sucede la visión, como leemos en la Escritura: Ahora vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a
cara (1 Cor 13,12). Pero esta visión en la patria es de
incomplejo, ya que lo es de la visión de la esencia divina en sí
misma. De ahí que también lo sea en la fase de camino hacia la
patria.
Contra esto: está el hecho de que la fe es algo intermedio entre la
ciencia y la opinión, y los medios y los extremos son del mismo
género. Dado, pues, que la ciencia y la opinión versan sobre los
enunciados, sobre éstos deberá versar también la fe. En consecuencia,
el objeto de la fe es algo complejo.
Respondo: Lo conocido está en quien lo conoce
según la forma de éste. Pues bien, la
manera propia de conocer del entendimiento humano es conocer la verdad
por composición y división, según lo expuesto en otro lugar (
1 q.85 a.5). Por eso, lo que es de suyo simple lo conoce el entendimiento
humano con cierta complejidad; el entendimiento divino, en cambio,
entiende lo complejo de manera incompleja. Puédese, pues, considerar
el objeto de la fe de dos maneras. La primera, por parte de la
realidad misma que se cree; en este caso, el objeto de la fe es algo
incomplejo, como la realidad misma que se cree. La segunda, por parte
del creyente; en este caso, el objeto de la fe es algo complejo en
forma de enunciado. Por eso tuvieron razón las
disposiciones de los antiguos: de alguna manera son
verdaderas las dos.
A las objeciones:
1. La razón aducida procede de la
fe tomada de la realidad misma que se cree.
2. En el Símbolo, como lo indica
la manera misma de hablar, se proponen las verdades de la fe en cuanto
son término del acto del creyente. Pero este acto del creyente termina
no en el enunciado, sino en la realidad que contiene. En verdad, no
formamos enunciados sino para alcanzar el conocimiento de las
realidades; como ocurre con la ciencia, ocurre también en la
fe.
3. La de la patria será visión de
la verdad primera como es en sí, a tenor de las palabras cuando se
manifieste seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es
(1 Jn 3,2). Por eso, aquélla no será una visión por enunciados,
sino por simple intelección. Mas por la fe no vemos la verdad primera
en sí misma. No hay, pues, paridad de razones.
Artículo 3:
¿Puede recaer la fe sobre algo falso?
lat
Objeciones por las que parece que la fe puede recaer sobre algo
falso:
1. La fe es del mismo orden que la esperanza y la caridad. Ahora
bien, la esperanza puede recaer sobre algo falso; muchos,
efectivamente, esperan la vida eterna que no alcanzarán. Algo similar
ocurre con la caridad, ya que se ama como personas de bien a muchos
que no lo son. En consecuencia, la fe puede recaer sobre algo
falso.
2. Abrahán creyó en el nacimiento futuro de Cristo, como dan
testimonio de ello estas palabras: Vuestro padre Abrahán se
regocijó pensando ver mi día (Jn 8,56). Ahora bien,
Dios pudo no haberse encarnado después del tiempo de Abrahán, ya que
tomar carne dependía solamente de su voluntad, y en ese caso sería
falso lo que creyó Abrahán de Cristo. La fe, pues, puede recaer sobre
algo falso.
3. Además, los antiguos tuvieron fe en el futuro nacimiento de
Cristo, y esa fe perduró en muchos hasta la predicación del Evangelio.
Pues bien, una vez nacido Cristo, antes de que comenzara a predicar el
Evangelio, era ya falso que había de nacer. Por lo tanto, la fe puede
recaer sobre algo falso.
4. Entre los contenidos de la fe está creer que en el
sacramento del altar se contiene el verdadero cuerpo de Cristo. Puede,
sin embargo, ocurrir, cuando la consagración no se ha hecho
correctamente, que allí no esté el verdadero cuerpo de Cristo, sino
solamente pan. En consecuencia, la fe puede recaer sobre algo
falso.
Contra esto: está el hecho de que ninguna de las virtudes que
perfeccionan al entendimiento dice orden a algo falso, que es el mal
del entendimiento, como prueba el Filósofo en VI
Ethic. Por lo tanto, siendo la fe una virtud que
perfecciona al entendimiento, como se verá después (
q.4 a.2.5), no
puede recaer sobre algo falso.
Respondo: Ningún objeto cae bajo una potencia o
hábito, e incluso acto, sino bajo la razón formal del objeto: no se
puede ver el color sino por la luz, y a la conclusión no se llega sino
a través de la demostración. Pues bien, hemos expuesto (
a.1) que la
razón formal del acto de la fe es la verdad primera. De ahí que en el
ámbito de la fe no puede caer nada que no se encuentre bajo la luz de
la verdad primera, bajo la cual no puede recaer la falsedad, al igual
que tampoco recae el no ser sobre el ser, ni el mal bajo la bondad. En
consecuencia, bajo la luz de la fe no puede recaer nada
falso.
A las objeciones:
1. Dado que la verdad es el bien
del entendimiento y no de la potencia apetitiva, todas las virtudes
que lo perfeccionan excluyen de raíz lo falso, porque es esencial a la
virtud su relación exclusiva con el bien. Pero las virtudes que
perfeccionan la parte apetitiva no excluyen del todo lo falso, puesto
que puede uno obrar con justicia o con esperanza, y tener un concepto
falso de la materia sobre la que obra. Por eso, no es idéntica la
razón para la fe que perfecciona al entendimiento, que para la
esperanza y para la caridad que perfeccionan la potencia
apetitiva.
Pero ni siquiera la esperanza recae sobre algo falso. No hay, en
efecto, nadie que espere conseguir la vida eterna por propio esfuerzo,
pues sería presuntuoso, sino con auxilio de la gracia divina; y si
persevera en ella, conseguirá infaliblemente la vida eterna. Otro
tanto ocurre con la caridad. Su cometido es amar a Dios en toda
criatura, y no le atañe si está o no en aquel a quien ama por
Dios.
