Artículo 1:
¿Hay algún orden en la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que no hay orden alguno en la
caridad:
1. La caridad es una virtud. Ahora bien, a las demás virtudes no se
les señala orden alguno. Luego tampoco se le debe señalar a la
caridad.
2. Como el objeto de la fe es la verdad primera, el de la
caridad es la bondad suma. Pues bien, en la fe no se establece orden
alguno, sino que se cree todo por igual. En consecuencia, tampoco se
debe establecer en la caridad.
3. La caridad radica en la voluntad. Pero el ordenar
incumbe no a la voluntad, sino a la razón. Por lo tanto, no debe
atribuirse orden alguno a la caridad.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura, donde leemos: Introdújome el rey en su bodega, ordenó en mí la caridad (Cant
2,4).
Respondo: Según enseña el Filósofo en V
Metaphys., los términos anterior y posterior se
pronuncian en relación a algún principio, y el orden entraña en sí un
modo de anterioridad y posterioridad. Pues bien, hemos dicho ya (
q.23 a.1;
q.25 a.12) que el amor de caridad tiende hacia Dios como
principio de la bienaventuranza, en cuya comunicación se funda la
amistad de caridad. Es, por lo mismo, conveniente que
entre las cosas amadas por caridad haya algún orden según su relación
con el principio primero de ese amor, que es Dios.
A las objeciones:
1. La caridad, según hemos visto
(
q.23 a.6), tiende al fin último en cuanto tal, y esto no incumbe a
ninguna otra virtud. Pues bien, el fin tiene razón de principio, tanto
en el orden del apetito como en el de la acción, según queda ya
demostrado (
q.23 a.7;
1-2 q.13 a.3;
q.34 a.4 ad 1;
q.57 a.4). Por
tanto, la caridad tiene relación en sumo grado con el primer
principio, y, por consiguiente, en ella se da sobre todo un orden en
relación con ese primer principio.
2. La fe corresponde a la potencia
cognoscitiva, cuya operación implica que las cosas conocidas están en
el sujeto que las conoce. La caridad, en cambio, está en la potencia
afectiva, cuya operación consiste en que el alma tiende hacia las
cosas en sí mismas.
Pues bien, el orden se encuentra principalmente en las cosas y de
ellas llega a nuestro conocimiento. Por eso el orden se atribuye más a
la caridad que a la fe, aunque en ésta hay también algún orden, en el
sentido de que su objeto principal es Dios, y las cosas que se
refieren a Dios las considera como objeto secundario.
3. El orden atañe a la razón como
potencia ordenadora; a la potencia apetitiva, como potencia ordenada.
En este sentido se pone orden en la caridad.
Artículo 2:
¿Se debe amar a Dios más que al prójimo?
lat
Objeciones por las que parece que no debe ser amado Dios más que el
prójimo:
1. Afirma San Juan que quien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ve? (1 Jn 4,20). De ello se infiere
que lo más amable es lo más visible, ya que, según se ha escrito
también en IX Ethic., la visión es el principio del
amor. Ahora bien, Dios es menos visible que el prójimo.
Luego también ha de ser menos amado con caridad.
2. La semejanza es causa del amor, según el testimonio de la
Escritura: Todo animal ama a su semejante (Eclo 13,19). Pues
bien, es mayor la semejanza del hombre con su prójimo que con Dios.
Por lo tanto, con la caridad ama el hombre al prójimo más que a
Dios.
3. En expresión de San Agustín en I
De doctr.
christ., lo que ama la caridad en el prójimo es Dios. Pues bien, Dios no es mayor en sí mismo que en el prójimo, y, por lo
tanto, no ha de ser más amado en sí mismo que en el
prójimo.
En consecuencia, tampoco se debe amar a Dios más que al
prójimo.
Contra esto: está el hecho de que se debe amar con preferencia lo que es
causa del odio que hemos de tener a ciertas cosas. Pues bien, debemos
odiar al prójimo por Dios cuando nos aparta de El, a
tenor de este testimonio de la Escritura: El que viene a mí y no
odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos
y hermanas, no puede ser mi discípulo (Lc 14,26). En consecuencia,
por caridad debemos amar a Dios más que al prójimo.
Respondo: Toda amistad considera con
preferencia aquello que atañe principalmente al bien en cuya
comunicación se funda, y así, la amistad política se fija
principalmente en el príncipe de la ciudad, de quien depende el bien
común total de la misma. Por eso los ciudadanos le deben también,
sobre todo, fidelidad y obediencia. Pues bien, la amistad de caridad
se cimienta en la comunicación de la bienaventuranza, que
esencialmente radica en Dios como primer principio, y de él se deriva
a todos los seres capaces de poseerla. Por eso Dios debe ser amado con
caridad de manera peculiar y en sumo grado, dado que es amado como
causa de la bienaventuranza; el prójimo, en cambio, como copartícipe
nuestro de esa bienaventuranza.
A las objeciones:
1. Una cosa es causa de amor de dos
maneras. Primero, como motivo de amor. En este sentido, la causa del
amor es el bien, ya que se ama lo que tiene razón de bien. En segundo
lugar, es causa de amor en cuanto se ofrece como un camino que lleva a
la consecución del bien. Bajo este aspecto, la vista es causa del
amor. Esto no se ha de entender en el sentido de que una cosa sea
amable por ser vista, sino en el de que por la visión llegamos al
amor. No es menester, por lo mismo, que sea más amable lo más visible,
sino que es lo primero que se nos ofrece para amarlo. En este sentido
argumenta el Apóstol. El prójimo, en verdad, por ser más visible, se
ofrece con prioridad a nuestro amor, ya que, en expresión de Gregorio
en una homilía, por las cosas que conoce el alma aprende a amar lo
desconocido. Por eso se puede argüir de quien no
ama al prójimo que tampoco ama a Dios; no porque sea más digno el amor
al prójimo, sino porque es lo primero que se ofrece a nuestro amor.
Sin embargo, Dios es más digno de amor por su mayor
bondad.
2. Nuestra semejanza con Dios es
anterior y además causa de la que tenemos con el prójimo.
