“Eucaristía”

1. Acción de gracias y bendición. Eucaristía significa de suyo reconocimiento, gratitud; de ahí, acción de gracias. Este sentido, el más ordinario en el griego profano, se halla igualmente en la Biblia griega, particularmente en las relaciones humanas Sab 18,2 2Mac 2,27 12,31 Act 24,3 Rom 16,4. Para con Dios, la acción de gracias 2Mac 1,11 1Tes 3,9 1Cor 1,14 Col 1,12 adopta de ordinario la forma de una oración Sab 16,28 1Tes 5,17s 2Cor 1,11 Col 3,17, por ejemplo, al principio de las cartas paulinas (p,e., 1Tes 1,2). Entonces converge naturalmente con la bendición que celebra las «maravillas» de Dios, pues estas maravillas se expresan para el hombre en beneficios que dan a la alabanza un matiz de reconocimiento; en estas condiciones la acción de gracias va acompañada de una anamnesis por la que la memoria evoca el pasado Jdt 8,25s Ap 11,17s, y el eukharistein equivale al eulogein 1Cor 14,16ss. Esta eulogía-eucaristía se halla particularmente en las comidas judías, cuyas bendiciones alaban y dan gracias a Dios por los alimentos que ha dado a los hombres. Pablo habla en este sentido de comer con «eucaristía» Rom 14,6 1Cor 10,30 1Tim 4,3s.

2. El uso de Jesús y el uso cristiano.

En la primera multiplicación de los panes pronuncia Jesús una «bendición» según los sinópticos Mt 14,19 p, una «acción de gracias» según Jn 6,11.23; en la segunda multiplicación Mt 15,36 menciona una «acción de gracias», mientras que Mc 8,6s habla de una «acción de gracias» sobre el pan y de «bendición» sobre los peces. Esta equivalencia práctica aconseja no distinguir en la última cena la «bendición» sobre el pan Mt 26,26 p Lc 24,30 y la «acción de gracias» sobre la copa Mt 26,27 p. Por lo demás, Pablo habla inversamente de la «acción de gracias» sobre el pan 1Cor 11,24 y de la «bendición» sobre la copa 1Cor 10,16.

En realidad, la palabra eucaristía ha prevalecido en el uso cristiano para designar la acción instituida por Jesús la víspera de su muerte. Pero no hay que olvidar que este término expresa una alabanza de las maravillas de Dios tanto y más que un agradecimiento por el bien que de ellas obtienen los hombres. Por este acto decisivo en que Jesús confió a unos alimentos el valor eterno de su muerte redentora, consumó y fijó por todos los siglos el homenaje de sí mismo y de todas las cosas a Dios, que es lo propio de la religión y que es lo esencial de su obra de salvación y su persona ofrecida en la cruz y en la eucaristía es toda la humanidad con el universo por marco. que retornan al Padre. Esta riqueza de la eucaristía, que la sitúa en el centro del culto cristiano, la hallamos en textos densos que hay que analizar más detalladamente.

1. Los relatos.

Cuatro textos del NT refieren la institución eucarística: Mt 26,26-29 Mc 14,22-25 Lc 22,15-20 1Cor 11,23ss. Lo que Pablo «transmite» así después de haberlo «recibido» parece sin duda ser una tradición litúrgica; y lo mismo se debe decir de los textos sinópticos, cuya concisión lapidaria contrasta con el contexto: reflejos preciosos de la manera como las primeras Iglesias celebraban la cena del Señor. Sus semejanzas y sus divergencias se explican por este origen. La redacción más arameizante de Mc puede reproducir la tradición palestina, mientras que la de Pablo, un poco más grecizada, reflejaría la de las Iglesias de Antioquía o de Asia Menor. Mt representa sin duda la misma tradición que Mc, con algunas variantes o adiciones que pueden todavía ser de origen litúrgico. En cuanto a Lc, plantea problemas delicados y diversamente resueltos: sus vv. Lc 22,15-18 pueden representar una tradición arcaica muy diferente de las otras o bien, más probablemente, una amplificación sacada por Lucas mismo de Mc 14,25; en cuanto a Lc 22,19-20, que hay que tener por auténticos contra los testigos que omiten 19b-20, se los considera ya como una combinación de Mc y de 1Cor hecha por Lc mismo, ya otra forma de la tradición de las Iglesias helenísticas, que constituirá, por tanto, un tercer testigo litúrgico al lado de Mc/Mt y de 1Cor. Por lo demás, las variantes entre estos diferentes textos son de menor importancia, excepto la orden de reiteración, omitida por Mc/Mt, pero que el testimonio de 1Cor/Lc y la probabilidad interna inducen a aceptar como primitiva.