2. Que Dios no se encarnara fue en
sí mismo posible, incluso después del tiempo de Abrahán. Pero en
cuanto objeto de la presciencia divina ese hecho revestía cierto
carácter necesario de infalibilidad, como quedó expuesto en otro lugar
(
1 q.14 a.13). Desde ese punto de vista cae bajo la fe. De ahí que, en
cuanto caía bajo la fe, no podía ser falso.
3. Lo que pertenecía a la fe de
los creyentes una vez nacido Cristo era creer que nacería en el
tiempo. Pero la determinación del tiempo, hecho en el que se
equivocaban, no venía de la fe, sino que era fruto de conjeturas
humanas. Por simples conjeturas humanas, en efecto, es posible que el
creyente piense algo falso. Es, en cambio, imposible que tal falsedad
la juzgue o estime por la fe.
4. La fe del creyente no se refiere
a determinadas especies de pan eucarístico, sino a la verdad general
de que el cuerpo de Cristo está en las especies de pan sensible
correctamente consagrado. De ahí que, en el caso de que el pan no haya
sido correctamente consagrado, no por eso incurre la fe en
falsedad.
Artículo 4:
¿Puede ser el objeto de la fe algo visto?
lat
Objeciones por las que parece que el objeto de la fe es algo
visto:
1. El Señor dijo a Tomás: Has creído porque has visto (Jn
20,20). Por consiguiente, se da fe y visión sobre la misma
cosa.
2. Hablando del conocimiento de fe, leemos también en el
Apóstol: Ahora vemos en un espejo, confusamente (1 Cor 13,12).
Sobre la misma realidad, pues, se da fe y visión.
3. Además, la fe es cierta luz espiritual, y con la luz se ve algo.
En consecuencia, la fe tiene por objeto cosas vistas.
4. Finalmente, en expresión de San Agustín, en De verb.
Dom. cualquier sentido tiene el nombre de vista.
Ahora bien, la fe tiene por objeto cosas oídas, a tenor de las
palabras del Apóstol: La fe viene por la predicación (Rom
10,17). El objeto, pues, de la fe es algo visto.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol, que escribe: La fe es la
prueba de las realidades que no se ven (Heb 11,1).
Respondo: La fe implica asentimiento del
entendimiento a lo que se cree. Por un lado, asiente movido por el
objeto, que o es conocido por sí mismo, como ocurre en los primeros
principios sobre los que versa el entendimiento, o es conocido por
otra cosa, como en el caso de las conclusiones, materia de la ciencia.
Por otra parte, el entendimiento presta su asentimiento no porque esté
movido suficientemente por el propio objeto, sino que, tras una
elección, se inclina voluntariamente por una de las partes con
preferencia sobre la otra. Si presta ese asentimiento con duda y miedo
de la otra parte, da lugar a la opinión; da, en cambio, lugar a la fe
si lo presta con certeza y sin temor. Mas dado
que se considera que hay visión cuando las cosas estimulan por sí
mismas nuestro entendimiento o nuestros sentidos a su conocimiento, es
evidente que no se da fe ni opinión sobre cosas vistas, sea por el
entendimiento, sea por el sentido.
A las objeciones:
1. El apóstol Tomás vio una cosa
y creyó otra: vio al hombre y, creyendo en Dios, lo confesó diciendo:
Señor mío y Dios mío.
2. Todo lo que concierne a la fe
se puede considerar de dos maneras: de una manera especial, en cuyo
caso no pueden ser a la vez vistas y creídas, como hemos dicho; o de
modo general, es decir, bajo la razón común de credibilidad. En este
sentido, las cosas de fe son vistas por el que cree: no las creería si
no viera que deben ser creídas, sea por la evidencia de los signos,
sea por otros motivos semejantes.
3. La luz de la fe
hace ver las cosas que se creen. Lo mismo que por los
hábitos de las virtudes ve el hombre lo que conviene según ese hábito,
así también, por el hábito de fe, se inclina su mente a prestar
asentimiento a lo que concierne a la fe recta y no a otras
cosas.
4. El sentido del oído tiene por
objeto las palabras que nos muestran lo que es de fe, no las
realidades mismas que constituyen la materia de fe. No se puede, pues,
concluir que esas realidades sean vistas.
Artículo 5:
¿Puede ser objeto de fe lo que se sabe?
lat
Objeciones por las que parece que puede ser objeto de fe lo que es
objeto de ciencia:
1. Lo que no se sabe parece ignorado, ya que la ignorancia se opone a
la ciencia. Pero las verdades de fe no se las ignora, ya que la
ignorancia es propia de la infidelidad, según el testimonio del
Apóstol: Obré por ignorancia en mi incredulidad (1 Tim 1,13).
Luego lo que es de fe puede ser también objeto de ciencia.
2. La ciencia se adquiere por demostración. Ahora bien, los
autores sagrados aducen razones en apoyo de lo que es de fe. Por
consiguiente, se puede tener ciencia de lo que es objeto de
fe.
3. Además, lo que se prueba por demostración son verdades de ciencia,
ya que la demostración es el silogismo generador de ciencia. Mas en la
fe hay verdades que han sido probadas por demostración por los
filósofos; por ejemplo, que Dios existe, que es uno, etc. En
consecuencia, lo que es de fe puede ser también objeto de
ciencia.
4. Finalmente, la opinión está más alejada de la ciencia que de la
fe, dado que, según se dice, la fe está entre la opinión y la ciencia.
Pero la opinión y la ciencia pueden tener, en cierto modo, el mismo
objeto, según el Filósofo en I Poster. Luego
también la fe y la ciencia.
Contra esto: tenemos el testimonio de San Gregorio, que afirma: Las
cosas que se ven no dan fe, sino ciencia. Pero
las cosas de fe no tienen evidencia; sí, en cambio, las verdades de la
ciencia. En consecuencia, el objeto de la ciencia no puede ser objeto
de fe.
