Artículo 1:
¿Es pecado la desesperación?
lat
Objeciones por las que parece que la desesperación no es
pecado:
1. Todo pecado, según San Agustín en 1 De lib.
arb., implica conversión al bien perecedero con
aversión del bien inmutable. La desesperación no implica conversión al
bien conmutable. Luego no es pecado.
2. No parece pecado lo que procede de buena raíz, pues, como
leemos en Mateo (7,18), no puede dar frutos malos un árbol
bueno. Pues bien, la desesperación parece proceder de buena raíz,
es decir, del temor de Dios o del horror de la enormidad de los
propios pecados. En consecuencia, no es pecado.
3. Si fuera pecado la desesperación, lo sería en los
condenados, porque desesperan. Pero esto no se les imputa a culpa,
sino más bien a condenación. En consecuencia, tampoco se les imputa a
culpa a los viadores. Por lo tanto, la desesperación no es
pecado.
Contra esto: está el hecho de que, según parece, lo que induce a los
hombres al pecado es no sólo el pecado, sino también el principio de
los mismos. Pues bien, esto es precisamente la desesperación, a tenor
del testimonio del Apóstol: Insensibilizados se entregan a la
lascivia para obrar ávidamente con todo género de impurezas (Ef
4,10). En consecuencia, la desesperación no sólo es pecado, sino
también principio de otros.
Respondo: Según el Filósofo, en VI Ethic., lo que en el entendimiento es afirmación o negación, es en
el apetito prosecución y fuga; y lo que en aquél es verdad o falsedad,
es en éste bien y mal. Por eso, todo movimiento
apetitivo, conforme con el entendimiento verdadero, es de suyo bueno;
en cambio, todo movimiento apetitivo acorde con el entendimiento
falso, es de suyo malo y pecado. En relación a Dios, el juicio
verdadero del entendimiento es el de que de El proviene la salvación
de los hombres y el perdón de los pecadores, según las palabras de
Ezequiel (12,23): No quiero la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva. La falsa apreciación de Dios, en cambio, es
pensar que niega el perdón a quien se arrepiente, o que no convierta a
sí a los pecadores por la gracia santificante. Por eso, de la misma
manera que es laudable y virtuoso el movimiento de la esperanza
conforme con la verdadera apreciación de Dios, es vicioso y pecado el
movimiento opuesto de desesperación y acorde con la estimación falsa
de El.
A las objeciones:
1. En todo pecado mortal se da
cierta aversión respecto al bien inmutable y conversión al bien
transitorio, aunque de distintos modos. Efectivamente, respecto al
bien inmutable se consideran principalmente como aversión hacia el
mismo los pecados opuestos a las virtudes teologales, como el odio a
Dios, la desesperación y la infidelidad, ya que las virtudes
teologales tienen por objeto a Dios. De manera consecuente, conllevan
una conversión al bien transitorio en cuanto que el alma, abandonando
a Dios, por necesidad se ha de convertir a otras cosas. Los demás
pecados, en cambio, consisten principalmente en la conversión al bien
transitorio, y, consiguientemente, en la aversión del
bien inmutable; así, quien comete fornicación no tiene intención de
apartarse de Dios, sino de gozar del placer carnal, y de ello se sigue
la separación de Dios.
2. Hay dos formas de expresar que
una cosa radica en la virtud y procede de ella. De una manera directa,
es decir, de la virtud misma, como el acto procede del hábito. Pues
bien, de la raíz virtuosa no puede proceder ningún pecado en este
sentido, pues, como afirma San Agustín en el libro De lib. arb.,
nadie usa mal de la virtud. La otra es una forma
indirecta u ocasional. De este modo, efectivamente, es posible que de
una raíz virtuosa se origine algún pecado, como es el caso de quien se
ensoberbece de sus virtudes, a tenor de las palabras de San Agustín:
La soberbia pone asechanzas a las buenas obras para destruirlas. Según eso, del temor de Dios, o del horror de los
propios pecados, proviene la desesperación cuando alguien hace mal uso
de esos bienes, tomándolos como ocasión para desesperar.
