Viene a continuación el tema de los efectos de la fe. Sobre él se
formulan dos preguntas:
Artículo 1:
¿Es el temor efecto de la fe?
lat
Objeciones por las que parece que el temor no es efecto de la
fe:
1. El efecto no precede a la causa. Ahora bien, el temor precede a la
fe, ya que leemos en Eclo 2,8: Los que teméis al Señor, confiad en
El. Por tanto, el temor no es efecto de la fe.
2. Una cosa no puede ser causa de efectos contrarios. Pero
el temor y la esperanza, según hemos demostrado (1-2 q.23 a.2; q.40 a.4 ad 1), son contrarios, y la fe, según la Glosa, engendra esperanza. Luego la fe no es causa del
temor.
3. Un contrario no es causa de su contrario. Pues bien,
según hemos dicho (1-2 q.42 a.1), los actos se especifican por sus
objetos. Pero el objeto de la fe es un bien, es decir, la Verdad
primera, y el del temor, un mal, como queda expuesto (1-2 q.18 a.2).
Por tanto, la fe no puede ser causa del temor.
Contra esto: está el testimonio de Santiago (2,19): Los demonios
creen, y tiemblan.
Respondo: El temor, como hemos expuesto (1-2 q.41 a.1; q.42 a.1), es un movimiento de la potencia apetitiva, y
todos los movimientos del apetito tienen por principio el bien o el
mal conocidos. En consecuencia, el temor, como todos los movimientos
del apetito, debe tener como principio alguna aprehensión. En el caso
de la fe, ésta produce en nosotros cierta representación de algunos
castigos que se nos pueden inferir conforme al juicio de Dios. De esta
manera la fe es causa del temor a verse castigado por Dios, y esto nos
da el temor servil. Es asimismo causa del temor filial, que consiste
en temer separarse de Dios, o, por reverencia, cuida de no compararse
con El. Esto está en función de la estima que la fe nos hace tener de
Dios, como bien inmenso y altísimo, y que separarse de El o pretender
equipararse con El es un gran mal. Pues bien, la causa del primer
temor, es decir, del servil, es la fe informe; del segundo, en cambio,
lo es la fe formada, que por la caridad hace que el hombre se una y
someta a Dios.
A las objeciones:
1. El temor de Dios no puede
preceder a la fe en toda su amplitud, porque si ignoráramos del todo a
Dios en cuanto a los premios o a los castigos de que nos habla la fe,
en manera alguna temeríamos a Dios. Pero, supuesta la fe de algunos
artículos, por ejemplo, el de la excelencia divina, se origina el
temor reverencial, y este temor induce, a su vez, a someter el
entendimiento a creer las promesas divinas. De ahí que continúe el
texto citado: no quedaréis defraudados en vuestra
recompensa.
2. Una misma cosa puede ser causa
de efectos contrarios, si bien bajo aspectos diversos, no en el mismo
sentido. En el caso 1 Glossa interl. (5,5r).
de la fe, ésta engendra en nosotros la esperanza, en cuanto nos da el
conocimiento de los premios con que recompensa Dios a los justos. Se
convierte, en cambio, en causa de temor en cuanto evoca el pensamiento
de los castigos que infligirá a los pecadores.
3. El objeto formal y primero de
la fe es un bien: la Verdad primera. Pero propone también para creer,
como objeto material, algunos males, por ejemplo, que es malo no
someterse a Dios o apartarse de El, y que los pecadores sufrirán, de
parte de Dios, males penales. Bajo este aspecto puede ser causa de
temor la fe.
Artículo 2:
¿Es efecto de la fe la purificación del corazón?
lat
Objeciones por las que parece que no es efecto de la fe la
purificación del corazón:
1. La pureza de corazón radica principalmente en la voluntad. Ahora
bien, la fe radica en el entendimiento. La fe, pues, no causa la
pureza de corazón.
2. Lo que causa la pureza de corazón no puede coincidir con
la impureza. Puede darse, sin embargo, la fe conjuntamente con el
pecado, como en el caso de quienes tienen fe informe. Por lo tanto, la
fe no purifica el corazón.
3. Si la fe purificara de algún modo el corazón del
hombre, purificaría sobre todo su entendimiento. Sin embargo, la fe no
purifica al entendimiento de su oscuridad, dado que su conocimiento es
enigmático. En consecuencia, la fe en modo alguno purifica el
corazón.
Contra esto: están las palabras de San Pedro: Purificó sus corazones
con la fe (Act 15,9).
Respondo: La impureza de las cosas proviene de
la mezcla con otras más viles. Así, no se dice de la plata que es
impura por la mezcla con el oro, que incrementa su valor, sino de la
mezcla con el estaño o el plomo. Ahora bien, es evidente que la
criatura racional es más digna que el resto de las criaturas
temporales y corporales, y por eso se hace impura al someterse a las
cosas temporales amándolas. De esa impureza queda purificada por el
movimiento contrario, o sea, cuando se encamina hacia Dios, que es
superior a ella. Pues bien, el primer principio de ese movimiento es
la fe, según las palabras de Heb 11,6: El que se acerca a Dios ha
de creer que existe. Por consiguiente, el primer principio de la
purificación del corazón es la fe. Y si ésta está perfeccionada por la
caridad formada, causa la purificación perfecta.
A las objeciones:
1. Lo que radica en el
entendimiento es causa de lo que está en la voluntad, en cuanto que el
bien percibido por él pone en movimiento el afecto.
2. La fe, incluso informe, excluye
cierta impureza opuesta a ella, es decir, la del error. Esta impureza
tiene lugar cuando el entendimiento humano se adhiere de manera
desordenada a las cosas inferiores a él, a saber, cuando pretende
medir las cosas divinas según el módulo de las cosas sensibles. Mas
cuando está informada por la caridad, no tolera impureza alguna,
porque el amor cubre todas las faltas (Prov
10,12).
3. La oscuridad de la fe no es
debida a la impureza de la culpa; hay que atribuirla, más bien, a la
deficiencia natural del entendimiento en el estado de la vida
presente.