Respondo: La ciencia tiene su origen en
principios evidentes en sí mismos, y, por consiguiente, son algo
visto. Por eso es necesario que lo que se conoce científicamente, sea
también, de algún modo, visto. Mas, como acabamos de decir (
q.1 a.4),
no es posible que un mismo sujeto crea y vea la misma cosa. Luego es
imposible también que una misma realidad sea sabida y creída por el
mismo sujeto.
Puede, no obstante, suceder que la realidad vista o sabida por uno
sea creída por otro. Así, cuanto creemos ahora sobre la Trinidad,
esperamos verlo en el futuro, según las palabras del Apóstol: Ahora
vemos en un espejo, confusamente. Entonces veremos cara a cara (1
Cor 13,12). Esta visión es ya realidad para los ángeles; o sea, ellos
ven lo que nosotros creemos. Igualmente puede ocurrir que, aun en el
estado de viadores, lo que ve o sabe un hombre, sea creído por otro
que no haya tenido demostrativamente evidencia de ello. En todo caso,
lo que comúnmente se propone a todos los hombres como cosa que deban
creer, no forma parte del objeto del saber. Estas son las verdades que
caen absolutamente bajo la fe. No se tiene, pues, fe y ciencia de un
mismo objeto.
A las objeciones:
1. Los infieles ignoran cuanto
concierne a la fe: no tienen ni evidencia ni ciencia de estas cosas en
sí mismas, y desconocen también que esas realidades sean creíbles. Los
fieles, sin embargo, tienen conocimiento de esas cosas no por
demostración, sino en cuanto que, por la luz de la fe, ven que deben
ser creídas, como hemos expuesto (
q.1 a.4 ad 3).
2. Las razones aducidas por los
santos para probar las cosas de fe no son demostrativas. Son solamente
razones persuasivas que manifiestan que no es imposible lo que se
propone. Pueden tener también su origen en los principios de fe, es
decir, en la autoridad de la Sagrada Escritura, como enseña Dionisio
en el c.2
De div. nom. Por esos principios se
demuestra a los fieles una verdad, como a todos los hombres se
demuestra una verdad por los principios naturalmente evidentes. De ahí
que sea también ciencia la teología, como expusimos al principio de
esta obra (
1 q.1 a.2).
3. Entre las materias que son de
fe hay que incluir las que pueden probarse por demostración, no porque
verse sobre ellas, específicamente, la fe de todos, sino porque se
preexigen a las verdades de fe y deben ser presupuestas por ella, al
menos en los que carecen de demostración.
4. Como hace observar en ese mismo
lugar el Filósofo, sobre un mismo y único objeto caben
en hombres diversos ciencia y opinión. Es lo que acabamos de decir (en
sol.) a propósito de la ciencia y de la fe. Pero un solo hombre puede
tener sobre un mismo objeto fe y ciencia, aunque sólo parcialmente y
no según la misma formalidad. Puede suceder, efectivamente, que sobre
una e idéntica realidad tenga uno ciencia de una cosa y opinión de
otra. Del mismo modo, sobre Dios puede saber uno, por demostración,
que es uno y creer que es trino. Pero sobre la misma cosa y bajo la
misma razón formal, la ciencia no puede encontrarse conjuntamente ni
con la opinión ni con la fe al mismo tiempo y en el mismo hombre, si
bien por razones diferentes. No pueden darse al mismo tiempo la
ciencia y la opinión en una materia formalmente la misma, ya que es
esencial a la ciencia considerar imposible que lo que se conoce pueda
ser de otra manera; es, en cambio, propio de la opinión considerar que
lo que se conoce puede ser de otra manera. Pues bien, en lo que se
admite por fe, la certeza misma que implica induce a pensar imposible
que pueda ser de otra manera. Y la razón por la que una cosa no puede
ser al mismo tiempo, y bajo el mismo aspecto, objeto de ciencia y de
fe, está en el hecho de que lo conocido científicamente es visto,
mientras que lo creído no es, como queda dicho, objeto de
visión.
Artículo 6:
¿Pueden dividirse en artículos las verdades creíbles?
lat
Objeciones por las que parece que las verdades de fe no deben
dividirse en artículos:
1. La fe comprende todo cuanto se contiene en la Sagrada Escritura.
Mas todo ello, debido a su copiosidad, no puede ser reducido a un
número determinado. Por lo mismo, resulta superfluo la división de la
fe en artículos.
2. En buena lógica debe descartarse toda división material
de algo que puede extenderse infinitamente. Ahora bien, la razón
formal del objeto de fe, como hemos dicho (
q.1 a.1), es una e
indivisible, es decir, la verdad primera. No cabe, pues, posibilidad
de establecer distinción alguna entre las cosas que se deban creer. Se
debe, por lo tanto, descartar toda división material de las cosas de
fe en artículos.
3. Además, según algunos autores, el artículo de fe
es una verdad indivisible sobre Dios que nos obliga
a creer. Pero el creer es algo voluntario, ya que,
como afirma San Agustín, nadie cree sino por propia voluntad. Parece, pues, sin fundamento la división de fe en
artículos.
Contra esto: está la definición de San Isidoro: El
artículo es una manera de percibir la verdad divina que nos orienta
hacia esa verdad en sí misma. Pero nosotros no
podemos percibir la verdad divina sino por partes, dado que lo que en
Dios es uno se torna múltiple en nuestra inteligencia. Por lo tanto,
la materia de fe debe dividirse en artículos.
Respondo: La palabra
artículo parece
derivada del griego. Efectivamente,
arthron en griego,
artículo en latín, significa la adaptación de partes distintas.
