Pues bien, ya que el nombre de ciencia implica, según hemos expuesto (a.1 ad 1), certeza de juicio, si esa certeza se obtiene a través de la causa más elevada de las causas, recibe el nombre especial de sabiduría. Efectivamente, se denomina sabio en cualquier género al que conoce ese género por la causa suprema del mismo, que le permite juzgar de todo (cuanto bajo él se contiene). Y sabio en absoluto será el que conoce la suprema de las causas, es decir, Dios. Por eso el conocimiento de las cosas divinas se llama sabiduría. Se llama, en cambio, ciencia el conocimiento de las cosas humanas; es, por así decir, el nombre común que implica certeza de juicio, apropiada al juicio obtenido a través de las causas segundas. Por eso, tomado así el nombre de ciencia, es un don distinto del don de sabiduría. De ahí que el don de ciencia verse sólo sobre realidades humanas y sobre realidades creadas.
Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 9
El don de ciencia
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Corresponde tratar ahora el don de ciencia. Sobre él se formulan cuatro preguntas:
Artículo 1:
¿Es la ciencia un don?
lat
Objeciones por las que parece que la ciencia no es un
don:
1. Los dones del Espíritu Santo exceden las facultades naturales. La
ciencia, en cambio, implica un efecto de la razón natural. Así lo
afirma el Filósofo al decir en I Poster. que la demostración es
el silogismo generador de ciencia.
La ciencia, pues, no es don del Espíritu Santo.
2. Los dones del Espíritu Santo, según hemos expuesto (1-2 q.68 a.5), son comunes a todos los santos. Pero afirma San Agustín en
XIV De Trin. que muchísimos fieles no destacan
en ciencia, aunque sobresalgan en la misma fe. Luego la ciencia no
es don.
3. El don, según hemos dicho (1-2 q.68 a.8), es más
perfecto que la virtud, y por eso un solo don es suficiente para
perfeccionar la totalidad de una virtud. Pues bien, como hemos
expuesto (q.8 a.5 ad 3), a la fe le corresponde el don de
entendimiento, y por lo tanto no el de ciencia, y no se ve a qué otra
virtud pueda corresponder. En consecuencia, dado que los dones son
perfección de las virtudes, según hemos dicho (1-2 q.68 a.1 y 2), no
parece que la ciencia sea don.
Contra esto: está el hecho de que Isaías lo numera entre los siete dones
(Is 11,2-3).
Respondo: La gracia es más perfecta que la
naturaleza. De ahí que no tendrá deficiencia en aquellos niveles en
los que puede ser perfeccionado el hombre por su naturaleza. Mas, dado
que el hombre, por medio de la razón natural, asiente intelectualmente
a una verdad, puede ser perfeccionado en esa verdad de dos maneras:
primera, captándola; luego, formulando sobre ella un juicio cierto.
Por eso, para que el entendimiento humano asienta con perfección a la
verdad de fe, se requieren dos cosas: primera, que reciba rectamente
lo que se le propone, y eso, como hemos dicho (q.8 a.6), corresponde
al don de entendimiento. El segundo requisito es que tenga de ello un
juicio cierto y exacto, es decir, llegar a discernir entre lo que debe
y no debe ser creído. Para esto es necesario el don de
ciencia.
A las objeciones:
1. La certeza del conocimiento es
distinta en los diversos seres, como es distinta la naturaleza de cada
uno. El hombre, en efecto, llega a un juicio cierto sobre la verdad
mediante el raciocinio, y por eso se logra su ciencia mediante la
razón demostrativa. En Dios, en cambio, hay un juicio cierto de la
verdad sin discurso alguno, por simple intuición, como hemos expuesto
(1 q.14 a.7; 1-2 q.14 a.1 ad 2). Por eso, la ciencia divina no es
dicursiva o por razonamiento, sino absoluta y simple. Semejante a ella
es la ciencia enumerada entre los dones del Espíritu Santo, ya que se
trata de cierta participación en semejanza de la ciencia divina
misma.
