Artículo 1:
¿Se distinguen las bienaventuranzas de los dones y de las
virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que las bienaventuranzas no se
distinguen de las virtudes y de los dones.
1. San Agustín, en el libro De serm.Dom. in monte, atribuye las bienaventuranzas enumeradas por San Mateo, 5,3ss, a los dones del Espíritu Santo; y San Ambrosio, en Super Lucam, atribuye las bienaventuranzas allí enumeradas a las cuatro virtudes cardinales. Luego las bienaventuranzas no se distinguen de las virtudes y de los dones.
2. La voluntad humana no tiene más que dos reglas, a saber: la razón
y la ley eterna, según se ha visto anteriormente (
q.19 a.3.4;
q.21 a.1). Pero las virtudes perfeccionan al hombre en orden a la razón; y
los dones, en orden a la ley eterna del Espíritu Santo, según consta
por lo dicho (
q.68 a.1.3ss). Luego, fuera de las virtudes y de los
dones, no puede haber otra cosa alguna perteneciente a la rectitud de
la voluntad humana. Por ende, las bienaventuranzas no se distinguen de
ellos.
3. En la enumeración de las bienaventuranzas se ponen la mansedumbre,
la justicia y la misericordia, que se tienen por virtudes. Luego las
bienaventuranzas no se distinguen de las virtudes y de los
dones.
Contra esto: hay ciertas cosas que se enumeran entre las
bienaventuranzas, que no son virtudes ni dones, tales como la pobreza,
el llanto y la paz. Luego las bienaventuranzas se distinguen de las
virtudes y de los dones.
Respondo: Como se ha dicho anteriormente (
q.2 a.7;
q.3 a.1), la bienaventuranza es el último fin de la vida humana.
Ahora bien, se dice que uno ya tiene el fin por la esperanza de
conseguirlo. De ahí que diga el Filósofo, en el libro I
Ethic., que
a los niños se les llama dichosos
por la esperanza; y San Pablo dice, en Rom 8,24:
En esperanza
estamos salvos. Pero la esperanza de conseguir el fin surge cuando
uno se mueve convenientemente hacia el fin y se acerca a él, lo cual
se realiza mediante alguna acción. Y hacia el fin de la
bienaventuranza se mueve y acerca uno por las obras de las virtudes; y
principalmente por las obras de los dones, si se trata de la
bienaventuranza eterna, para lo cual no basta la razón, sino que a
ella induce el Espíritu Santo, para cuya obediencia y seguimiento
somos perfeccionados por los dones. Por consiguiente, las
bienaventuranzas se distinguen de las virtudes y de los dones, no como
hábitos distintos, sino como los actos se distinguen de los
hábitos.
A las objeciones:
1. San Agustín y San Ambrosio
atribuyen las bienaventuranzas a los dones y a las virtudes como los
actos se atribuyen a los hábitos. Pero los dones son superiores a las
virtudes cardinales, según se ha dicho anteriormente
(
q.68 a.8). Por eso San Ambrosio, exponiendo las bienaventuranzas
propuestas a las turbas, las atribuye a las virtudes cardinales,
mientras que San Agustín, exponiendo las bienaventuranzas propuestas a
los discípulos en la montaña, como a hombres más perfectos, las
atribuye a los dones del Espíritu Santo.
2. Aquella razón prueba que no hay
otros hábitos que rectifiquen la vida humana fuera de las virtudes y
los dones.
3. La mansedumbre se toma en la
objeción por el acto de mansedumbre; y lo mismo la justicia y la
misericordia. Y aunque éstas parezcan virtudes, se atribuyen, sin
embargo, a los dones, porque también los dones perfeccionan al hombre
acerca de toda la materia en que perfeccionan las virtudes, según
queda dicho (
q.68 a.2).
Artículo 2:
¿Pertenecen a esta vida los premios que se atribuyen a las
bienaventuranzas?
lat
Objeciones por las que parece que los premios que se atribuyen a las
bienaventuranzas no pertenecen a esta vida.
1. A algunos se les llama bienaventurados por la esperanza de los
premios, según queda dicho (
a.1). Pero el objeto de la esperanza es la
bienaventuranza futura. Luego estos premios pertenecen a la vida
futura.