2. El marco histórico.

Otro problema del que depende la interpretación de estos textos es su marco histórico. Para los sinópticos fue ciertamente una comida pascual Mc 14,12-16 p; pero según Jn 18,28 19,14.31, la pascua no se celebró hasta el día siguiente, la tarde del viernes. Se ha intentado todo para explicar esta divergencia; sea contradiciendo a Juan que habría retrasado un día para obtener el simbolismo de la muerte de Jesús a la hora misma de la inmolación del cordero pascual Jn 19,14.36, sea pretendiendo que la pascua se hubiese celebrado aquel año el jueves y el viernes respectivamente por diferentes grupos de judíos, sea imaginando una pascua esenia celebrada la noche del martes, y a la que se habría unido Jesús. Lo mejor parece ser admitir que Jesús, sabiendo que moriría en el momento mismo de la pascua, se anticipó un día, evocando en su última cena el rito pascual en forma suficiente para poder empalmar con él su nuevo rito, que será el rito pascual del NT: esta solución respeta la cronología de Jn y tiene suficientemente en cuenta la presentación de los sinópticos.

3. Comida religiosa y comida del Señor.

En efecto, en los textos de la institución late una perspectiva pascual, mucho más que la perspectiva de alguna comida judía solemne, o la de una comida esenia, con las que se ha tratado de explicarlos. La secuencia inmediata pan/vino, en la última Cena como en las comidas de Qumrán, es un contacto superficial y sin trascendencia, pues en los textos evangélicos puede resultar de un resumen litúrgico, en el que sólo se conservarían los dos elementos importantes de la última comida de Jesús, el pan al principio y la tercera copa al final, habiéndose suprimido todo el intervalo; por lo demás, hay un vestigio revelador de este intervalo en los términos «después de la comida», que en 1Cor 11,25 preceden a la copa. Además, en las comidas esenias de Qumrán falta la teología pascual que evocan las palabras de Jesús y que es gratuito considerar como un elemento posterior debido a la influencia de Pablo o de las Iglesias helenísticas. El ceremonial bien reglamentado de la comida esenia, análogo al de más de una comida de cofradías judías de aquella época, puede a lo sumo evocar lo que serían las comidas ordinarias de Jesús y de sus discípulos y lo que serían luego las comidas de éstos después de la resurrección cuando se reunieron de nuevo como en otro tiempo en torno al maestro, seguros por otra parte de tenerlo siempre entre ellos a título de kyrios resucitado y vivo para siempre.

En efecto, no se debería descubrir siempre la eucaristía en las comidas cotidianas que los primeros hermanos de Jerusalén tomaban con regocijo partiendo el pan en sus casas Act 2,42.46. Esta fracción del pan puede no ser más que una comida ordinaria, religiosa, sí, como toda comida semítica, centrada aquí en el recuerdo y la espera del maestro resucitado, y a la que se añadía la eucaristía propiamente dicha cuando se renovaban las palabras y los gestos del Señor para entrar en comunión con su presencia misteriosa mediante el pan y el vino, transformando así una comida ordinaria en «comida del Señor» 1Cor 11,20-34. Esta eucaristía, despojada del rito judío, vino ciertamente a ser más que anual, quizá semanal Act 20,7.11; pero nos falta información, como tampoco podemos decidir en diferentes textos si se trata de una «fracción del pan» ordinaria o de la eucaristía propiamente dicha Act 27,35; y ya Lc 24,30.35.

1. La comida, signo religioso.

La eucaristía, instituida durante una comida, es un rito de nutrición. Desde los tiempos más remotos, particularmente en el mundo semita, reconoció el hombre a los alimentos un valor sagrado, debido a la munificencia de la divinidad y a su aptitud para procurar la vida. Pan, agua, vino, frutos, etc., son bienes por los que se bendice a Dios. La comida misma tiene valor religioso, pues la comida en común establece vínculos sagrados entre los comensales, y entre ellos y Dios.

2. De las figuras a la realidad.

Así en la revelación bíblica alimentos y comida sirven para expresar la comunicación de vida que hace Dios a su pueblo. El maná y las codornices del Éxodo, así como el agua que brotó de la roca de Horeb Sal 78,20-29, son otras tantas realidades simbólicas 1Cor 10,3s que prefiguran el don verdadero que sale de la boca de Dios Dt 8,3 Mt 4,4, la palabra, verdadero pan bajado del cielo Ex 16,4.

Ahora bien, estas figuras se realizan en Jesús. Él es el «pan de vida», primero por su palabra que abre la vida eterna a los que creen Jn 6,26-51a, luego por su carne y su sangre dados como comida y bebida Jn 6,51b-58. Estas palabras que anuncian la eucaristía las dijo Jesús después de haber alimentado milagrosamente a la multitud en el desierto Jn 6,1-15. El don que promete y que opone al maná Jn 6,31s.49s enlaza así con las maravillas del éxodo, al mismo tiempo que se sitúa en el horizonte del banquete mesiánico, imagen de la felicidad celestial familiar al judaísmo (Is 25,6 y escritos rabínicos) y al NT Mt 8,11 22,2-14 Lc 14,15 Ap 3,20 19,9.