3. Los condenados no se encuentran
en estado de esperar por la imposibilidad de volver a la
bienaventuranza. Por eso mismo no se les imputa a culpa el hecho de no
esperar, sino que más bien constituye parte de su condenación. Tampoco
es pecado en el estado actual que alguien desespere de aquello a lo
que no está llamado o que no tiene derecho a obtener, como, por
ejemplo, que el médico desespere de la curación de un enfermo o que
alguien desespere de conseguir riquezas.
Artículo 2:
¿Puede darse la desesperación sin la infidelidad?
lat
Objeciones por las que parece que no puede darse la desesperación sin
la infidelidad:
1. La certeza de la esperanza se deriva de la fe. Ahora bien, si
permanece la causa, no desaparece el efecto. No se puede, pues, perder
la certeza de la esperanza por desesperación, a no ser perdiendo la
fe.
2. Preferir la culpa propia a la bondad o a la misericordia
divina es negar la infinitud de ellas, lo que es propio de la
infidelidad. Ahora bien, quien desespera prefiere su culpa a la
misericordia y bondad divinas, según la Escritura: Muy grande es mi
iniquidad para que merezca perdón (Gén 4,13). Luego quien
desespera es infiel.
3. Quien incurre en herejía condenada es infiel. Mas quien
desespera parece incurrir en herejía condenada, es decir, la de los
novacianos, quienes sostienen que los pecados no son perdonados
después del bautismo. En consecuencia, parece que quien desespera es
infiel.
Contra esto: está el hecho de que la desaparición de una realidad
posterior no conlleva la desaparición de la anterior. La esperanza es
posterior a la fe, como hemos dicho (
q.17 a.7). Luego, desaparecida la
esperanza, puede permanecer la fe. Por lo tanto, quien desespera no es
infiel.
Respondo: La infidelidad pertenece al
entendimiento; la desesperación, en cambio, a la parte apetitiva. Pero
el entendimiento versa sobre las cosas universales, y la parte
apetitiva se mueve en el plano de lo particular, ya que es movimiento
apetitivo del alma hacia las cosas concretas. Hay, sin embargo, quien
tiene una valoración justa en el plano universal, y no tiene
rectificado el movimiento apetitivo, como consecuencia de una falsa
estimación en el juicio sobre la realidad concreta individual. Es,
efectivamente, necesario, como se enseña en III De
An., pasar del juicio universal al deseo de la
realidad individual a través de un juicio particular, del mismo modo
que de la proposición universal no se deduce la conclusión particular
sino asumiendo otra particular. De ahí que alguien, teniendo fe recta
en el plano universal, incurra en falta en el movimiento del apetito
frente a lo particular, por tener viciada por hábito o por pasión la
apreciación de la realidad concreta; como quien peca eligiendo la
fornicación como un bien para sí en aquel momento,
tiene falseado el juicio frente a la realidad particular, aunque
conserve un juicio universal verdadero según la fe, es decir, que es
pecado mortal. De la misma manera, puede uno conservar verdadera
estimación de un dato de fe en universal, por ejemplo, la remisión de
los pecados en la Iglesia, y, a pesar de ello, ser víctima de un
movimiento de desesperación de que para él, en su situación actual, no
hay lugar para el perdón, y esto como consecuencia del juicio viciado
frente a un caso particular. De este modo puede darse la desesperación
sin la infidelidad, lo mismo que otros pecados mortales.
A las objeciones:
1. El efecto desaparece cuando
desaparece no sólo la causa primera, sino también la segunda. Por eso,
el movimiento de la esperanza puede perderse no solamente al
desaparecer la estimación universal de la fe como la causa primera de
la certeza de su esperanza, sino también si pierde el juicio
particular, que es para ella como la causa segunda.
