Artículo 1:
¿Es el entendimiento un don del Espíritu Santo?
lat
Objeciones por las que parece que el entendimiento no es un don del
Espíritu Santo:
1. Los dones de gracia se distinguen de los naturales, ya que les son
sobreañadidos. Pues bien, el entendimiento es un hábito natural del
alma por el que se conocen los primeros principios naturales
evidentes, según enseña el Filósofo' en VI Ethic. No debe
considerarse, por tanto, como don del Espíritu Santo.
2. Las criaturas participan de los dones divinos según su
proporción y medida, como enseña Dionisio en De div.
nom. Ahora bien, el modo propio de la naturaleza
humana es conocer la verdad, no de forma absoluta, cosa específica del
entendimiento, sino en forma discursiva, que es lo propio de la razón,
como demuestra también Dionisio. En consecuencia, el
conocimiento divino otorgado a los hombres debe ser considerado don de
la razón más que del entendimiento.
3. Entre las potencias del alma, el entendimiento es,
según el Filósofo en III De An., totalmente
distinto de la voluntad. Pero no hay don alguno del Espíritu Santo que
se llame voluntad. Luego tampoco debe llamarse ninguno don de
entendimiento.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura: Sobre él reposará el
espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia (Is
11,2).
Respondo: El nombre de entendimiento implica un
conocimiento íntimo. Entender significa, en efecto, algo como leer
dentro. Esto resulta evidente para quien considere
la diferencia entre el entendimiento y los sentidos. El conocimiento
sensitivo se ocupa, en realidad, de las cosas sensibles externas,
mientras que el intelectual penetra hasta la esencia de la realidad,
su objeto: lo que es el ser, como enseña el
Filósofo en III De An. Ahora bien, las cosas
ocultas en el interior de la realidad, y hasta las cuales debe
penetrar el conocimiento del hombre, son muy variadas. Efectivamente,
bajo los accidentes está oculta la naturaleza sustancial de las cosas;
en las palabras está oculto su significado; en las semejanzas y
figuras, la verdad representada. En otro plano distinto, las
realidades inteligibles son, en cierto modo, íntimas respecto a las
realidades sensibles que percibimos exteriormente, como en las causas
están latentes los efectos, y viceversa. De ahí que, en relación a
todo eso, puede hablarse de acción del entendimiento. Y como el
conocimiento del hombre comienza por los sentidos, o sea, desde el
exterior, es evidente que cuanto más viva sea la luz del
entendimiento, tanto más profundamente podrá penetrar en el interior
de las cosas. Pero sucede que la luz natural de nuestro entendimiento
es limitada, y sólo puede penetrar hasta unos niveles determinados.
Por eso necesita el hombre una luz sobrenatural que le haga llegar al
conocimiento de cosas que no es capaz de conocer por su luz natural. Y
a esa luz sobrenatural otorgada al hombre la llamamos don de
entendimiento.
A las objeciones:
1. Con la luz natural del entendimiento conocemos ciertos principios comunes naturalmente evidentes. Pero, dado que el hombre está ordenado a la bienaventuranza sobrenatural, como ya hemos expuesto, es necesario que llegue a cosas más elevadas. Para eso se requiere el don de entendimiento.
2. El discurso racional comienza
siempre en el entendimiento y termina en él. Razonamos, en efecto,
partiendo de cosas ya conocidas, y el raciocinio termina cuando
llegamos a la inteligencia de lo que antes desconocíamos. Por
consiguiente, lo que elaboramos con la razón tiene su punto de partida
en alguna intelección anterior. Pero el don de la gracia no proviene
de la luz de la naturaleza, sino que es algo sobreañadido a ella
perfeccionándola. Y eso sobreañadido no recibe el nombre de razón,
sino más bien el de entendimiento. Efectivamente, esa luz sobreañadida
desempeña respecto de lo que conocemos sobrenaturalmente la misma
función que la luz natural respecto de lo que constituye el principio
fundamental de nuestro conocimiento.
3. La voluntad significa el
movimiento apetitivo, sin determinación de excelencia alguna. El
entendimiento, en cambio, designa cierta excelencia, como es el
penetrar en lo íntimo de las cosas. Por eso, al don sobrenatural le
compete el nombre de entendimiento con mayor propiedad que el de
voluntad.