3. La comida del Señor, memorial y promesa.

La última cena es como la última preparación del banquete mesiánico en que Jesús volverá a encontrarse con los suyos después de la prueba cercana. La «pascua cumplida» Lc 22,15s y el «vino nuevo» Mc 14,25 p que gustará con ellos en el reino de Dios, los prepara en esta última comida haciendo que el pan y el vino signifiquen la realidad nueva de su cuerpo y de su sangre.

El rito de la comida pascual le ofrece la ocasión apropiada y procurada. Las palabras que en ella pronunciaba el padre de familia sobre los diversos alimentos, muy en particular sobre el pan y sobre la tercera copa, les conferían cierto poder de evocación del pasado y de esperanza del porvenir, hasta tal punto que los comensales al recibirlos revivían realmente las pruebas del Éxodo y vivían por adelantado las promesas mesiánicas. Jesús usa a su vez de ese poder creador que el espíritu semítico reconoce a la palabra, y todavía lo aumenta con su autoridad soberana. Dando al pan y al vino su nuevo sentido, no los explica, sino que los transforma. No interpreta, sino que decide, decreta: esto es mi cuerpo, es decir, en adelante lo será. La cópula «ser», que seguramente faltaba en el original arameo, no bastaría por sí sola para justificar este realismo, pues puede también expresar únicamente un significado en imágenes: «la siega es el fin del mundo; los segadores son los ángeles» Mt 13,39. La situación es la que exige aquí un sentido fuerte. Jesús no propone una parábola en la que objetos concretos ayudarían a comprender una realidad abstracta; preside una comida, en la que las bendiciones rituales confieren a los alimentos un valor de otro orden. Y en el caso de Jesús este valor es de una amplitud y de un realismo incomparables, que le vienen de la realidad que está en juego: una muerte redentora que a través de una resurrección desemboca en la vida escatológica.

1. El anuncio de la muerte redentora.

Muerte redentora, pues el cuerpo será «dado por vosotros» (Le; 1Cor tiene sólo «por vosotros», con variantes poco garantizadas); la sangre será «derramada por vosotros» (Lc) o «por una multitud» (Mc-Mt). El hecho mismo de que pan y vino se separen sobre la mesa evoca la separación violenta del cuerpo y de la sangre; Jesús anuncia claramente su muerte próxima y la presenta como un sacrificio, comparable con el de las víctimas cuya sangre selló en el Sinaí la primera alianza Ex 24,5-8, y hasta con el del cordero pascual, en la medida en que el judaísmo de entonces lo consideraba también como un sacrificio 1Cor 5,7.

Pero hablando Jesús de sangre «derramada por muchos» con miras a una «nueva alianza», debe de pensar también en el siervo de Yahveh, cuya vida fue «derramada», que cargó con los pecados de «muchos» Is 53,12, y al que Dios designó como «alianza del pueblo y luz de las naciones» Is 42,6 49,8. Ya anteriormente se había atribuido elpapel del siervo Lc 4,17-21 y había reivindicado la misión de dar como él su vida «como rescate por muchos» Mc 10,45 p Is 53. Aquí da a entender que su muerte inminente va a reemplazar los sacrificios de la antigua alianza y a iibrar a los hombres, no de una cautividad temporal, sino de la del pecado, como Dios lo había exigido al siervo. Va a instaurar la «nueva alianza» que había anunciado Jeremías Jer 31,31-34.

2. La comunión en el sacrificio.

Ahora bien, lo más nuevo es que Jesucristo encierra la riqueza de este sacrificio en alimentos. En Israel, como en todos los pueblos antiguos, se acostumbraba percibir los frutos de un sacrificio consumiendo la víctima; esto era unirse a la ofrenda y a Dios que la aceptaba 1Cor 10,18-21. Los fieles de Jesús, comiendo su cuerpo inmolado y bebiendo su sangre, tendrán parte en su sacrificio, haciendo suya su ofrenda de amor y beneficiándose de la gracia que por su parte opera. A fin de que puedan hacerlo en todas partes y siempre escoge Jesús alimentos muy corrientes para convertirlos en su carne y en su sangre en estado de víctima; por esto también ordena a sus discípulos que repitan a ejemplo suyo las palabras que por su autoridad operarán este cambio. De esta manera les da una participación delegada en su sacerdocio.

