Artículo 1:
¿Se inmola Cristo en la celebración de este sacramento?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no se inmola en la
celebración de este sacramento.
1. Se dice en Heb 10,14 que Cristo con una sola oblación ha
llevado a la perfección para siempre a los santificados. Pero esa
oblación fue su inmolación. Luego Cristo no se inmola en la
celebración de este sacramento.
2. La inmolación de Cristo se hizo en la cruz, en la que se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma,
como se dice en Ef 5,2. Pero en la celebración de este misterio Cristo
no es crucificado. Luego tampoco se inmola.
3. Dice San Agustín en IV De Trin.' que en la
inmolación de Cristo es el mismo el sacerdote y la víctima. Pero en la
celebración de este misterio no es el mismo el sacerdote y la víctima.
Luego la celebración de este sacramento no es una inmolación de
Cristo.
Contra esto: dice San Agustín en el libro Sententiarum Prosperi: Cristo se inmoló a sí mismo una sola vez y, sin
embargo, todos los días se inmola en el sacramento.
Respondo: La celebración de este sacramento es
considerada como inmolación de Cristo de dos maneras. Primera, porque,
como dice San Agustín en
Ad Simplicianum: Las imágenes de las
cosas suelen llamarse con el mismo nombre que las cosas mismas, como,
por ej., al ver un cuadro o un fresco decimos: ése es Cicerón, y
aquél, Salustio. Ahora bien, la celebración de este sacramento,
como se ha dicho antes (79,1), es una imagen
representativa de la pasión de Cristo, que es verdadera inmolación.
Por eso dice San Ambrosio comentando la carta
Ad
Hebr.:
En Cristo se ofreció una sola vez el
sacrificio eficaz para la vida eterna. ¿Qué hacemos entonces nosotros?
¿Acaso no le ofrecemos todos los días como conmemoración de su
muerte?
Segundo, este sacramento es considerado como inmolación por el
vínculo que tiene con los efectos de la pasión, ya que por este
sacramento nos hacemos partícipes de los frutos de la pasión del
Señor. Por lo que en una oración secreta dominical se
dice: Siempre que se celebra la memoria de esta víctima, se
consigue el fruto de nuestra redención.
Por eso, en lo que se refiere al primer modo, puede decirse que
Cristo se inmolaba también en las figuras del Antiguo
Testamento. Y, en este sentido, se lee en el Ap 13,8: Cuyos
nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero, muerto
ya desde el origen del mundo. Pero en lo que se refiere
al segundo modo, es propio de este sacramento el que
se inmole Cristo en su celebración.
A las objeciones:
1. Como afirma San Ambrosio en el
lugar antes citado: Única es la víctima, o sea, la que Cristo
ofreció y nosotros ofrecemos, y no muchas, ya que Cristo se ha
inmolado una sola vez. Pero este sacrificio nuestro es una imagen de
aquél. De la misma manera que lo que se ofrece en todas partes es un
solo cuerpo y no muchos, así el sacrificio es único.
2. De la misma manera que la
celebración de este sacramento es una imagen representativa de la
pasión de Cristo, así también el altar es la representación de su
cruz, sobre la que Cristo se inmoló en su cuerpo físico.
3. Por la misma razón, también el
sacerdote es la imagen de Cristo, en cuyo nombre y por cuya virtud
pronuncia las palabras de la consagración, como se ha dicho
anteriormente (
q.83 a.1.3). Por tanto, en cierto modo, es el mismo el
sacerdote y la víctima.
Artículo 2:
¿Está debidamente determinado el tiempo de la celebración de este
misterio?
lat
Objeciones por las que parece que no está debidamente determinado el
tiempo de la celebración de este misterio.
1. Este sacramento, como acabamos de decir (
a.1), es la
representación de la pasión del Señor. Pero la conmemoración de la
pasión del Señor se hace en la Iglesia una sola vez al año. Dice,
efectivamente, San Agustín en
Super Psalmos: ¿Muere
Cristo, acaso, tantas veces como se celebra la pascua? No obstante, el
recuerdo anual nos representa lo que sucedió en otro tiempo y nos
conmueve como si viéramos al Señor pendiente de la cruz. Luego
este sacramento no debe celebrarse más que una vez al
año.
2. La pasión de Cristo se conmemora en la Iglesia el día de
Viernes Santo, y no en la fiesta de Navidad. Luego, puesto que este
sacramento es el memorial de la pasión de Cristo, parece inadecuado
que el día de Navidad se celebre tres veces este sacramento, y que el
Viernes Santo se omita del todo su celebración.
3. En la celebración de este sacramento la Iglesia debe
imitar la institución hecha por Cristo. Pero Cristo consagró este
sacramento al atardecer. Luego parece que este
sacramento debería celebrarse a esa hora.
4. Escribe San León papa a Dióscoro,
obispo de Alejandría —tal y como se contiene en
De Consecr.
dist. 1 —, que está permitido celebrar misas
en la
primera parte del día. Pero el día comienza a medianoche, como se
ha dicho ya (
q.80 a.8 ad 5). Luego parece que una vez pasada la
medianoche se puede celebrar.
5. En una oración secreta dominical se
dice: Te rogamos, Señor, nos concedas frecuentar estos
misterios. Pero la frecuencia será mayor si el sacerdote celebra
varias veces al día. Luego parece que no se debería prohibir al
sacerdote celebrar varias veces al día.
Contra esto: está la costumbre mantenida por la Iglesia según las leyes
canónicas.
Respondo: En la celebración de este misterio,
como acabamos de decir (
a.1), se debe tener en cuenta la
representación de la pasión del Señor y la participación de sus
frutos. Y para determinar el tiempo adecuado de la celebración se
tuvieron en cuenta los dos aspectos. Pues bien, porque del fruto de la
pasión del Señor necesitamos todos los días a causa de nuestros
cotidianos defectos, este sacramento se ofrece en la Iglesia por lo
regular todos los días. Y así, el mismo Señor nos enseña a pedir en Lc
11,3:
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Palabras que al comentarlas San Agustín, en su libro
De Verbis
Domini, dice:
Si el pan debe ser cotidiano, ¿por
qué has de tomarlo de año en año, como acostumbran a hacer los griegos
en Oriente? Recibe a diario lo que diariamente te aprovecha. Pero,
porque la pasión del Señor tuvo lugar desde las nueve de la mañana
hasta las tres de la tarde (ad 2), la celebración de este
sacramento en la Iglesia tiene lugar regularmente en esa parte del
día.
A las objeciones:
1. En este sacramento se recuerda
la pasión de Cristo en cuanto que su efecto se comunica a los fieles.
Pero en el tiempo de pasión se recuerda la pasión de Cristo solamente
en cuanto que tuvo lugar en él, que es nuestra cabeza. Lo cual,
efectivamente, sucedió una sola vez, mientras que los fieles reciben
los frutos de la pasión del Señor todos los días. Este es el motivo de
que la única conmemoración se haga una sola vez al año, mientras que
la misa se celebra todos los días, tanto por el fruto como por el
constante recuerdo.