Artículo 2:
¿Puede darse el don de entendimiento conjuntamente con la
fe?
lat
Objeciones por las que parece que el don de entendimiento no puede
darse conjuntamente con la fe:
1. Dice San Agustín en Octog. trium quaest. que todo cuanto
es entendido se perfecciona con la comprensión de quien lo entiende. Pues bien, lo que se cree no se comprende, a tenor
de las palabras del Apóstol: No que lo tenga ya conseguido o que
sea ya perfecto (Flp 3,12). No parece, pues, que puedan darse
conjuntamente en el mismo sujeto la fe y el entendimiento.
2. Todo lo que capta el entendimiento es visto. Pero la fe
versa sobre cosas no vistas, como ya hemos expuesto (
q.1 a.4;
q.4 a.1). En consecuencia, la fe no puede coexistir con el entendimiento
en el mismo sujeto.
3. Hay mayor certeza en el entendimiento que en la
ciencia. Mas no pueden darse fe y ciencia sobre lo mismo, como hemos
visto (
q.1 a.5). Por lo mismo, mucho menos pueden darse juntos el
entendimiento y la fe.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio, que en el libro Moral, escribe: El entendimiento ilustra a la mente sobre cosas
oídas, Mas quien tiene fe puede ser ilustrado sobre
cosas oídas, como leemos en la Escritura: El Señor abrió a sus
discípulos la inteligencia para que entendiesen las Escrituras (Lc
24,45). Luego el entendimiento puede darse
conjuntamente con la fe.
Respondo: En el caso presente se debe
establecer doble distinción: una por parte de la fe, y otra por parte
del entendimiento. Por parte de la fe, a su vez, hay que distinguir
dos cosas: las que por sí mismas y de manera directa le incumben y que
exceden a la razón natural; por ejemplo, que Dios es uno y trino, o
que el Hijo se encarnó; y las que están ordenadas de alguna manera a
la fe, como es todo cuanto está en la Escritura. Por parte del
entendimiento cabe decir también que hay dos formas de entender las
cosas. Una de ellas, perfecta, como cuando conocemos la esencia de la
cosa entendida o la verdad de un enunciado intelectual como es en sí.
Las cosas que corresponden a la fe no las podemos entender de esta
forma, mientras dure el estado de fe; podemos, en cambio, entender lo
que está ordenado a la fe. Pero hay otro modo, imperfecto, de entender
una cosa; es decir, cuando desconocemos su esencia misma o la verdad
de una proposición; no se conoce qué es ni cómo, y, sin embargo, se
conoce que lo que aparece exteriormente no es contrario a la verdad.
En el caso de la fe, comprende el hombre que no debe apartarse de ella
por las dificultades que ve exteriormente. En ese sentido no hay
inconveniente alguno en que, mientras dure el estado de fe, haya
también inteligencia sobre las verdades que, por sí mismas, pertenecen
a la fe.
A las objeciones: Por lo dicho es clara la respuesta a las
objeciones. Las tres primeras razones están tomadas de la manera
perfecta de entender una cosa; la última, en cambio, afecta al modo de
entender lo que se ordena a la fe.
Artículo 3:
El don de entendimiento, ¿es solamente especulativo o también
práctico?
lat
Objeciones por las que parece que el entendimiento, don del Espíritu
Santo, no es práctico, sino solamente especulativo:
1. Como afirma San Gregorio en I Moral., el
entendimiento penetra las cosas más elevadas. Ahora bien, las
cosas sobre las que versa el entendimiento práctico no son elevadas,
sino, al contrario, las más bajas, es decir, las singulares, materia
de nuestros actos. Luego el entendimiento, don del Espíritu Santo, no
es práctico.
2. El entendimiento como don es más noble que el
entendimiento virtud intelectual. Pues bien, el entendimiento, virtud
intelectual, versa solamente sobre materia necesaria, como enseña el
Filósofo en VI Ethic.. Con mayor razón, pues,
versará sobre ella el entendimiento en cuanto don. El entendimiento
práctico, por el contrario, no se ocupa de lo necesario, sino de lo
contingente, que pudiera ser de otra manera y que puede realizar el
hombre con su trabajo. Por consiguiente, el don de entendimiento no es
práctico.
3. El don de entendimiento ilumina la mente en las cosas
que rebasan su razón natural. Pero las obras humanas, objeto del
entendimiento práctico, no rebasan la razón natural, directiva en las
cosas operables, según hemos expuesto (
1-2 q.58 a.2;
q.71 a.6). En
consecuencia, el don de entendimiento no es práctico.