2. En Lc 6,25, se señalan penas en oposición a las bienaventuranzas,
cuando se dice: ¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos,
porque tendréis hambre! ¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque
gemiréis y lloraréis! Pero estas penas no se entienden en esta
vida, ya que frecuentemente los hombres no son castigados en esta
vida, según aquello de Job 21,13: Pasan los días
placenteramente. Luego tampoco los premios de las bienaventuranzas
pertenecen a esta vida.
3. El reino de los cielos, que se asigna como premio a la pobreza, es
la bienaventuranza celeste, según dice San Agustín, en el libro XIX De civ. Dei. Asimismo, la plena saciedad no se
logra sino en la otra vida, según aquello de Sal 16,15: Sacíeme al
despertarme de tu gloria. También la visión de Dios y la
manifestación de la filiación divina pertenecen a la vida futura,
según aquello de 1 Jn 3,2: Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que cuando aparezca,
seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. Luego
aquellos premios pertenecen a la vida futura.
Contra esto: dice San Agustín, en el libro De serm. Dom. in
monte: Ciertamente estas cosas pueden cumplirse
en esta vida, como creemos que se cumplieron en los apóstoles.
Porque aquella total mudanza en forma angélica, que se promete después
de esta vida, no puede explicarse con palabras.
Respondo: Sobre estos premios, los expositores
de la Sagrada Escritura han hablado de modos diversos. Unos, como San
Ambrosio, en
Super Lucam, dicen que todos estos
premios pertenecen a la vida futura. San Agustín, en cambio,
dice que pertenecen a la vida presente. San Juan
Crisóstomo, a su vez, dice, en sus
Homilías, que
unos pertenecen a la vida futura y otros a la presente.
Para el esclarecimiento de ello hay que considerar que la esperanza
de la bienaventuranza futura puede darse en nosotros de dos modos.
Uno, por cierta preparación o disposición para la bienaventuranza
futura, lo que es a modo de mérito. Otro, por cierta incoación
imperfecta de la bienaventuranza futura en los varones santos, incluso
en esta vida. Pues una es la esperanza que se tiene de la
fructificación del árbol cuando reverdecen sus ramas, y otra cuando ya
empiezan a aparecer los primeros frutos.
Así, pues, aquellas cosas que en las bienaventuranzas se señalan como
méritos, son ciertas preparaciones o disposiciones para la
bienaventuranza, perfecta o incoada. Mas las cosas que se señalan como
premios, pueden ser o la misma bienaventuranza perfecta, y en este
sentido pertenecen a la vida futura, o cierta incoación de la
bienaventuranza, tal como se da en los varones perfectos;
y en este sentido los premios pertenecen a la vida
presente. Pues cuando uno empieza a progresar en los actos de las
virtudes y de los dones, se puede esperar de él que llegue a la
perfección de esta vida y a la de la patria.
A las objeciones:
1. La esperanza es de la
bienaventuranza futura, como de fin último; puede ser también del
auxilio de la gracia, como de aquello que conduce al fin, conforme a
lo del Sal 27,7: En Dios esperó mi corazón y fui
socorrido.
2. Los malos, aunque a veces no
padezcan penas temporales en esta vida, las padecen, sin embargo,
espirituales. De ahí que diga San Agustín, en el libro I Confess.: Lo mandaste, Señor, y así se verifica,
que el alma desordenada sea pena para sí. Y el Filósofo dice de
los malos, en el libro IX Ethic., que su
alma lucha consigo misma, pues esto la atrae hacia acá y aquello hacia
allá; y luego concluye: si ser malo hace ser
tan miserable, se ha de evitar con todo empeño la malicia. De modo
parecido, por el contrario, a los buenos, aunque en esta vida a veces
no tengan premios corporales, nunca les faltan, sin embargo, los
bienes espirituales, incluso en esta vida, según aquello de Mt 19,29,
y Me 10,30: Recibiréis el ciento por uno incluso en este
siglo.