2. Al llegar la verdad cesa la
figura. Ahora bien, como acabamos de ver (c.), este sacramento es
figura e imagen de la pasión del Señor. Por eso, el día en que se
recuerda la pasión del Señor, tal y como sucedió en la realidad, no se
celebra la consagración de este sacramento. Pero, para que la Iglesia
no se vea privada del fruto de la pasión que se nos ofrece en este
sacramento, el día anterior se reserva el cuerpo consagrado de Cristo
para recibirlo el Viernes Santo. No se reserva, sin embargo, la sangre
por el peligro que hay de que se derrame, y porque la sangre es una
imagen especial de la pasión de Cristo, como se ha dicho ya (
q.78 a.3 ad 2). Y tampoco es cierto lo que algunos afirman: que,
introduciendo la partícula del cuerpo en el vino, éste se convierte en
sangre. Porque la conversión no se puede realizar más que por la
consagración, y ésta se efectúa con la debida pronunciación de las
palabras.
Pero el día de Navidad se celebran tres misas por el triple
nacimiento de Cristo. Uno es eterno, y para nosotros es oculto. Y, por
eso, se canta una misa por la noche, en cuyo introito se dice: El
Señor me dijo: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Otro
es temporal, pero espiritual, por el que Cristo nace en nuestros
corazones como un lucero, según se dice en 2 Pe 1,19. Por eso, una
misa se canta a la aurora, en cuyo introito se dice: La luz brilla
hoy sobre nosotros. El tercer nacimiento de Cristo es temporal y
corporal, según el cual salió visiblemente del vientre virginal
revestido de nuestra carne. Y, por eso, se canta la tercera misa a
plena luz, en cuyo introito se dice: Un niño nos ha nacido.
Aunque, invirtiendo el orden, también se podría decir que el nacimiento
eterno tuvo lugar a plena luz, y por eso se hace mención, en el
evangelio de la tercera misa, del nacimiento eterno. Ahora bien, según
el nacimiento corporal nació literalmente de noche, como signo de que
venía a las tinieblas de nuestra debilidad. Por eso se dice en la misa
nocturna el evangelio del nacimiento corporal de Cristo.
Y otros días en que concurren varios beneficios de Cristo, ya sea
para recordar o para implorar, se celebran varias misas en el mismo
día, por ejemplo, una de la fiesta, otra por el ayuno y otra por los
difuntos.
3. Cristo, como se ha manifestado
ya (
q.73 a.5), quiso dar este sacramento a sus discípulos en último
lugar para que se imprimiese más fuertemente en sus corazones. Por eso
lo consagró y se lo entregó después de la cena y al finalizar el día.
Nosotros, sin embargo, lo celebramos a la hora de la pasión del Señor,
a saber: en los días de fiesta, a las nueve de la mañana, que es
cuando fue crucificado por las lenguas de los judíos, tal y como se
dice en Mc 15,25, y cuando el Espíritu Santo descendió sobre los
discípulos, en los días ordinarios, a las doce del mediodía, que es
cuando fue crucificado a manos de los soldados, como se dice en Jn
19,14; y en los días de ayuno, a las tres de la tarde, que es
cuando
dando un fuerte grito, exhaló el espíritu, como se dice
en Mt 27,46.50.
Pero se puede celebrar también más tarde, especialmente cuando hay
ordenaciones, y sobre todo el día de Sábado Santo, ya
sea por la prolijidad del oficio, ya sea porque las órdenes pertenecen
al domingo, como se dice en Decretis dist. LXXV cap. 4 Quod
a patribus. E, incluso, pueden celebrarse misas en las primeras horas del día por motivos de necesidad, como se
dice en De Consecr. dist.I cap.51 Necesse est,
etc..
4. De ordinario, la misa debe
celebrarse de día, y no de noche, porque Cristo, que está presente en
este sacramento, dice a través de Jn 9,4-5:
Tengo que hacer las
obras del que me ha enviado mientras es de día. Viene la noche, cuando
nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo soy la luz del
mundo. Pero de tal modo que el principio del día no se compute
desde la medianoche, ni tampoco desde la salida del sol, cuando el
disco solar aparece sobre la tierra, sino al despuntar la aurora, ya
que en cierto modo se considera que el sol ha salido cuando la
claridad de sus rayos aparece sobre la tierra. Por lo que en Mc 16,2
se dice que las mujeres vinieron al sepulcro
a la salida del
sol, mientras que en Jn 20,1 se dice que fueron al sepulcro
cuando todavía estaba oscuro. Y así es como resuelve esta
contradicción San Agustín en su libro
De Consensu
Evangelistarum.
Excepcionalmente, sin embargo, en la noche de Navidad se celebra la
misa porque el Señor nació durante la noche, como se dice en De
Consecr. dist.I cap.48 Nocte, etc.. E,
igualmente, también el Sábado Santo se celebra la misa al principio de
la noche, o sea, cuando se estaba todavía en tinieblas, mucho
antes de salir el sol.
5. Como se manifiesta en De
Consecr. dist.I, tomado del decreto del papa
Alejandro: Al sacerdote le basta con celebrar una
sola misa al día, porque Cristo padeció una sola vez y redimió a todo
el mundo, y puede considerarse dichoso quien pueda celebrar una sola
misa diariamente. Algunos, sin embargo, dicen una de difuntos, y otra
del día, si es menester. Pero quienes por dinero o buscando la
adulación de los seglares se ufanan de celebrar varias misas al día no
creo que se escapen de la condenación. Y en Extra. De
Celebr., dice el papa Inocencio III
que a excepción de la Navidad del Señor, a no ser que intervenga
una causa de necesidad, le basta al sacerdote celebrar una sola misa
al día.
Artículo 3:
¿Ha de celebrarse este sacramento en un edificio y con vasos
sagrados?
lat
Objeciones por las que parece que no ha de celebrarse este sacramento
en un edificio y con vasos sagrados.
1. Este sacramento representa la pasión del Señor. Pero Cristo no
murió bajo techo, sino fuera de la puerta de la ciudad, según se dice
en Heb 13,12: Jesús, para santificar con su sangre al pueblo, murió
fuera de la puerta. Luego parece que este sacramento no debe
celebrarse bajo techo, sino más bien al aire libre.
2. En la celebración de este sacramento la Iglesia debe
imitar el comportamiento de Cristo y de los Apóstoles. Pero la casa en
que Cristo consagró por primera vez este sacramento no estaba
consagrada, sino que fue un cenáculo corriente, preparado por un padre
de familia, como se dice en Lc 22,11-12. Y en Act 2,46 se lee que los Apóstoles acudían asiduamente al templo, y partiendo el pan por
las casas lo comían con alegría. Luego tampoco ahora es menester
que estén consagradas las casas en que se celebra este
sacramento.