Contra esto: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo
practican (Sal 110,10).
Respondo: Como ya hemos dicho (
a.2), el don de
entendimiento no versa solamente sobre las cosas que de forma directa
y principal incumben a la fe, sino también a todo cuanto está
ordenado a ella. Ahora bien, las acciones humanas tienen alguna
relación con la fe, puesto que, como afirma el Apóstol,
la fe actúa
por la caridad (Gal 5,6). Por lo tanto, el don de entendimiento
abarca también lo particular operable. Sobre esto no actúa de manera
principal, sino en cuanto que en nuestro obrar actuamos, según San
Agustín en XII
De Trin.,
por las razones
eternas a las que se adhiere la razón superior contemplándolas y consultándolas. La perfección de esta
razón superior es obra del don de entendimiento.
A las objeciones:
1. Las obras que puede realizar el
hombre, consideradas en sí mismas, no gozan de excelencia alguna. Pero
en cuanto tienen relación con la regla de la ley eterna y el fin de la
bienaventuranza divina, adquieren la elevación requerida para que
pueda versar sobre ellas el entendimiento.
2. Lo que da su dignidad al don de
entendimiento es el hecho de considerar las realidades eternas o
necesarias no sólo en lo que son en sí mismas, sino también en cuanto
regla de los actos humanos, pues la virtud intelectual es tanto más
noble cuanto más cosas abarca.
3. La regla de los actos humanos
es la razón humana y la ley eterna, como ya hemos dicho (
1-2 q.71 a.6). Ahora bien, la ley eterna sobrepuja a la razón natural. Por eso,
tal conocimiento de los actos humanos, en cuanto regulados por la ley
eterna, sobrepuja a la razón natural, y, por lo tanto, ese
conocimiento necesita de la luz sobrenatural del don del Espíritu
Santo.
Artículo 4:
¿Se da el don de entendimiento en todos los que están en
gracia?
lat
Objeciones por las que parece que el don de entendimiento no se da en
todos los que están en gracia:
1. Dice San Gregorio en II Moral. que el don de entendimiento
se da contra la debilidad de la mente. Pues
bien, son muchos los que, teniendo la gracia, son víctimas de esa
debilidad. El don de entendimiento no se da, por lo tanto, en todos
los que están en gracia.
2. En el orden de conocimiento parece que solamente la fe es
necesaria para salvarse, dado que Cristo habita por la fe en
nuestros corazones (Ef 3,17). Mas no todos los que tienen fe
tienen también el don de entendimiento; más aún, en expresión de San
Agustín en el libro De Trin., los que creen, deben orar para
entender. En consecuencia, el don de entendimiento
ni es necesario para la salvación ni se da en todos los que están en
gracia.
3. Lo que es común para cuantos están en gracia no puede
sustraerse a ninguno. Ahora bien, la gracia del entendimiento y de
otros dones se sustrae alguna vez útilmente, dice San Gregorio
en II Moral., pues cuando su mente se enaltece en la contemplación
de las cosas divinas, se hace perezosa y de gran torpeza en las cosas
bajas y viles. Luego el don de entendimiento no se
da en todos los que están en gracia.
Contra esto: está lo que leemos en la Escritura: No saben ni
comprenden; caminan en tinieblas (Sal 81,5), y nadie que tenga la
gracia camina en tinieblas, a tenor de estas palabras: El que me
siga no caminará en la oscuridad (Jn 8,12). Nadie, pues, que esté
en gracia carece del don de entendimiento.
Respondo: Es necesario que cuantos poseen la
gracia tengan también rectitud de voluntad, porque la gracia
prepara la voluntad del hombre para el bien, como afirma San
Agustín. La voluntad no puede ir, sin embargo,
encaminada hacia el bien si no preexiste algún conocimiento de la
verdad, pues su objeto es el bien captado por el entendimiento, como
expone el Filósofo en III De An.. Y así como el
don de caridad del Espíritu Santo dispone la voluntad para orientarse
directamente hacia un bien sobrenatural, así también, por el don de
entendimiento, ilustra la mente humana para que conozca la verdad
sobrenatural, hacia la cual debe ir orientada la voluntad recta. Por
eso, como el don de caridad se da en cuantos tienen la gracia
santificante, se da también el don de entendimiento.