2. Sobre las verdades de fe puede
haber doble ciencia. Una, la que le da al hombre lo que debe creer,
distinguiendo bien las cosas de fe de las que no lo son; en este
sentido, la ciencia es don, y conviene a todos lo santos. Pero hay
otra ciencia sobre las verdades de fe por la que el hombre sabe no
solamente qué debe creer, sino también manifestar su fe, inducir a
otros y creer y rebatir a quienes la impugnan. Esta es la ciencia
clasificada entre las gracias gratis dadas: no se da a todos, sino a
algunos. Por eso San Agustín, después de las palabras aducidas,
añade: Una cosa es saber solamente qué debe creer el hombre,
y otra saber presentar eso mismo a los piadosos y defenderlo contra
los impíos.
3. Los dones son más perfectos que
las virtudes morales y que las virtudes intelectuales. Pero no son más
perfectos que las virtudes teologales; al contrario, los dones se
ordenan, como fin, a la perfección de las virtudes teologales. No hay,
por lo mismo, inconveniente alguno en el hecho de que dones diversos
estén ordenados a una misma virtud teologal.
Artículo 2:
¿Versa el don de ciencia sobre las cosas divinas?
lat
Objeciones por las que parece que el don de ciencia versa sobre
realidades divinas:
1. En expresión de San Agustín en XIV De Trin., la ciencia engendra la fe, la nutre y la robustece. Ahora
bien, la fe versa sobre las realidades divinas, pues, como ya hemos
dicho (q.1 a.1), el objeto de la fe es la verdad primera. Por
consiguíente, el don de ciencia versa también sobre
las realidades divinas.
2. El don de ciencia es de categoría mayor que la ciencia
adquirida. Pero hay alguna ciencia adquirida, como la metafísica, que
trata de las realidades divinas. Por consiguiente, con mayor motivo
versará sobre esas realidades divinas el don de ciencia.
3. Según leemos en la Escritura, lo invisible de Dios,
desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de
sus obras (Rom 1,20). Por lo tanto, si hay una ciencia que trata
de las realidades creadas, parece que también deberá tratar de las
divinas.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en XIV De
Trin.: La ciencia de las realidades divinas se
llama propiamente sabiduría; la de las realidades humanas, en cambio,
recibe el nombre ciencia.
Respondo: El juicio cierto sobre una cosa se
obtiene principalmente por su causa. Por eso debe haber
correspondencia entre el orden de los juicios y el de las causas; y
así como la causa primera es causa de la segunda, por la causa primera
se juzga también de la segunda. Pero de la causa primera no se puede
juzgar por ninguna otra. Por eso, el juicio dado a través de la causa
primera es el primero y el más perfecto. Ahora bien, como enseña la
lógica, donde hay algo perfectísimo, el nombre común de género se
apropia a las realidades que son deficientes respecto de la primera; a
la realidad misma perfectísima, en cambio, se le aplica un nombre
especial. Así, en el género de las cosas convertibles, la que expresa
la esencia de una cosa recibe el nombre especial de «definición»; las
realidades, en cambio, que carecen de esa perfección conservan el
nombre común a todas ellas, es decir, el de «propias».
A las objeciones:
1. Aunque las cosas materia de fe
son realidades divinas y eternas, la fe, sin embargo, en sí misma, es
algo temporal en el alma del creyente. Por eso, saber lo que hay que
creer compete al don de ciencia. Pertenece, en cambio, al don de
sabiduría conocer en sí mismas las cosas que se creen por cierta unión
con ellas. De ahí que el don de sabiduría corresponde más a la
caridad, que une la mente del hombre con Dios.
2. La razón aducida es válida en
cuanto que el nombre de ciencia está tomado en sentido común. Pero la
ciencia no se considera don especial en ese sentido común, sino en el
restringido de juicio obtenido a través de las cosas
creadas.