3. Nada que sea inútil debe hacerse en la Iglesia, que es
gobernada por el Espíritu Santo. Pero parece que es inútil consagrar
una iglesia o un altar, o cualquier otra cosa inanimada, que son
incapaces de recibir la gracia o la virtud espiritual. Luego no tienen
sentido estas consagraciones en la Iglesia.
4. Solamente las obras divinas deben recordarse con
solemnidad, según aquello de Sal 92,5: Me alegraré con las obras de
tus manos. Pero la iglesia y el altar reciben la consagración de
la mano humana, de la misma manera que el cáliz, los ministros, etc.
Ahora bien, estas últimas consagraciones no tienen una conmemoración
especial en la Iglesia. Luego tampoco debe conmemorarse solemnemente
la consagración de una iglesia o de un altar.
5. La realidad debe corresponder a la figura. Pero en el Antiguo Testamento, que era figura del Nuevo, no se hacía el altar
de piedras talladas, conforme a la norma del Ex
20,24-25: Me erigirás un altar de tierra... Si me hicieres un altar
de piedras, no le construirás de piedras talladas. E incluso en Ex
27,1-2 se manda hacer el altar de madera de acacia, revestida de
bronce, o también de oro, como se dice en Ex 25. No parece
oportuna, por tanto, la prescripción de la Iglesia según la cual el
altar debe hacerse sólo de piedra.
6. El cáliz con la patena representa el sepulcro de
Cristo, que había sido excavado en la roca, como se lee en
los Evangelios. Luego el cáliz debe hacerse de
piedra, y no sólo de plata, oro o estaño.
7. De la misma manera que el oro es el metal más precioso
para hacer vasos, así la seda es la tela más preciosa para hacer
manteles. Luego como el cáliz se hace de oro, así los manteles del
altar deben hacerse de seda, y no simplemente de lino.
8. La administración y reglamentación de los sacramentos
pertenece a los ministros de la Iglesia, de la misma manera que la
administración de las cosas temporales está sometida a los príncipes
seglares. Por eso dice el Apóstol en 1 Cor 4,1: Que nos tengan los
hombres por ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de
Dios. Ahora bien, en la administración de las cosas temporales lo
que se hace contra los estatutos de los príncipes es nulo. Luego, si
las cosas de que hablamos están convenientemente establecidas por los
prelados de la Iglesia, parece que sin tenerlas en cuenta no se puede
celebrar. De donde parece seguirse que las palabras de Cristo no son
suficientes para consagrar este sacramento. Lo cual es inadmisible. No
parecen, por tanto, oportunas las prescripciones establecidas sobre la
celebración de este sacramento.
Contra esto: lo prescrito por la Iglesia está ordenado por Cristo, que
dice en Mt 18,20: Donde haya dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos.
Respondo: Los ritos inherentes a la celebración
eucarística tienen una doble finalidad: La primera es representar lo
que sucedió en la pasión del Señor. La segunda es fomentar el respeto
que se debe a este sacramento, en el que Cristo está presente en su
realidad, y no sólo en figura. Por tanto, las consagraciones de las
cosas que se utilizan en este sacramento están prescritas para
fomentar el respeto que se le debe, y para representar los efectos de
santidad provenientes de la pasión de Cristo, conforme a lo que se
dice en Heb 13,12: Jesús para santificar con su sangre al
pueblo, etc.
A las objeciones:
1. Por lo regular, este sacramento
debe celebrarse dentro de un edificio, significado por la iglesia,
según aquello de 1 Tim 3,15:
Para que sepas cómo debes comportarte
en la casa de Dios que es la Iglesia del Dios vivo. Porque
fuera de la Iglesia, como dice San Agustín,
no
hay lugar para el verdadero sacrificio. Y como la Iglesia no debía
limitarse a los confines de la nación judía, sino que debía
establecerse en todo el mundo, por eso la pasión de Cristo no tuvo
lugar dentro de la ciudad de Jerusalén, sino al aire libre, para que
el mundo entero vea en la pasión de Cristo la protección de una
casa.
Sin embargo, como se dice en De Consecr. dist.I cap.30 Concedimus: Cuando no hay iglesia,
concedemos a los caminantes celebrar al aire libre o en tiendas de
campaña, con tal que no falte una tabla consagrada y la sagrada
indumentaria pertinente.
2. Puesto que la casa en que se
celebra este sacramento significa la Iglesia, y se llama
iglesia, es oportuna su consagración, tanto para representar la
santidad obtenida por la Iglesia con la pasión de Cristo como también
para significar la santidad requerida en los que han de recibir este
sacramento. Ahora bien, el altar significa el mismo Cristo, del cual
dice el Apóstol en Heb 13,15:
Por él ofrecemos a Dios una hostia de
alabanza. Por tanto, la consagración del altar significa la
santidad de Cristo, de la cual se dice en Lc 1,35:
El Santo que de
ti nacerá se llamará Hijo de Dios. Por lo que en
De
Consecr. dist. I can. 32 se dice:
Se ha
determinado que los altares sean consagrados no sólo con la unción del
crisma, sino también con la bendición sacerdotal.
Y, por eso, de ordinario, no está permitido celebrar este sacramento
más que en las casas consagradas. De ahí que se diga lo siguiente
en De Consecr. dist.I can. 15: Que ningún
presbítero se atreva a celebrar la misa más que en los lugares
consagrados por el obispo. Y, por el mismo motivo,
porque los paganos y los otros infieles no pertenecen a la Iglesia, en
el mismo lugar, can. 28, se lee lo siguiente: No
está permitido consagrar una iglesia en la que han sido sepultados
cadáveres de infieles. Pero si se quiere consagrar, desalójense de
allí los cuerpos, ráspense las paredes y los techos Y readáptese de
nuevo. Pero si la iglesia hubiese sido consagrada con anterioridad,
puede celebrarse la misa en ella con tal que fueran fieles los
enterrados en ella.
En casos de necesidad, sin embargo, y con permiso del obispo, puede
celebrarse este sacramento en casas no consagradas o violadas. Por lo
que en el mismo lugar, can.12, se lee lo
siguiente: Ordenamos que la misa se celebre no en cualquier lugar,
sino en los lugares consagrados por el obispo o donde él lo
permitiere. Pero nunca sin un altar consagrado. Por lo que en el
mismo lugar, can.30, se lee: Si las iglesias
hubiesen sido incendiadas o quemadas, concedemos que pueda celebrarse
la misa en alguna capilla con tabla consagrada. Porque siendo la
santidad de Cristo fuente de toda la santidad de la Iglesia, en casos
de necesidad es suficiente para celebrar este sacramento el altar
consagrado. Esta es la razón por la que nunca se consagra una iglesia
sin consagrar un altar. En cambio, sin consagrar la iglesia, algunas
veces se consagra un altar con las reliquias de los santos, cuya vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3). De ahí que en el
mismo lugar, can. 26, se diga: Ordenamos que
los altares que no contengan el cuerpo o las reliquias de un mártir
sean retirados, a ser posible, por los obispos del
lugar.