A las objeciones:
1. Hay quienes, teniendo la gracia
santificante, pueden ser tardos en cosas que no son necesarias para la
salvación. Mas respecto de lo necesario para la salvación son
suficientemente instruidos por el Espíritu Santo, a
tenor de las palabras de 1 Jn 2,27: Su unción os enseña acerca de
todas las cosas.
2. Aunque no todos los que poseen
la fe entienden plenamente lo que se les propone para creer,
entienden, sin embargo, que deben creerlas y que por nada se deben
apartar de ellas.
3. El don de entendimiento nunca
es sustraído a los santos en lo que concierne a las cosas necesarias
para la salvación. Por lo que respecta, en cambio, a otras cosas, se
les sustrae a veces, de manera que con su inteligencia no pueden
penetrar con claridad en todas las cosas para que no haya motivo de
soberbia.
Artículo 5:
¿Tienen el don de entendimiento incluso quienes no tienen la gracia
santificante?
lat
Objeciones por las que parece que el don de entendimiento lo tienen
incluso quienes no tienen la gracia santificante:
1. Comentando San Agustín las palabras del salmo: Mi alma se
consume deseando tus juicios en todo tiempo, dice que vuela el
entendimiento y le sigue el afecto tardo o nulo. Ahora bien, en cuantos tienen la gracia santificante la prontitud del
afecto se da en la voluntad. Puede darse, por tanto, el don de
entendimiento en quienes no tienen la gracia santificante.
2. Se escribe en Daniel (10,1) que la inteligencia es
necesaria en la visión profética, y por eso parece que no hay
profecía sin el don de entendimiento. La profecía, en cambio, puede
darse sin la gracia santificante, como se ve en San Mateo (Mt
7,22-23), donde a aquellos que dicen profetizamos en tu nombre
se les responde: nunca os conocí. Puede, pues, darse el don de
entendimiento sin la gracia santificante.
3. El don de entendimiento corresponde a la virtud de la
fe, conforme al texto de Isaías en otra versión: Si no creyereis,
no entenderéis (7,9). Pero la fe puede darse sin
la gracia santificante. Luego también el don de entendimiento.
Contra esto: están las palabras del Señor: Todo el que aprende del
Padre y escucha su enseñanza viene a mí (Jn 6,45). Ahora bien, por
el entendimiento aprendemos o penetramos lo que oímos, como enseña San
Gregorio en I Moral.. Luego todo el que tiene
el don de entendimiento se llega a Cristo, hecho que no ocurre sin la
gracia santificante. En consecuencia, el don de entendimiento no se da
sin la gracia santificante.
Respondo: Como ya hemos expuesto en 1-2 q.68
a.1, 2 et 3, los dones del Espíritu Santo perfeccionan el alma
haciéndola dócil a la moción del mismo Espíritu. Por eso se puede
decir que la luz intelectual es don del entendimiento, en cuanto que
el entendimiento del hombre queda bien dispuesto por la moción del
Espíritu Santo. Ahora bien, esa docilidad se aprecia en que el hombre
capta bien la verdad respecto del fin. Por eso, si el entendimiento
humano no es movido por el Espíritu Santo para conseguir una recta
aprehensión del fin, es señal de que no ha recibido aún el don de
entendimiento, aunque bajo la luz del Espíritu tenga conocimiento de
otras cosas que son preámbulos para la fe. Tiene, en cambio, recta
estimación del último fin solamente quien no yerra sobre el mismo,
sino que se adhiere a él como a sumo bien, y eso es exclusivo de quien
tiene la gracia santificante, del mismo modo que en las cosas morales
tiene una recta apreciación del fin quien tiene el hábito virtuoso.
Por eso solamente tiene el don de entendimiento quien tiene la gracia
santificante.
A las objeciones:
1. San Agustín llama entendimiento
a toda ilustración intelectual. Pero ésta no llega a la razón
específica de don hasta que el espíritu del hombre no sea movido a
obtener recta apreciación del fin.
2. La inteligencia necesaria para
la profecía es una ilustración de la mente sobre las cosas reveladas a
los profetas. Mas no es la ilustración de la razón sobre la justa
apreciación del último fin, apreciación que corresponde al don de
entendimiento.
