Viene a continuación el tema de los pecados opuestos a la paz.
Primero, la discordia, que radica en el corazón. En segundo lugar, la
porfía, que se da en la boca (q.38). Por último, los que atañen a la
acción: el cisma (q.39), la riña (q.41) y la guerra
(q.40).
Sobre lo primero se formulan dos preguntas:
Artículo 1:
¿Es pecado la discordia?
lat
Objeciones por las que parece que la discordia no es
pecado:
1. Discordar es alejarse de la voluntad de otro. Pero esto no parece
pecado, ya que la voluntad del prójimo no es regla de nuestros actos,
sino sólo la voluntad divina. Luego la discordia no es
pecado.
2. Quien induce a otro a pecar, peca también él. Ahora bien,
no parece que sea pecado sembrar discordias, a juzgar por el
testimonio de Hechos 23,6-7: Conociendo Pablo que unos eran
saduceos y otros fariseos, gritó dirigiéndose al sanedrín: Hermanos,
yo soy fariseo e hijo de fariseos. Por la esperanza en la resurrección
de los muertos, soy ahora juzgado. En cuanto dijo esto se produjo un
alboroto entre los fariseos y saduceos. No es, pues, pecado la
discordia.
3. El pecado, sobre todo el mortal, no se encuentra en los
varones santos. Se encuentra, sin embargo, la discordia, como podemos
ver en Hechos 15,39: Hubo discusión entre Pablo y Bernabé, de
suerte que se apartaron. No es, pues, pecado la discordia, y mucho
menos pecado mortal.
Contra esto: está el hecho de que el Apóstol, en Gál 5,20, señala como
obras de la carne las disensiones, esto es, las discordias, diciendo
de ellas: Quienes hacen tales cosas, no entrarán en el reino de
Dios. Ahora bien, nada que no sea el pecado mortal excluye del
reino de Dios. En conclusión, la discordia es pecado
mortal.
Respondo: La discordia se opone a la concordia.
Ahora bien, la concordia, como ya hemos expuesto (q.29 a.3), tiene
como causa la caridad, porque lo propio de la caridad es aunar los
corazones de muchos, teniendo por principio, principalmente, el bien
divino; y, en segundo lugar, el bien del prójimo. En consecuencia, la
discordia es pecado por el hecho de oponerse a esa concordia. Sin
embargo, es menester tener en cuenta que la discordia suprime la
concordia de dos modos: esencial y accidentalmente. En los actos
humanos es esencial lo intencional, y por eso, en la discordia con el
hermano, es esencial disentir a sabiendas e intencionadamente del bien
divino y del bien del prójimo, que deberían unirnos. Esto, por su
género, es en realidad pecado mortal, porque es contrario a la
caridad, aunque los primeros movimientos de esa discordia sean pecado
venial por su carácter imperfecto. Pero en los actos humanos es
también accidental lo que no es intencional. De ahí que, cuando hay
disparidad de opiniones sobre algún bien que afecta al honor de Dios o
al prójimo, y unos piensan de una manera y otros sostienen la
contraria, la discordia en este caso afecta accidentalmente al bien
divino o al del prójimo.
La discordia entonces no es pecado ni contraria a la caridad, salvo el caso de que incida erróneamente sobre lo necesario para la salvación o haya obstinación culpable. En efecto, como hemos expuesto en otro lugar (q.29 a.1; a.3 ad 2), la concordia efecto de la caridad es unión de voluntades, no de opiniones. De todo esto queda claro que la discordia se da a veces con pecado de uno solo, como, por ejemplo, cuando uno quiere el bien al que el otro a sabiendas se opone. Otras veces, en cambio, se da con pecado de las dos partes, cuando recíprocamente se opone la una al bien de la otra, y cada cual busca su propio bien.
A las objeciones:
1. La voluntad de un hombre,
considerada en sí misma, no es regla de la voluntad de otro. Pero en
cuanto esa voluntad está de acuerdo con la divina, se transforma, por
lo mismo, en regla regulada por la primera regla. Por consiguiente,
discordar de esa voluntad es pecado, ya que con ello se pone en
desacuerdo con la regla divina.