3. Cualquier hábito cognoscitivo,
según hemos expuesto (q.1 a.1), tiende de manera formal al medio de
conocimiento que tiene; de manera material, a lo que conoce por ese
medio. Y puesto que tiene mayor importancia lo formal, por eso las
ciencias que estudian la materia natural a través de los principios
matemáticos se clasifican entre las matemáticas, como más semejantes a
ellas, aunque por razón de la materia tengan más afinidad con la
ciencia natural; por eso se lee en el Filósofo en II Physic. que son más bien naturales. De ahí
que, cuando el hombre conoce a Dios a través de las cosas creadas, ese
conocimiento parece que corresponde mejor a la ciencia, a la que
pertenece de manera formal, que a la sabiduría, a la que pertenece de
manera material. A la inversa, cuando juzgamos de las cosas creadas
por razones divinas, este conocimiento corresponde más
a la sabiduría que a la ciencia.
Artículo 3:
¿Es ciencia práctica el don de ciencia?
lat
Objeciones por las que parece que el don de ciencia es ciencia
práctica:
1. Afirma San Agustín en XII De Trin. que la
acción por la que usamos de las cosas exteriores es atribuida a la
ciencia. Ahora bien, la ciencia a la que se atribuye la acción es
práctica. Luego la ciencia don es práctica.
2. San Gregorio dice en I Moral. que no hay ciencia si no reporta provecho a la piedad, y ésta resulta muy
inútil si carece de la discreción de la ciencia. De ahí se infiere
que la piedad está dirigida por la ciencia. Ahora bien, esto no
incumbe a la ciencia especulativa. Por lo tanto, en cuanto don, la
ciencia no es especulativa, sino práctica.
3. Sólo los justos poseen el Espíritu Santo, como ya hemos
expuesto (1-2 q.88 a.5). Pero la ciencia especulativa la pueden tener
incluso quienes no lo son, según afirma Santiago: Aquel que sabe
hacer el bien y no lo hace, comete pecado (Sant 4,17). Luego en
cuanto don, la ciencia no es especulativa, sino práctica.
Contra esto: está lo que afirma San Gregorio en I Moral.: La ciencia prepara en su día el
banquete, porque en el vientre de la mente sobrepuja el ayuno de la
ignorancia. Ahora bien, la ignorancia no desaparece totalmente
sino por una y otra ciencia, es decir, la especulativa y la práctica.
Luego, en cuanto don, la ciencia es especulativa y
práctica.
Respondo: Según hemos expuesto (a.1; q.8 a.8), el don de ciencia, lo mismo que el de entendimiento, se ordena a
la certeza de la fe. Pero la fe consiste primera y principalmente en
la especulación, en cuanto que se dirige a la Verdad primera. Mas,
dado que la Verdad primera es también el último fin por el que
obramos, por eso mismo la fe se extiende también a la acción, a tenor
de las palabras del Apóstol: La fe actúa por la caridad (Gál
5,6). En vista de eso es también necesario que el don de ciencia se
refiera primera y principalmente a la especulación, en el sentido de
que conozca el hombre lo que debe creer. De forma secundaria se
extiende asimismo a la acción, en el sentido de que en el obrar somos
dirigidos por las cosas que debemos creer y sus consecuencias.
A las objeciones:
1. San Agustín habla del don de
ciencia en cuanto se extiende a la acción. La acción se le atribuye,
en efecto, pero ni solamente la acción ni en primer lugar. De esa
manera dirige también la piedad.
2. Esta respuesta vale igualmente para la segunda
objeción.
3. A tenor de lo expuesto sobre el
don de entendimiento (q.8 a.5), así como no posee este don todo el que
entiende, sino el que entiende por el hábito de la gracia, así
también, en el caso del don de ciencia, solamente lo poseen quienes
por infusión de la gracia obtienen la certeza de juicio sobre lo que
deben creer y obrar, de suerte que en nada se desvían de la rectitud
de la justicia. Y ésa es la ciencia de los santos, de la cual se
dice: Guió al justo por caminos seguros...y les dio a conocer cosas
santas (Sab 10,10).