3. La fe implica solamente
asentimiento a las verdades que se le proponen. La inteligencia, en
cambio, implica una percepción de la verdad que no puede versar sobre
el fin, a no ser en quien tiene la gracia santificante, como hemos
expuesto. No hay, pues, paridad entre el entendimiento y la
fe.
Artículo 6:
¿Se distingue el don de entendimiento de los otros
dones?
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Objeciones por las que parece que el don de entendimiento no se
distingue de los otros dones:
1. A opuestos idénticos corresponden realidades también idénticas.
Ahora bien, según enseña San Gregorio en II Moral., a la sabiduría se opone la necedad; la estupidez, al entendimiento; la precipitación, al consejo; la ignorancia, a la ciencia. Mas no parece que haya distinción entre la necedad, la estupidez, la precipitación y la ignorancia. No parece, pues, que la haya tampoco entre el entendimiento y los demás dones.
2. El entendimiento, virtud intelectual, se distingue de las
demás virtudes intelectuales en el hecho específico de que su función
es conocer los principios en sí evidentes. Ahora bien, el don de
entendimiento no tiene por objeto esos principios en sí evidentes, ya
que para conocer algo en el plano natural es suficiente el hábito
natural de los primeros principios; para las cosas sobrenaturales, en
cambio, es suficiente la fe, puesto que los artículos de la fe son
como los primeros principios en la esfera del conocimiento
sobrenatural, como queda dicho (
q.1 a.7). Luego el don de
entendimiento no se distingue de los demás dones intelectuales.
3. Todo conocimiento intelectual es o especulativo o
práctico. Pero el don de entendimiento, según lo expuesto (
a.3),
abarca las dos cosas. No se distingue, por lo tanto, de los demás
dones intelectuales, sino que los abarca a todos.
Contra esto: está el hecho de que las cosas enumeradas conjuntamente
deben ser de alguna manera distintas entre sí, ya que la distinción es
el principio del número. Pues bien, en Isaías vemos (Is 11,2-3) que el
don de entendimiento aparece enumerado juntamente con los demás dones.
Luego se distingue de ellos.
Respondo: Es evidente la distinción entre el
don de entendimiento y los dones de piedad, fortaleza y temor; el de
entendimiento pertenece a la potencia cognoscitiva; los otros tres, a
la apetitiva. No es, en cambio, tan evidente la diferencia entre el
don de entendimiento y los otros que pertenecen también a la potencia
cognoscitiva, es decir, los de sabiduría, ciencia y consejo. Hay
quienes piensan que el de entendimiento se distingue de
los dones de sabiduría y de consejo porque estos dos corresponden al
conocimiento práctico; aquél, en cambio, al especulativo. Se
distingue, no obstante, del don de sabiduría, que se refiere también
al conocimiento especulativo, porque a la sabiduría corresponde el
juicio, y al entendimiento la capacidad de percepción de las cosas que
se le proponen o de la penetración íntima de las
mismas. A tenor de esto hemos reseñado más arriba (
1-2 q.68 a.4) el
número de los dones. Pero si nos fijamos bien, el don de entendimiento
no se refiere solamente a la especulación, sino también a lo operable,
como queda dicho (
a.3); la sabiduría, por su parte, comprende también
ambas cosas, como se dirá luego (
q.9 a.3). Por lo tanto
hay que establecer otra base de distinción de los dones.
Efectivamente, estos cuatro dones de que hablamos se ordenan al
conocimiento sobrenatural, que tiene su base en la fe. Ahora bien, en
palabras del Apóstol, la fe viene de la predicación (Rom
10,17), y, por lo tanto, al hombre se le deben proponer algunas cosas
para creerlas; no como cosas vistas, sino como oídas, para que les
preste su asentimiento. Por otra parte, la fe, primera y
principalmente, es acerca de la Verdad primera; secundariamente, sobre
cosas que conciernen a las criaturas; y por último se extiende también
a la dirección de las acciones humanas en cuanto que actúa por la
caridad, como hemos dicho (a.3; q.4 a.2 ad 3). En consecuencia,
son dos las cosas que se requieren de nuestra parte respecto de lo que
se nos propone para creer. Primero: que sean penetradas y captadas por
el entendimiento, y ésta es función del don de entendimiento. Segunda:
que el hombre se forme de ellas un juicio recto, hasta el punto de
considerar buena la adhesión a las mismas, y que se deben rechazar los
errores opuestos. Este juicio, cuando se refiere a las cosas divinas,
corresponde en realidad al don de sabiduría; al don de ciencia, si se
trata cosas creadas; al don de consejo, cuando se propone su
aplicación a las acciones singulares.
