Los cazadores de cacharros : I. La paciencia y la perseverancia producen prodigios pugilísticos

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–Pero, ¿dónde es que he visto yo antes esa cara? –dijo una voz. Tony Graham, que estaba revolviendo su bolso, levantó la mirada.

–Hola, Allen –dijo–, ¿qué diablos estás haciendo aquí?

–Se me ocurrió que podía venir a boxear un rato. Si no te opones, por supuesto.

–Pero tendrías que estar en cama, enfermo y todo eso. Oí que te habías lesionado.

–Es cierto. Pero no fue gran cosa. Tropecé con mi propio pie durante un partido de fives*Juego similar al frontón. y me torcí un poco el tobillo.

–Supongo que vas a anotarte en medianos, ¿no?

–Sí.

–Yo también.

–Sí, lo leí en el Sportsman. Dice que pesas once con tres.

–En realidad es un poco más. Voy a tener que dejar los almuerzos, o deberé anotarme en pesados. ¿Y tú, cómo estás?

–Sólo once. Bueno, ojalá nos encontremos en la final.

–Ojalá –dijo Tony.

Esta conversación tuvo lugar en Aldershot*; o, para ser más precisos, en el vestuario del Queen's Avenue Gymanium en Aldershot. Del este y el oeste, del norte y el sur, desde Dan y aun desde Beersheba, los representantes de las public schools*Un internado pago para estudios secundarios. se habían reunido para boxear, hacer esgrima o realizar proezas gimnásticas por la fama y las medallas de plata. La sala contenía ejemplares de todos los tamaños y formas: pesos pesados de aspecto poderoso y gran musculatura, pesos plumas diminutos pero recios, pesos livianos, pesos medianos, esgrimistas, y gimnastas; todos por docenas, algunos con el aire inconfundible del veterano, para quien Aldershot no tenía misterios, y otros nerviosos y que bien querrían estar ya de regreso en la escuela.

Tony Graham había elegido un rincón cerca de la puerta. Ésta era su primera presentación en Aldershot. Su escuela era St. Austin's, y él era con mucho el mejor peso mediano por allí. Pero tenía toda clase de dudas con respecto a su capacidad para resistir a eventuales adversarios, y estas dudas no se aclararon cuando supo que su primo, Allen Thomson, iba a ser uno de ellos. De hecho, si no hubiese tenido una gran cuota de amor propio, bien podría haber pensado que la llegada de Allen significaba el fin de sus oportunidades.

Allen estaba en Rugby. Era hijo de un baronet que poseía muchos acres en Wiltshire y tenía la firme opinión de que el único deber de un hombre residía en convertirse en un atleta. Ambos Thomson (pues Jim, el hermano de Allen, estaba en St. Austin, en la misma Residencia que Tony) eran buenos para los deportes en la mayoría de sus formas. Jim, por su parte, nunca había sentido demasiado apego por el arte del boxeo, pero a modo de compensación Allen tenía la habilidad de dos. Era un boxeador espléndido: rápido, prolijo, científico. Había estado tres veces ya en Aldershot, una como peso pluma y dos como liviano, y en todas las ocasiones había regresado con la medalla de plata.

En cuanto a Tony, era más luchador que estratega. Cuando visitaba la casa de su tío boxeaba diariamente con Allen, y siempre llevaba la peor parte. Allen era demasiado rápido para él. Pero él era astuto con las manos. Tenía un suministro inagotable de agallas, y físicamente era duro como el metal.

–¿Cómo está tu tobillo? –preguntó.

–Bastante bien. La torcedura no fue gran cosa. Aunque no me dejó entrenar con normalidad. Debería estar debajo de los setenta. Tú andas bien, ¿no?

–Nada de que quejarme. El boxeo te pone en forma, más que el rugby o las carreras. Ya venía bien entrenado en rugby antes de empezar a prepararme para Aldershot. Pero creo que debería irme bien. ¿Tienes ideas de quién más pelea con nosotros?

–Harrow, Felsted, Wellington. Creo que eso es todo.

–¿Alguien de St. Pauls?

–No.

–Bien. Bueno, espero que el primer tipo te liquide. Tengo una objeción de conciencia contra peler contigo.

Allen rió.

–No tendrías problemas –dijo– si no fueras tan lento con tu guardia. ¿Por qué no te avivas un poco? Tienes muy buena pegada.

–Creo que voy a levantar la guardia dos segundos antes de que ataques. De paso, que no te dé ninguna falsa delicadeza acerca de arruinar mis aristocráticas facciones. Tú sabes, por eso del parentesco.