2. Si alguien creyera, en el orden
teórico, que la misericordia de Dios no es infinita, sería infiel. No
cree eso el desesperado, sino que en su situación concreta, por alguna
disposición particular, no puede esperar de la misericordia
divina.
3. Vale la respuesta anterior: los
novacianos negaban en absoluto que en la Iglesia se pueda dar la
remisión de los pecados.
Artículo 3:
¿Es la desesperación el mayor de los pecados?
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Objeciones por las que parece que la desesperación no es el mayor de
los pecados:
1. Puede darse la desesperación sin infidelidad, como hemos dicho
(
a.2). Ahora bien, la infidelidad es el mayor de los pecados, por
socavar los cimientos del edificio espiritual. En consecuencia, la
desesperación no es el mayor de los pecados.
2. Al mayor bien se opone el mayor mal, como demuestra el
Filósofo en VIII Ethic.. Pues bien, la caridad
es mayor bien que la esperanza, según vemos en la Escritura (1 Cor
13,13). Es, por lo tanto, mayor pecado el odio que la
desesperación.
3. En el pecado de desesperación solamente hay desordenada
aversión de Dios. En los otros pecados, en cambio, hay no sólo
desordenada aversión, sino también desordenada conversión. Así, pues,
el pecado de desesperación no es mayor, sino menor que
otros.
Contra esto: está el hecho de que parece pecado gravísimo el incurable,
a tenor de las palabras del profeta: Es incurable tu herida; tu
llaga, sin remedio (Jer 30,12). Ahora bien, el de la desesperación
es pecado incurable, según expresa el mismo profeta: Mi herida,
desesperada, resistió a curarse (Jer 15,18). La desesperación,
pues, es pecado gravísimo.
Respondo: Los pecados opuestos a las virtudes
teologales son, por su género, más graves que los demás.
Efectivamente, dado que las virtudes teologales tienen por objeto a
Dios, los pecados a ellas opuestos entrañan directa y principal
aversión a El. En cualquier otro pecado mortal, en cambio, la razón de
mal y su gravedad le viene de la aversión de Dios, pues si fuera
posible la conversión al bien transitorio sin aversión de Dios, aunque
fuera desordenada, no sería pecado mortal. Por lo tanto, el pecado
que, en primer lugar y por sí, implica aversión de Dios, es el más
grave entre los pecados mortales.
Ahora bien, a las virtudes teologales se oponen la infidelidad, la
desesperación y el odio a Dios. Y entre ellos, si se comparan el odio
y la infidelidad con la desesperación, aquéllos se manifiestan más
graves en sí mismos, es decir, por su propia especie. La infidelidad,
ciertamente, proviene de que el hombre no cree la verdad misma de
Dios; el odio, en cambio, de contrariar a la misma bondad divina; la
desesperación, de no esperar la participación de la bondad infinita.
De ahí que, considerados en sí mismos, es mayor pecado no creer la
verdad de Dios u odiarle, que no esperar de El su
gloria. Pero considerada desde nosotros, y comparada con los otros dos
pecados, entraña mayor peligro la desesperación. Efectivamente, la
esperanza nos aparta del mal y nos introduce en la senda del bien. Por
eso mismo, perdida la esperanza, los hombres se lanzan sin freno en el
vicio y abandonan todas las buenas obras. Por eso, exponiendo la Glosa las palabras si, caído, desesperas en el día de la
angustia, se amenguará tu fortaleza (Prov 24,10), escribe: No
hay cosa más execrable que la desesperación; quien la padece pierde la
constancia no sólo en los trabajos corrientes de esta vida, sino
también, mucho peor, en el certamen de la fe. Y San
Isidoro, por su parte en el libro De summa bono, escribe: Perpetrar pecado es muerte para el alma; mas desesperar es descender
al infierno.
A las objeciones: Con lo expuesto queda dada la respuesta a
las objeciones.