Así, las partes del cuerpo adaptadas entre sí forman lo que se
denomina articulación de los miembros. Del mismo modo, en gramática
los griegos llaman artículos a ciertas partes de la oración que,
unidas a otras dicciones, expresan su género, número y caso. También
en retórica se denominan artículos determinadas adaptaciones de las
partes. Dice, en efecto, Tulio que
tiene lugar el artículo cuando
se pone de relieve el valor de cada palabra por medio de intervalos
estableciendo cortes en la oración, como, por ejemplo: has aterrado a
tus enemigos con dureza, con la palabra, con el rostro. De ahí se ha partido para formular una distinción en artículos de todo cuanto la fe cristiana ofrece para creer, dividiéndolo en partes que guardan entre sí una trabazón mutua. Ahora bien, como ya hemos probado (
a.4), el objeto de la fe es algo inevidente y esencialmente divino. Por eso, siempre que, por la razón que sea, se presenta algo inevidente, se formula un artículo especial; en cambio, cuando concurre una multiplicidad de objetos para nosotros desconocidos, y que tienen la misma razón formal, no hay lugar para establecer artículos distintos. Así hay dificultad especial en ver que Dios haya padecido y otra en el hecho de que, muerto, haya resucitado. Por eso se distingue entre ellos el artículo de la pasión y el artículo de la resurrección. Pero la pasión, muerte y sepultura ofrecen una e idéntica dificultad, de manera que, admitido el uno, no hay dificultad en admitir el otro, y por eso todos ellos se incluyen en un solo artículo.
A las objeciones:
1. Hay verdades que son objeto de
fe por sí mismas; otras, en cambio, lo son no por sí mismas, sino por
la relación que guardan con las primeras. Idéntico fenómeno se da en
las ciencias: ciertas cosas se proponen como objeto directo de la
intención, mientras que otras se proponen sólo para manifestar
aquéllas. Y dado que la fe tiene como objeto especial lo que esperamos
ver en la patria, según las palabras: La fe es garantía de lo que
se espera (Heb 11,1), pertenece por sí mismo a la
fe todo aquello que nos encamina de manera directa a la vida
eterna. Tales son la existencia de la Trinidad,
la omnipotencia de Dios, el misterio de la encarnación de Jesús y
otras por el estilo. En este orden hay lugar para distinguir los
artículos de la fe. Hay, por el contrario, en la Sagrada Escritura
verdades que se proponen no como principalmente intentadas, sino como
algo orientado a manifestar esas verdades: por ejemplo, que Abrahán
tuvo dos hijos; que al contacto con los huesos Eliseo resucitó un
muerto, y otros hechos análogos narrados en la Escritura en orden a
manifestar la majestad divina o la encarnación de Cristo. Respecto de
ellos no se deben distinguir artículos.
2. La razón formal del objeto de
fe puede tomarse en dos sentidos: Primero, por parte de la realidad
misma que se cree. En este caso, la razón formal de todas las verdades
de fe es una: la verdad primera. Por este lado no hay lugar para la
división en artículos. Segundo, por relación a nosotros. En este caso,
la razón formal del objeto de fe es la condición de no visto. En este
sentido es necesaria la estructuración en artículos de la fe, como
hemos probado.
3. En esa definición se ofrece un
concepto del artículo inspirado en la etimología latina más que por su
sentido auténtico derivado del griego. No es por ello de gran valor.
Se puede, no obstante, decir lo siguiente. Aunque nadie esté obligado
a creer por necesidad de coacción, ya que el acto de creer es
voluntario, hay, sin embargo, cierta coacción por necesidad del fin,
dado que, como enseña el Apóstol, el que se acerca a Dios ha de
creer que existe, y también: sin fe es imposible agradar a
Dios (Heb 11,6).
Artículo 7:
¿Han ido aumentando los artículos de fe en el transcurso del
tiempo?
lat
Objeciones por las que parece que los artículos de la fe no han
aumentado en el transcurso del tiempo:
1. Si nos atenemos a las palabras del Apóstol: La fe es garantía
de lo que se espera (Heb 11,1), como las cosas que esperamos son
siempre las mismas, también deberían serlo las cosas que hayamos de
creer.
2. En las ciencias organizadas de una manera humana, el
aumento se produce en el decurso de los tiempos a causa de la falta de
conocimiento en los primeros que las inventaron. Así lo afirma el
Filósofo en II Metaphys. Pero en el caso de la
fe la doctrina no ha sido invención humana, sino dada por Dios: un
don de Dios (Ef 2,8), dice el Apóstol. Como en Dios no hay
posibilidad alguna de defecto en el plano del conocimiento, parece que
el conocimiento de las verdades de fe debiera ser perfecto desde el
principio, y que no haya aumentado en el transcurso del
tiempo.
3. Además, la acción de la gracia no procede con menos orden que el
de la naturaleza. Ahora bien, como escribe Boecio en De
Consol., la naturaleza comienza siempre por lo
perfecto. Luego la operación de la gracia debiera comenzar también por
lo perfecto, y, por eso, quienes transmitieron la fe deberían tener de
la misma un conocimiento del todo perfecto.
4. Finalmente, del mismo modo que la fe en Cristo llegó hasta
nosotros a través de los apóstoles, en el Antiguo Testamento el
conocimiento de la fe llegó a los últimos Padres a través de los
primeros, conforme a lo escrito en el Deuteronomio: Interroga a tu padre que te lo cuente (Dt 32,7). Ahora
bien, los apóstoles fueron instruidos plenamente en los misterios, y
como lo recibieron antes en el tiempo y también con mayor
abundancia que los demás, como comenta la Glosa a propósito del texto del Apóstol: nosotros tenemos las primicias del Espíritu Santo (Rom 8,23), parece lógico que el conocimiento de la fe no haya aumentado en la sucesión de los tiempos.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio, que escribe: La
ciencia de los Santos Padres fue aumentando con el tiempo, y cuanto
más cerca estuvieron de la llegada del Salvador, más plenamente
percibieron los misterios de la salvación.