–No creo. Olvidemos antiguas alianzas. En este momento no soy Thomson. Soy Rugby.

–Perfectamente, y yo soy St. Austin. Personalmente voy a buscar el knock-out. Espero que no te moleste.

Esto sucedía en los días antes de que la Coferencia de Directores aboliese el golpe de knock-out, cuando un boxeador todavía podía dedicar sus atenciones a la mandíbula de su oponente con la conciencia tranquila.

–Probablemente sí, si lo logras –dijo Allen–. Oye, creo que en un par de minutos deberíamos ir al pesaje, y ni siquiera he comenzado a cambiarme. Qué bien, no me he traído el traje de noche ni el equipo de rugby de algún otro, como normalmente sucede en estas ocasiones festivas.

Se estaba poniendo la última bota cuando un oficial del Gimnasio apareció en la puerta.

–Todos los que van a boxear, ¿serían tan amables de prepararse para el pesaje? –dijo, ocasionando un éxodo masivo.

El Pesaje en la Competencia de Boxeo de Public Schools tiene algunos rasgos de ceremonia religiosa, pero incluso las ceremonias religiosas llegan a su fin, y al cabo de un cuarto de hora ya se había pesado a Tony y no se lo había hallado en falta*. Salió a dar un paseo de inspección.

Luego de un rato se topó con el Instructor de Gimnasia de St. Austin's, a quien no había visto desde que se separaran esa mañana, uno camino a los vestuarios y el otro en busca de un modesto refresco en el bar.

–¿Y bien, Graham?

–Hola, Dawkins. ¿A qué hora empieza el show? ¿Sabes cuándo les toca a los medianos?

–Bueno, nunca se sabe con certeza. Pueden retrasarlos un poco, o pueden ponerlos primero. No, parece que empiezan los livianos. ¿Qué número le tocó, señor?

–El uno.

–Entonces estará en la primera pareja de medianos. Después de estos dos caballeros.

"Estos dos caballeros", los primeros de los livianos, estaban ya por la mitad de un primer round de calentamiento. Tony los observó con una mezcla de interés y envidia.

–Diablos, qué rápidos que son –dijo–. Ojalá yo pudiera esquivar así –añadió.

–Bueno, la cosa está en mirar los ojos del otro. Pero los livianos son siempre más rápidos para esquivar que los más pesados. El mejor boxeo siempre está con los livianos, aunque los pluma son más rápidos para las fintas.

Poco después terminó el enfrentamiento, entre vítores y aplausos. Había sido una batalla ardorosa, y de final muy cerrado. Los jueces no se ponían de acuerdo. Luego de una breve consulta, el árbitro emitió su opinión de que en general R. Cloverdale, de Bedford, se había llevado por muy poco margen lo peor del encuentro, y que por lo tanto J. Robinson, de St. Paul's, era el vencedor. Eso fue lo que quiso decir. Lo que dijo fue:

–Gana Robinson –con tono cortante, como si estuviese discutiendo con alguien. La pareje se estrechó las manos y se retiró.

–Primer combate, pesos medianos –vibró el M.C.–. W.P. Ross (Wellington) y A.C.R. Graham (St. Austin's).

Tony y su oponente se retiraron un momento al vestuario y luego se abrieron camino entre aplausos hacia el cuadrilátero elevado que oficiaba de ring. Mr. W.P. Ross se dirigió al rincón más apartado, donde se sentó y fue vigorosamente masajeado por sus dos segundos. Tony se apropió del rincón opuesto y se sometió al mismo proceso. Siempre es placentero que alguien nos amase los brazos y las piernas como si fueran pan, y es especialmente agradable cuando estamos nerviosos. Transmite una chispa hacia toda nuestra constitución. Es a la vez grato y reconfortante, como el algo de alguien*.

Los segundos de Tony eran especímenes curiosos de la humanidad. Uno era un soldado gigantesco, muy hosco y taciturno, con una decidida inclinación hacia el pesimismo. El otro también era soldado. Era en todo sentido el opuesto de su colega. Medía aproximadamente la mitad, era pelirrojo, y bullía conversación. El otro no podía interferir con su cabello ni su tamaño, pero sí con su conversación, y cada vez que intentaba acotar algo era pronto reducido a silencio, con gran disgusto de su parte.

–Acá hay un montón de músculo, Fred –comenzó, mientras frotaba el brazo izquierdo de Tony.

–El músculo no lo es todo –dijo el otro, sombrío, y el silencio volvió a reinar.