2. La voluntad del hombre unida a
Dios es justa, y ponerse en desacuerdo con ella es pecado; de igual
modo, la voluntad del hombre contraria a Dios es regla perversa, y
ponerse en desacuerdo con ella es bueno. Por consiguiente, promover
una discordia que rompe la concordia introducida por la caridad es
pecado grave. Por eso se lee en Prov 6,16: Seis cosas hay que
aborrece el Señor, y aun siete detesta el alma. Esa séptima la
señala diciendo (v.19): El que siembra discordia entre los
hermanos. Pero provocar discordia que elimine la
mala concordia, es decir, la que se apoya en mala voluntad, es
laudable. En ese sentido fue laudable la disensión introducida por San
Pablo entre quienes estaban concordes en el mal, ya que también el
Señor dice de sí en Mt 10,34: No he venido a traer paz, sino la
espada.
3. La discordia que hubo entre
Pablo y Bernabé fue accidental, no esencial, pues los dos intentaban
el bien. Pero a uno le parecía buena una cosa y al otro otra, y eso
era fruto de la flaqueza humana. En verdad, la controversia en ese
caso no afectaba a cosas necesarias para la salvación, aunque el
incidente mismo fuera permitido por providencia divina para mayor
provecho.
Artículo 2:
¿Es la discordia hija de la vanagloria?
lat
Objeciones por las que parece que la discordia no es hija de la
vanagloria:
1. La ira es vicio distinto de la vanagloria. Ahora bien, la
discordia parece hija de la ira, según el testimonio de Prov 15,18: El varón iracundo provoca las riñas. Luego la discordia no es hija
de la vanagloria.
2. Comentando San Agustín la frase de San Juan 7,39: Todavía no había sido dado el Espíritu Santo, escribe: La
envidia separa, la caridad une. Pues bien, la
discordia no es otra cosa que separación de voluntades. Por tanto, la
discordia procede de la envidia más que de la vanagloria.
3. Lo que es origen de muchos males parece pecado capital.
Ahora bien, ése es el caso de la discordia, ya que, comentando San
Jerónimo las palabras todo reino dividido será desolado (Mt
12,25), escribe: Así como la concordia hace prosperar las cosas
pequeñas, con la discordia se desmoronan las grandes. Por eso la discordia debe tenerse por pecado capital más que por
hija de la vanagloria.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio en XXXI Moral.
Respondo: La discordia entraña escisión de
voluntades en la medida en que la de cada cual está fijamente
entregada a una cosa. Ahora bien, el hecho de que la voluntad se
aferre a sus propios puntos de vista proviene de que prefiere lo suyo
a lo ajeno, y cuando eso se da desordenadamente, degenera en soberbia
y en vanagloria. Por eso la discordia que induce a cada cual a seguir
sus puntos de vista, desentendiéndose de los ajenos, es hija de la
vanagloria.
A las objeciones:
1. No es lo mismo riña que
discordia. La riña es cosa exterior, y tiene su origen en la ira, que
induce al ánimo a hacer daño al prójimo. La discordia, empero,
consiste en la escisión de voluntades producida por la soberbia o la
vanagloria, por la razón indicada.
2. La discordia tiene como punto
de partida el alejamiento de la voluntad de los demás provocado por la
envidia; el punto final es el acercamiento a sus propios puntos de
vista causado por la vanagloria. Pero, dado que en el movimiento tiene
mayor importancia el punto de llegada que el de partida, pues el fin
es mejor que el principio, la discordia es más hija de la vanagloria
que de la envidia, aunque puede proceder de ambas, si bien bajo
aspectos diferentes, como queda dicho.
3. Las grandes empresas progresan
con la concordia y se desmoronan con la discordia, porque la fuerza es
tanto más consistente cuanto mayor es la unión y se debilita con la
división, como se lee en el libro De Causis. Resulta, por lo mismo, evidente que lo propio de la discordia es la
escisión de voluntades. Para explicar este resultado es innecesario
hacer de la discordia pecado capital que la haga origen de los
distintos vicios que le atañen.