En adelante los cristianos, cada vez que reproducen este gesto o se asocian a él, «anuncian la muerte del Señor hasta que venga» 1Cor 11,26, puesto que la presencia sacramental que realizan es la de Cristo en estado de sacrificio. Lo hacen «en memoria suya» 1Cor 11,25 Lc 22,19, es decir, que rememoran con la fe su acto redentor o, quizá mejor, lo hacen presente al recuerdo de Dios Lev 24,7 Num 10,9s Eclo 50,16 Act 10,4.31, como una ofrenda incesantemente renovada, que atrae su gracia. Anamnesis que comporta el recuerdo admirativo y agradecido de las maravillas de Dios, la mayor de las cuales es el sacrificio de su Hijo para procurar a los hombres la salvación. Maravilla de amor en la que éstos participan uniéndose por la comunión al cuerpo del Señor, y en él a todos sus miembros 1Cor 10,14-22. Sacramento del sacrificio de Cristo es la eucaristía: sacramento de la caridad, de la unión en el cuerpo de Cristo.

1. Permanencia del sacrificio de Cristo en el mundo nuevo.

Lo que da todo su realismo al simbolismo de estos gestos y de estas palabras es la realidad del mundo nuevo en el que introducen. La muerte de Cristo desemboca en la verdadera vida que no acaba nunca Rom 6,9s; es la era escatológica, de los «bienes futuros», al lado de la cual la era presente no es sino una «sombra» Heb 10,1 8,5 Col 2,17. Su sacrificio se ha hecho «una vez para siempre» Heb 7,27 9,12.26ss 10,10 1Pe 3,18; su sangre reemplazó definitivamente la sangre ineficaz de las víctimas de la antigua alianza Heb 9,12ss.18-26 10,1-10; la nueva alianza, cuyo mediador es él Heb 12,24 13,20, ha suprimido la antigua Heb 8,13 y procura la herencia eterna Heb 9,15; ahora ya nuestro sumo sacerdote está sentado a la diestra de Dios Heb 8,1 10,12 «habiéndonos adquirido una redención eterna» Heb 9,12 5,9, «siempre vivo para interceder por nosotros» Heb 7,25 9,24 por su «sacerdocio inmutable» Heb 7,24. Su sacrificio, pasado en cuanto a su realización contingente en el tiempo de nuestro mundo caduco, está siempre, presente en el mundo nuevo en que él ha entrado, por la ofrenda de sí mismo que no cesa de hacer al Padre.

2. Por la eucaristía, el cristiano entra realmente en comunión con este mundo nuevo.

Ahora bien, la eucaristía pone al creyente en contacto con el sumo sacerdote siempre vivo en su estado de víctima. El paso del pan al cuerpo y del vino a la sangre, que en ella se opera, reproduce en su forma sacramental el paso del mundo antiguo al nuevo, paso que llevó a cabo Jesucristo yendo por la muerte a la vida. El rito pascual, como el Éxodo que conmemoraba, era ya en sí mismo un rito de paso o tránsito: de la cautividad de Egipto a la libertad de la tierra prometida, y luego, más y más, de la cautividad del sufrimiento, del pecado, de la muerte a la libertad de la felicidad, de la justicia, de la vida. Pero en tal rito los bienes mesiánicos eran sólo objeto de esperanza, y los alimentos que se bendecían no podían hacerlos gustar sino en forma simbólica. En la pascua de Cristo, esto ha cambiado, pues la era mesiánica ha llegado efectivamente con su resurrección, y en él se han adquirido los bienes prometidos. Las palabras y los gestos que en otro tiempo sólo podían simbolizar los bienes futuros, pueden ahora realizar bienes actuales.

El cuerpo y la sangre eucarísticos no son, pues, sólo el memorial simbólico de un acontecimiento ya pasado; son toda la realidad del mundo escatológico en que vive Cristo. La eucaristía, como todo el mundo sacramental, cuyo centro es, procura al creyente todavía sumergido en el viejo mundo, el contacto físico con Cristo en toda la realidad de su nuevo ser, resucitado, «espiritual» Jn 6,63.

Los alimentos que la eucaristía asume cambian de existencia y se convierten en el verdadero «pan de los ángeles» Sal 78,25 Sab 16,20, el alimento de la nueva era. Por su presencia en el altar, Cristo muerto y resucitado está realmente presente en su disposición eterna de sacrificio. Por esta razón la misa es un sacrificio, idéntico al sacrificio histórico de la cruz por toda la ofrenda amante de Cristo que lo constituye, distinto únicamente por las circunstancias de tiempo y de lugar en que se reproduce. Por la eucaristía une la Iglesia en todo lugar y tiempo hasta el fin del mundo las alabanzas y las ofrendas de los hombres al sacrificio perfecto de alabanza y de ofrenda, de «eucaristía» en una palabra, único que tiene valor delante de Dios y único que las valoriza Heb 13,10.15.

hjg.com.ar - Última actualización: 14-junio-2009
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