3. Si se consagran la iglesia, el
altar y demás objetos inanimados, no es porque sean capaces de recibir
la gracia, sino porque con la consagración adquieren una virtud
espiritual que los hace idóneos para el culto divino, de tal manera
que estas cosas inspiren a los hombres una cierta devoción por la que
se dispongan mejor a las cosas divinas, a no ser que su propia
irreverencia se lo impida. Por lo que en 2 Mac 3,38.39 se dice:
En
verdad que en este lugar hay un poder divino, pues el que tiene en los
cielos su morada lo visita y lo protege.
Y es precisamente por esto por lo que estas cosas, antes de la
consagración, son purificadas y exorcizadas, para expeler de ellas la
fuerza del enemigo. Y, por la misma razón, son reconciliadas las
iglesias que han sido profanadas con derramamiento de sangre o de
cualquier clase de esperma, porque el pecado cometido allí
manifiesta un influjo del demonio en ese lugar. Por lo cual, también
en el mismo lugar, can.21, se lee: Dondequiera que encontréis iglesias amanas, consagradlas sin demora
como iglesias católicas con las divinas preces y los ritos
prescritos.
En esto se fundan los que sostienen que por entrar en
una iglesia consagrada probablemente se consigue la remisión de los
pecados veniales, lo mismo que por la aspersión del agua bendita,
citando las palabras de Sal 84,2-3: Has bendecido, Señor, tu tierra
y has perdonado el pecado de tu pueblo.
Y porque la consagración confiere una virtud a la iglesia, la
consagración no se repite. De ahí que en el mismo lugar,
can.20, tomado del Concilio de
Nicea, se diga: Una vez que han sido
consagradas las iglesias no debe repetirse la consagración, a no ser
que hayan sido quemadas o hayan sido profanadas con derramamiento de
sangre o de cualquier clase de esperma, porque de la misma manera que
no se bautiza de nuevo al niño que ha sido bautizado ya por el
sacerdote en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, así
tampoco se ha de consagrar de nuevo un lugar dedicado a Dios, a no ser
por las causas referidas. Esto en el supuesto de que tengan fe en la
Santísima Trinidad quienes lo consagran, pues los que están fuera
de la Iglesia no pueden consagrar. Pero en el mismo lugar, can.
18, se advierte: Si se duda de que una
iglesia o un altar están consagrados, conságreseles.
Por el hecho de que la consagración confiere una virtud espiritual a
estas cosas, en el mismo lugar, can.38, se
establece: Las maderas de una iglesia dedicada no deben dedicarse a
otros menesteres, a no ser que se empleen en otra iglesia, o se
quemen, o se entreguen a los hermanos de un monasterio, pero nunca
deben ser utilizadas para usos profanos. Y en el can.39 se
lee: Los manteles del altar, los atriles, candelabros y velos
viejos quémense y échense sus cenizas en el baptisterio o sepúlteselas
en una pared o échense en fosas practicadas al efecto
en el suelo para que no sean profanadas por los pies de los que
entran.
4. Porque la consagración del altar
significa la santidad de Cristo, y la consagración de la casa la
santidad de la iglesia, por eso es oportuno recordar solemnemente la
consagración de una iglesia y de un altar. Además, la solemnidad de la
dedicación dura ocho días, para significar con ellos la resurrección
de Cristo y de los miembros de la Iglesia. Y no se ha de pensar que la
consagración de una iglesia o de un altar es una obra meramente
humana, ya que encierra en sí una virtud espiritual. Por eso se lee
en De Consecr. dist. eadem can.17: Celébrese
cada año solemnemente la fiesta de la dedicación de la iglesia. Y
que la celebración deba durar ocho días, se encuentra en 3 Pre 8,66 en
la narración de la dedicación del templo.
5. En De Consecr. dist. I
can.31 se afirma: Si los altares no son de piedra, no se
consagren con crisma. Lo cual se ajusta al significado de este
sacramento, tanto porque el altar significa a Cristo: se dice,
efectivamente, en 1 Cor 10,4 que la piedra era Cristo, como
porque el cuerpo de Cristo fue depositado en un sepulcro de piedra. Y
se ajusta también al uso del sacramento, ya que la piedra es sólida y
se encuentra fácilmente en todas partes. Esto no era necesario en la
antigua ley, ya que entonces el altar se erigía en un solo lugar. Y el
mandato de hacer el altar de tierra o de piedras toscas fue para
evitar la idolatría.
6. En el documento que venimos
citando, can.44, se expone: En otro tiempo,
los sacerdotes utilizaban cálices no de oro, sino de madera. Sin
embargo, el papa Ceferino mandó celebrar la misa con patenas de
cristal. Y, posteriormente, el papa Urbano mandó que todo se
hiciera de plata. Pero pasando el tiempo se estableció que el cáliz del Señor con la patena se haga de oro o de plata o que por lo menos el cáliz sea de estaño. Pero que no sea de bronce ni de oropel, ya que estos metales, al contacto con el vino, crían cardenillo y provocan vómitos. Y que nadie ose cantar la misa con cáliz de madera o de cristal. Porque la madera es porosa y permanecería en ella la sangre consagrada, y el cristal es frágil y hay peligro de que se rompa. Y lo mismo se diga de la piedra. Por consiguiente, por respeto al sacramento se decretó que el cáliz se hiciera de los metales indicados.
7. Donde ha podido hacerse sin
peligro, la Iglesia estableció con respecto a este sacramento lo que
mejor representa la pasión de Cristo. Ahora bien, no había tanto
peligro con respecto al cuerpo, que se coloca en el corporal, como con
respecto a la sangre, que se contiene en el cáliz. Por tanto, aunque
el cáliz no deba hacerse de piedra, los corporales son de lino, como
el lienzo en que fue envuelto el cuerpo de Cristo. Por lo que en la Epístola del papa Silvestre, citada por el
referido documento, can.46, se dice: Con el
parecer de todos mandamos que nadie ose celebrar el sacrificio del
altar con corporales de seda o de color, sino con corporales de lino
puro, consagrados por el obispo, de la misma manera que el cuerpo de
Cristo fue sepultado envuelto en una sábana limpia de lino. Los
corporales de lino, por lo demás, dada su blancura, se prestan para
significar la pureza de conciencia; y por el mucho trabajo que cuesta
su elaboración, estos corporales de lino se prestan para significar la
pasión de Cristo.
8. La administración de los
sacramentos pertenece a los ministros de la Iglesia, pero la
consagración de los mismos depende del mismo Dios. Por lo que los
ministros de la Iglesia no tienen ningún poder para determinar nada
acerca de la forma de la consagración, sino acerca del uso del
sacramento y del modo de celebrarlo. Por tanto, si el sacerdote
pronuncia las palabras de la consagración sobre una materia con
intención de consagrar, aun faltando las cosas que se han dicho, como
la casa, el altar, el cáliz y los corporales consagrados y las demás
cosas establecidas por la Iglesia, consagra verdaderamente el cuerpo
de Cristo, aunque peque gravemente por no observar el rito de la
Iglesia.
