Artículo 1:
¿Es el gozo efecto de la caridad en nosotros?
lat
Objeciones por las que parece que el gozo no es efecto de la caridad
en nosotros:
1. La ausencia de la realidad amada produce más tristeza que gozo.
Pues bien, Dios, a quien amamos por caridad, está ausente de nosotros
mientras vivimos en esta vida, según el Apóstol en 2 Cor 5,6: Mientras estamos en el cuerpo peregrinamos hacia el Señor. Por
tanto, la caridad produce en nosotros más tristeza que
gozo.
2. Por la caridad merecemos sobre todo la bienaventuranza, y
entre las cosas con que la merecemos señala la Escritura el llanto, a
tenor de estas palabras de Mt 5,5: Bienaventurados los que
lloran. El efecto, pues, de la caridad es más la tristeza que el
gozo.
3. La caridad es virtud distinta de la esperanza, como ya
hemos expuesto (
q.17 a.6). Pues bien, de esta virtud procede el gozo,
según las palabras de Rom 12,12:
Gozándonos de la esperanza. El
gozo, pues, no es efecto de la caridad.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol en Rom 5,5: La caridad de
Dios ha sido derramada en nosotros por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado. Ahora bien, el gozo es en nosotros producto del
Espíritu Santo, según otro testimonio del Apóstol en Rom 14,17: No
es el reino de Dios comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo del
Espíritu Santo. Por tanto, la caridad es causa del
gozo.
Respondo: Como queda expuesto al hablar de las
pasiones (
1-2 q.25 a.3;
q.26 a.1 ad 2; q.28 a.5 resp.), del amor
proceden el gozo y la tristeza, aunque por motivos opuestos. El gozo,
efectivamente, lo causa la presencia del bien amado, o también el
hecho de que ese bien amado está en posesión del bien que le
corresponde y lo conserva. Este segundo motivo pertenece más al amor
de benevolencia, que nos hace sentir satisfacción de que el amigo,
aunque ausente, prospere. A la inversa, del amor nace
la tristeza, o por la ausencia del bien amado, o porque a quien
queremos el bien está privado de su bien propio o sufre por algún
mal.
La caridad, en cambio, es el amor de Dios, cuyo bien es inmutable por
ser El la bondad suma. Además, por el hecho de ser amado está en quien
lo ama por el más excelente de sus efectos, según lo que leemos en 1
Jn 4,16: El que está en caridad permanece en Dios y Dios en él.
Por eso mismo, el gozo espiritual que tiene a Dios por objeto está
causado por la caridad.
A las objeciones:
1. Se afirma que, mientras estamos
en el cuerpo, estamos lejos de Dios por comparación a quienes están en
su presencia y gozan así de su visión. Por eso se añade allí mismo
(v.7): Caminamos en la fe y no en la visión. Pero aun en esta
vida se hace presente a quienes le aman, por la gracia que le hace
inhabitar en ellos.
2. El llanto que merece la
bienaventuranza tiene por objeto lo que se opone a ella. Luego por
igual razón provienen de la caridad tanto el llanto como el gozo
espiritual de Dios, pues por la misma razón se siente satisfacción por
un bien que tristeza por lo que a él se opone.
3. De Dios se puede tener un gozo
espiritual de dos maneras: la primera, en cuanto que nos gozamos del
bien divino considerado en sí mismo; la segunda, porque nos gozamos de
ese bien divino en cuanto participamos de él. El primer gozo es
indudablemente el mejor, y proviene principalmente de la caridad. El
segundo, en cambio, procede también de la esperanza, que nos hace
esperar el goce del bien divino, aunque sin olvidar que ese gozo
mismo, perfecto o imperfecto, se consigue en proporción con la
caridad.
Artículo 2:
El gozo espiritual causado por la caridad, ¿implica
tristeza?
lat
Objeciones por las que parece que el gozo espiritual causado por la
caridad implica tristeza:
1. Es propio de la caridad gozarse del bien del prójimo, según 1 Cor
13,6, ya que la caridad no se goza con la iniquidad, sino que se
goza con la verdad. Pues bien, este gozo implica tristeza, según
lo que leemos en Rom 12,15: Gozad con los que se gozan, llorad con
quienes lloran. Por tanto, el gozo espiritual implica
tristeza.
2. La penitencia, afirma San Gregorio, consiste en llorar
el mal que se ha hecho y no hacer de nuevo lo que ha habido que llorar. Ahora bien, sin caridad no hay verdadera
penitencia. En consecuencia, el gozo de la caridad implica
tristeza.
3. La caridad puede inspirar el deseo de estar con Cristo,
según el testimonio del Apóstol en Flp 1,23: Ansiaba morir y estar
con Cristo. Pero el deseo no se da en nosotros sin tristeza, según
el salmo 119,5: ¡Ay de mí!, que se ha prolongado mi destierro.
