Artículo 1:
¿Son actos los frutos del Espíritu Santo de que habla San Pablo en
Gálatas 5?
lat
Objeciones por las que parece que los frutos del Espíritu Santo que
menciona San Pablo en Gal 5,22-23, no son actos.
1. Lo que tiene otro fruto no debe llamarse fruto, pues así se
llegaría al infinito. Pero nuestros actos tienen algún fruto, pues se
dice en Sab 3,15: Glorioso es el fruto de los trabajos
honrosos; y en Jn 4,36: El que siega recibe su salario y recoge
el fruto para la vida eterna. Luego nuestros mismos actos no se
llaman frutos.
2. Como dice San Agustin, en el libro X De Trin., gozamos de las cosas conocidas en las que la voluntad descansa
deleitada en ellas. Pero nuestra voluntad no debe reposar en
nuestros actos por sí mismos. Luego nuestros actos no deben llamarse
frutos.
3. Entre los frutos del Espíritu Santo enumera San Pablo algunas
virtudes, como la caridad, la mansedumbre, la fe y la castidad. Pero,
según se ha dicho anteriormente (
q.55 a.1), las virtudes no son actos,
sino hábitos. Luego los frutos no son actos.
Contra esto: se dice en Mt 12,33: Por los frutos se conoce el
árbol, es decir, el hombre se conoce por sus obras, según la
exposición que hacen los Santos de aquel pasaje. Luego
los mismos actos humanos se llaman frutos.
Respondo: La palabra
fruto ha pasado de
significar cosas corporales a significar cosas espirituales. En el
orden corporal se llama fruto a lo que produce la planta cuando llega
a su perfección y que contiene en sí cierta suavidad. El fruto puede
compararse, bien al árbol que lo produce, bien al hombre que lo
obtiene del árbol. Según esto, al aplicar la palabra fruto a las cosas
espirituales, puede tomarse también en dos sentidos: uno, llamando
fruto del hombre a lo que él produce, como un árbol; y otro llamado
fruto del hombre a lo que él alcanza.
Pero no todo lo que el hombre alcanza tiene condición de fruto, sino
lo que es último y deleitable; pues también tiene el hombre el campo y
el árbol, y no se llaman fruto, sino que éste se refiere tan sólo a lo
último, es decir, a lo que el hombre intenta obtener del campo y del
árbol. Según esto, se llama fruto del hombre a su último fin del que
debe gozar.
En cambio, si se llama fruto del hombre a lo que el hombre produce,
entonces los mismos actos humanos se llaman fruto, pues la operación
es acto segundo del operante, y es placentera, si es conveniente al
operante. Así, pues, si la operación del hombre procede de él según la
facultad de su razón, se dice que es fruto de la razón; pero si
procede del hombre según una fuerza superior, que es la virtud del
Espíritu Santo, se dice que la operación del hombre es fruto del
Espíritu Santo, como de una simiente divina, conforme se dice en 1 Jn
3,9: Quien ha nacido de Dios no peca, porque la simiente de Dios
está en él.
A las objeciones:
1. Como el fruto
tiene en cierto modo condición de último y de fin,
nada impide que de un fruto resulte otro fruto, como un fin se ordena
a otro fin. Por tanto, nuestras obras, en cuanto que son ciertos
efectos del Espíritu Santo que obra en nosotros, tienen condición de
fruto; pero en cuanto se ordenan al fin de la vida eterna, tienen más
bien condición de flores. De ahí que se diga en Eclo 24,23: Mis
flores dieron sabrosos y ricos frutos.
2. Al decir que la voluntad se
deleita en algo por sí mismo, puede entenderse de dos modos. Uno, en
cuanto que con la preposición «por» se significa la causa final, y en
este sentido uno no se deleita por sí mismo más que en el último fin.
De otro modo, en cuanto que con ella se significa la causa formal, y
en este sentido uno puede deleitarse por sí mismo en todo aquello que
es deleitable por su forma. Así vemos que el enfermo se deleita en la
salud por sí misma como fin; y en la medicina suave, no como en el
fin, sino como en algo que tiene sabor agradable; y en la medicina
amarga, no se deleita en modo alguno por sí misma, sino únicamente por
razón de la salud. Así, pues, hay que decir que el hombre debe
deleitarse en Dios por sí mismo, como último fin; y en los actos
virtuosos, no como por último fin, sino por la honestidad que
encierran, deleitable a los virtuosos. Por eso dice San
Ambrosio que las obras virtuosas se llaman frutos, porque confortan a sus posesores con santa y sincera
delectación.
3. Los nombres de las virtudes se
toman a veces para significar sus actos, como dice San Agustín, que fe es creer lo que no ves y que caridad es el
movimiento del alma a amar a Dios y al prójimo. Y
en este sentido se toman los nombres de las virtudes en la enumeración
de los frutos.