3. Todos aquellos premios se
consumarán perfectamente en la vida futura; pero, entretanto, ya en
esta vida empiezan a disfrutarse de algún modo. Porque como reino de
los cielos, según dice San Agustín, puede entenderse
el principio de la sabiduría perfecta por el que empieza a reinar en
los hombres el espíritu. Posesión de la tierra significa el buen
afecto del alma cuyo deseo descansa en la estabilidad de la herencia
perpetua, significada por la tierra. Son consolados en esta vida
participando del Espíritu Santo, que se llama Paráclito, esto
es, Consolador. Son también saciados en esta vida con
aquel alimento de que habla el Señor, Jn 4,34: Mi comida es hacer
la voluntad de mi Padre. También en esta vida consiguen los
hombres la misericordia de Dios. E igualmente aquí, purificado el ojo
por el don de entendimiento, puede ser Dios visto de algún modo.
Asimismo, quienes en esta vida calman sus movimientos, asemejándose a
Dios, son llamados hijos de Dios. Todo esto, no obstante, se
realizará más perfectamente en la patria.
Artículo 3:
¿Es adecuada la enumeración de las bienaventuranzas?
lat
Objeciones por las que parece que la enumeración de las
bienaventuranzas no es adecuada.
1. Las bienaventuranzas se atribuyen a los dones, según queda dicho
(
a.1 ad 1). Pero algunos de los dones pertenecen a la
vida contemplativa, a saber: la sabiduría y el entendimiento, y, sin
embargo, ninguna bienaventuranza se pone en el acto de contemplación,
sino que todas se refieren a la vida activa. Luego la enumeración de
las bienaventuranzas es insuficiente.
2. A la vida activa pertenecen no sólo los dones ejecutivos, sino
también dones directivos, como la ciencia y el consejo. Sin embargo,
entre las bienaventuranzas no se pone nada que parezca pertenecer
directamente a los actos de ciencia o de consejo. Luego la enumeración
de las bienaventuranzas es insuficiente.
3. Entre los dones ejecutivos en la vida activa se pone el temor como
perteneciente a la pobreza; y la piedad parece pertenecer a la
bienaventuranza de la misericordia. Pero nada se pone como
perteneciente a la fortaleza directamente. Luego la enumeración de las
bienaventuranzas es insuficiente.
4. En la Sagrada Escritura se mencionan otras muchas
bienaventuranzas. Así, en Job 5,17, se dice: Dichoso el hombre a
quien castiga Dios; y en el Sal 1,1: Bienaventurado el varón
que no anda en consejo de impíos; y en Prov 3,13: Bienaventurado el varón que alcanza la sabiduría. Luego la
enumeración de las bienaventuranzas es insuficiente.
Contra esto: la enumeración parece excesiva, porque:
1. Los dones del Espíritu Santo son siete; y, sin embargo, se señalan
ocho bienaventuranzas.
2. En Lc 6,20ss se enumeran solamente cuatro bienaventuranzas. Luego
es superfluo enumerar siete u ocho en Mt 5,3ss.
Respondo: La enumeración de las
bienaventuranzas está hecha del modo más conveniente. Para poder verlo
hay que considerar que algunos señalaron una triple
bienaventuranza, pues unos cifraron la bienaventuranza en la vida
voluptuosa; otros, en la vida activa; y otros, finalmente, en la vida
contemplativa. Pero estas tres bienaventuranzas guardan diversa
relación con la bienaventuranza futura, cuya esperanza nos hace aquí
dichosos. Pues la felicidad voluptuosa, por ser falsa y contraria a la
razón, es impedimento de la bienaventuranza futura. En cambio, la
felicidad de la vida activa dispone para la bienaventuranza futura. Y
la felicidad contemplativa, si es perfecta, constituye esencialmente
la misma bienaventuranza futura; y, si es imperfecta, es cierta
incoación de la misma.
Por eso el Señor puso en primer lugar ciertas bienaventuranzas que
apartan lo que es el obstáculo de la felicidad voluptuosa. Pues la
vida voluptuosa consiste en dos cosas. Primera, en la abundancia de
bienes exteriores, bien sean riquezas, bien sean honores. De ellos se
retrae el hombre por la virtud, usando moderadamente de ellos, y de
modo más excelente por el don, que le inclina a despreciarlos
totalmente. De ahí que se ponga como primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, lo cual puede referirse o
al desprecio de las riquezas o al desprecio de los honores, que
realiza la humildad. La segunda cosa en que consiste la vida
voluptuosa es seguir las propias pasiones, tanto del apetito irascible
como del apetito concupiscible. Del seguimiento de las pasiones del
apetito irascible retrae al hombre la virtud, para que no se exceda en
ellas, según la regla de la razón; y de modo aún más excelente lo hace
el don, hasta el punto de lograr plena tranquilidad en conformidad con
la voluntad divina. De ahí que se ponga como segunda bienaventuranza:
Bienaventurados los mansos. Y del seguimiento de las pasiones
del apetito concupiscible retrae la virtud, haciendo usar
moderadamente de ellas, y el don, renunciando a ellas totalmente si
fuere necesario, e incluso optando, si fuese necesario, por el llanto
voluntario. De ahí que se ponga como tercera bienaventuranza: Bienaventurados los que lloran.