Respondo: Los artículos de la fe desempeñan en
la enseñanza de la misma una función similar a la que en la enseñanza
elaborada por la razón natural tienen los principios en sí evidentes
de la razón. En estos principios hay un orden, de tal modo que unos
están implícitamente contenidos en otros, y todos se reducen a éste
como principio soberano:
Es imposible afirmar y negar al mismo
tiempo, como enseña el Filósofo en IV
Metaphys. De manera similar, todos los artículos se hallan implícitamente contenidos en algunas realidades primeras que se han de creer; es decir, todo se reduce a creer que existe Dios y que tiene providencia de la salvación de los hombres. Así lo expresan las palabras del Apóstol:
El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan (Heb 11,6). Efectivamente, en el Ser divino están incluidas todas las realidades que creemos que existen eternamente en Dios y en las que consiste nuestra bienaventuranza. Por otra parte, en la fe en la Providencia están contenidas todas las cosas dispensadas por Dios en el transcurso del tiempo para la salvación del hombre y que constituyen el camino hacia la bienaventuranza. De este modo, entre los artículos, unos están contenidos en otros, como, por ejemplo, la redención del hombre está implícitamente contenida en la encarnación de Cristo, lo mismo que su pasión y otras cosas semejantes.
De este modo hemos de concluir que, en cuanto a la sustancia de los
artículos de la fe, en el transcurso de los tiempos no se ha dado
aumento de los mismos: todo cuanto creyeron los últimos estaba
incluido, aunque de manera implícita, en la fe de los Padres que les
habían precedido. Mas en cuanto a la explicitación de los mismos,
creció el número de los artículos, ya que los últimos Padres
conocieron de manera explícita cosas desconocidas para los primeros.
Por eso dice el Señor a Moisés: Yo soy Yahveh. Me aparecí a
Abrahán, a Isaac y a Jacob como El-Sadday; pero no me di a conocer a
ellos con mi nombre Adonai (Ex 6,2-3; cf. 3,6; 4,5). David, por su
parte, afirma: Poseo más cordura que los viejos (Sal 118,100).
Y el Apóstol escribe: en generaciones pasadas no fue dado a conocer
a los hombres, como ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas
(el misterio de Cristo) (Ef 3,5).
A las objeciones:
1. Todos los hombres, cierto,
tuvieron que esperar siempre las mismas cosas. Pero, dado que no
llegaron a ellas sino por Cristo, cuanto más lejos estuvieron de él en
el tiempo, tanto más lejos estuvieron también de su consecución. Por
eso afirma el Apóstol: En la fe murieron todos ellos sin haber
conseguido el objeto de sus promesas, viendolas y saludándolas
desde lejos (Heb 11,13). Ahora bien, cuanto a más distancia se ven
las cosas, con menos precisión se aprecian. De ahí que quienes más
cercanos estuvieron a la venida de Cristo, conocieron más
distintamente los bienes que había que esperar.
2. El progreso en el conocimiento
se produce de dos maneras. Una, por parte del que enseña, el cual, sea
uno solo, sean varios, avanza en el conocimiento según el transcurso
del tiempo. Tal es la razón del progreso en las ciencias descubiertas
por la razón humana. La segunda, por parte del que aprende. El maestro
que conoce bien su oficio no lo transmite de una vez al alumno, ya que
éste no podría percibirlo; se lo transmite poco a poco, adaptándose a
su capacidad. De esta forma progresaron los hombres en el conocimiento
de la fe en el transcurso de los tiempos. Por eso compara
el Apóstol la etapa del Antiguo Testamento con la de la
niñez (Gál 3,24ss; 4).
3. En toda generación natural se
requieren dos causas previas: el agente y la materia. En el plano de
la causa eficiente es naturalmente primero lo que es más perfecto, y
en ese sentido la naturaleza comienza siempre por lo perfecto, porque
lo imperfecto no va orientado hacia la perfección sino por otros seres
perfectos preexistentes. Mas en el plano de la causa material es antes
lo imperfecto que lo perfecto. En cuanto a la revelación de la fe,
actúa Dios como agente que posee la ciencia perfecta desde la
eternidad; el hombre, en cambio, es como la materia que recibe el
influjo de Dios. Fue por eso conveniente que en el conocimiento de la
fe procediera el hombre de lo imperfecto a lo perfecto. Hubo
ciertamente hombres que desempeñaron la misión de causas agentes por
su calidad de doctores en la fe. No obstante, como escribe el apóstol
San Pablo, a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu
para provecho común (1 Cor 12,7). Por eso, a los Padres, que eran
instructores en la fe, se les comunicaba solamente lo que, a tenor de
los tiempos, convenía transmitir a aquel pueblo, fuera de una manera
clara, fuera solamente en figura.
4. La consumación definitiva de la
gracia fue realizada por Cristo; por eso a su tiempo se le llama plenitud de los tiempos (Gál 4,4). De ahí que los más cercanos a
él, fuera antes, como Juan el Bautista, fuera después, como los
apóstoles, conocieron con mayor plenitud los
misterios de la fe. En lo que respecta al estado del hombre, vemos que
la perfección está en la juventud, y tanto más perfecto es su estado,
antes o después, cuanto más cerca está de la juventud.
Artículo 8:
¿Están debidamente enumerados los artículos de la
fe?
lat
Objeciones por las que parece que los artículos de la fe no están
debidamente enumerados:
1. Como ya hemos dicho (
a.5 ad 3), no corresponde a la fe cuanto se
puede saber por demostración, de manera que se convierta para todos en
objeto que se deba creer. Pues bien, por demostración se puede saber
que Dios es uno. Testimonio de ello son las demostraciones aportadas
por el Filósofo en XII
Metaphys. y por otros
muchos filósofos. Por lo tanto, no debería ponerse en los artículos de
fe la unicidad de Dios.