A las objeciones:
1. La distinción que acabamos de
hacer de los cuatro dones se corresponde con la que hace San Gregorio
de sus vicios opuestos. A la agudeza se opone el embotamiento. Por
semejanza se dice que es aguda una inteligencia cuando puede penetrar
hasta lo más profundo de las cosas que se le proponen. Se da, en
cambio, el embotamiento cuando la mente es incapaz de penetrar en lo
íntimo de las cosas. Por otra parte, se califica como necio al que
juzga torcidamente sobre el fin común de la vida. Por eso se opone a
la sabiduría, que juzga rectamente sobre la causa universal. La
ignorancia incluye también cierto defecto de la mente respecto de lo
particular. Y en eso estriba su oposición a la ciencia, que permite al
hombre rectitud de juicio sobre las causas particulares, que son las
criaturas. Finalmente, la precipitación se opone al consejo, que hace
que el hombre proceda a obrar sin previa deliberación de la
razón.
2. El don de entendimiento versa
sobre los primeros principios del conocimiento gratuito, pero de
manera distinta que la fe. A la fe atañe adherirse a ellos; al don de
entendimiento, en cambio, penetrar con la mente las verdades
propuestas.
3. El don de entendimiento
pertenece al conocimiento especulativo y al práctico, no en cuanto al
juicio, sino en cuanto a la aprehensión que hace para comprender lo
que se dice.
Artículo 7:
¿Corresponde al don de entendimiento la sexta bienaventuranza:
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios»?
lat
Objeciones por las que parece que al don de entendimiento no
corresponde la sexta bienaventuranza: Bienaventurados los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8):
1. La pureza de corazón parece que corresponde, sobre todo, a la
voluntad. Ahora bien, el don de entendimiento pertenece no a la
voluntad, sino más bien a la facultad intelectual. Luego esa
bienaventuranza no corresponde al don de entendimiento.
2. Además, leemos en los Hechos que el Espíritu Santo purificó sus
corazones con la fe (Act 15,9). Pues bien, la purificación del corazón se adquiere con la limpieza del mismo. Luego la
bienaventuranza referida pertenece más a la virtud de la fe que al don
de entendimiento.
3. Los dones del Espíritu Santo perfeccionan al hombre en
la vida presente. Pero la visión de Dios no pertenece a la vida
presente, ya que, como hemos expuesto (
1 q.12 a.1;
1-2 q.3 a.8), ella
misma nos hace bienaventurados. Luego la sexta bienaventuranza, que
contiene la visión de Dios, no pertenece al don de
entendimiento.
Contra esto: está la afirmación de San Agustín en el libro De Serm.
Dom. in monte: La sexta operación del Espíritu Santo, que es el don de
entendimiento, es propia de los limpios de corazón, los cuales,
purificados los ojos, pueden ver lo que el ojo no vio.
Respondo: La sexta bienaventuranza, lo mismo
que las demás, expresa dos cosas: una, como mérito, que es la pureza
de corazón; otra, como premio, y es la visión de Dios, como hemos
expuesto (
1-2 q.69 a.2). Las dos cosas pertenecen, en cierto modo, al
don de entendimiento. Hay, en efecto, una doble pureza. Una, en
verdad, preliminar y disposición para la visión de Dios, y que
consiste en la depuración de la voluntad de todo tipo de afecto
desordenado. Esa pureza de corazón se logra por las virtudes y los
dones propios de la voluntad. La otra, en cambio, es como un
complemento para la visión divina. Se trata de una pureza de la mente
depurada de los fantasmas y de los errores, de tal manera que no
reciba las cosas de Dios en forma de imágenes corporales ni de
perversiones heréticas. Esta pureza es obra del don de entendimiento.
Hay, igualmente, una doble visión de Dios. Una, perfecta, en la cual
se ve la esencia divina. La otra, imperfecta, en la cual, aunque no
veamos qué sea Dios, vemos, sin embargo, qué no es. En esta vida
conocemos tanto más perfectamente a Dios cuanto mejor comprendemos que
sobrepasa todo lo que comprende el entendimiento. Y una y otra visión
corresponden al don de entendimiento: la primera, al don de
entendimiento consumado, como se dará en la patria; la segunda, al don
de entendimiento incoado, como se da en el estado de
vía.