Por tanto, el gozo de la caridad implica tristeza.
Contra esto: está el hecho de que el gozo de la caridad es gozo de
divina sabiduría, y éste no implica tristeza, según el testimonio de
Sab 8,16: Su convivir no engendra amargura. El gozo, pues, de
la caridad no implica tristeza.
Respondo: la caridad, según hemos expuesto (
a.1 ad 3), produce en nosotros un doble gozo. Uno principal, que es el
propio de la caridad, con el que gozamos del bien divino considerado
en sí mismo. Este gozo de la caridad no tolera mezcla de tristeza, así
como tampoco puede tolerar mezcla de mal el bien de que se goza. En
este sentido se expresa el Apóstol en Flp 4,4:
Gozaos siempre en el
Señor.
El segundo tiene por objeto el bien divino, como participado por
nosotros. Pues bien, esta participación puede implicar el contratiempo
de algún obstáculo, y de ahí resulta que el gozo de la caridad pueda
implicar tristeza, a saber: entristecerse por cuanto impida la
participación del bien divino, sea en nosotros, sea en el prójimo, al
que amamos como a nosotros mismos.
A las objeciones:
1. El llanto del prójimo no puede
ser causado más que por algún mal, y todo mal entraña
defecto en la participación del sumo bien. Por eso la
caridad nos hace compartir el dolor del prójimo en cuanto impida esa
participación.
2. En expresión de Isaías
(59,2): Los pecados han hecho una separación entre nosotros y
Dios. Por tanto, el motivo de dolernos de nuestros pecados y
también de los pecados de los demás es que dificultan la participación
del bien divino.
3. Aunque en el presente destierro
participamos de alguna manera el bien divino por el conocimiento y el
amor, sin embargo, la miseria de esta vida impide la participación
plena del bien divino, que tendrá lugar en la patria. Por eso, el
obstáculo en la participación del bien divino es la causa de la
tristeza que nos hace gemir por la dilación de la gloria.
Artículo 3:
¿Puede ser completo en nosotros el gozo espiritual?
lat
Objeciones por las que parece que el gozo espiritual causado por la
caridad no puede ser completo en nosotros:
1. Cuanto mayor gozo tenemos de Dios, tanto mayor plenitud adquiere
en nosotros. Pues bien, es imposible tanto gozo de Dios como merece,
porque su bondad infinita sobrepuja siempre el gozo de la criatura,
que es finita. Por tanto, el gozo espiritual jamás podrá ser pleno en
las criaturas.
2. Lo completo nunca puede ser mayor. Ahora bien, el gozo de
los bienaventurados puede ser mayor, puesto que es mayor en unos que
en otros. Por tanto, el gozo de Dios no puede ser completo en las
criaturas.
3. El término comprehensión no parece que pueda
significar otra cosa que plenitud de conocimiento. Pues bien, como es
limitada la capacidad de conocimiento de la criatura, lo es también su
capacidad apetitiva. En consecuencia, si Dios no puede ser
comprehendido por criatura alguna, parece que tampoco puede ser pleno
el gozo de Dios de ninguna criatura.
Contra esto: está lo que dijo el Señor a sus discípulos a tenor de Jn
15,11: Que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea
cumplido.
Respondo: La plenitud de gozo puede entenderse
de dos maneras. La primera, por parte de la realidad objeto del gozo,
de forma que se gozara de ella tanto cuanto es digna. En este sentido
es evidente que solamente Dios puede tener gozo completo de sí mismo,
pues su gozo es infinito, y por eso digno de su infinita bondad; el
gozo, empero, de cualquier criatura es, por necesidad,
finito.
Puede entenderse también de otra manera la plenitud del gozo, es
decir, por parte de quien goza. Pues bien, el gozo se compara con el
deseo como la quietud con el movimiento, según dijimos al tratar de
las pasiones (1-2 q.25 a.1 y 2). Ahora bien, hay quietud plena cuando
no hay movimiento alguno, y hay asimismo gozo cumplido cuando no queda
nada por desear. Mientras estamos en este mundo, el impulso del deseo
carece de sosiego, ya que tenemos posibilidades de acercarnos más a
Dios por la gracia, como ya hemos demostrado (q.24 a.4 y 7). Pero, una
vez que se haya llegado a la bienaventuranza perfecta, no quedará ya
nada por desear, pues en ella será plena la fruición de Dios, en la
cual obtendrá también el hombre lo que hubiera deseado, incluso de los
demás bienes, según el salmo 102,5; El que colma de bien tus
deseos. Así se aquieta no solamente el deseo con que deseamos a
Dios, sino que también se saciará todo deseo. De ahí que el de los
bienaventurados es un gozo absolutamente pleno, e incluso superpleno,
porque obtendrán más que pudieron desear, pues según San Pablo en 1
Cor 2,9: No pasó por mente humana lo que Dios ha preparado para
quienes le aman. Esto lo leemos también en San Lucas (6,38) en las
palabras medida buena y rebosante echarán en vuestro pecho.