Efectivamente, el hecho de participar de Dios lo que recibe de él
también el prójimo, nos hace semejantes a nuestro prójimo. Y así, por
esta razón de semejanza, hemos de amar a Dios más que al
prójimo.
3. Dios, considerado en su
sustancia, es igual dondequiera que esté, pues no se aminora por estar
en otro. El prójimo, empero, no posee la bondad de Dios como la posee
El: Dios la posee esencialmente; el prójimo la tiene por
participación.
Artículo 3:
¿Debe el hombre amar en caridad más a Dios que a sí
mismo?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe amar en caridad
más a Dios que a sí mismo:
1. Escribe el Filósofo en IX Ethic. que la amistad para con
otro proviene de la amistad para con uno mismo. Ahora bien, la causa supera al efecto. Por lo tanto, la amistad del
hombre consigo mismo es mayor que con otro. En consecuencia, se debe a
sí mismo más amor que a Dios.
2. Una cosa, cualquiera que sea, es amada en cuanto bien
propio, y el motivo de amar es más amado que lo que se ama por ese
motivo, al igual que se conocen mejor los principios de conocer. Por
lo tanto, el hombre se ama a sí mismo más que cualquier otro bien que
ame. En conclusión, no ama a Dios más que a sí mismo.
3. Cuanto se ama a Dios, tanto se desea gozar de El. Pues
bien, tanto se ama a sí mismo cuanto se desea gozar de Dios, ya que es
el mayor bien que se puede querer para sí. No debe, pues, el hombre
amar por caridad a Dios más que a sí mismo.
Contra esto: está lo que escribe San Agustín en I De doctr. christ.:
Si a ti te debes amar no por ti, sino por aquel en que está el fin
rectísimo de tu amor, que no se duela ningún hombre si a él lo amas
también por Dios. Ahora bien, es más aquello por lo
que una cosa es que la cosa misma. Por lo tanto, el hombre debe amar
más a Dios que a sí mismo.
Respondo: De Dios podemos recibir dos tipos de
bienes: de naturaleza y de gracia. El amor natural se funda en la
comunicación de los bienes naturales concedidos por Dios, y en virtud
de ese amor, el hombre, en su naturaleza íntegra, ama no sólo a Dios
sobre todas las cosas y más que a sí mismo, y lo mismo hace cualquier
otra criatura con el amor que le es propio, sea intelectual o
racional, sea animal o, al menos, el natural en las cosas que carecen
de conocimiento, como las piedras y demás cosas. La razón de ello está
en el hecho de que, en un todo, cada parte ama naturalmente el bien
común del todo más que el bien propio y particular. Esto se pone de
manifiesto en la actividad de los seres: cada parte tiene, en efecto,
una inclinación primordial a la acción común que redunda en beneficio
del todo. Esto se echa de ver igualmente en las virtudes políticas,
que hacen que los ciudadanos sufran perjuicios en menoscabo de sus
propios bienes y a veces en sus personas. Con mucha mayor razón, pues,
se da esto en la amistad de caridad, fundada en la comunicación de los
dones de gracia. Por eso debe amar el hombre a Dios, bien común de
todos, más que a sí mismo, porque la bienaventuranza eterna está en
Dios como en principio común y fontal de cuantos pueden
participarla.
A las objeciones:
1. El Filósofo habla allí de los
sentimientos de amistad que se tienen hacia aquel en quien el bien,
objeto de la amistad, se encuentra de una manera limitada; no de la
amistad hacia aquel en quien se encuentra la totalidad de
bien.
2. La parte ama en realidad el
bien del todo en cuanto le es conveniente; mas no hasta el extremo de
que ordene a sí misma el bien del todo, sino más bien hasta el punto
de que ella misma se ordene al bien del todo.
3. Querer gozar de Dios incumbe al
amor en que Dios es amado con amor de concupiscencia. Pero a Dios le
amamos con amor más de amistad que de concupiscencia, ya que de suyo
es mayor el bien divino que el bien que podamos participar gozándolo.
Por eso, simplemente el hombre ama más a Dios en caridad que a sí
mismo.
Artículo 4:
¿Debe el hombre amarse a sí mismo por caridad más que al
prójimo?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe amarse por
caridad a sí mismo más que al prójimo:
1. Como hemos dicho (
a.2), el objeto de la caridad es Dios. Pero a
veces ve el hombre que el prójimo está más unido a Dios que él mismo.
Por tanto, debe amar más a esa persona que a sí mismo.
2. Evitamos más el perjuicio de aquel a quien más amamos.
Pues bien, el hombre soporta por caridad el perjuicio del prójimo, a
tenor de las palabras: Quien descuida su daño por el amigo es
justo (Prov 12,26). En consecuencia, por caridad debe amar más a
otro que a sí mismo.
3. De la caridad se escribe en 1 Cor 13,5 que no busca
lo suyo. Ahora bien, amamos al máximo a aquel cuyo bien máximo
buscamos. Por lo tanto, el hombre no se ama a sí mismo por caridad más
que al prójimo.
Contra esto: está lo que leemos en Lev 19,18 y Mt 22,39: Amarás al
prójimo como a ti mismo. Esto parece dar a entender que el amor
del hombre a sí mismo es como el modelo del amor que debe tener a
otro. Ahora bien, el modelo es siempre superior a la copia. En
consecuencia, por caridad el hombre debe amarse a sí mismo más que al
prójimo.
Respondo: En el hombre hay dos elementos: su
naturaleza espiritual y su naturaleza corporal. Se
dice que se ama a sí mismo el hombre cuando se ama
según su naturaleza espiritual, como ha quedado ya expuesto (
q.25 a.7). Bajo este aspecto, después de Dios debe amarse el hombre más a
sí mismo que a otro cualquiera. Esto está claro por el motivo mismo de
amar. Efectivamente, como hemos expuesto (
a.2;
q.25 a.12), Dios es
amado como principio del bien sobre el que se funda el amor de
caridad; el hombre, en cambio, se ama a sí mismo en caridad por ser
partícipe de ese bien; el prójimo, empero, es amado como asociado a
esa participación. Pero esa asociación se torna en motivo de amor en
cuanto implica cierta unión en orden a Dios. Por consiguiente, así
como la unidad es superior a la unión, el hecho de participar del bien
divino el hombre es superior al hecho de que alguien esté asociado a
esa participación. En consecuencia, el hombre debe amarse a sí mismo
en caridad más que al prójimo. La confirmación de ello es el hecho de
que el hombre no debe incurrir en el mal del pecado, que contraría a
la participación de la bienaventuranza eterna, por librar al prójimo
de un pecado.
