Artículo 1:
¿Es pecado la acidia?
lat
Objeciones por las que parece que no es pecado la
acidia:
1. Por las pasiones no merecemos ni alabanza ni vituperio, según el
Filósofo en II
Ethic. Ahora bien, la acidia es
pasión, ya que es una especie de tristeza, según afirma el
Damasceno, y ha quedado ya expuesto (
1-2 q.35 a.8).
Luego la acidia no es pecado.
2. No se puede considerar pecado a ninguna flaqueza corporal
que sobreviene en horas determinadas. Y de esta categoría es la
acidia, a tenor de lo que escribe Casiano en el libro X De
Institutis monasticis: La acidia molesta sobre
todo al monje hacia la hora sexta, como cierta fiebre que da en un
tiempo señalado, causando en el enfermo ardentísimos dolores de alma,
con su subida a ciertas y acostumbradas horas. La acidia, pues, no
es pecado.
3. No parece pecado lo que procede de buena raíz. La
acidia procede de buena raíz, ya que, según afirma también Casiano en
el mismo libro, la acidia proviene de que alguien gime por no tener
fruto espiritual y se ensalza a los monasterios que quedan
lejos. Eso parece, más bien, señal de humildad.
Luego la acidia no es pecado.
4. Se debe huir todo pecado, a tenor de lo que leemos en
Eclo 21,2: Huye del pecado como de la culebra. Ahora bien,
Casiano, por su parte, escribe en el mismo libro: La experiencia
constata que no hay que huir ante el ataque de la acidia, sino que se
la supera resistiendo. Por tanto, la acidia no es
pecado.
Contra esto: está el hecho de que es pecado lo que prohíbe la Escritura.
Ahora bien, esto ocurre con la acidia, según el texto del Eclesiástico
6,26: Arrima el hombro y llévala (a la espiritual sabiduría) y no tengas acidia en sus lazos. Luego la acidia es
pecado.
Respondo: Según el Damasceno, la acidia es
cierta tristeza que apesadumbra, es decir, una
tristeza que de tal manera deprime el ánimo del hombre, que nada de lo
que hace le agrada, igual que se vuelven frías las cosas por la acción
corrosiva del ácido. Por eso la acidia implica cierto hastío para
obrar, como lo muestra el comentario de la
Glosa a las palabras
del salmo 106,18:
Toda comida les daba náuseas.
Hay también quien dice que la acidia es
la indolencia del alma en
empezar lo bueno. Este tipo de tristeza siempre es
malo: a veces, en sí mismo; otras, en sus efectos. Efectivamente, la
tristeza en sí misma es mala: versa sobre lo que es malo en apariencia
y bueno en realidad; a la inversa de lo que ocurre con el placer malo,
que proviene de un bien aparente y de un mal real. En conclusión, dado
que el bien espiritual es un bien real, la tristeza del bien
espiritual es en sí misma mala. Pero incluso la tristeza que proviene
de un mal real es mala en sus efectos cuando llega hasta el extremo de
ser tan embarazosa que retrae totalmente al hombre de la obra buena.
Por eso incluso el Apóstol, en 2 Cor 2,7, no quiere que el
penitente
se vea consumido por la excesiva tristeza del pecado.
Por tanto, dado que la acidia, en el sentido en que la tratamos aquí,
implica tristeza del bien espiritual, es doblemente mala: en sí misma
y en sus efectos. Por eso es pecado la acidia, ya que en los impulsos
apetitivos al mal lo llamamos pecado, como se deduce de lo ya expuesto
(
q.10 a.2;
1-2 q.71 a.6;
q.74 a.3).
A las objeciones:
1. Las pasiones en sí mismas no son
pecado, pero merecen vituperio cuando se aplican a algo malo, al igual
que son dignas de encomio cuando se aplican a algo bueno. De ahí que
la tristeza en sí misma no implica ni algo laudable ni algo
vituperable. Es digna de encomio la tristeza cuando proviene de mal
real, ante el cual permanece moderada. Es, en cambio, vituperable
cuando proviene del bien, o es tristeza excesiva del mal. Por eso es
pecado la acidia.
2. Las pasiones del apetito
sensitivo pueden ser en sí mismas pecado venial e inducen al alma al
pecado mortal. Y dado que el apetito sensitivo tiene órgano corporal,
se sigue que por alguna alteración del órgano corporal se hace el
hombre más hábil para algún pecado. Puede, en consecuencia, suceder
que por algunas alteraciones de tipo corporal que sobrevienen en
tiempos determinados, molesten más ciertos pecados. Pero toda flaqueza
corporal dispone de suyo para la tristeza, y por eso, quienes ayunan,
sufren sobre todo los ataques de la acidia hacia el
mediodía, en que comienzan a sentir la falta de comida y se sienten
agobiados por el calor del sol.