La vida activa consiste principalmente en dar cosas a los demás, sea
como debidas o como beneficio espontáneo. A lo primero nos dispone la
virtud para que no rehusemos dar al prójimo lo que le debemos, lo cual
pertenece a la justicia. Mas el don nos mueve a eso mismo con un
afecto más abundante, de modo que cumplamos las obras de justicia con
ferviente deseo, al modo como el hambriento y el
sediento apetecen con ferviente deseo la comida y la bebida. De ahí
que se ponga como cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia. En cuanto a las donaciones
espontáneas, la virtud nos perfecciona para que demos cosas a aquellos
a quienes nos dicta la razón que debemos darlas, como a los amigos y
otras personas allegadas, lo cual pertenece a la virtud de la
liberalidad; pero el don, por la reverencia a Dios, no se fija más que
en la necesidad de aquellos a quienes hace beneficios gratuitos. De
ahí que se diga en Lc 14,12-13: Cuando hagas una comida o una cena,
no llames a tus amigos ni a tus hermanos, etc., sino llama a
los pobres y débiles, etcétera, lo cual es propiamente tener
misericordia. Por eso se pone como quinta bienaventuranza: Bienaventurados los misericordiosos.
Las cosas pertenecientes a la vida contemplativa, o son la misma
bienaventuranza final o algún comienzo de ella. Por eso no se ponen en
las bienaventuranzas como méritos, sino como premios. Pero se ponen
como méritos los efectos de la vida activa con los cuales se dispone
el hombre para la vida contemplativa. Ahora bien, entre los efectos de
la vida activa, en cuanto a las virtudes y dones que perfeccionan al
hombre en sí mismo, está la pureza de corazón, de modo que la mente
del hombre no se manche con las pasiones. De ahí que se ponga como
sexta bienaventuranza: Bienaventurados los limpios de corazón y
en cuanto a las virtudes y dones que perfeccionan al hombre en
relación con el prójimo, el efecto de la vida activa es la paz, según
aquello de Is 32,17: La paz será obra de la justicia. De ahí
que se ponga como séptima bienaventuranza: Bienaventurados los
pacíficos.
A las objeciones:
1. Los actos de los dones
pertenecientes a la vida activa se expresan en los mismos méritos, y
los pertenecientes a la vida contemplativa se expresan en los premios,
por la razón ya dicha. Pues ver a Dios corresponde al don de
entendimiento; y conformarse a Dios por cierta filiación adoptiva
pertenece al don de sabiduría.
2. En lo referente a la vida
activa, el conocimiento no se busca por sí mismo, sino por la
operación, con lo cual está también de acuerdo el Filósofo, en el
libro II Ethic. Y como la bienaventuranza se
refiere a algo último, no se cuentan entre las bienaventuranzas los
actos de los dones directivos en la vida activa, tal como el
aconsejar, que es acto propio del consejo, y el juzgar, que es acto
propio de la ciencia, sino que se les atribuyen más bien los actos
operativos en que dirigen, como a la ciencia se le atribuye el llanto
y al consejo la misericordia.
3. En la atribución de las
bienaventuranzas a los dones pueden considerarse dos cosas. Una es la
conformidad de materia, y en este sentido, las cinco primeras
bienaventuranzas pueden atribuirse a la ciencia y al consejo como
directivos. Pero se distribuyen entre los dones ejecutivos de modo que
el hambre y sed de justicia, y también la misericordia, pertenecen a
la piedad, que perfecciona al hombre en relación con los demás; la
mansedumbre pertenece a la fortaleza, pues dice San Ambrosio, en Super Lucam, que es propio de la fortaleza
vencer la ira y cohibir la indignación, puesto que versa sobre las
pasiones del irascible; mas la pobreza y el llanto pertenecen al don
de temor, por el que el hombre se retrae de las codicias y placeres
del mundo. Otra cosa que podemos considerar en estas bienaventuranzas
son sus propios motivos; y entonces, por parte de ellos, es necesario
que la atribución sea distinta. Pues a la mansedumbre mueve
principalmente la reverencia a Dios, que pertenece al don de piedad.