A las objeciones:
1. El amor de caridad no se mide
sólo por parte del objeto, que es Dios, sino también por parte del
sujeto que ama, a saber, el hombre mismo que tiene caridad, al igual
que la medida de cualquier acción depende, en cierto modo, del sujeto
que la realiza. Por eso, aunque el prójimo mejor esté más cerca de
Dios, no obstante, por no estar tan cerca del que tiene caridad como
lo está éste de sí mismo, no se sigue que deba uno amar más al prójimo
que a sí mismo.
2. El hombre debe sufrir por el
amigo perjuicios corporales, y haciendo eso, se ama más a sí mismo
según la parte espiritual, pues el obrar así revela perfección en la
virtud, que es el bien del alma. Pero en el plano espiritual no debe
el hombre incurrir en pecado para librar a otro de él, como hemos
expuesto.
3. Como afirma San Agustín en
la
Regla cuando
se dice que la caridad no busca su propio
interés, se ha de entender que antepone el bien común al propio. Pero el bien común es siempre más amable que el
propio, lo mismo que a la parte el bien del todo es más amable que el
bien parcial suyo, como queda dicho (
a.3).
Artículo 5:
¿Debe amar el hombre más al prójimo que a su propio
cuerpo?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe amar más al
prójimo que a su propio cuerpo:
1. Cuando se habla del prójimo se entiende incluido su cuerpo. Pues
bien, si el hombre debe amar más al prójimo que a su propio cuerpo,
deberá amar también más el cuerpo del prójimo que el suyo
propio.
2. Como queda expuesto (
a.4), el hombre debe amar más su
propia alma que al prójimo. Ahora bien, nuestro propio cuerpo está más
allegado a nuestra alma que el prójimo. En consecuencia, debemos amar
más nuestro propio cuerpo que al prójimo.
3. Cada uno arriesga lo que ama menos en beneficio de lo
que ama más. Pues bien, no todo hombre está obligado a arriesgar su
propio cuerpo por la salvación del prójimo, extremo éste propio de los
perfectos, a tenor de las palabras de San Juan (15,13):
Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
En consecuencia, el hombre no está obligado a amar más con caridad al
prójimo que a su propio cuerpo.
Contra esto: está lo que afirma San Agustín en el De doctr. christ.:
Debemos amar más al prójimo que a nuestro propio cuerpo.
Respondo: Se debe amar más con caridad lo que es
más plenamente amable, según hemos expuesto (
a.2 y
4). Pues bien, el
consorcio en la participación plena de la bienaventuranza, motivo del
amor al prójimo, es motivo más poderoso de amarle que la participación
de la bienaventuranza por redundancia, motivo del amor al propio
cuerpo. Por eso, lo que afecta a la salud del alma del
prójimo debemos amarlo más que a nuestro propio cuerpo.
A las objeciones:
1. Según el Filósofo en IX Ethic., las cosas se dan a conocer por lo principal que hay en
ellas. Por eso, cuando se dice que el prójimo debe ser
más amado que el propio cuerpo, se sobrentiende que se trata del alma,
parte principal de su ser.
2. Nuestro cuerpo está más
allegado a nuestra alma que nuestro prójimo, si se considera la
constitución de nuestra naturaleza. Pero en cuanto a la participación
en la bienaventuranza es mayor la alianza del alma del prójimo con la
nuestra que la del propio cuerpo.
3. A todo hombre le incumbe cuidar
de su propio cuerpo, mas no a todos incumbe el cuidado de la salvación
del prójimo, si no es en caso de necesidad. Por eso no es esencial a
la caridad que el hombre ponga su cuerpo en favor de la salvación del
prójimo, excepto el caso en que haya obligación de mirar por su
salvación. El hecho de que, fuera de un caso de necesidad, se ofrezca
alguien espontáneamente para ello, entra en la esfera de perfección de
la caridad.
Artículo 6:
¿Ha de ser más amado un prójimo que otro?
lat
Objeciones por las que parece que no debe ser más amado un prójimo
que otro:
1. Escribe San Agustín en I De doct. chrisí. que todos los
hombres deben ser amados por igual. Mas no pudiendo ser útil a todos,
has de preferir principalmente aquellos que, por las circunstancias de
lugar y de tiempo, están más unidos a ti con una misma
suerte. No hay, pues, obligación de amar más a un
prójimo que a otro.
2. Si hay un solo e idéntico motivo de amar a diferentes
personas, no debe ser desigual el amor. Ahora bien, la razón de amar a
todos los prójimos es única, a saber: Dios, como expone San Agustin en
I De doct. christ.. En consecuencia, debemos
amar por igual a todos los prójimos.
3. Amar es querer el bien para alguien, como
demuestra el Filósofo en II Rhet.. Pues bien,
queremos para todos los prójimos un bien igual, es decir, la vida
eterna. Por lo tanto, debemos quererles a todos por
igual.
Contra esto: está el hecho de que tanto más debe uno ser amado cuanto
más gravemente peca si se obra contra su amor. Pues bien, peca más
gravemente uno obrando contra el amor de ciertos prójimos que de
otros; de ahí el precepto de la ley de que quien maldijere al padre
o a la madre, morirá (Lev 20,9), precepto que no afecta a quienes
maldijeren a otros hombres. En conclusión, debemos amar a unos
prójimos más que a otros.
Respondo: Sobre este particular ha habido dos
opiniones. Algunos, efectivamente, dijeron que todos
los prójimos deben ser amados de la misma manera por caridad en cuanto
al afecto, mas no en cuanto al efecto u obra exterior, porque, según
ellos, el orden de la caridad se debe medir por los beneficios
externos que hemos de proporcionar más a los prójimos que a los
extraños, y no por el afecto interno, que debemos por igual a todos,
incluso a los enemigos.