3. Atañe a la humildad que el
hombre no se engría, considerando sus defectos; pero no es humildad,
sino ingratitud, despreciar los bienes recibidos de Dios. Nos
entristecemos, en efecto, de lo que consideramos como malo o de poco
valor. Es, pues, necesario que, realzando los bienes ajenos, no
despreciemos los bienes recibidos de Dios, pues se nos volverían
tristes.
4. Siempre se debe huir del pecado.
Pero el ataque del pecado se ha de superar, a veces huyendo, a veces
resistiendo. Huyendo, cuando la persistencia del pensamiento aumenta
el incentivo del pecado, como es el caso de la lujuria; por esa razón
manda el Apóstol en 1 Cor 6,18: Huid la fornicación.
Resistiendo, en cambio, cuando la reflexión profunda quita todo
incentivo al pecado que proviene de ligera consideración. Es lo que se
debe hacer en el caso de la acidia, pues cuanto más pensamos en los
bienes espirituales, tanto más placenteros se nos hacen. El resultado
será que la acidia cese.
Artículo 2:
¿Es vicio especial la acidia?
lat
Objeciones por las que parece que la acidia no es vicio
especial:
1. Lo que concierne a todo vicio no constituye carácter de vicio
especial. Ahora bien, cualquier vicio conlleva que el hombre
experimente tristeza del bien espiritual opuesto, y así, el lujurioso
se entristece del bien de la continencia, y el glotón, del de la
abstinencia. Dado, pues, que, como queda dicho (
a.1), la acidia es
tristeza del bien espiritual, parece que no es vicio
especial.
2. La acidia, por ser tristeza, se opone al gozo. Pero el
gozo no figura como virtud especial. Luego tampoco debe figurar como
vicio especial la acidia.
3. El bien espiritual es objeto común que la virtud
apetece y el vicio rehuye. Por consiguiente, no hay lugar para una
especie particular de virtud o de vicio, a menos que se añada alguna
precisión que restrinja el sentido. Ahora bien, en el caso de que la
acidia sea vicio especial, parece que únicamente el trabajo podría
aportar esa precisión restrictiva, ya que, en efecto, los bienes
espirituales son fatigosos, y por eso hay quien huye de ellos. Por eso
mismo se convierte la acidia en cierto tedio. Pero rehuir trabajos y
buscar descanso corporal atañe a la pereza. En consecuencia, la acidia
no sería otra cosa que pereza, y esto parece falso, puesto que la
pereza se opone de suyo a la diligencia, y el gozo a la acidia. Luego
la acidia no es vicio especial.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio distingue en XXXI Moral, a la acidia de los demás vicios.
Respondo: Puesto que la acidia es tristeza del
bien espiritual, tomando el bien espiritual en sentido general, la
acidia no podrá significar vicio especial. Todo vicio, en efecto, como
queda expuesto (obj.1) rehuye el bien espiritual de la virtud opuesta.
Tampoco se puede decir que sea vicio especial la acidia por rehuir lo
que es trabajoso o molesto al cuerpo, u obstáculo para sus placeres,
ya que todo esto no distinguiría a la acidia de los vicios carnales
que llevan a buscar el descanso y deleite corporal.
Por todo lo cual es menester afirmar que, entre los dones
espirituales, hay un orden. En efecto, los bienes espirituales que
atañen a la actividad de cada virtud van todos ordenados hacia el bien
espiritual único al que corresponde una virtud especial, es decir, la
caridad. De ahí que a cada virtud corresponda gozarse del bien
espiritual propio, que radica en su propia actividad; a la caridad,
empero, le corresponde, a título especial, el gozo espiritual, que nos
hace gozarnos del bien divino. De la misma manera, la tristeza que
proviene del bien espiritual que conlleva la actividad de cada virtud,
no afecta a vicio especial alguno, sino a todos ellos. Pero sentir
tristeza del bien divino, del que se goza la caridad,
es propio de un vicio especial, cuyo nombre es
acidia.
A las objeciones: Con lo expuesto quedan resueltas las
objeciones.
Artículo 3:
¿Es pecado mortal la acidia?
lat
Objeciones por las que parece que la acidia no es pecado
mortal:
1. Todo pecado mortal se opone a algún precepto de la ley de Dios.
Ahora bien, parece que la acidia no se opone a ningún precepto, como
se puede constatar repasando uno por uno los preceptos del decálogo.
Por tanto, la acidia no es pecado mortal.
2. Dentro de un mismo género, el pecado de obra no es menor
que el de pensamiento. Pues bien, no es pecado mortal apartarse, por
la acción, de un bien espiritual que conduce a Dios, pues de lo
contrario pecaría mortalmente quien no observara los consejos
evangélicos. No es, pues, pecado mortal apartarse con el corazón, por
tristeza, de esas obras espirituales. En consecuencia, la acidia no es
pecado mortal.