Artículo 2:
¿Difieren los frutos de las bienaventuranzas?
lat
Objeciones por las que parece que los frutos no difieren de las
bienaventuranzas.
1. Las bienaventuranzas se atribuyen a los dones, según se ha dicho
anteriormente (
q.69 a.1 ad 1). Pero los dones perfeccionan al hombre
en cuanto que es movido por el Espíritu Santo. Luego las mismas
bienaventuranzas son los frutos del Espíritu Santo.
2. El fruto de la vida eterna está, respecto de la bienaventuranza
futura, que ya es real, en la misma relación que los frutos de la vida
presente respecto de las bienaventuranzas de esta vida, las cuales se
tienen en esperanza. Pero el fruto de la vida eterna es la misma
bienaventuranza futura. Luego los frutos de la vida presente son las
mismas bienaventuranzas.
3. Es de la esencia del fruto que sea algo último y deleitable. Pero
eso es de la esencia de la bienaventuranza, según se ha dicho
anteriormente (
q.3 a.1;
q.4 a.1). Luego es la misma la esencia del
fruto y de la bienaventuranza; luego no se distinguen entre
sí.
Contra esto: las cosas cuyas especies son diversas, también ellas son
diversas. Pero son diversas las partes en que se dividen los frutos y
las bienaventuranzas, como se ve en la enumeración de unos y otras.
Luego los frutos difieren de las bienaventuranzas.
Respondo: Se requiere más para la razón de
bienaventuranza que para la de fruto, pues para la razón de fruto
basta que sea algo que tenga razón de último y deleitable, mientras
que para la razón de bienaventuranza se requiere, además, que sea algo
perfecto y excelente. De ahí que todas las bienaventuranzas puedan
llamarse frutos, pero no a la inversa. Son, efectivamente, frutos
todas las obras virtuosas en las que se deleita el hombre. Pero
bienaventuranzas se llama sólo a las obras perfectas, las cuales,
además, por razón de su perfección, se atribuyen más a los dones que a
las virtudes, según se ha dicho anteriormente (
q.69 a.1 ad 1).
A las objeciones:
1. El argumento prueba que las
bienaventuranzas son frutos, pero no que todos los
frutos sean bienaventuranzas.
2. El fruto de la vida eterna es
absolutamente último y perfecto, y por eso en nada se distingue de la
bienaventuranza futura. Mas los frutos de la vida presente no son
absolutamente últimos y perfectos, y por eso no todos los frutos son
bienaventuranzas.
3. En la razón de bienaventuranza
entra algo más que en la razón de fruto, según queda dicho.
Artículo 3:
¿Es adecuada la enumeración de los frutos hecha por San
Pablo?
lat
Objeciones por las que parece que San Pablo no enumera de modo
conveniente, en Gál 5,22.23, doce frutos.
1. En otro lugar dice que es sólo uno el fruto de la vida presente,
según aquello de Rom 6,23: Tenéis por fruto vuestro la
santificación. Y en Is 27,9, se dice: Este es el fruto del
perdón de su pecado. Luego no han de ponerse doce
frutos.
2. Es fruto el que brota de la semilla espiritual, según queda dicho
(
a.1). Pero el Señor menciona, en Mt 13,23, un triple fruto de la
tierra buena, proveniente de la semilla espiritual, a saber,
centesimo, sexagésimo y
trigésimo. Luego no han de ponerse
doce frutos.
3. Es de la esencia del fruto que sea algo último y deleitable. Pero
esta noción no se cumple en todos los frutos enumerados por San Pablo,
pues la paciencia y la longanimidad parecen encontrarse en cosas que
contristan; y la fe no tiene condición de algo último, sino más bien
de primer fundamento. Luego la enumeración de los frutos es
excesiva.
Contra esto: la enumeración parece insuficiente y reducida, pues queda
dicho (
a.2) que todas las bienaventuranzas pueden llamarse frutos, más
aquí no se enumeran todas. Tampoco se menciona nada referente al acto
de la sabiduría y de muchas otras virtudes. Luego parece que la
enumeración es insuficiente.
Respondo: El número de doce frutos enumerados
por San Pablo está bien dado, y pueden verse indicados en los doce
frutos de los que se habla en Ap 22,2:
A un lado y a otro del río
había un árbol de vida que daba doce frutos. Y como se llama fruto
a lo que procede de algún principio como de semilla o raíz, la
distinción de estos frutos ha de tomarse del diverso proceso del
Espíritu Santo en nosotros. Tal proceso se atiende según este orden:
primero, que la mente del hombre esté ordenada en sí misma; segundo,
que esté ordenada respecto de las cosas que están a su lado; tercero,
que lo esté respecto de las cosas inferiores.