Pero esta opinión carece de fundamento. Efectivamente, el afecto de
caridad, que es inclinación de la gracia, no es menos ordenado que el
apetito natural, inclinación de la naturaleza, porque una y otra
proceden de la sabiduría divina. Ahora bien, en el orden natural
observamos que la inclinación natural está en proporción del acto o
del movimiento que corresponde a la naturaleza de cada ser, y así la
tierra tiene una inclinación mayor a la gravedad que el agua, pues lo
connatural de aquélla es estar debajo de ésta. Es menester, por
consiguiente, que la inclinación de la gracia, efecto de la caridad,
esté también proporcionada a las cosas que hay que
realizar fuera, hasta el punto de que tengamos afecto más intenso de
caridad hacia quienes debamos ser más benéficos. Por eso hay que
afirmar que incluso afectivamente es menester amar más a un prójimo
que a otro. Y la razón es que, siendo Dios el que ama y también el
principio del amor, por necesidad el afecto amoroso ha de ser mayor
según la cercanía a uno de esos principios. En verdad, como ya ha
quedado expuesto (a.1), donde hay un principio se fija el orden en
relación a ese principio.
A las objeciones:
1. El amor puede ser desigual de
dos maneras. La primera, por parte del bien que deseamos; desde este
punto de vista, a todos los hombres amamos con caridad por igual,
porque para todos deseamos el mismo bien en general, a saber, la
bienaventuranza eterna. En otro sentido, se puede hablar de un amor
mayor por razón de la intensidad mayor del acto de amor. Bajo este
aspecto no es menester amar por igual a todos los hombres. Cabe
también decir que podemos tener amor desigual hacia alguno de otras
dos maneras. La una, por el hecho de que unos son amados y otros no.
Semejante desigualdad se da en la beneficencia, ya que nos resulta
imposible hacer el bien a todos. Pero este tipo de desigualdad no cabe
en la benevolencia del amor. Se da también otra desigualdad del amor
que consiste en amar a unos más que a otros. San Agustín no pretende
excluir esta desigualdad, sino la primera, como se infiere de lo que
expone sobre la beneficencia.
2. No todos los prójimos se
relacionan con Dios de la misma manera, ya que algunos están más cerca
de El por su mayor bondad. A los que están más cerca se les debe amar
más con caridad que a los que están menos cerca.
3. Esa objeción procede de la
medida del amor por parte del bien que debemos a los
amigos.
Artículo 7:
¿Debemos amar más a los que están más unidos a nosotros?
lat
Objeciones por las que parece que debemos amar más a los mejores que
a los más allegados a nosotros:
1. Parece que debe ser más amado aquello que no hay motivo alguno
para odiar, como es más blanco lo que no está mezclado con negro. Pues
bien, las personas unidas a nosotros deben ser, en cierta forma,
objeto de odio, a tenor de las palabras de Lc 14,26: Si alguien
quiere venir a mí y no odia al padre y a la madre, etcétera; no
hay, en cambio, razón alguna para odiar a los hombres buenos. Parece,
pues, que los mejores deben ser más amados que los más
allegados.
2. Por la caridad principalmente se asemeja el hombre a
Dios, y Dios ama más al mejor. En consecuencia, por caridad debe
también el hombre amar más al mejor que a los más allegados.
3. Conforme a toda amistad, debe ser más amado lo que está
más cerca del fundamento mismo de la amistad, y así, por la amistad
natural amamos más a quienes están más unidos a nosotros por
naturaleza, como los padres y los hijos. Ahora bien, la amistad de
caridad está fundada en la comunicación de la bienaventuranza, de la
que están más cerca los mejores que los más allegados a nosotros. Por
lo tanto, por caridad debemos amar más a los mejores que a los más
allegados a nosotros.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Tim 5,8: Si alguno no mira por
los suyos, sobre todo por los de su casa, ha renegado de la fe y es
peor que un infiel. Ahora bien, el afecto interno de la caridad
debe corresponder al externo. En consecuencia, se debe tener más
caridad con los allegados que con los mejores.
Respondo: Todo acto debe guardar proporción no
sólo con el objeto, sino también con el sujeto; del objeto recibe la
especificación, y de la potencia del agente, su grado de intensidad,
como el movimiento se especifica por el término al que se dirige y
recibe su intensidad de la aptitud del agente y de la fuerza del
motor. De forma análoga, el amor se especifica por el objeto, pero la
intensidad depende de la persona que ama. Pues bien, en el orden de la
caridad, el objeto de amor caritativo es Dios; el hombre, empero, es
el sujeto que ama. De ahí se infiere que, desde el punto de vista de
la especificación del acto, la diferencia que hay que
poner en el amor al prójimo amado debe buscarse en relación a Dios, de
suerte que por caridad queramos mayor bien a quien se encuentre más
cerca de Dios. Efectivamente, aunque el bien que quiere para todos la
caridad, es decir, la bienaventuranza eterna, sea de suyo uno, tiene,
sin embargo, diversos grados según las diversas participaciones, y
atañe a la caridad querer que se cumpla la justicia de Dios, que hace
que los mejores participen de manera más perfecta de la
bienaventuranza. Esto diversifica específicamente al amor, ya que son
específicamente distintas las especies diversas de amor, conforme a
los distintos bienes que deseamos a las personas amadas. Pero la
intensidad del amor hay que valorarla en relación con el sujeto que
ama. Desde este punto de vista, a los más allegados les desea el
hombre más intensamente el bien para el que les ama que a los mejores
el bien mayor.
Hay que tener en cuenta, además, otra diferencia. Hay prójimos que,
efectivamente, están cerca de nosotros por origen natural que no
puedan perder, ya que por ese origen son lo que son. La bondad de la
virtud, en cambio, por la que algunos se acercan a Dios, puede
adquirirse y puede desaparecer, aumentar y disminuir, como se infiere
de lo que en otra ocasión hemos expuesto (q.24 a.4, 10 y 11). De ahí
que por caridad puedo querer que quien más allegado a mí sea mejor que
otro, y de esta manera pueda alcanzar un grado mayor de
bienaventuranza.