Mas, dado que ninguna criatura es capaz de adecuar estrictamente el
gozo de Dios, tenemos que decir que ese gozo no puede ser captado en
su omnímoda totalidad por el hombre; antes al contrario, el hombre
será absorbido por ella, según las palabras de San Mateo
(25,21.23): Entra en el gozo de tu Señor.
A las objeciones:
1. Esa objeción
proviene de la plenitud del gozo de parte de la
realidad de que se goza.
2. Al llegar a la bienaventuranza,
llegará cada cual al término prefijado para él en la divina
predestinación, y no habrá lugar a pasar más adelante, aunque en ese
acabar quedará uno más cerca de Dios que otro. De esta manera, el gozo
de cada uno será pleno y completo por parte de quien goza, ya que
todos los deseos se verán plenamente colmados. Con todo, el gozo de
uno será mayor que el de otro por la participación más plena de la
bienaventuranza divina.
3. La comprehensión implica
plenitud de conocimiento por parte de la cosa conocida, a saber:
cuando el objeto es conocido en toda su plenitud. Pero hay también
plenitud de conocimiento por parte del sujeto que conoce, como se ha
dicho ya del gozo. De ahí que el Apóstol afirme en Col 1,8: Para
que os llenéis del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría y
espiritual entendimiento.
Artículo 4:
¿Es virtud el gozo?
lat
Objeciones por las que parece que el gozo es virtud:
1. El vicio es contrario a la virtud. Ahora bien, la tristeza es
vicio, como se ve en la acidia y en la envidia. Por tanto, el gozo
debe considerarse entre las virtudes.
2. Como el amor y la esperanza, el gozo es una pasión cuyo
objeto es el bien. Pues bien, el amor y la esperanza son virtudes.
Luego también el gozo debe tenerse por virtud.
3. Los mandamientos de la ley se dan sobre actos de las
virtudes. Ahora bien, el Apóstol manda gozarnos en el Señor diciendo
en Flp 4,4: Gozaos siempre en el Señor. Por tanto, el gozo es
virtud.
Contra esto: está el hecho de que no aparece mencionado ni entre las
virtudes teologales, ni entre las morales ni entre las intelectuales,
como se infiere de lo que hemos expuesto (
1-2 q.57 a.2;
q.60;
q.62 a.3).
Respondo: La virtud, como hemos expuesto (
1-2 q.55 a.2), es un hábito operativo; de ahí que, por su esencia, tiene
inclinación al acto. Ahora bien, sucede que un mismo hábito es el
origen de muchos actos ordenados de la misma especie, subordinados
unos a otros. Y dado que los actos posteriores no proceden del hábito
de la virtud sino en función del acto primero, la virtud no se define
ni se determina sino por ese acto primero, aunque los otros se sigan
también de ella. Pues bien, después de lo expuesto sobre las pasiones
(
1-2 q.25 a.1, 2 y
3;
q.27 a.4), es evidente que el amor es el primer
movimiento de la potencia apetitiva, de la cual se siguen el deseo y
el gozo. Por tanto, es el mismo el hábito de la virtud que inclina a
amar, a desear el bien amado y gozarse con él. Pero, dado que el amor
es el primero de esos actos, la virtud no se denomina por el gozo ni
por el deseo, sino por el amor, y se llama caridad. En consecuencia,
el gozo no es una virtud distinta de la caridad, sino cierto acto y
efecto de la misma. Por esa razón se la considera entre
los frutos, como se ve en el Apóstol en Gal 5,22.
A las objeciones:
1. La tristeza, que es vicio, tiene
su origen en el amor desordenado de sí mismo, que no es vicio
especial, sino como la raíz común de todos los vicios, según quedó
expuesto en otro lugar (
1-2 q.77 a.4). Por eso fue necesario catalogar
determinadas tristezas como otros tantos vicios especiales, porque
proceden de un vicio general, no especial. El amor de Dios, en cambio,
es virtud especial, la caridad, a la que se reduce el gozo como acto
propio suyo, según queda expuesto.
2. La esperanza viene del amor,
igual que el gozo, pero entraña además un carácter especial por parte
del objeto, es decir, la dificultad juntamente con la posibilidad de
conseguirlo, por eso es virtud especial. El gozo, en cambio, no añade
sobre el amor ninguna razón especial que pueda dar
lugar a una virtud también especial.
3. El gozo es objeto de precepto
en la ley en cuanto es acto de la caridad, aunque no sea su acto
primero.