La mente humana se dispone bien en sí misma cuando está bien respecto
de los bienes y de los males. La primera disposición de la mente
humana respecto del bien es el amor, que es la afección primera y raíz
de todas las afecciones, según se ha dicho anteriormente (q.27 a.4; q.28 a.6 ad 2; q.41 a.2 ad 1). De ahí que entre los frutos del
Espíritu Santo se ponga en primer lugar la caridad, en la que
se da especialmente el Espíritu Santo, como en propia semejanza, por
ser El amor. Por eso se dice en Rom 5,5: La caridad de Dios se ha
derramado en nuestro corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos
ha sido dado. Al amor de caridad le sigue necesariamente el gozo,
porque todo amante se goza en la unión del amado, y la caridad tiene
siempre presente a Dios, a quien ama, según aquello de 1 Jn 4,16: El que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él. De ahí que
la consecuencia de la caridad sea el gozo. Mas la perfección
del gozo es la paz, en cuanto a dos cosas. Primera, cuanto a la
quietud que lleva consigo el cese de las perturbaciones exteriores;
porque uno no puede gozar perfectamente del bien amado si en su
fruición es perturbado por otras cosas; y, además, quien tiene el
corazón perfectamente aquietado en una cosa no puede ser molestado por
otra cosa alguna, porque tiene como en nada las demás cosas. De ahí
que se diga en el salmo 118,165: Mucha paz tienen los que aman tu
ley, y no hay para ellos tropiezo, porque no son perturbados por
las cosas exteriores de modo que les impidan disfrutar de Dios.
Segunda, en cuanto a la calma del deseo fluctuante, pues no goza
perfectamente de algo aquel a quien no le basta aquello de que goza.
Ahora bien, la paz implica ambas cosas, a saber: que no seamos
perturbados por las cosas exteriores y que nuestros
deseos descansen en una sola cosa. Por eso, después de la caridad y
del gozo se pone, en tercer lugar, la paz. En los males, a su
vez, el alma se dispone bien en cuanto a dos cosas. Primera, para que
no sea perturbada por la inminencia de los males, lo cual pertenece a
la paciencia. Segunda, para que no sea perturbada por la
dilación de los bienes, lo cual pertenece a la longanimidad,
pues carecer del bien tiene razón de mal, según se dice en el
libro V Ethic.
Respecto de las cosas que están junto al hombre, es decir, respecto
del prójimo, el alma del hombre se dispone bien, primero, en cuanto a
la voluntad de hacer el bien; y a esto pertenece la bondad;
segundo, en cuanto al ejercicio de la beneficiencia, y a esto
pertenece la benignidad, ya que se llaman benignos aquellos a
quienes el buen fuego del amor enfervoriza para hacer bien al
prójimo; tercero, en cuanto a tolerar ecuánimemente los males
inferidos por ellos, y a esto pertenece la mansedumbre, que
refrena las iras; cuarto, en cuanto a no hacer daño al prójimo, no
solamente por la ira, sino que tampoco por el fraude o el engaño, y
esto pertenece a la fe, entendida como fidelidad; porque si
se entiende por fe aquella por la que se cree en Dios, entonces por
ella se ordena el hombre a lo que está sobre él, de modo que el hombre
somete su entendimiento a Dios y, consiguientemente, todas sus
cosas.
Respecto de lo inferior, el hombre se dispone bien, primero, en
cuanto a las acciones exteriores, por la modestia, que pone
moderación en todos los dichos y hechos; y en cuanto a las
concupiscencias interiores, por la continencia y la castidad, ya se distingan estas dos en el sentido de que la
castidad refrena al hombre en lo ilícito, mientras que la continencia
le refrena incluso en lo lícito; o bien en el sentido de que el
continente siente las concupiscencias, pero no se deja arrastrar por
ellas, mientras que el casto ni es arrastrado ni las
padece.
A las objeciones:
1. La santificación se realiza por
todas las virtudes, por las que también se eliminan los pecados. De
ahí que en el texto citado se habla de fruto en singular por la unidad
del género, el cual se divide en muchas especies, conforme a las
cuales se habla de muchos frutos.
2. Los frutos centesimo,
sexagésimo y trigésimo no se distinguen según las diversas especies de
los actos virtuosos, sino según los diversos grados de perfección aun
dentro de una misma virtud. Como la continencia conyugal está
significada mediante el fruto trigésimo; la continencia
de la viudez, mediante el fruto sexagésimo; y la continencia virginal,
mediante el fruto centesimo. También distinguen los
santos de otros modos los tres frutos evangélicos según
los tres grados de la virtud. Y se señalan tres grados, porque la
perfección de cada cosa se atiende según el principio, el medio y el
fin.