Al llanto mueve principalmente la ciencia, por la cual conoce el
hombre sus defectos y los de las cosas mundanas, según aquello de Ecl
1,18: Creciendo el saber, crece el dolor. Al hambre de las
obras de justicia mueve principalmente la fortaleza de alma. A la
misericordia mueve principalmente el consejo de Dios, según aquello de
Dan 4,24: ¡Oh rey!, sírvete aceptar mi consejo: redime tus pecados
con justicia y tus iniquidades con misericordia a los pobres. Y
éste es el modo de atribución que sigue San Agustín en el libro De
serm. Dom. in monte.
4. Todos las bienaventuranzas que
se mencionan en la Sagrada Escritura necesariamente se reducen a
éstas, bien en cuanto a los méritos o bien en cuanto a los premios,
porque todas pertenecen necesariamente de algún modo o a la vida
activa o a la vida contemplativa. Por lo que aquello de: Dichoso el
hombre a quien Dios castiga pertenece a la bienaventuranza del
llanto. Aquello otro de: bienaventurado el varón que no anda en
consejo de impíos pertenece a la pureza de corazón. Y aquello de:
bienaventurado el que alcanza la sabiduría pertenece al premio
de la séptima bienaventuranza. Lo mismo es fácil ver respecto de todas
las demás que puedan aducirse.
5. La octava bienaventuranza es un
afianzamiento y manifestación de todas las anteriores, pues por el
hecho de estar uno afianzado en la pobreza de espíritu, en la
mansedumbre y en todas las demás, resulta que no se aparte de estos
bienes por ninguna persecución. De ahí que la octava bienaventuranza
pertenezca de algún modo a las siete precedentes.
6. San Lucas narra, en 6,17, el
sermón del Señor como dirigido a las turbas; por eso enumera las
bienaventuranzas según la capacidad de las turbas, que no conocían más
que la bienaventuranza voluptuosa, temporal y terrena. De ahí que el
Señor excluya en las cuatro bienaventuranzas cuatro cosas que parecen
pertenecer a dicha bienaventuranza. La primera es la abundancia de
bienes exteriores, que se excluye por aquello de: Bienaventurados
los pobres. La segunda es el bienestar corporal en la comida,
bebida y cosas así, que se excluye por aquello de: Bienaventurados
los que tenéis hambre. La tercera es la alegría del corazón, que
se excluye, en tercer lugar, al decir: Bienaventurados los que
ahora lloráis. La cuarta es el favor exterior de los hombres, que
se excluye finalmente al decir: Bienaventurados seréis cuando os
odien los hombres. Y, como dice San Ambrosio, la pobreza pertenece a la templanza, que no busca la vida atractiva;
el hambre, a la justicia, porque quien tiene hambre compadece, y,
compadeciéndose, da; el llanto, a la prudencia, a la que pertenece
llorar lo perecedero; el padecer el odio de los hombres, a la
fortaleza.
Artículo 4:
¿Están bien enumerados los premios de las bienaventuranzas?
lat
Objeciones por las que parece que los premios de las bienaventuranzas
no están bien enumerados.
1. En el reino de los cielos, que es la vida eterna, se contienen
todos los bienes. Luego, señalado el reino de los cielos, no era
necesario señalar otros premios.
2. El reino de los cielos se pone como premio en la primera y en la
octava bienaventuranza. Luego, con la misma razón, debió ponerse en
todas las demás.
3. En las bienaventuranzas se procede ascendiendo, como dice San
Agustín. En cambio, en los premios parece que se
procede descendiendo, pues la posesión de la tierra es menos que el
reino de los cielos. Luego la enumeración de los premios no es
correcta.
Contra esto: está la autoridad del Señor, que propuso así los premios,
Mt 5,3ss; Lc 6,20ss.