2. Así como es de necesidad de fe creer en Dios
todopoderoso, así lo es creer también que es omnisciente y providente,
cosas sobre las cuales incidieron algunos en error. Se
debería, por lo tanto, mencionar en los artículos de fe la sabiduría y
la providencia divinas, al igual que se menciona su
omnipotencia.
3. Además, uno mismo es el conocimiento del Padre y el del Hijo,
según el testimonio de San Juan: El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre (Jn 14,9). Luego uno mismo y único debería ser el
artículo sobre el Padre y el Hijo, y, por idéntica razón, sobre el
Espíritu Santo.
4. La persona del Padre no es inferior a la del Hijo ni
a la del Espíritu Santo. Ahora bien [en el Símbolo] hay varios
artículos sobre el Hijo, y también varios sobre el Espíritu Santo.
Luego deberían proponerse igualmente varios artículos sobre la persona
del Padre.
5. Añade también: Si por apropiación se atribuye algo a la persona
del Padre y a la persona del Espíritu Santo, habría que atribuirlo también a la persona del Hijo
por razón de su divinidad. Pues bien, entre los artículos figura una
obra apropiada al Padre, la de la creación; otra apropiada al Espíritu
Santo, o sea, que habló por los profetas. Luego debería apropiarse
también alguna al Hijo por razón de su divinidad.
6. Finalmente, el sacramento de la eucaristía entraña una dificultad
especial, mayor que muchos artículos. Sobre ella, pues, debería
establecerse también un artículo especial. No parece, pues, que los
artículos de fe estén debidamente enumerados.
Contra esto: está el hecho de la autoridad de la Iglesia: ella es quien
lo ha establecido así.
Respondo: Como ya hemos expuesto (
a.6 ad 1),
pertenece de suyo a la fe aquello con cuya visión gozaremos en la vida
eterna y nos encamina hacia ella. Dos cosas se nos proponen como
materia de visión en la gloria: lo oculto de la divinidad, cuya visión
nos hará bienaventurados, y el misterio de la humanidad de Cristo,
por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta
gracia (Rom 5,2). De ahí lo que leemos en San Juan:
Esta es la
vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu
enviado Jesucristo (Jn 17,3). Por eso, la primera distinción de
las verdades de fe es algo que pertenece a la majestad de la
divinidad; otras, en cambio, pertenecen al misterio de la humanidad de
Cristo, denominado por el Apóstol
sacramento de la piedad (1
Tim 3,16).
Sobre el tema de la divinidad se nos proponen tres cosas que debemos
creer. La primera, la unidad de la divinidad, objeto del primer
artículo. La segunda, la trinidad de personas, a la que corresponden
otros tres artículos, conforme a las tres personas. La tercera, las
obras propias de la divinidad. La primera de estas obras se refiere al
ser de naturaleza, y a ella corresponde el artículo de la creación;
otra, la segunda, al ser de la gracia, y en relación con ello, y en un
solo artículo, se nos propone todo lo concerniente a la santificación
del hombre; la tercera, en fin, corresponde a la existencia de la
gloria, y entonces se nos propone un artículo sobre la resurrección de
la carne y la vida eterna. Son, pues, siete los artículos acerca de la
divinidad.
De igual modo se nos proponen siete artículos sobre la humanidad de
Cristo. El primero, el de la encarnación o concepción de Cristo; el
segundo, el de su nacimiento de la Virgen; el tercero, el de su
pasión, muerte y sepultura; el cuarto, el de su bajada a los
infiernos; el quinto, el de su resurrección; el sexto, el de su
ascensión; el séptimo, el de su venida para juzgar. Así, en total,
catorce artículos.
Hay quien distingue sólo doce artículos, seis de los
cuales corresponden a la divinidad, y otros seis a la humanidad. En
uno juntan los tres artículos de las tres personas, porque es uno
mismo el conocimiento de las tres. El artículo de la glorificación lo
dividen, sin embargo, en dos: el de la resurrección de la carne y la
gloria del alma. Igualmente presentan en uno solo los artículos de la
concepción y del nacimiento.
A las objeciones:
1. Por fe tenemos muchas cosas de
Dios que los filósofos no han podido descubrir por la razón natural;
por ejemplo su providencia y omnipotencia, y que sólo El debe recibir
culto. Todo esto va incluido en el articulo de la unicidad de
Dios.
2. El nombre mismo de divinidad,
como dijimos en el primer libro (
1 q.13 a.8), implica la idea de
Providencia. Ahora bien, el poder de los hombres intelectuales actúa
según la voluntad y según el entendimiento. Por eso, la omnipotencia
divina incluye, en cierto modo, su omnisciencia y su providencia
universal. No podría, en realidad, hacer cuanto quisiera en los seres
inferiores si no les conociera y no tuviera providencia sobre
ellos.
3. El conocimiento del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo es uno mismo en cuanto a la
unidad de su esencia, y éste es el objeto del primer artículo. Mas por
lo que se refiere a la distinción de personas, y dado que ésta se hace
por sus relaciones de origen, el conocimiento que se tiene del Padre
incluye, en cierto modo, el que se tiene del Hijo, ya que no sería
Padre si no fuera por el Hijo, y el nexo entre los dos es el Espíritu
Santo. En esta razón se inspiraron, de manera acertada, quienes
propusieron un solo artículo que comprendiera las tres personas. Pero,
dado que, por otra parte, sobre cada persona se puede considerar algún
aspecto que ha inducido a error, se pueden establecer tres articulos.
Y así, Arrio creyó en el Padre omnipotente y eterno; pero no creyó en
el Hijo como igual y consustancial a El; por eso fue preciso proponer
un artículo sobre la persona del Hijo que determinara esa realidad.
Por idéntica razón, en contra de Macedonio se hizo necesario ofrecer
un tercer artículo referente a la persona del Espíritu
Santo.