Artículo 4:
¿Nace de la acidia la desesperación?
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Objeciones por las que parece que la desesperación no nace de la
acedia:
1. Una misma cosa no procede de causas diversas. Según San Gregorio,
en XXXI Moral, la desesperación del siglo
futuro procede de la lujuria. Luego no procede de la
acidia.
2. La acedia se opone al gozo espiritual como la
desesperación a la esperanza. Pues bien, el gozo espiritual proviene
de la esperanza, según las palabras alegres con la esperanza
(Rom 12,12). En consecuencia, la acedia procede de la desesperación, y
no a la inversa.
3. Las causas de los contrarios son contrarias. La
esperanza, a la cual se opone la desesperación, parece brotar de la
consideración de los beneficios divinos, sobre todo de la encarnación,
pues, como dice San Agustín en XIII De Trin., nada fue tan
necesario para levantar nuestra esperanza como mostrarnos cuánto nos
amaba Dios. ¿Qué más claro, a este propósito, que esta señal de
dignarse el Hijo de Dios ser semejante en nuestra naturaleza? Por lo tanto, la desesperación, más que de la acedia, nace de la negligencia de esta consideración.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio en XXXI Moral.,
que enumera la desesperación entre los vicios que proceden de la
acedia.
Respondo: Como hemos expuesto (
q.17 a.1;
1-2 q.40 a.1), el objeto de la esperanza es el bien arduo asequible por
uno mismo o por otro. Por lo mismo, hay dos maneras de quedar
frustrada la esperanza de lograr la bienaventuranza: o por
considerarla como bien arduo o por no considerarla como asequible ni
por uno mismo ni por otro. Pues bien, el que alguien pierda el sabor
de los bienes espirituales o no le parezcan grandes, acontece
principalmente porque tiene inficionado el afecto por el aprecio de
los placeres corporales, entre los que sobresalen los venéreos. En
efecto, la afición a estos placeres induce al hombre a sentir hastío
hacia los bienes espirituales y ni siquiera los espera como bienes
arduos. Desde esta perspectiva, la desesperación tiene como causa la
lujuria.
Por otra parte, el hombre llega a no considerar como posible de
alcanzar por sí mismo o por otro el bien arduo cuando llega a gran
abatimiento, ya que cuando éste establece su dominio en el afecto del
hombre, le hace creer que nunca podrá aspirar a ningún bien. Y como la
acidia es un tipo de tristeza que abate al espíritu, engendra, por lo
mismo, la desesperación, dado que lo específico de la esperanza radica
en que su objeto sea algo posible; lo bueno y lo arduo pertenecen
también a otras pasiones. Por eso, la desesperación nace sobre todo de
la acedia, si bien puede nacer igualmente de la lujuria, como hemos
dicho.
A las objeciones:
1. La respuesta a esta objeción
queda dada en lo que se acaba de exponer.
2. Según el Filósofo en II Rhet., dado que la esperanza causa placer, quienes
están rodeados de placeres se abren más a la esperanza, de la misma
manera que quienes viven en tristeza caen con mayor facilidad en la
desesperación, a tenor de las palabras del Apóstol: No sea consumido por mayor tristeza quien está de esta suerte (2
Cor 2,7). Ahora bien, el objeto de la esperanza es el bien al cual
tiende naturalmente el apetito; mas no huye necesariamente de él, sino
sólo cuando sobreviene algún impedimento extraño. Por eso, de la
esperanza nace directamente el gozo; la desesperación,
en cambio, de la tristeza.
3. La negligencia en considerar
los beneficios divinos tiene también su origen en la acedia. En
realidad, el hombre afectado por una pasión piensa sobre todo en las
cosas relacionadas con esa pasión. Por eso, el hombre entristecido no
piensa fácilmente en cosas grandes y agradables, sino sólo en cosas
tristes, a no ser que con mucho esfuerzo se aleje de lo que es
triste.