Artículo 4:
¿Corresponde al don de ciencia la tercera bienaventuranza:
«Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados»?
lat
Objeciones por las que parece que no corresponde al don de ciencia la
tercera bienaventuranza: Bienaventurados los que lloran, porque
serán consolados.
1. Como el mal es causa de la tristeza y del llanto, el bien lo es de
la alegría. Ahora bien, en las manifestaciones de la ciencia tiene más
importancia el bien que el mal, ya que éste se conoce por aquél, a
tenor de lo que afirma el Filósofo en I De An.: Lo recto es juez de
sí mismo y de lo torcido. Luego esa
tercera bienaventuranza no corresponde de manera
adecuada al don de ciencia.
2. La consideración de la verdad es acto de ciencia. Pero en
esa consideración no hay tristeza, sino gozo, conforme al texto: No
causa amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella, sino
placer y alegría (Sab 8,16). Luego la bienaventuranza mencionada
no corresponde de manera adecuada al don de ciencia.
3. El don de ciencia consiste más en la especulación que
en la acción. Pues bien, en cuanto consiste en la especulación, no
conlleva el llanto, ya que el entendimiento especulativo no dice nada de lo que hay que imitar ni huir, como afirma el Filósofo en
III De An., ni hace tampoco referencia a lo
alegre o triste. No es, pues, apropiado afirmar que la tercera
bienaventuranza corresponda al don de ciencia.
Contra esto: está la afirmación de San Agustín en el libro De Ser.
Dom. in monte: La ciencia corresponde a los que
lloran, que aprendieron con qué males quedaron encadenados, que
codiciaron como bienes.
Respondo: Lo propio de la ciencia es juzgar con
rectitud de las criaturas. Pues bien, éstas se convierten para el
hombre en ocasión de apartarse de Dios, a tenor del testimonio de la
Escritura: Las criaturas se convirtieron en abominación y en lazo
para los pies de los insensatos (Sab 14,11). Estos, en efecto, no
poseen recta estimación de las criaturas apreciándolas como el bien
perfecto; por eso, poniendo en ellas su fin, pecan y pierden el
verdadero bien. De ese error toma conciencia el hombre por la
valoración exacta que con el don de ciencia adquiere sobre las
criaturas. Por eso se dice que la bienaventuranza de las lágrimas
corresponde al don de ciencia.
A las objeciones:
1. El bien creado no suscita el
gozo espiritual sino por su referencia al bien divino, origen con toda
propiedad del gozo espiritual. Por eso, al don de sabiduría
corresponde directamente la paz espiritual, y, como consecuencia, el
gozo. Al don de ciencia, en cambio, corresponde, en primer lugar, el
llanto sobre los errores pasados, y, como consecuencia, el consuelo,
en cuanto que por el juicio correcto de la ciencia ordena el hombre
las criaturas al bien divino. Esa es precisamente la razón por la que
en esta bienaventuranza se pone como mérito el llanto, y el consuelo
que le sigue como premio, pues en realidad se da incoado en esta vida
y consumado en la otra.
2. El hombre siente gozo con la
consideración misma de la verdad, pero puede sentir alguna vez
tristeza por el objeto de esa consideración. En ese sentido se
atribuye a la ciencia el llanto.
3. A la ciencia, en el plano de la
especulación, no le corresponde bienaventuranza alguna, ya que ésta no
consiste en la consideración de las criaturas, sino en la
contemplación de Dios. Consiste, sin embargo, de alguna manera en el
uso debido de las criaturas y en el afecto ordenado de las mismas; es
la bienaventuranza imperfecta de esta vida. Por eso no se le atribuye
a la ciencia bienaventuranza alguna que concierna a la contemplación;
ésta se le atribuye al entendimiento y a la sabiduría, que versan
sobre las cosas divinas.