3. En los hombres perfectos no se encuentra ningún pecado
mortal. Pero sí se da en ellos la acidia, y Casiano ha podido decir en
el libro X De Institutis coenobiorum que es conocida sobre
todo de los solitarios, y es el enemigo más violento y frecuente de
quienes habitan en el desierto. Por tanto, la
acidia no es pecado mortal.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol en 2 Cor 7,10: La
tristeza del siglo causa la muerte. Tal es la acidia, ya que no es tristeza según Dios, la cual se distingue por oposición a la
del siglo, que causa la muerte. Por tanto, es pecado
mortal.
Respondo: Queda dicho en otro lugar (
1-2 q.72 a.5;
q.88 a.1 y
2) que se llama pecado mortal lo que quita la vida
espiritual derivada de la caridad y por la que Dios inhabita en
nosotros. Por eso es pecado mortal, en su género, lo que de suyo
contraría esencialmente a la caridad, y eso es la acidia. En efecto,
hemos visto (
q.28 a.1) que el efecto propio de la caridad es el gozo
de Dios, y la acidia, por el contrario, es tristeza del bien
espiritual en cuanto bien divino. Resulta, pues, que, por su género,
la acidia es pecado mortal.
Sin embargo, es menester tener en cuenta que todos los pecados que
son mortales por su género, lo son sólo cuando alcanzan su perfección,
y la consumación del pecado está en el consentimiento de la razón. En
efecto, hablamos del pecado humano que se realiza en la acción y cuyo
principio es la razón. De ahí que, si el pecado se incoa
exclusivamente en la sensualidad, sin llegar al consentimiento de la
razón, es pecado venial por la imperfección del acto; así, por
ejemplo, en materia de adulterio, la concupiscencia centrada
exclusivamente en la sensualidad es pecado venial, pero si se llega al
consentimiento de la razón, es pecado mortal. Del mismo modo, el
movimiento de la acidia se da a veces solamente en la sensualidad por
la repugnancia de la carne hacia lo espiritual, y en este caso es
pecado venial. Otras veces, por el contrario, llega hasta la razón,
consintiendo en la huida, el horror y la repulsa del bien divino,
prevaleciendo del todo la carne sobre el espíritu. En este caso es
evidente que la acidia es pecado mortal.
A las objeciones:
1. La acidia contraría al precepto
de santificación del sábado, en el
cual, por ser moral, se preceptúa la quietud de la mente en Dios. A
esa quietud contraría la tristeza espiritual del bien
divino.
2. La acidia no es alejamiento
mental de cualquier bien espiritual, sino del bien divino, al cual la
mente debe prestar necesariamente su adhesión. De ahí que, si uno se
contrista porque otro le obliga a cumplir obras de virtud que no tiene
obligación de hacer, no es pecado de acidia; lo es, en cambio, cuando
se contrista de las cosas que hay que hacer por Dios.
3. En los varones santos se
encuentran movimientos imperfectos de acidia que no llegan hasta el
consentimiento de la razón.
Artículo 4:
¿Debe considerarse la acidia como pecado capital?
lat
Objeciones por las que parece que la acidia no debe considerarse
pecado capital:
1. Se llama pecado capital, como queda dicho (
q.34 a.5), el que
impulsa a cometer acciones pecaminosas. Ahora bien, la acidia no
impulsa a obrar; antes bien, retrae. Por tanto, no debe considerarse
pecado capital.
2. Al pecado capital se le asignan determinadas hijas, y San
Gregorio, en el XXXI
Moral., asigna a la acidia seis:
Malicia, rencor, pusilanimidad, desesperación, indolencia hacia los
mandamientos, divagación de la mente por lo ilícito, que no parece que se originen propiamente de la
acidia. En efecto, el rencor parece que es lo mismo que el odio, y
éste nace de la envidia, como hemos dicho (
q.34 a.6). La malicia, por
su parte, se aplica en general a todos los vicios, lo mismo que la
divagación de la mente por lo vedado. La indolencia hacia los
preceptos, a su vez, parece que es también idéntica a la acidia, y,
finalmente, la pusilanimidad y la desesperación pueden brotar de
cualquier pecado. En consecuencia, no es adecuado considerar a la
acidia como pecado capital.
3. San Isidoro, en el libro De Summa
Bono, distingue el vicio de la acidia del de la
tristeza, diciendo que es tristeza apartarse de lo laborioso y molesto
a que se está obligado; acidia, en cambio, entregarse a la quietud
indebida. A esto añade que de la tristeza proviene el rencor, la
pusilanimidad, la amargura, la desesperación; de la acidia, empero,
dice que provienen estos siete: La ociosidad, la
somnolencia, la indiscreción de la mente, el desasosiego del cuerpo,
la inestabilidad, la verbosidad, la curiosidad. Parece, pues, que
San Gregorio o San Isidoro se equivocan al asignar a la acidia sus
hijas como pecado capital.