Hay incluso otro modo de amar por caridad más a nuestros allegados, y
consiste en amarles de más formas. Con quienes no lo son no tenemos
más amistad que la de la caridad. Con nuestros allegados, en cambio,
tenemos otras amistades, en función de la distinta unión que tengan
con nosotros. Dado, pues, que el bien sobre el que se funda cualquier
amistad honesta está ordenado, como a su fin, al bien sobre el que se
funda la caridad, sigúese de ello que la caridad impera
el acto de cualquier otra amistad, como el arte, cuyo objeto es el
fin, impera los actos de lo que conduce a él. En consecuencia, amar a
uno porque es consanguíneo o allegado, conciudadano, o por cualquier
otro motivo lícito ordenable al fin de la caridad, puede ser imperado
por esta virtud. De esta suerte, por la caridad, tanto por la
actividad propia como por los actos que impera, amamos de muchas
maneras a los más allegados a nosotros.
A las objeciones:
1. No se nos manda odiar a nuestros
parientes por ser parientes, sino sólo porque nos estorban amar a
Dios. Bajo este especto no son parientes, sino enemigos, según la
Escritura: Los enemigos del hombre son sus domésticos (Miq
7,6).
2. La caridad hace conformarse a
Dios proporcionalmente, a saber: que el hombre se comporte con lo que
le pertenece como Dios con lo que es de El. Podemos, efectivamente,
querer por caridad algunas cosas porque nos son convenientes. Sin
embargo, no las quiere Dios porque no son aptas para que El las
quiera, como quedó expuesto al tratar de la bondad de la voluntad (
1-2 q.19 a.10).
3. La caridad no produce el acto
solo bajo la formalidad de su objeto, sino también bajo la formalidad
del que ama, como queda dicho (
a.4 ad 1). De ahí nace el que sea más
amado el más cercano.
Artículo 8:
¿Ha de ser más amado quien está unido a nosotros por origen
carnal?
lat
Objeciones por las que parece que no debe ser más amado el que está
más unido a nosotros por el origen carnal:
1. Según la Escritura, el hombre cuya sociedad nos agrada será más
amado que el hermano (Prov 18,24). Y Máximo Valerio afirma también
que los vínculos de la amistad son fortísimos y de ningún modo
inferiores a la fuerza de la sangre. Pues es cosa cierta y evidente
que ésta la da el fortuito linaje; aquéllos, en cambio, los contrae
una voluntad empeñada con maduro juicio. En
consecuencia, no deben ser más amados los consanguíneos que los
otros.
2. Escribe San Ambrosio en I De off. ministr.: No os amo
menos a quienes os he engendrado en el Evangelio que si os hubiera
tenido en matrimonio, pues no es menos apasionada en el amor la gracia
que la naturaleza. Ciertamente, debemos amar más a quienes
consideramos que han de estar con nosotros en el futuro, que a quienes
sólo tenemos en este siglo. Por tanto, no debemos
amar más a los consanguíneos que a quienes están unidos a nosotros de
otra forma.
3. En expresión de San Gregorio en una homilía, el
testimonio del amor son las obras. Pues bien, a
algunos debemos testimoniar por obras nuestro amor, más incluso que a
los consanguíneos, al igual que en el ejército se ha de obedecer más
al jefe que al padre. Por consiguiente, no han de ser más amados los
parientes.
Contra esto: está el hecho de que los preceptos del decálogo ordenan
honrar de manera especial a los padres, como se ve en Ex 20,12. Deben,
pues, ser amados de manera especial quienes están unidos a nosotros
por origen carnal.
Respondo: Como ya quedó expuesto (
a.7),
nuestros allegados deben ser más amados por caridad, tanto por ser más
intensamente amados como por serlo por muchos motivos. Ahora bien, la
intensidad del amor procede de la unión entre el amado y quien le ama.
Por eso, el amor a personas diversas debe apreciarse en función de los
motivos diferentes de unión, o sea, que se ame más a uno que a otro a
tenor de lo que afecta a la unión que motiva el amor. Además, se debe
comparar un amor con otro cotejando los motivos de unión en que se
funda.
Según eso, hay que decir que la amistad entre consanguíneos estriba
en la comunidad de origen natural; la amistad de los conciudadanos, en
cambio, estriba en la comunicación civil, y la amistad de compañeros
de armas, en lo bélico. Por eso, en lo tocante a la naturaleza,
debemos amar más a los familiares; en lo referente a la convivencia
civil, más a los conciudadanos; y más a los compañeros de armas cuando
se trata de asuntos bélicos. Por eso escribe el Filósofo en IX
Ethic.: A cada uno hay que concederle lo propio y congruente. Y
ésta parece ser también la práctica general: en las bodas se invita a
la familia, al igual que el primer deber hacia los padres será
proveerles de alimento y honrarles. Lo mismo en lo
demás.
Por eso, si comparamos unión con unión, es evidente que la unión
basada en el origen natural tiene prioridad y es igualmente la más
estable, ya que se da en lo que corresponde a la sustancia (de nuestro
ser), mientras que los otros vínculos sobrevienen y pueden
desaparecer. Por eso es más estable la amistad entre consanguíneos. No
obstante, pueden ser más fuertes otras amistades en lo que es propio
de cada una.
A las objeciones:
1. Dado que la amistad con
compañeros se contrae por propia elección, en el plano de las cosas
que son de nuestra elección, como, por ejemplo, el plano de la acción,
este tipo de amor prevalece sobre el de los consanguíneos, en cuanto
que estamos más de acuerdo con ellos en lo que se debe hacer. Sin
embargo, la amistad con los familiares es más estable en cuanto que es
más natural y prevalece en lo que afecta a la naturaleza. Por eso
estamos más obligados a proveerles de lo necesario.
2. San Ambrosio habla del amor en
cuanto a los beneficios que atañen a la comunicación de la gracia, a
saber, en la educación moral. En este plano, en efecto, debe el hombre
atender más a los hijos espirituales, engendrados espiritualmente, que
a los hijos según la carne; a éstos tiene obligación de cuidar en sus
necesidades corporales.
3. El hecho de
obedecer en la guerra más al jefe del ejército que al padre, no prueba
que sea menos amado el padre, absolutamente hablando; solamente prueba
que es menos amado desde un punto de vista particular, es decir, en
cuanto al amor que funda la comunidad de armas.