Respondo: La asignación de estos premios está
hecha de modo muy conveniente, considerada la condición de las
bienaventuranzas según las tres formas de felicidad anteriormente
(
a.3) indicadas. En efecto, las tres primeras bienaventuranzas se
toman de la renuncia de aquellas cosas en que consiste la felicidad
voluptuosa, que el hombre apetece buscando lo que desea naturalmente,
no donde debe buscarla, que es en Dios, sino en las cosas temporales y
caducas. Por eso los premios de las tres primeras bienaventuranzas se
toman según aquellas cosas que algunos buscan en la felicidad terrena.
Pues los hombres buscan en las cosas exteriores, esto es, en las
riquezas y en los honores, cierta excelencia y abundancia, ambas cosas
incluidas en el reino de los cielos, con el que el hombre consigue en
Dios la excelencia y la abundancia de bienes. De ahí
que Dios haya prometido el reino de los cielos a los pobres de
espíritu. A su vez, los hombres feroces y crueles buscan lograr para
sí, mediante litigios y guerras, la seguridad para sí destruyendo a
sus enemigos. De ahí que el Señor haya prometido a los mansos la
posesión tranquila y segura de la tierra de los vivientes, con la que
se significa la estabilidad de los bienes eternos. En las
concupiscencias y placeres del mundo buscan los hombres tener consuelo
contra los trabajos de la vida presente. De ahí que el Señor haya
prometido consuelo a los que lloran.
Otras dos bienaventuranzas pertenecen a las obras de la felicidad
activa, que son las obras de las virtudes que ordenan al hombre en
relación con el prójimo, de las cuales se retraen algunos por el
desordenado amor del propio bien. De ahí que el Señor atribuya a estas
bienaventuranzas aquellos premios, por los que los hombres se apartan
de ellas. Pues algunos se retraen de las obras de justicia no pagando
lo que deben, sino tomando más bien lo ajeno, para enriquecerse en
bienes temporales. De ahí que el Señor prometa saciedad a los
hambrientos de justicia. También se retraen algunos de las obras de
misericordia para no mezclarse en las miserias ajenas. De ahí que el
Señor prometa a los misericordiosos misericordia, que los libra de
toda miseria.
Las dos últimas bienaventuranzas pertenecen a la felicidad
contemplativa o bienaventuranza, y por eso los premios se dan según la
debida proporción a las disposiciones que se ponen como méritos. Pues
la limpieza de los ojos dispone para ver claramente; de ahí que a los
de corazón puro se les prometa la visión de Dios. A su vez, establecer
la paz, bien en sí mismo, bien entre los demás hombres, manifiesta que
el hombre es imitador de Dios, que es Dios de unidad y de paz. De ahí
que se le dé como premio la gloria de la filiación divina, que
consiste en la perfecta unión con Dios por la sabiduría
consumada.
A las objeciones:
1. Como dice San Juan
Crisóstomo, todos estos premios son en realidad uno
solo, esto es, la bienaventuranza eterna, que no comprende el
entendimiento humano. Por eso fue necesario que se describiese por
diversos bienes que nos son conocidos, atendida la correspondencia a
los méritos a los que se atribuyen los premios.
2. Así como la octava
bienaventuranza es un afianzamiento de todas las demás, así se le
deben también todos los premios de las otras. Por eso vuelve al
principio para que se entienda que todos los premios se le atribuyen
consiguientemente. También cabe decir, con San Ambrosio, que a los pobres se les promete el reino de los cielos en cuanto a
la gloria del alma; y a los que padecen persecución corporal, en
cuanto a la gloria del cuerpo.
3. También los premios tienen
lugar por adición de unos a otros. En efecto, es más poseer la tierra
del reino de los cielos que tenerla simplemente, pues tenemos muchas
cosas que no poseemos firme y pacíficamente. También es más ser
consolado en el reino que tenerlo y poseerlo, pues poseemos muchas
cosas con dolor. También es más ser saciado que ser simplemente
consolado, pues la saciedad importa abundancia de consuelo. A su vez,
la misericordia excede a la saciedad, al recibir el hombre más que lo
que merece o pudiera desear. Y mayor premio es aún ver a Dios, como de
mayor dignidad goza el que en la corte del rey no sólo come, sino que
puede ver también la cara del rey. Mas la máxima dignidad en la casa
del rey la tiene el hijo del rey.