Contra esto: está el hecho de que San Gregorio afirma en el XXXI Moral, que la acidia es pecado capital y que tiene distintas
hijas.
Respondo: Según hemos expuesto (
1-2 q.84 a.3 y
4), se llama pecado capital a aquel del que con facilidad nacen otros
vicios en calidad de causa final. Pues bien, del mismo modo que los
hombres llevan a cabo muchas cosas por el deleite, unas veces para
conseguirlo y otras para realizar algo inducidos por su impulso, hacen
igualmente muchas cosas a causa de la tristeza, sea para evitarla, sea
para acometer alguna empresa presionados por ella. Es, por tanto,
legítimo que, siendo la acidia cierta tristeza, como hemos expuesto
(
a.1), se le considere pecado capital.
A las objeciones:
1. La acidia, por la presión que
ejerce sobre el ánimo, retiene al hombre de hacer cosas que causan
tristeza. Sin embargo, también induce al ánimo a realizar lo que o se
compadece con la tristeza, como el llorar, o lo que la
evita.
2. San Gregorio asigna las hijas a
la acidia de manera conveniente. En efecto, dado que, como expone el
Filósofo en VIII
Ethic.,
nadie puede permanecer largo tiempo en tristeza sin placer, es
menester que la tristeza dé lugar a dos resultados: lleva al hombre a
apartarse de lo que le entristece y también le hace pasar a otras
cosas en las que encuentra placer, lo mismo que, quienes no pueden
gozar de las delicias espirituales, se enfangan en las del cuerpo,
como escribe el Filósofo en el X
Ethic. En el
movimiento de huida de la tristeza se observa el proceso siguiente:
primero rehuye el hombre lo que le contrista; después impugna lo que
causa tristeza. Pues bien, los bienes espirituales de que se
entristece la acidia son el fin y los medios que conducen a él. La
huida del fin se realiza con
la desesperación. La huida, en
cambio, de los bienes que conducen a él, si son arduos que pertenecen
a la vía de los consejos, la lleva a cabo
la pusilanimidad, y,
si se trata de bienes que afectan a la justicia común, entra en
juego
la indolencia de los preceptos. La impugnación de los
bienes espirituales que contristan se hace, a veces, contra los
hombres que los proponen, y eso da lugar al
rencor; otras veces
la impugnación recae sobre los bienes mismos e induce al hombre a
detestarlos, y entonces se produce
la malicia propiamente
dicha. Finalmente, cuando la tristeza debida a las cosas espirituales
impulsa a pasar hacia los placeres exteriores, la hija de la acidia es
entonces
la divagación de la mente por lo ilícito.
La respuesta a las dificultades planteadas por cada una de las hijas
de la acidia queda, pues, clara. En efecto, la malicia no se entiende
aquí como la característica de todos los vicios, sino en la forma
indicada. Tampoco el rencor se toma aquí en la acepción general de
odio, sino como cierta indignación. Otro tanto hay que decir de los
demás.
3. También Casiano, en el libro
De Institutis coenob., distingue la tristeza de la
acidia, pero San Gregorio tiene razón al llamar a la acidia tristeza.
En efecto, como ya dijimos (
a.2), la tristeza no es vicio distinto de
los demás por el hecho de abandonar la tarea pesada y laboriosa, o por
cualquier otra causa que produzca tristeza, sino sólo por
entristecerse del bien divino. Y esto entra en la definición de la
acidia, que se entrega a una inacción culpable en la medida en que
desprecia el bien divino. Las que presenta San Isidoro como nacidas de
la tristeza y de la acidia se reducen a las señaladas por San
Gregorio. Efectivamente, la
amargura, que,
según San Isidoro, nace de la tristeza, es cierto efecto del rencor;
la
ociosidad, en cambio, y la
somnolencia se reducen a
la indolencia en lo tocante a los mandamientos, en que uno está
ocioso, incumpliéndolos totalmente, o soñoliento, cumpliéndolos con
negligencia. Los otros cinco que, según él, nacen de la acidia,
pertenecen a la divagación de la mente por lo ilícito. Y así, cuando
está asentado en el castillo del alma, si pertenece al conocimiento,
se llama
curiosidad; si afecta al hablar,
verbosidad; si
atañe al cuerpo, no dejándole parar en lugar alguno, se denomina
inquietud corporal, indicando con los movimientos desordenados de
los miembros la divagación mental; si lo deja campar por diferentes
lugares, se llama
inestabilidad, aunque con esta palabra se
puede entender también la variabilidad de proyectos.