Artículo 9:
¿Debe amar el hombre con caridad más al hijo que al
padre?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre debe amar con caridad más
al hijo que al padre:
1. Debemos amar más lo que más debemos beneficiar. Pues bien, debemos
beneficiar más a los hijos que a los padres, a tenor de lo que leemos
en la Escritura: No deben los hijos atesorar para los padres, sino
los padres para los hijos (2 Cor 12,14). En consencuencia, se debe
amar más a los hijos que a los padres.
2. La gracia perfecciona a la naturaleza, y los padres, por
naturaleza, aman a los hijos más que lo que son correspondidos por
éstos, como dice el Filósofo en VIII Ethic.. Debemos, por tanto, amar más a los hijos que a los
padres.
3. El afecto del hombre se corresponde con el de Dios por
la caridad. Pues bien, Dios ama a los hijos más que lo que es
correspondido. Por tanto, también nosotros debemos amar más a los
hijos que a los padres.
Contra esto: está lo que escribe San Ambrosio: En primer lugar debe
ser amado Dios; en segundo, los padres; después, los hijos, y, por
último, los domésticos.
Respondo: Según hemos expuesto (
a.4 ad 1;
a.7),
el grado de amor puede apreciarse de dos maneras. En primer lugar, por
parte del objeto. Bajo este aspecto se debe amar más lo que reporta un
bien más excelente y lo que tiene mayor semejanza con Dios. En este
sentido debe ser más amado el padre que el hijo, ya que al padre le
amamos como principio, y el principio representa un bien superior y
más semejante a Dios. En segundo lugar, los grados de amor se toman de
parte de quien ama, y en este sentido es más amado el más allegado.
Según esto, el hijo debe ser más amado que el padre, como afirma el
Filósofo en VIII
Ethic. En primer lugar, porque
los padres aman a sus hijos como una prolongación de sí mismos; el
padre, en cambio, no es algo del hijo. Por eso, el amor con que el
padre ama a su hijo es bastante parecido al amor con que se ama a sí
mismo. En segundo lugar, porque los padres tienen más certeza de que
ésos son sus hijos que a la inversa. En tercer lugar, porque el hijo,
siendo parte del padre, está más allegado a él que el padre al hijo,
con el que tiene razón de principio. Finalmente, porque los padres han
amado durante más tiempo. El padre, en verdad, empieza a amar
inmediatamente a su hijo; éste, en cambio, ama a aquél en el decurso
del tiempo, y resulta evidente que el amor es tanto más fuerte cuanto
más añejo, según leemos en la Escritura:
No abandones al viejo
amigo, que el reciente no le será semejante (Eclo
9,14).
A las objeciones:
1. Al principio se le debe la
sumisión del respeto y honor; al efecto, en cambio, le corresponde
recibir proporcionalmente la influencia del principio y su cuidado.
Por eso, los hijos deben a los padres honor, y éstos a sus hijos el
cuidado de atenderles.
2. El padre ama naturalmente más
al hijo a causa de la unión con él; el hijo, en cambio, ama
naturalmente más a su padre en razón de un bien superior.
3. Como afirma San Agustín en I De doctr. christ.: Dios nos ama para utilidad nuestra y para su honor. Por eso, dado que el padre se relaciona con
nosotros como principio, igual que Dios, a él propiamente pertenece
ser honrado por sus hijos; al hijo, en cambio, que le atiendan los
padres en sus necesidades. No obstante, en caso de necesidad está
obligado el hijo a venir en ayuda de sus padres en virtud de los
beneficios recibidos.
Artículo 10:
¿Debe amar el hombre más a la madre que al padre?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre debe amar más a la madre
que al padre:
1. Como escribe el Filósofo en I
De gen. anim.: En la generación,
la madre da el cuerpo. Ahora bien, el hombre
recibe el alma no del padre, sino por creación de Dios, como expusimos
en la primera parte (
q.90 a.2;
q.118 a.2). Por tanto, recibe más de la
madre que del padre, y en consecuencia debe amarla
más.
2. El hombre debe amar más a quien más le ama. Pues bien, la
madre ama a su hijo más que el padre, según expone el Filósofo en
IX Ethic.: Las madres son más amantes de los hijos, pues es más
trabajosa la gestación de las madres y saben con más certeza quiénes
son sus hijos que los padres. Debe, pues, ser más
amada la madre que el padre.
3. Debemos mayor afecto de amor a quien más ha trabajado
por nosotros, a tenor de las palabras del Apóstol: Saludad a María,
que ha trabajado mucho entre vosotros (Rom 16,6). Ahora bien, la
madre trabaja más que el padre en la generación y en la educación, y
por eso se dice: No te olvides de los gemidos de tu madre (Eclo
7,29). En consecuencia, el hombre debe amar más a la madre que al
padre.
Contra esto: está lo que afirma San Jerónimo en su comentario sobre
Ezequiel: Después de Dios, Padre de todos, debe ser amado el padre;
después, añade, la madre.
Respondo: En estas comparaciones se ha de
entender con rigor lo que se propone, y aquí se plantea el problema en
torno al padre en cuanto padre, o sea, si debe ser más amado que la
madre en cuanto madre. En casos de este tipo puede ser tan grande la
diferencia entre la virtud y la malicia, que la amistad se disuelva o
disminuya, como escribe el Filósofo en VIII Ethic.. Por eso, como escribe San Ambrosio: Los buenos
parientes se han de anteponer a los malos hijos.
En términos absolutos debe ser más amado el padre que la madre, dado
que el padre y la madre son amados como principio del origen natural.
Pues bien, el padre es principio de modo más excelente que la madre,
por serlo como principio activo, y la madre lo es como principio
pasivo y material. En consecuencia, y hablando en absoluto, debe ser
más amado el padre.
A las objeciones:
1. En la generación del hombre, la
madre aporta la materia informe del cuerpo, y esa materia se va
formando por la capacidad formativa del semen paterno. Y aunque este
tipo de capacidad no puede crear el alma racional, dispone, sin
embargo, la materia corporal para la recepción de tal
forma.