Algo semejante puede ocurrir también respecto a la concepción del
Hijo, de su resurrección y vida eterna, misterios que se encaminan
hacia una misma cosa. Pueden distinguirse, en cambio, bajo otro
aspecto, en cuanto que cada verdad en particular presenta dificultades
especiales.
4. El ser enviado para la
santificación de las criaturas es función apropiada al Hijo y al
Espíritu Santo, y sobre esa misión son muchas las cosas que se han de
creer. Por esa razón, los artículos relacionados con las personas del
Hijo y del Espíritu Santo se han multiplicado más que los relacionados
con la del Padre, el cual no es nunca enviado, como hemos probado en
otro lugar (
1 q.43 a.4).
5. La santificación de la criatura
por la gracia y la consumación en la gloria es obra también del don de
caridad, cuya apropiación corresponde al Espíritu Santo, y, además, es
igualmente obra del don de sabiduría, apropiada al Hijo. Lo uno y lo
otro corresponde, por apropiación, al Hijo y al Espíritu Santo, aunque
según modalidades distintas.
6. En el sacramento de la eucaristía
se pueden considerar dos cosas. Una: el ser sacramento, y en esto
coincide con los otros aspectos de la gracia santificante. El otro
aspecto consiste en contener, milagrosamente, el cuerpo de Cristo, en
cuyo caso está incluido en la omnipotencia, lo mismo que los demás
milagros, atribuidos también a la omnipotencia.
Artículo 9:
¿Están debidamente reunidos los artículos de la fe en el
Símbolo?
lat
Objeciones por las que parece que los artículos de la fe no están
debidamente reunidos en el Símbolo:
1. La Sagrada Escritura es regla de fe a la que no es lícito ni
añadir ni quitar nada, pues se dice: No añadiréis nada a lo que os
mando, ni quitaréis nada (Dt 4,2). No fue, por lo tanto, lícito
establecer un Símbolo que fuera norma de fe después de escrita la
Sagrada Escritura.
2. El Apóstol habla de una sola fe (Ef 4,5). Pero el
Símbolo es la profesión de fe. Resulta, por lo tanto, incongruente la
transmisión de un Símbolo múltiple.
3. Además, la profesión de fe contenida en el Símbolo es común a
todos los fieles. Pero no todos los fieles tienen en común creer en
Dios, sino únicamente los que tienen fe formada. Por lo tanto, no
es conveniente la transmisión del Símbolo de la fe bajo la fórmula
«creo en un solo Dios».
4. La bajada a los infiernos es uno de los artículos de
fe, como ya dijimos (
a.8). En el Símbolo, en cambio, de los Padres no
se menciona la bajada a los infiernos. Parece, pues, que esa colección
ha sido hecha de manera insuficiente.
5. Y también San Agustín, al exponer las palabras de Jesús creéis
en Dios, creed también en mí (Jn 14,1), dice que creemos a Pedro o a Pablo, pero no se dice que creemos sino en
Dios. Siendo, pues, la Iglesia algo puramente
creado, parece impropio decir en la Iglesia una, santa, católica y
apostólica.
6. Finalmente, el Símbolo se transmite para ser regla de fe. Y una
regla de fe debe ser propuesta a todos y de forma pública. Por ello,
todo Símbolo debería ser cantado en la misa como lo es el de los
Padres. No parece, pues, que la exposición de los artículos de fe en
el Símbolo se haya hecho de manera conveniente.
Contra esto: está el hecho de que la Iglesia universal no puede incurrir
en error, ya que está gobernada por el Espíritu Santo, Espíritu de
verdad. Así lo prometió el Señor a sus discípulos diciendo: Cuando
venga El, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad plena
(Jn 16,13). Ahora bien, el Símbolo ha sido promulgado por la autoridad
de la Iglesia universal. Por lo tanto, no hay en él nada que sea
inconveniente.
Respondo: En expresión del Apóstol, el que
se acerca a Dios ha de creer (Heb 11,6). Mas no es posible creer
si no hay alguien que proponga la verdad que debe creer. Por eso fue
necesario reunir en un todo la verdad de fe, para que se pudiera
proponer a todos con mayor facilidad, y para que nadie,
por ignorancia, careciera de la fe. Esta colección de verdades de la
fe recibió el nombre de Símbolo.
A las objeciones:
1. La verdad de fe está en la
Sagrada Escritura dispersa y en formas variadas, y, en algunas cosas,
oscura. Por eso, para entresacar de la Sagrada Escritura la verdad de
fe se requiere mucho estudio y ejercicio, y a ello no pueden llegar
todos cuantos necesitan conocer la verdad de fe, pues muchos, ocupados
en otros menesteres, no pueden dedicarse al estudio. Se hizo por ello
necesario entresacar de la Sagrada Escritura, en forma concisa, un
conjunto claro que fuera propuesto a todos para creerlo. Y eso no fue
nada añadido a la Escritura, sino más bien algo tomado de la
misma.
2. En todos los símbolos se enseña
la misma verdad de fe. Pero, donde surgen errores, se hace preciso que
el pueblo reciba una instrucción más esmerada sobre la fe, para evitar
su corrupción por los herejes. Por esa razón se hizo necesaria la
promulgación de varios símbolos. Estos no difieren entre sí sino en
cuanto que en uno está más explicitado lo que en otro sólo está de
forma implícita, según lo exigían los ataques de los
herejes.
3. En el Símbolo se hace la
confesión de la fe en nombre de toda la Iglesia unida por la fe. Ahora
bien, la de la Iglesia es una fe formada, como lo es la de todos
cuantos, por el número y por el mérito, pertenecen a
la Iglesia. Por eso la confesión de fe se transmite en el Símbolo de
manera adecuada a esa fe formada, para que los fieles que carecen de
fe formada se esfuercen en conseguirla.