Artículo 4:
¿Están debidamente establecidas las palabras que acompañan a este
sacramento?
lat
Objeciones por las que parece que las palabras que acompañan a este
sacramento no están debidamente establecidas.
1. Este sacramento se consagra con las palabras de Cristo, como dice
San Ambrosio en su libro De Sacramentes. Luego en este
sacramento no deben decirse más palabras que las palabras de
Cristo.
2. Nosotros conocemos las palabras y las acciones de Cristo
por el Evangelio. Ahora bien, en la consagración de este
sacramento hay algunas expresiones que no constan en el Evangelio. No consta en el Evangelio, por ejemplo, que
Cristo en la institución de este sacramento elevara los ojos al cielo.
Igualmente, en los Evangelios se dice tomad y comed,
pero no se dice todos. Mientras que en la celebración de este
sacramento se dice: Elevados los ojos al cielo, y,
seguidamente, tomad y comed todos. Luego estas palabras han
sido introducidas indebidamente en la celebración de este
sacramento.
3. Todos los demás sacramentos están destinados a la
salvación de todos los fieles. Pero en la celebración de los demás
sacramentos no se hace una oración común por la salvación de todos los
fieles vivos y difuntos. Luego parece que tampoco deba hacerse en este
sacramento.
4. Al bautismo se le llama especialmente sacramento
de la fe. Luego las cosas que pertenecen a la institución de la
fe, como es la doctrina de los Apóstoles y los Evangelios,
deberían leerse en la celebración del bautismo, y no
aquí.
5. Los sacramentos requieren la devoción de los fieles.
Luego no hay motivo para estimularla más en este sacramento que en los
otros con las alabanzas y requerimientos, como cuando se dice levantemos el corazón.
6. El ministro de este sacramento es el sacerdote, como se
dijo en la q.82 a.l. Luego todo lo que se dice en este sacramento
debería decirlo el sacerdote, y no parte los ministros y parte el
coro.
7. Es absolutamente cierto que la virtud divina actúa
en este sacramento. Luego es superflua la petición que hace el
sacerdote de que se realice este sacramento, cuando dice: Santifica
plenamente esta oblación, etc.
8. El sacrificio de la nueva ley es mucho más excelente
que el de los antiguos padres. Luego indebidamente pide el sacerdote
que este sacrificio sea acepto como el sacrificio de Abel, de Abrahán
y de Melquisedec.
9. De la misma manera que el cuerpo de Cristo no comienza
a estar en este sacramento por un cambio de lugar, según la
explicación dada (
q.75 a.2), así tampoco deja de estar en él por
movimiento local. Luego no tiene sentido la petición del sacerdote:
Manda que por las manos de tu santo ángel sean llevados estos dones a
tu altar del cielo.
Contra esto: se dice en De Consecr. dist.I can.47: Santiago, hermano del Señor según la carne, y Basilio, obispo de
Cesárea, redactaron la celebración de la misa. Por cuya autoridad
queda claro que cada una de las cosas que se dicen en la celebración
de este sacramento son oportunas.
Respondo: Puesto que en este sacramento se
compendia todo el misterio de nuestra salvación, por eso se celebra
con mayor solemnidad que ninguno. Y porque está escrito en Eclo
4,17:
Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y en Eclo
18,23:
Antes de la oración prepara tu alma, por eso, en primer
lugar, antes de celebrar este misterio, se antepone una preparación
que disponga a hacer dignamente lo que sigue. La primera parte de esta
preparación es la alabanza divina, contenida en el
Introito,
según aquello de Sal 49,23:
El que me ofrece sacrificios de
alabanza me honra, al hombre recto le mostraré la salvación de
Dios. Las más de las veces, el introito se toma de los salmos, o
al menos se canta intercalando en él un salmo, ya que, como observa
Dionisio en III
De Eccl. Hier.:
en los
salmos se contiene en forma de alabanza todo lo que
hay en la Sagrada Escritura.
La segunda parte recuerda la miseria presente al pedir misericordia,
diciendo Señor, ten piedad tres veces dirigiéndose al Padre;
tres dirigiéndose al Hijo, cuando se dice: Cristo, ten piedad,
y tres dirigiéndose al Espíritu Santo, al decir de nuevo Señor, ten
piedad. Se dice tres veces contra la triple miseria de la
ignorancia, de la culpa y de la pena; o también para significar que
las tres personas están presentes la una en la otra.
La tercera parte recuerda la gloria celestial, a la cual estamos
destinados después de la presente miseria, diciendo: Gloria a Dios
en el cielo. Se canta en las fiestas porque en ellas se recuerda la
gloria celestial, y se omite en los oficios de luto, que recuerdan
nuestra miseria.
La cuarta parte contiene la Oración que hace el sacerdote por
el pueblo, para que todos sean dignos de tan grandes
misterios.
En segundo lugar, sigue la instrucción del pueblo fiel, porque este
sacramento es misterio de fe, como se ha dicho más arriba (q.78 a.3 ad 5). Esta enseñanza tiene lugar inicialmente con la doctrina de
los Profetas y de los Apóstoles, que viene proclamada en la Iglesia
por los lectores y los subdiáconos. Después de esta lectura, el
coro canta el gradual, que significa el progreso de la vida, y
el aleluya, que significa la alegría espiritual, o el tracto, en los oficios luctuosos, que significa el llanto
espiritual. Estos son, en efecto, los frutos que debe producir en los
fieles la doctrina indicada.
Ahora bien, al pueblo se le instruye de modo perfecto con la doctrina
de Cristo, contenida en el Evangelio, leído por los ministros
más importantes, o sea, por los diáconos. Y puesto que creemos a
Cristo como a la Verdad divina, según aquello de Jn 8,46: Si os
digo la verdad, ¿por qué no me creéis?, una vez leído el Evangelio, se canta el símbolo de la fe con el que el
pueblo manifiesta su asentimiento a la doctrina de Cristo por la fe.
El símbolo, sin embargo, se canta en las fiestas de quienes se hace
alguna mención en él, como son las fiestas de Cristo, de la Santísima
Virgen y de los Apóstoles, que fundamentaron nuestra fe, y en otras
semejantes.
Y, una vez que el pueblo ha sido preparado e instruido de esta
manera, se pasa a la celebración del misterio. Un misterio que se
ofrece como sacrificio, y se consagra y se toma como sacramento.
