Viene a continuación el tema de la riña. Sobre ella se formulan dos
preguntas:
Artículo 1:
¿Es siempre pecado la riña?
lat
Objeciones por las que parece que no es siempre pecado la
riña:
1. Parece que la riña es cierto tipo de contienda. San Isidoro, en
efecto, en el libro Etymol., dice que el
término «pendenciero» viene del «rictus» del perro; pues está
dispuesto siempre a contradecir, se complace con pendencias y provoca
disputas. Ahora bien, la disputa no siempre es pecado. Por tanto,
tampoco la riña.
2. Se lee en la Escritura que los siervos de Isaac cavaron otro pozo y aun riñeron por él (Gén 26,21). Pero no es de
creer que la familia de Isaac riñera públicamente, sin que él lo
impidiera, si fuera pecado. No es, pues, pecado la
riña.
3. La riña parece una especie de guerra privada. Pues
bien, la guerra no siempre es pecado. En consecuencia, tampoco la
riña.
Contra esto: está el hecho de que el Apóstol considera a la riña entre
las obras de la carne, diciendo que quienes las hacen no poseen el
reino de Dios (Gal 5,20-21). Luego la riña es no sólo pecado, sino
pecado mortal.
Respondo: Del mismo modo que la porfía implica
contradicción de palabra, implica la riña contradicción con
obras. Por eso, en torno al texto de Gálatas 5,20,
comenta la Glosa diciendo que hay pendencia cuando por
impulso de la ira mutuamente se agreden. De ahí que
la riña es como una guerra privada que tiene lugar entre personas
particulares, no en virtud de la autoridad pública, sino por voluntad
desordenada. Por eso implica siempre pecado. Es pecado mortal en quien
ataca a otro injustamente, ya que inferir daño a otro, llegando
incluso a las manos, no se da sin pecado mortal. En quien se defiende,
en cambio, puede darse sin pecado, pero a veces es pecado venial;
otras, incluso, pecado mortal. Esto depende de los sentimientos que le
animen y de la manera de defenderse. En efecto, si se defiende
únicamente para repeler la injuria inferida y lo hace con moderación,
ni es pecado ni se puede llamar propiamente riña por su parte. Pero si
se defiende con espíritu de venganza y de odio, rebasando la
moderación debida, es siempre pecado. Será pecado venial cuando va
mezclada de un ligero movimiento de odio o de venganza, o no excede
mucho la debida moderación; será, en cambio, mortal
cuando se lanza contra quien le ataca con ánimo decidido a matarle o a
perjudicarle gravemente.
A las objeciones:
1. Por riña entiende San Isidoro no
solamente la disputa. En las palabras aducidas de San Isidoro hay tres
cosas que indican el desorden de la ira. La primera, la propensión del
ánimo a porfiar; esto lo indica en las palabras siempre apercibido
a combatir, es decir, independientemente de que otro le diga o
haga bien o mal. Segunda, la complacencia en contradecir; por eso
sigue y se deleita en la querella. Tercera, la provocación de
otros a la riña lo expresa en las palabras incita al
contradictor.
2. Este texto no da a entender que
los criados de Isaac riñeran, sino que se alzaron contra ellos los
habitantes de la comarca. Por eso fueron ellos quienes pecaron, no los
criados de Isaac, que sufrían la calumnia.
3. Según queda expuesto (q.40 a.1), para que haya guerra justa es preciso que se haga con la
autoridad del poder público. La riña, en cambio, se produce por afecto
privado de ira o de odio. Y así, si los agentes del príncipe o del
juez con poder público agreden a unos y éstos se defienden, quienes
riñen no son aquéllos, sino los que se oponen al poder público. En
consecuencia, no riñen ni pecan quienes atacan, sino quienes se
defienden injustamente.
Artículo 2:
¿Es la riña hija de la ira?
lat
Objeciones por las que parece que la riña no es hija de la
ira:
1. En la Escritura se lee: ¿De dónde proceden las guerras y las
contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en
vuestros miembros? (Gál 4,1). Pues bien, la ira no pertenece al
apetito concupiscible. Luego la riña no es hija de la ira, sino de la
concupiscencia.