4. Sobre la bajada a los infiernos
no había error alguno en los herejes, y por lo mismo no se hizo
necesaria su explicitación. Por el mismo motivo no se repite en el
Símbolo de los Padres, sino que se presupone como algo ya definido en
el Símbolo de los Apóstoles. Un Símbolo posterior no abroga lo
definido en el anterior, sino que más bien lo expone, como ya hemos
dicho (ad 2).
5. Si se dice en la santa
Iglesia católica, esto hay que entenderlo en cuanto que nuestra fe
hace referencia al Espíritu Santo, que santifica a la Iglesia, de tal
forma que el sentido es: Creo en el Espíritu Santo, que santifica a
la Iglesia. Es preferible, sin embargo, y corresponde mejor al
uso, no poner la palabra en, sino decir simplemente la santa
Iglesia católica, como enseña también San León papa.
6. Como el Símbolo de los Padres es
declaración del Símbolo de los Apóstoles y quedó establecido cuando la
fe estaba ya divulgada y la Iglesia disfrutaba de paz, por eso se
canta públicamente en la misa. En cambio, el Símbolo de los Apóstoles,
promulgado en época de persecución, se recita en secreto en Prima y en
Completas, como para conjurar las tinieblas de los errores pasados y
futuros.
Artículo 10:
¿Compete al Romano Pontífice la constitución del Símbolo?
lat
Objeciones por las que parece que no compete al Romano Pontífice la
constitución del Símbolo:
1. Se hace necesaria nueva redacción del Símbolo, como hemos dicho
(
a.9 ad 2), cuando se debe ofrecer una explicitación de los artículos
de la fe. En el Antiguo Testamento, los artículos de la fe se iban
explicitando más y más en el transcurso del tiempo, porque la verdad
de fe se iba manifestando cada vez más a medida que se acercaba a
Cristo, según hemos expuesto también (
a.7). Cuando dejó de existir esa
causa en la ley nueva, se hizo innecesaria esa mayor explicitación de
los artículos. Por lo tanto, no parece que sea competencia del Romano
Pontífice nueva promulgación del Símbolo.
2. Lo que está prohibido por la Iglesia universal bajo
anatema, no se halla bajo el poder de hombre alguno. Ahora bien, toda
nueva redacción del Símbolo está prohibida por la autoridad de la
Iglesia, como consta en las actas del concilio primero de Efeso: Releído el símbolo del concilio de Nicea, decretó el Santo Sínodo que
a nadie se le permita enseñar, escribir o componer otra fe que no sea
la definida por los Santos Padres reunidos en Nicea por el Espíritu
Santo. A estas palabras se añade la pena de
anatema y se reitera nuevamente en el concilio de Calcedonia. Parece, pues, que la redacción de un nuevo Símbolo está por encima de la autoridad del Romano Pontífice.
3. Además, San Atanasio no fue Romano Pontífice, sino patriarca de
Alejandría. No obstante, elaboró un Símbolo que todavía se canta hoy
en la Iglesia. No parece, pues, que la publicación del
Símbolo sea más competencia del Romano Pontífice que de
otros.
Contra esto: está el hecho de que la composición del Símbolo se hizo en
un concilio general, concilio cuya convocatoria incumbe solamente a la
autoridad del Sumo Pontífice, según consta en el Decreto.
Respondo: Como ya hemos
expuesto (
a.9 ad 2), una nueva redacción del Símbolo se hace necesaria
para evitar los errores que vayan surgiendo. Incumbe, pues, la
publicación de un nuevo Símbolo a la autoridad a la que compete
determinar por sentencia las cosas que son de fe, para que sean
mantenidas inalterablemente por todos. Eso compete a la autoridad del
Sumo Pontífice,
a quien conciernen —como se afirma en el
Decreto— las cuestiones mayores y más difíciles de la
Iglesia. De ahí también que el Señor diga a
Pedro:
Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú,
cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22,32). La razón
de esto es que no debe haber más que una fe en toda la Iglesia, a
tenor de las palabras del Apóstol:
Que tengáis todos el mismo
sentir y no haya entre vosotros disensiones (1 Cor
1,10).
Esa necesidad no queda, sin embargo, salvaguardada sino cuando, al
surgir una cuestión en materia de fe, queda zanjada por el que está al
frente de la Iglesia, para que de esa manera su sentencia sea
mantenida por todos. En consecuencia, incumbe de manera exclusiva al
Sumo Pontífice la redacción de un nuevo Símbolo, lo mismo que
cualquier otra cosa que afecte a la Iglesia universal, como convocar
un concilio general y cosas semejantes.
A las objeciones:
1. La verdad de fe se encuentra
suficientemente explicada en la enseñanza de Cristo y de los
apóstoles. Pero, dado que los hombres malvados, como se lee en San
Pedro, pervierten para su perdición (2 Pe 3,16) la doctrina apostólica
y las demás escrituras, esto hace necesaria, en el transcurso de los
tiempos, una explicitación de la fe frente a los errores que vayan
apareciendo.
2. La prohibición y el anatema del
sínodo abarca a las personas privadas, a las que no concierne la
determinación de la fe. Es evidente que semejante decisión del sínodo
general no recorta el poder del siguiente para ofrecer una nueva
publicación del Símbolo, Símbolo que en realidad no contiene otra fe
distinta, sino la misma, pero más explícita. Esto es, en verdad, lo
que han procurado los sínodos: que el siguiente expusiera algo más que
lo hecho en el anterior, según lo exigiera la aparición de alguna
nueva herejía. De ahí que sea incumbencia del Sumo Pontífice, que con
su autoridad convoca el concilio y con su resolución lo
confirma.
3. San Atanasio no redactó la
exposición de la fe en forma de Símbolo, sino más bien en forma de
enseñanza doctrinal. Esto lo demuestra de manera evidente su misma
forma de expresarse. Mas, dado que su enseñanza contenía de forma
concisa la verdad íntegra de la fe, fue aceptada como norma de fe por
la autoridad del Sumo Pontífice.