Porque primero se hace la oblación, después se consagra la materia
ofrecida y, finalmente, se recibe esta ofrenda. En la oblación hay que
distinguir dos momentos: la alabanza del pueblo con el canto del ofertorio, que significa la alegría de los oferentes, y la oración del sacerdote, que pide que la oblación del pueblo sea
agradable a Dios. Por eso en 1 Par 29,17 dice David: Con sencillez
de corazón te he ofrecido todas estas cosas, y ahora veo que tu
pueblo, aquí reunido, te ofrece espontáneamente tus dones. Y
después (v.18) ora diciendo: Señor, Dios, manten siempre en ellos
esta disposición de ánimo. En lo que se refiere después a la
consagración, que se realiza por virtud sobrenatural, primeramente se
suscita la devoción del pueblo en el prefacio con el que se
invita a levantar el corazón al Señor. Y, por eso, una vez
terminado el prefacio, el pueblo alaba devotamente tanto la divinidad
de Cristo, diciendo con los ángeles (Is 6,3): Santo, santo,
santo, como su humanidad, cantando con los niños (Mt 21,9): Bendito el que viene. Posteriormente, el sacerdote recuerda
secretamente en primer lugar a aquellos por quienes se ofrece este
sacrificio, o sea: la Iglesia universal, a los que están
constituidos en autoridad (1 Tim 2,2), y especialmente a quienes ofrecen o por quienes se ofrece este sacrificio. En
segundo lugar recuerda a los santos, cuyo patrocinio implora
sobre las personas ya recordadas diciendo: Unidos en la misma
comunión, veneramos la memoria, etc. Finalmente, concluye la
petición con las palabras: Acepta, pues, esta oblación, etc.,
para que esta oblación sea salutífera para aquellos por quienes se
ofrece.
Y, seguidamente, llega el sacerdote a la consagración misma. Y pide
primeramente que la consagración obtenga su efecto diciendo: santifica plenamente esta ofrenda. En segundo lugar, realiza la
consagración con las palabras del Salvador diciendo: El cual, la
víspera de su pasión, etc. En tercer lugar, el sacerdote se excusa
de esta audacia declarando haber obedecido al mandato de Cristo, con
las palabras: Por tanto, nosotros tus siervos, recordando tu
pasión. En cuarto lugar, suplica que el sacrificio realizado sea
acepto a Dios, cuando dice: Dígnate, Señor, mirar propicio, etc.
Y, finalmente, invoca el efecto de este sacrificio y sacramento: para
los mismos que lo toman al decir: Humildemente te rogamos; para
los muertos, que ya no lo pueden recibir, cuando dice: Acuérdate
también, Señor, etc., y especialmente para los mismos sacerdotes
que lo ofrecen, diciendo: También a nosotros, pecadores,
etc.
Y así se pasa a la consumación de este sacramento. Primeramente se
prepara al pueblo para recibirlo. Primero, por la oración común de
todo el pueblo, que es el Padrenuestro, en la que pedimos que nos
dé nuestro pan de cada día; y también por la oración privada, que
el sacerdote presenta especialmente por el pueblo cuando dice:
Líbranos, Señor. Segundo, se le prepara al pueblo con la paz,
que se le da cuando se dice el Cordero de Dios. Este sacramento
es, efectivamente, sacramento de unidad y de paz, como más
arriba se dijo. Ahora bien, en las misas de difuntos,
en las que este sacrificio se ofrece no por la paz presente, sino por
el descanso de los muertos, la paz se omite.
Seguidamente viene la recepción del sacramento. Primeramente
lo recibe el sacerdote, y después se lo da a los demás. Porque, como
dice Dionisio en III De Eccl. Hier., quien
entrega las cosas divinas a los demás, debe participar de ellas
primeramente él.
Y, finalmente, toda la celebración de la misa termina con la acción de gracias. El pueblo exulta de alegría por haber
participado en el misterio, y ése es el significado del canto después
de la comunión; y el sacerdote da gracias con la oración, de la misma
manera que Cristo, una vez celebrada la cena con sus discípulos,
recitó el himno, como se narra en Mt 26,30.
A las objeciones:
1. La consagración se realiza con
las solas palabras de Cristo. Pero fue necesario añadir lo restante
para la preparación del pueblo que comulga.
2. Se declara en Jn 21,25 que el
Señor hizo y dijo muchas cosas que los evangelistas no han consignado
por escrito. Y entre esas cosas está el que el Señor en la cena elevó
los ojos al cielo, según consta a la Iglesia por tradición
apostólica. Parece razonable, en efecto, que si elevó
los ojos al Padre en la resurrección de Lázaro y en la oración que
hizo por sus discípulos, según se dice en Jn 11,41 y 17,1
respectivamente, mucho más haya podido elevarlos al instituir este
sacramento, tratándose de algo mucho más importante.
Y el hecho de que diga manducad en lugar de comed no
cambia el sentido. Además de que no importa una locución u otra,
puesto que, como ya se dijo (q.78 a.1 ad 2.4), esas palabras no
pertenecen a la forma.
En lo que se refiere a la adición del término todos, hay que
decir que está implícito en las palabras evangélicas, aunque no esté
expreso. Porque el mismo Cristo había dicho en Jn 6,54: Si no
coméis la carne del Hijo del hombre, no tendréis vida en
vosotros.
3. La eucaristía es el sacramento
de la unidad de toda la Iglesia. Y, por eso, en este sacramento más
que en otros debe hacerse mención de todo lo que pertenece a la
salvación de toda la Iglesia.
4. Hay dos tipos de instrucción.
Una, que se dirige a los que comienzan, o sea, a los catecúmenos. Y
esta instrucción tiene lugar con ocasión del bautismo.
Otra, que es la que se da al pueblo fiel que toma parte en el
misterio eucarístico. Y ésta se hace en la celebración de este
sacramento. Sin embargo, de esta instrucción no están excluidos ni los
catecúmenos ni los infieles. Por lo que se dice en De Consecr.
dist.I can.67: El obispo no prohiba a nadie, sea
gentil, hereje o judío, entrar en la iglesia y oír la palabra de Dios
durante la misa de los catecúmenos, en la cual se dan las
enseñanzas de la fe.
5. Este sacramento requiere una
devoción mayor que los otros sacramentos por contener a Cristo en su
totalidad, y una devoción más extensa por requerir la devoción de todo
el pueblo, por el que se ofrece este sacrificio, y no solamente de los
que le reciben, como sucede con los otros sacramentos. Por eso, como
dice San Cipriano, el sacerdote con el prefacio
prepara el ánimo de los hermanos diciendo: «levantemos el corazón»,
para que con la respuesta: «lo tenemos levantado hacia el Señor», el
pueblo se dé cuenta de que no debe pensar en otra cosa más que en
Dios.
6. En este sacramento, como acabamos
de exponer (ad 3), se hace mención de cosas que interesan a la Iglesia
entera. Por eso, algunas de ellas las dice el coro, y que pertenecen
al pueblo. Algunas de éstas las dice en su totalidad el coro, son las
que se inspiran en todo el pueblo. Otras, sin embargo, las continúa el
pueblo, después de la incoación del sacerdote, que
representa a Dios, como signo de que tales cosas vinieron al pueblo
por revelación divina, como la fe y la gloria celestial. Esta es la
razón de que el sacerdote comience el
símbolo de la fe y el
Gloria a Dios en el cielo. Otras cosas, por el contrario, las
dicen los ministros, como es la lectura del Nuevo y Antiguo
Testamento, para indicar que esta doctrina ha sido anunciada a los
pueblos por medio de ministros enviados de Dios.