2. Se dice en los Proverbios, que el jactancioso y el
desenvuelto suscitan litigios (Prov 28,25). Ahora bien, según
parece, riña y litigio se identifican. Por tanto, la riña es hija de
la soberbia o de la vanagloria, a las cuales compete jactarse y andar
desenvueltas.
3. Se lee también en los Proverbios 18,6 que los labios
de los necios promueven contiendas. Pues bien, la necedad difiere
de la ira, ya que no se opone a la mansedumbre, sino más bien a la
sabiduría y a la prudencia. Por tanto, la riña no es hija de la
ira.
4. En otro lugar de los Proverbios se dice que el
odio levanta pendencias (Prov 10,12). Pero el odio, según San
Gregorio en XXXI Moral., nace de la envidia. La
riña, pues, no es hija de la ira, sino de la soberbia.
5. Finalmente, otro testimonio de los Proverbios afirma que quien
maquina discordia siembra riñas (Prov 17,19). La discordia es hija
de la vanagloria, como hemos expuesto (a.1). Luego también la
riña.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio, que afirma, en XXXI Moral., que la riña nace de la ira; y en la
Escritura, por otra parte, leemos: El iracundo provoca
contiendas (Prov 15,18; 29,22).
Respondo: Como queda expuesto (a.1), la riña
implica cierta contradicción que llega hasta los hechos, ya que lo que
se maquina es perjudicar a otro. Pero perjudicar a otro se puede
maquinar de dos maneras. Primera, buscando pura y simplemente su mal.
Este tipo de lesión es propia del odio, cuya intención es perjudicar
al enemigo abiertamente o en secreto. La otra forma es maquinar el
daño de otro sabiéndolo el interesado y con su oposición. Esto atañe
propiamente a la ira, que es apetito de venganza. En efecto, el airado
no se siente satisfecho con dañar en secreto a aquel contra el que se
siente airado, sino que incluso quiere que lo sienta y que sufra algo
contra su voluntad en venganza de lo que hizo, como quedó expuesto en
otro lugar (1-2 q.46 a.6 ad 2), al tratar el tema de la ira. Por eso
la riña nace propiamente de la ira.
A las objeciones:
1. Como hemos expuesto en otro
lugar (1-2 q.25 a.1), todas las pasiones del
irascible nacen de las pasiones del concupiscible. Según eso, lo que
de manera inmediata nace de la ira, nace también de la concupiscencia
como primera raíz.
2. La jactancia y la desenvoltura,
manifestaciones de la soberbia y de la vanagloria, no provocan
litigios y riñas directa, sino ocasionalmente, es decir, en cuanto que
surge la ira cuando uno considera como injuria personal que otro se
prefiera a él; de este modo se originan de la ira querellas y
riñas.
3. La ira, según hemos dicho (1-2 q.48 a.3), altera el juicio de la razón, y por eso tiene semejanza con
la necedad, por lo cual tiene también un efecto común a las dos. En
efecto, la falta de razón induce a tramar desordenadamente el daño de
otro.
4. La ira, aunque a veces proceda
del odio, no es, sin embargo, su efecto propio, ya que en la intención
del que odia no entra perjudicar al enemigo en riña y públicamente. A
veces, sin embargo, intenta hacerlo ocultamente; pero cuando presiente
que no va a salir airoso, maquina perjudicarle recurriendo a la
pendencia y al litigio. Mas dañar pendencieramente es efecto peculiar
de la ira, por la razón expuesta.
5. Las riñas dan lugar al odio y a
la discordia en los corazones de los litigiosos. Por eso, el que
planea, es decir, se propone sembrar discordias entre algunos, procura
que se peleen entre sí, al igual que cualquier pecado puede imperar la
acción de otro ordenándolo a su fin. Sin embargo, de esto no se sigue
que la riña sea propia y directamente hija de la vanagloria.