2. Lo que se afirma en esa
objeción se refiere a otra clase de amor. Efectivamente, la amistad
que tenemos con quien nos ama es específicamente distinta de la que
tenemos con quien nos ha engendrado. Pero aquí tratamos de la amistad
debida al padre y a la madre considerados como principio de nuestra
generación.
Esta respuesta vale también para la tercera objeción.
Artículo 11:
¿Debe amar el hombre más a la esposa que al padre y a la
madre?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre debe amar más a la esposa
que al padre y a la madre:
1. Nadie deja una cosa sino por otra a la que prefiere. Pues bien, la
Escritura dice que por la esposa deja el hombre a su padre y a su
madre (Gén 2,24). En consecuencia, debe amar más a la esposa que
al padre y a la madre.
2. Escribe el Apóstol que los esposos deben amar a sus
esposas como a sí mismos (Ef 5,28). Ahora bien, el hombre debe
amarse a sí mismo más que a sus padres. Por tanto,
debe amar más a su esposa que a sus padres.
3. Donde hay más motivos de amar debe haber también más
amor. Pues bien, en la amistad con la esposa son muchos los motivos de
amar, ya que escribe el Filósofo en VIII Ethic. que en esta
amistad parece hallarse lo útil, lo deleitable y lo virtuoso, si son
virtuosos los cónyuges. Debe, pues, ser mayor el
amor a la esposa que a los padres.
Contra esto: está lo que escribe el Apóstol:
El marido debe amar a su
esposa como a su carne (Ef 5,28-29). Ahora bien, el hombre debe
amar menos su carne que al prójimo, como ya quedó expuesto (
a.5), y de
entre el prójimo a quien más se debe amar es a los padres. Por lo
tanto, debe amar más a éstos que a la esposa.
Respondo: Como hemos expuesto en otro lugar
(
a.7 y
9), el grado de amor puede entenderse en doble sentido: por la
naturaleza del bien y por la unión entre quien ama y la persona amada.
Así, por la naturaleza del bien, objeto del amor, se debe amar a los
padres antes que a la esposa, puesto que se ama a los padres en cuanto
principio y personificación de un bien superior. Desde el punto de
vista de la unión, en cambio, debe ser más amada la esposa, por la
unión que tiene con el esposo, formando con él una sola carne, a tenor
de las palabras de Mt 19,6:
Serán los dos una sola carne. Por
eso la esposa es amada más intensamente, pero a los padres se les debe
mayor respeto.
A las objeciones:
1. El hombre no deja del todo a su
padre y a su madre por la esposa, ya que hay circunstancias en las que
el hombre debe atender a su padre y a su madre antes que a la esposa.
Mas en lo que afecta a la unión conyugal y a la cohabitación, el
hombre, dejados los padres, se une a su esposa.
2. Las palabras del Apóstol no han
de entenderse en el sentido de que el hombre debe amar a su esposa
tanto como a sí mismo. Significan solamente que el amor que tiene
hacia sí mismo es el motivo del que tiene a la esposa.
3. También en la amistad paterna
hay razones múltiples de amor. Bajo algún aspecto tienen
preponderancia sobre el motivo de amor a la esposa, es decir, en
cuanto a la razón de bien. Pero desde el punto de vista de la unión,
tienen preponderancia los motivos de amar a la esposa.
4. Tampoco eso se ha de interpretar
en el sentido de que el como implique igualdad, sino motivo de
amor. El esposo, efectivamente, ama a su esposa por razón de la unión
carnal.
Artículo 12:
¿Debe amar el hombre más al bienhechor que al beneficiado?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre debe amar más al
bienhechor que al beneficiado:
1. Escribe San Agustín en el libro De cathechiz. Rud. que no hay provocación mayor al amor que adelantarse a amar.
Efectivamente, resulta duro en demasía el ánimo que, no queriendo
adelantarse a amar, rechaza el amor ofrecido. Ahora bien, el bienhechor se nos anticipa con beneficio de caridad.
Por tanto, le debemos amar principalmente.
2. Alguien ha de ser tanto más amado cuanto más gravemente
pecamos retirándonos de su amor o actuando contra él. Pues bien,
incurre más gravemente en pecado quien no ama al bienhechor, o actúa
contra él, que si deja de amar a quien hasta ahora ha beneficiado. Por
tanto, han de ser más amados los bienhechores que los
beneficiados.
3. De las cosas que hay que amar, sobre todas ellas se
debe amar a Dios y, después de El, al padre, como escribe San
Jerónimo. Pues bien, Dios y el padre son los
bienhechores máximos. En consecuencia, debe ser más amado el
bienhechor.
Contra esto: está lo que escribe el Filósofo en IX Ethic.: Parece que
los bienhechores aman más a los beneficiados que al
revés.
Respondo: Según lo expuesto (
a.7, 9 y
11), de
una cosa se dice que es más amada por doble título: o porque ofrece un
bien más excelente, o porque es más íntima la unión con ella. Desde el
primer punto de vista debe ser más amado el bienhechor, ya que, siendo
principio del bien del beneficiado, ofrece razón de bien más
excelente, como dijimos del padre (
a.9). Desde el segundo punto de
vista, empero, amamos más a los beneficiados, como prueba el Filósofo
en IX
Ethic., por cuatro razones: Primera,
porque el beneficiado es, en cierto modo, obra del bienhechor, y de
ahí viene la costumbre de decir
éste es hechura de aquél.
Ciertamente es natural que cada cual ame su obra, como vemos a los
poetas amando sus poemas. La razón de ello estriba en el hecho de que
todo ser ama su ser y su vida, que se manifiesta sobre todo en el
obrar. Segunda, porque cada uno ama naturalmente aquello en que ve su
propio bien. En verdad, el bienhechor y el beneficiado encuentran
recíprocamente el uno en el otro algún bien; el primero encuentra en
el segundo su bien honesto, y éste en aquél, su bien útil. Ahora bien,
siempre se considera más deleitable el bien honesto que el útil; bien
porque es más duradero, ya que la utilidad pasa pronto y el deleite de
la memoria no es el de la realidad que está presente; bien porque el
bien que hacemos lo recordamos con mayor placer que los buenos
servicios recibidos de otro. Tercera, porque a quien ama le incumbe
obrar, dado que quiere y procura el bien para el amado, y a éste le
corresponde recibirlo. De ahí que al más excelente atañe el amar, y
por eso es propio del bienhechor que ame más. Cuarta, porque es más
difícil hacer el bien que recibirlo, y así amamos más lo que es obra
de nuestro trabajo, y lo que nos llega con facilidad, de algún modo lo
despreciamos.