Y hay otras cosas que las dice el sacerdote solamente: son las que
pertenecen al propio oficio del sacerdote, o sea, al oficio de ofrecer
dones y preces por el pueblo, como se dice en Heb 5,1. Algunas de
estas cosas las dice en voz alta: son las que pertenecen al sacerdote
y al pueblo conjuntamente, como son las oraciones comunes. Otras, sin
embargo, pertenecen solamente al sacerdote, como es la oblación y la
consagración. Y, por eso, las fórmulas que se refieren a estos ritos
son recitadas por el sacerdote en voz baja. No obstante, en ambos
casos el sacerdote reclama la atención del pueblo diciendo: El
Señor esté con vosotros. Y espera su consentimiento expreso con
el Amén. Y, por eso, las oraciones que dice en secreto van
precedidas de El Señor esté con vosotros y las termina con por los siglos de los siglos.
También pueden interpretarse algunas fórmulas de las que el sacerdote
dice en secreto como signo de que durante la pasión de Cristo los
discípulos profesaron su fe en él ocultamente.
7. La eficacia de las palabras
sacramentales puede ser impedida por la intención del sacerdote. Y no
puede decirse que sea superfluo pedir a Dios lo que sabemos que él
realizará con absoluta certeza, de la misma manera que Cristo, según
Jn 17,1.5, pidió su propia glorificación.
Sin embargo, no parece que el sacerdote ore ahí para que se realice
la consagración, sino para que nos sea fructuosa, por lo que
expresamente dice que se haga para nosotros cuerpo y sangre. Y
esto es lo que, según San Agustín, significan las
palabras anteriores: Dígnate hacer que esta oblación sea
bendita, o sea, que nosotros seamos bendecidos por ella,
esto es, por su gracia; adscrita, es decir, que por ella seamos
inscritos en el cielo; ratificada, o sea, que seamos
considerados como miembros de Cristo; razonable, a saber, que
seamos despojados de la sensualidad bestial; aceptable, es
decir, que nosotros, que nos desagradamos a nosotros mismos, seamos
aceptables por ella al Hijo de Dios.
8. Aunque este sacrificio sea
preferible por sí mismo a todos los antiguos sacrificios, sin embargo
los sacrificios de los antiguos fueron aceptísimos a Dios a causa de
su devoción. Pide, pues, el sacerdote que este sacrificio sea acepto a
Dios por la devoción de los que ofrecen, como fueron aceptos a Dios
aquéllos.
9. El sacerdote no pide que las
especies sacramentales sean transportadas al cielo, ni que lo sea el
cuerpo real de Cristo, el cual nunca dejó de estar allí. Sino que pide
esto para el cuerpo místico, significado en este sacramento, o sea,
que el ángel asistente de los divinos misterios presente a Dios las
oraciones del pueblo y del sacerdote, según aquello de Ap 8,4:
El
humo del incienso subió de la mano del ángel con las oblaciones de sus
santos. El
altar del cielo significa aquí o la misma
Iglesia triunfante, a la que pedimos ser llevados, o el mismo Dios,
del cual imploramos la participación, ya que de este altar se dice en
Ex 20,26:
No subirás por las gradas a mi altar, o sea, no
admitirás grados en la Trinidad.
También se entiende por el ángel el mismo Cristo, que es el ángel
del gran consejo (Is 9,6), quien une su cuerpo místico a Dios
Padre y a la Iglesia triunfante.
Por todo esto, al sacrificio eucarístico también se le llama misa (enviada), porque el sacerdote envía preces a Dios a
través del ángel, como el pueblo las envía a través del sacerdote. O
porque Cristo es para nosotros la víctima enviada. De ahí que
el diácono en los días festivos despida al pueblo diciendo: Marchaos, ha sido enviada, a saber, la hostia a Dios por el ángel
para que sea acepta a Dios.
Artículo 5:
¿Son oportunas las ceremonias que se hacen en la celebración de este
sacramento?
lat
Objeciones por las que parece que las ceremonias que se hacen en la
celebración de este sacramento son inoportunas.
1. Este sacramento pertenece al Nuevo Testamento, como consta
por su propia forma. Ahora bien, en el Nuevo Testamento no se
han de observar las ceremonias del Antiguo Testamento, a las
cuales se remonta la ablución con agua que los sacerdotes y ministros
practicaban cuando se acercaban a ofrecer. Se lee, efectivamente, en
Ex 30,19-20: Aarón y sus hijos se lavaron las manos y los pies al
subir al altar. Luego no es oportuno que el sacerdote se lave las
manos durante la misa.
2. En el mismo lugar (30,7) el Señor mandó que el
sacerdote quemase incienso de suave olor sobre el altar que
estaba delante del propiciatorio. Lo cual también pertenecía a las
ceremonias del Antiguo Testamento. Luego no conviene que el
sacerdote utilice en la misa el incienso.
3. Las ceremonias que se hacen en los sacramentos de la
Iglesia no deben repetirse. Luego el sacerdote no debe hacer tantas
cruces sobre este sacramento.
4. Dice el Apóstol en Heb 7,7: Es incuestionable que
el inferior recibe la bendición del superior. Pero Cristo, que
después de la consagración está presente en este sacramento, es muy
superior al sacerdote. Luego es inadecuado que el sacerdote, después
de la consagración, bendiga este sacramento con la señal de la
cruz.
5. En los sacramentos de la Iglesia no debe hacerse nada que
parezca ridículo. Ahora bien, los gestos que el sacerdote hace en la
misa, como extender los brazos, juntar las manos, plegar los dedos,
inclinar el cuerpo, parecen ridículos. Luego no deben hacerse estas
cosas en este sacramento.
6. Parece ridículo también que el sacerdote se vuelva
tantas veces hacia el pueblo y que otras tantas le salude. Luego no
deberían hacerse estas cosas en la celebración de este
sacramento.
7. El Apóstol en 1 Cor 1,13 juzga inconveniente que Cristo esté dividido. Pero después de la consagración Cristo está
presente en este sacramento. Luego el sacerdote no debería fraccionar
la hostia.
8. Todavía más: las cosas que se hacen en este sacramento representan
la pasión de Cristo. Pero en la pasión de Cristo su cuerpo fue abierto
en los cinco lugares de las llagas. Luego el cuerpo de Cristo debería
fraccionarse en cinco partes, y no en tres.
9. En este sacramento el cuerpo de Cristo se consagra
separado de la sangre. Luego no hay por qué mezclar una parte del
cuerpo con la sangre.
10. De la misma manera que el cuerpo de Cristo se nos
ofrece en este sacramento como comida, así también su sangre se nos
ofrece como bebida. Pero en la celebración de la misa, después de la
comunión con el cuerpo de Cristo, no se toma ningún otro alimento
corporal. Luego no parece conveniente que el sacerdote, después de
asumir la sangre de Cristo, beba vino no consagrado.
11. Y todavía más: la verdad debe corresponder a la figura. Pero con
respecto al cordero pascual, que fue figura de este sacramento, se
manda que no permanezca de él nada para la mañana siguiente. Luego no
es conveniente que se reserven las hostias consagradas y que no se
asuman seguidamente.