–¿Están listos? Segundos fuera –dijo el árbitro.

–¡Tiempo!

Los dos se pararon frente a frente.

El representante de Wellington era un boxeador de agallas, pero no estaba a la altura de Tony. Luego de unos pocos intercambios este último puso manos a la obra, y desde ese momento hubo un solo hombre en el ring. En medio del segundo round el árbitro detuvo la pelea y se la dio a Tony, que salió tan fresco como había empezado, y mucho más contento y confiado.

–No nos decepcionó, Fred –comenzó el gárrulo.

–No, pero ése no era nada. Espera a que se tope con el joven Thomson. Lo vi boxear acá tres años seguidos, y nunca perdió. Tres años, te digo. Psé.

Esto podría haber deprimido a cualquier otro, pero como Tony ya sabía todo lo que había para saber sobre las habilidades de Allen con los guantes no tuvo ningún efecto sobre él.

Un sanguinario encuentro de pesados fue seguido por el primer combate entre plumas y el segundo de los livianos, y luego fue el turno de Allen de pelear con el representante de Harrow.

No fue una pelea muy excitante. Allen se tomó las cosas con calma. Sabía que no había entrenado todo lo necesario, y que no le convenía agotarse con fuegos artificiales en los calentamientos. Tenía que reservarse para la final. De modo que hizo fintas durante tres rounds ligeros con el deportista de Harrow, haciendo lo suficiente para llevar la delantera y obtener el veredicto después del último asalto. Terminó sin despeinarse siquiera. Había recibido un solo golpe fuerte, que no le había hecho daño alguno. Luego siguió una larga serie de peleas. Los pesados derramaron galones de sangre por el nombre y la fama. Los plumas dieron excelentes exhibiciones de ciencia, y las parejas de livianos se eliminaron hasta que sólo quedó por decidirse la final, entre Robinson de St. Paul's y un boxeador de Charterhouse.

Entre los medianos sólo quedaban tres competidores en carrera: Allen, Tony y un sujeto de Felsted. Echaron suertes y a Tony le tocó descansar, de modo que se dedicó a tres rounds muy poco interesantes con uno de los soldados; ninguno de ellos se fatigó demasiado. Henderson, de Felsted, resultó ser un hueso mucho más duro de roer que el primer oponente de Allen. Era un boxeador arrojado, y en el primer round sacó al parecer cierta ventaja. Allen se fue imponiendo gradualmente, ganando muchos puntos sólo con el estilo. Lo declararon vencedor, pero se sentía mucho más cansado que después de la primera pelea.

Para cuando volvió a requerirse su presencia, sin embargo, ya había tenido tiempo de sobra para recuperar el aliento. La final de los livianos se había decidido, y Robinson de St. Paul's, según es costumbre entre los paulinos, había coronado su tarea vespertina parando en seco al cartusiano en el primer round. Ahora sólo quedaban las finales de los pesados y los medianos.

Se decidió comenzar con éstos.

Tony tenía los mismos segundos que antes, y Dawkins había ido a su rincón a apoyarlo.

–La cosa –seguía diciendo– está en ir adelante siempre y agotarlo. Es demasiado rápido como para que intente usted ponerse a hacer fintas.

–Sí –dijo Tony.

–La cosa –siguió diciendo el experto– está en hacer fintas con la izquierda y darle con la derecha.

No cabe duda de que esto en la teoría era excelente, pero Tony presentía que cuando intentase ponerlo en práctica Allen podía llegar a tener otros planes y ejecutarlos primero.

–¿Están listos? Segundos fuera del ring... ¡Tiempo!

–Vamos, señor, dele duro –susurró el pelirrojo mientras Tony se levantaba de su sitio.

Allen se presentó con el aire de quien está satisfecho de las cosas en general. Dedicó a Tony una sonrisa de primo mientras se daban la mano. Tony no le respondió. Estaba preocupado, y se preguntaba si lograría sacar a relucir su knock-out antes de que terminasen los tres rounds. Tenía sus dudas.

La pelea comenzó lenta. Ambos eran cautos, porque cada uno conocía los poderes del otro. De pronto, justo cuando Tony estaba considerando un ataque, Allen cayó sobre él como un rayo. Un directo de izquierda entre los ojos, una derecha en un costado de la cabeza, y una segunda izquierda exactamente en la punta de la nariz, y ya estaba fuera de nuevo, dejando a Tony con una sensación desoladora de impotencia y disgusto.