A las objeciones: De todo ello se deduce claramente la
respuesta a las objeciones. Las dos primeras parten de la misma clase
de purificación del corazón. La tercera, en cambio, es válida para la
visión perfecta de Dios. Pero los dones, como ya hemos expuesto (
1-2 q.69 a.2), nos perfeccionan, en esta vida, con una perfección incoada;
en la otra, llegarán a su perfección completa.
Artículo 8:
Entre los frutos, ¿corresponde la fe al don de entendimiento?
lat
Objeciones por las que parece que entre los frutos la fe no
corresponde al don de entendimiento:
1. El entendimiento es, en verdad, fruto de la fe. Así lo afirma una
versión de Isaías (7,9): Si no creyereis, no entenderéis, donde nosotros leemos: si no tuviereis fe, no
permaneceréis. La fe, pues, no es fruto del entendimiento.
2. Lo que es primero no es fruto de lo que viene después.
Ahora bien, parece que la fe es anterior al entendimiento, porque es
la base de todo el edificio espiritual, según lo expuesto (
q.4 a.7;
1-2 q.67 a.2 ad 2;
q.89 a.2 ad 2). Luego la fe no es fruto del
entendimiento.
3. Los dones que corresponden al entendimiento son,
numéricamente, más que los que pertenecen a la voluntad. Pues bien,
entre los frutos, solamente uno, la fe, aparece atribuido al
entendimiento; los demás, a la voluntad. No parece, pues, que la fe
corresponda mejor al don de entendimiento que al de sabiduría o al de
ciencia o consejo.
Contra esto: está el hecho de que el fin de cada cosa es el fruto de la
misma. Ahora bien, parece que el don de entendimiento va ordenado a la
certeza de la fe, como fruto, ya que dice la Glosa, sobre el texto de Gál 5,22, que la fe como fruto es la certeza sobre las cosas invisibles. Luego entre los frutos, la fe corresponde al don de entendimiento.
Respondo: Como hemos expuesto al hablar de los
dones (
1-2 q.70 a.1), los frutos del Espíritu Santo son ciertas
realidades últimas y deleitables que se dan en nosotros provenientes
del Espíritu Santo. Ahora bien, lo último y deleitable tiene razón de
fin, y el fin es el objeto propio de la voluntad. Por eso, lo último y
deleitable en el plano de la voluntad debe ser, de alguna manera,
fruto de cuanto corresponde a las actividades de las demás potencias.
De ahí que el don o la virtud que perfecciona una potencia puede
ofrecer doble fruto: uno, propio de esa potencia; otro, como último,
propio de la voluntad. En consecuencia, debemos concluir que al don de
entendimiento corresponde, como fruto propio, la fe, es decir, la
certeza de la fe; pero como fruto último le corresponde el
gozo, el cual atañe a la voluntad.
A las objeciones:
1. El entendimiento es fruto de la
fe virtud. Mas no es ése el sentido en el que se toma la fe cuando se
habla del fruto, sino de una certeza especial de la fe, a la que llega
el hombre por el don de entendimiento.
2. La fe puede preceder totalmente
al entendimiento. El hombre, es cierto, no puede asentir, creyendo, a
algunas verdades si no las entiende de alguna manera. Sin embargo, la
perfección del entendimiento sigue a la fe en cuanto virtud, y esa
perfección del entendimiento conlleva una certeza especial de la
fe.
3. El fruto del conocimiento
práctico no puede residir en él, porque ese conocimiento no es fin en
sí mismo, sino que se ordena a otra cosa. El conocimiento
especulativo, en cambio, tiene en sí mismo su fruto, es decir, la
certeza de las cosas sobre las que versa. Por eso, al don de consejo,
propio del conocimiento práctico, no corresponde fruto alguno propio.
En cambio, a los dones de sabiduría, de entendimiento y de ciencia,
que pueden entrar también en la escala del conocimiento especulativo,
corresponde un solo fruto, que es la certeza expresada con el nombre
de fe. Se asignan, ciertamente, más frutos a la voluntad, porque, como
hemos expuesto, la razón de fin, implicada en la palabra fruto,
pertenece más a la parte apetitiva que a la intelectual.