3. El hecho mismo de no ser
perturbado por las tristezas resulta deleitable. Y la misma fe, aun
tomada como fundamento (cf. sol.), tiene cierta razón de último y
deleitable, en cuanto que implica certeza; por eso expone la Glosa: La fe, es decir, certeza de las cosas
invisibles.
4. Según dice San Agustín, en el
comentario a Gal 5,22-23, el Apóstol no trató de
enseñar cuántos son (tanto las obras de la carne como los frutos del Espíritu), sino de mostrar en qué género se
han de evitar aquéllas y se han de seguir éstas. De ahí que
hubieran podido enumerarse más o menos frutos. Sin embargo, todos los
actos de los dones y de las virtudes pueden reducirse, según una
cierta conveniencia, a estas obras, en cuanto que es necesario que
todas las virtudes y los dones ordenen la mente según alguno de los
modos dichos. Así los actos de la sabiduría y de cualquiera de
los dones que ordenan al bien se reducen a la caridad, al gozo y la
paz. No obstante, San Pablo enumeró estos frutos más bien que otros,
porque los aquí enumerados implican más fruición de bienes o
apaciguamiento de males, que es lo que parece entrar en la noción de
fruto.
Artículo 4:
¿Son los frutos del Espíritu Santo contrarios a las obras de la
carne?
lat
Objeciones por las que parece que los frutos no son contrarios a las
obras de la carne que enumera San Pablo en Gál 5,19.
1. Las cosas contrarias pertenecen al mismo género. Pero las obras de
la carne no se llaman frutos. Luego no son contrarias a los frutos del
Espíritu.
2. A cada contrario se le opone un contrario. Pero San Pablo enumera
más obras de la carne que frutos del Espíritu. Luego las obras de la
carne y los frutos del Espíritu no son contrarios.
3. Entre los frutos del Espíritu se ponen en primer lugar la caridad,
el gozo y la paz, a los cuales no corresponden las enumeradas en
primer lugar como obras de la carne, que son la fornicación, la
impureza y lascivia. Luego los frutos del Espíritu no son contrarios a
las obras de la carne.
Contra esto: dice San Pablo en aquel lugar (vers.17), que la carne
tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu
tendencias contrarias a las de la carne.
Respondo: Las obras de la carne y los frutos
del Espíritu pueden tomarse de dos modos. Uno, bajo una razón común, y
en este sentido los frutos del Espíritu Santo son contrarios en común
a las obras de la carne, pues el Espíritu Santo mueve a la mente
humana a lo que es según la razón, o más bien a lo que es superior a
la razón, mientras que el apetito de la carne, que es el apetito
sensitivo, arrastra hacia los bienes sensibles, que están por debajo
del hombre. Por eso, como el movimiento ascendente y el movimiento
descendente son contrarios en el orden natural, así son contrarios en
las obras humanas los frutos del Espíritu y las obras de la
carne.
Pueden considerarse de otro modo según la condición propia de cada
uno de los frutos enumerados y de las obras de la carne. Y en este
sentido no es necesario que se contrapongan uno a una, porque, según
queda dicho (a.3 ad 4), San Pablo no intentó enumerar todas las obras
espirituales ni todas las obras de la carne. Sin embargo, según una
cierta adaptación, San Agustín, al exponer Gal 5,22-23, contrapone a cada una de las obras de la carne cada uno de los
frutos. Y así, a la fornicación, que es el amor de satisfacer la
libídine fuera del legítimo matrimonio, se opone la caridad, por la
que el alma se une a Dios, y en la cual también se da verdadera
castidad. Impurezas son todas las perturbaciones nacidas de aquella
fornicación, a las cuales se opone el gozo de la tranquilidad. La
idolatría, por la que se ha hecho la guerra contra el Evangelio de
Dios, se opone a la paz. Contra las hechicerías, enemistades, disputas
y emulaciones, animosidades y disensiones, están la longanimidad para
soportar los males de los hombres entre quienes vivimos; la benignidad
para preocuparse de ellos, y la bondad para excusarlos. A las herejías
se opone la fe; a la envidia, la mansedumbre; a las embriagueces y
comilonas, la continencia.
A las objeciones:
1. Lo que procede del árbol contra
la naturaleza del árbol no se dice que es fruto suyo, sino más bien
una corrupción. Y como las obras de las virtudes son connaturales a la
razón, mientras que las obras viciosas son contrarias a la razón, de
ahí que las obras de las virtudes se llamen frutos, pero no las obras
de los vicios.
2. Según dice Dionisio, en el
capítulo 4 De div. nom., el bien se da de un
solo modo, pero el mal ocurre de muchos modos. De ahí que a una
misma virtud se opongan muchos vicios. Por eso no es de admirar que se
pongan más obras de la carne que frutos del Espíritu.
3. La respuesta a la tercera resulta ya clara por lo dicho (en
la sol.).