Luego siguieron más fintas. Tony nunca lograba ponerse en posición adecuada para un ataque. Allen bailaba en torno suyo, con alguna finta ocasional. Entonces tiró un golpe con la izquierda. Tony lo esquivó. Volvió a golpear, y otra vez Tony lo esquivó, pero esta vez la izquierda se detuvo a mitad de camino y la derecha alcanzó a Tony en la mejilla precisamente cuando se inclinaba hacia ese lado. Lo dejó tambaleante, y antes de que pudiera recuperarse Allen volvió a precipitarse con otra tríada de golpes, esquivó un contraataque tardío de izquierda, metió dos golpes finos en las costillas y terminó con un drive de izquierda que levantó limpiamente a Tony del piso y lo depositó en el suelo, junto a las cuerdas.

–Silencio por favor –dijo el árbitro,

Tony estuvo en pie en un momento. La ira comenzaba a dominarlo. Había esperado algo así, pero eso no representaba ningún consuelo. Había decidido que esta vez sí iba a atacar, pero en el preciso instante en que avanzaba Allen también avanzó. Durante el siguiente medio minuto a Tony le pareció que los puños de su primo nunca dejaban de estar sobre su rostro. Veía el mundo a través de una neblina marrón de guantes de boxeo. Cada tanto, sus manos encontraban algo sólido que según suponía debía ser Allen, pero sólo muy cada tanto, y cuando sucedía hacía volver al otro como un boomerang. En el momento más excitante sonó el llamado de "¡Tiempo!".

El pesimista sacudió la cabeza sombríamente mientas le bañaba la cara con una esponja.

–Tiene que atacar, si quiere pegarle –dijo el gárrulo–. Es demasiado lento. Búsquelo, señor, con las dos manos, y todo irá bien. ¿No es cierto, Fred?

–Yo ya dije lo que pasaría –dignó a responder Fred.

Tony tenía un poco de miedo de que el árbitro diera la pelea por concluida sin otro round, pero para su alivio cantó "¡Tiempo!". Llegó a la línea predispuesto como siempre, aunque la cabeza le daba vueltas. En este round pensaba avanzar con lo que tuviese.

Y avanzó. Allen, con una complicada maniobra, había logrado meterse en un rincón, y Tonny atacó. Fue repelido con un golpe de lleno en la cara. Volvió a atacar, y volvió a topar con la izquierda de Allen. Luego logró pasar, y en aquel espacio reducido por fin pudo obrar a sus anchas. Allí la ciencia no valía de nada. Lo que sumaba puntos era la fuerza, golpes recios de medio brazo, con la derecha y la izquierda, a la cara y al cuerpo, y que la guardia se cuidase como pudiese.

Allen logró meter dos upper-cuts, pero después de eso ya no se lo vio. Tony avanzó con ambas manos. Hubo una seguidilla prolongada, y hasta que el árbitro no cantó "¡Tiempo!" Allen no tuvo modo de escabullirse. Los golpes de Tony habían ido en su mayoría al cuerpo, y habían sido bastante calientes.

–Muy bien, señor –fue el comentario del segundo pelirrojo–. Siga dándole duro, y todavía puede ganar. Ahí lo tenía bien arrinconado. ¿No es cierto, Fred?

E incluso aquel pesimista tuvo que admitir que Tony podía pelear, aunque no fuese muy rápido con su guardia.

Allen volvió al ring con lentitud. Comenzaba a notar la falta de entrenamiento, y algunos de los golpes de Tony habían acertado en lugares muy tiernos. Sabía que podía ganar si el aliento lo acompañaba, pero tenía sus dudas. Los guantes le pesaban. Tony abrió el baile con un ataque tremendo. Allen lo detuvo limpiamente. Hubo un intervalo mientras los dos buscaban una abertura. Entonces Allen hizo una finta y atacó. Tony no logró meter un solo golpe. Era otra vez el primer round. Izquierda derecha, derecha izquierda, y, por último, un golpe espantoso que lo envió debajo de las cuerdas. Se levantó, y Allen volvió a precipitarse. Tony lo recibió con un directo de izquierda. Hubo un rápido intercambio de golpes, y llegó el final. Allen extendió su izquierda. Tony la evadió con presteza y llevó su derecha, con cada onza del peso de su cuerpo detrás, directamente hasta la mandíbula. El cross de derecha es claramente una de esas cosas que es mejor dar que recibir. Allen se derrumbó.

–...nueve... diez.

El encargado de llevar el tiempo cerró su reloj.

–Gana Graham –dijo el árbitro–. A ver, que alguien se encargue de este hombre.


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