A las objeciones:
1. En el bienhechor está estimular
al beneficiado a que le ame; aquél, en cambio, ama a éste no provocado
por él, sino espontáneamente. Y lo espontáneo es de mayor calidad que
lo provocado.
2. El amor del beneficiado al
bienhechor es más obligado, y por eso lo contrario tiene razón de
mayor pecado. El amor, empero, del bienhechor al beneficiado es más
espontáneo, y por eso goza de mayor prontitud.
3. Más nos ama Dios a nosotros que
nosotros a El, al igual que los padres aman a los hijos más que éstos
a ellos. Con todo, no es preciso que amemos más a los beneficiados que
a ciertos bienhechores, y así, a los bienhechores de quienes hemos
recibido beneficios máximos, como Dios y los padres, les damos
preferencia en el amor sobre aquellos a quienes hemos hecho beneficios
menores.
Artículo 13:
¿Permanece en la patria el orden de la caridad?
lat
Objeciones por las que parece que el orden de la caridad no permanece
en la patria:
1. Escribe San Agustín en el libro De vera relig. que la
caridad perfecta es la que hace que amemos más los mejores bienes y
menos los menores. Pues bien, en la patria la
caridad será perfecta. Por tanto, cada uno amará más al mejor que a sí
mismo o a quien esté unido con él.
2. Es más amado aquel para quien deseamos mayor bien. Ahora
bien, todo el que esté en la patria querrá mayor bien para quien lo
tenga mayor, pues de lo contrario su voluntad no se conformaría del
todo con la divina. Pero allí el mayor bien lo tiene el mejor, y, por
tanto, todos amarán más al mejor. En consecuencia, se amará al mejor
más que a uno mismo, y al extraño más que al pariente.
3. Todo motivo de amor en la patria será Dios, ya que
entonces se cumplirá del todo lo que escribe el Apóstol en 1 Cor
15,28: Que sea Dios todo en todos. Por lo mismo, ha de ser más
amado el que esté más cerca de Dios. En conclusión, se amará al
mejor más que a uno mismo, y al extraño más que al
pariente.
Contra esto: está el hecho de que la gloria no destruye la naturaleza,
sino que la perfecciona, y el orden de la caridad antes propuesto
(
a.3, 6, 7 y
8) proviene de la naturaleza misma. Por otra parte, todos
los seres se aman a sí mismos más que a los demás. En consecuencia, el
orden de la caridad permanecerá en la patria.
Respondo: En la patria debe permanecer
necesariamente el orden de la caridad en cuanto se refiere al amor de
Dios sobre todas las cosas, pues esto se cumplirá de manera absoluta
cuando el hombre disfrute perfectamente de Dios. Mas en cuanto a la
relación del hombre con los demás parece que se impone una distinción.
Efectivamente, como ya hemos expuesto (
a.7), el grado de amor se puede
apreciar de diversas maneras: o por la diferencia de bien que uno
desea para otro, o por la intensidad del amor. Desde el primer punto
de vista, ama el hombre a los mejores más que a sí mismo, y menos a
los menos buenos. El bienaventurado, en efecto, querrá que cada cual
tenga el bien que le corresponda según la justicia divina, a causa de
la perfecta conformidad de su voluntad humana con la divina. Pero
entonces ya no habrá lugar para progresar por méritos hacia una
recompensa mayor, como acaece en la condición de esta vida, en la que
el hombre puede aspirar a una virtud y a una recompensa mejores; en la
patria, la voluntad de cada uno queda divinamente determinada. Desde
el segundo punto de vista, por el contrario, cada uno se amará más a
sí mismo que al prójimo, dado que la intensidad del acto de amor
radica en el sujeto que ama, como ya expusimos (
a.7). Mas también para
esto confiere Dios a cada uno el don de la caridad, de suerte que
primero oriente su mente hacia Dios, lo cual atañe al amor de sí
mismo, y después quiera el orden de los demás respecto de Dios, y
también que coopere a ello en cuanto pueda.
En cuanto al orden que hay que establecer entre los prójimos, hay que
decir sin reservas que con amor de caridad amará más al mejor, porque
toda la vida bienaventurada consiste en la ordenación de la mente a
Dios. Por tanto, todo el amor de los bienaventurados se establecerá en
relación con Dios, de manera que sea más amado y esté más unido a
quien más unido esté a Dios. No habrá entonces, como en esta vida, la
necesidad de proveer a las necesidades, hecho que obliga a preferir,
en cualquier circunstancia, al que esté más unido que al extraño; esto
hace que, en esta vida, por inclinación misma de la caridad, el hombre
ame más al que está más unido a él, y a él también le deba dispensar
más los efectos de la caridad. Acaecerá, sin embargo, en la patria,
que cada cual amará por más motivos al allegado, ya que en el alma del
bienaventurado permanecerán todas las causas del amor honesto. En
cualquier caso, a todas esas razones se antepone la del amor, basada
en el acercamiento a Dios.
A las objeciones:
1. La razón aducida es concluyente
en lo que afecta a cuantos están unidos a nosotros. Mas en cuanto a sí
mismo, cada cual debe amarse a sí mismo más que a los demás, y tanto
más cuanto más perfecta sea la caridad, pues la perfección de ésta
ordena al hombre de manera perfecta hacia Dios, y esto pertenece al
amor de sí mismo, como queda dicho.
2. Esa objeción concluye en el
orden del amor que corresponde al grado de bien que se quiere para el
ser amado.
3. Dios será para cada uno la
razón total de amor por ser El el bien del hombre. Porque si, por un
imposible, no fuera Dios el bien del hombre, no tendría motivo de
amor. Es menester, por lo mismo, que, en el orden del amor, después de
Dios se ame el hombre sobremanera a sí mismo.