12. El sacerdote habla en plural a los oyentes, como
cuando dice:
El Señor esté con vosotros y
demos gracias al
Señor, nuestro Dios. Pero parece inadecuado hablar en plural a uno
solo, muy especialmente si es un menor. Luego no parece conveniente
que el sacerdote celebre la misa en presencia de un solo ministro
asistente.
Así pues, parece que en la celebración de este sacramento se hacen
inconvenientemente algunas cosas.
Contra esto: está la costumbre de la Iglesia, que no puede equivocarse
como instruida que está por el Espíritu Santo.
Respondo: Como ya se declaró más arriba (
q.60 a.6), para que la significación en los sacramentos sea perfecta debe
realizarse de dos maneras: mediante las palabras y los hechos. Ahora
bien, en la celebración de este sacramento, mediante las palabras se
significan cosas pertenecientes: a la pasión de Cristo, representada
en él; al cuerpo místico, significado en él; o al uso de este
sacramento, que debe hacerse con devoción y respeto. Y, por eso, en la
celebración de este misterio algunas cosas se hacen: para representar
la pasión de Cristo, o para indicar las disposiciones del cuerpo
místico, o para fomentar la devoción y el respeto en el uso de este
sacramento.
A las objeciones:
1. En la celebración de la misa se
hace el lavatorio de las manos por respeto hacia el sacramento. Y esto
por dos motivos. Primero, porque no solemos tocar ciertas cosas
preciosas sin lavarnos antes las manos. De tal manera
que sería indecoroso que alguien se acercase a tan gran sacramento con
las manos sucias, aun en el sentido corporal de la
palabra.
Segundo, por el significado de este rito. Porque, como dice Dionisio
en III De Eccl. Hier., la ablución de las
extremidades significa la limpieza aun de los pecados más leves,
conforme al texto de Jn 13,10: Quien ya está limpio no necesita
lavarse más que los pies. Y esta limpieza se requiere en quien se
acerca a este sacramento. Y esto es lo que significa la confesión que
se hace antes del introito de la misa. De la misma manera que esto es
lo que significaba la ablución de los sacerdotes de la antigua ley,
como hace notar Dionisio en el mismo lugar.
Pero la Iglesia no mantiene este rito como una ceremonia prescrita
por la antigua ley, sino como una ceremonia instituida por ella, muy
adecuada a sí misma. Por eso no se observa del mismo modo que
entonces. De hecho, se omite la ablución de los pies, y se hace sólo
la ablución de las manos, que es más rápida, y es suficiente para
significar la perfecta limpieza. Porque, siendo la mano el órgano
de los órganos, como se dice en III DeAnimaz, todas las obras son atribuidas a las manos. Por
eso se dice en Sal 25,6: Lavaré mis manos entre los
inocentes.
2. No utilizamos la incensación
como una ceremonia prescrita por la antigua ley, sino como un rito
establecido por la Iglesia, por lo que no la usamos como se utilizaba
en la antigua ley.
Esta incensación tiene dos finalidades. Primera, fomentar el respeto
hacia este sacramento: ya que sirve para eliminar con un perfume
agradable los malos olores que podrían existir en el lugar, provocando
el desagrado.
Segunda, representar el efecto de la gracia, de la cual, como de buen
olor, Cristo estaba lleno, según aquello del Gen 27,27: He aquí que
el olor de mi hijo es como el olor de un campo florido. Un olor
que de Cristo se comunica a los fieles por el oficio de sus ministros,
según las palabras de 2 Cor 2,14: Por nuestro medio difunde en
todas partes el olor de su conocimiento. De ahí que en todas
partes, una vez incensado el altar, que representa a Cristo, son
incensados todos los demás por orden.
3. El sacerdote hace la señal de
la cruz en la celebración de la misa para representar la pasión de
Cristo, que terminó en la cruz. Ahora bien, la pasión de Cristo fue
desarrollándose como a través de etapas. La primera, efectivamente,
fue la entrega de Cristo, que fue hecha por Dios, por Judas y por los
judíos. Esto es lo que se significa con el triple signo de la cruz al
decir las palabras:
Estos dones, estas ofrendas, estos santos e
inmaculados sacrificios.
La segunda etapa fue la venta de Cristo. Pero fue vendido por los
sacerdotes, por los escribas y por los fariseos. Para significar lo
cual se repite de nuevo la triple señal de la cruz a las palabras: bendita, adscrita, ratificada. Estos tres signos pueden significar
también el precio de la venta, o sea, treinta monedas. Y se añade una
doble señal de la cruz a las palabras: y que se convierta para
nosotros en cuerpo y sangre, para designar la persona de Judas que
le vendió, y la persona de Cristo que fue el vendido.
La tercera etapa fue el anuncio de la pasión de Cristo, hecho en la
cena. Para designar el cual se hacen por tercera vez dos cruces, una
en la consagración del cuerpo, y otra en la consagración de la sangre,
cuando en ambos casos se dice: bendijo.
La cuarta etapa fue la misma pasión de Cristo. Y aquí, para
representar las cinco llagas, se hace por cuarta vez una quíntuple
señal de la cruz al pronunciar las palabras: hostia pura, hostia
santa, hostia inmaculada, pan santo de vida eterna y cáliz de eterna
salvación.
En la quinta etapa se representa la extensión del cuerpo de Cristo
sobre la cruz, la efusión de su sangre y el fruto de la pasión por la
triple señal de la cruz que se hace al decir: que cuantos tomemos
el cuerpo y la sangre seamos llenos de toda bendición.
En la sexta etapa se representa la triple oración que hizo en la
cruz: una por los que le perseguían, cuando dijo: Padre,
perdónalos. La segunda, por la liberación de su propia muerte,
cuando dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La
tercera, para conseguir la gloria, con la invocación: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y para significar esta triple
oración se hace tres veces la señal de la cruz al decir las
palabras: santificas, vivificas, bendices, etc.
En la séptima etapa se representan las tres horas que pendió de la
cruz, o sea, desde las doce del mediodía hasta las
tres de la tarde. Y para significar estas horas se
hace la señal de la cruz con las palabras: Por El, con El y en
El.
A la octava etapa corresponde la separación del alma y del cuerpo,
significada por las dos cruces siguientes, hechas fuera del
cáliz.
En la novena etapa se representa la resurrección al tercer día por
las tres cruces que se hacen a las palabras: La paz del Señor esté
siempre con vosotros.
Pero puede decirse más brevemente que la consagración de este
sacramento, la aceptación del sacrificio y el fruto de éste proceden
de la eficacia de la cruz de Cristo. Por eso, dondequiera que se hace
mención de alguna de estas cosas, el sacerdote hace una
cruz.
4. Después de la consagración, el
sacerdote no hace la señal de la cruz para bendecir ni para consagrar,
sino sólo para conmemorar la eficacia de la cruz y las circunstancias
de la pasión de Cristo, como consta de lo dicho (ad 3).
5. Lo que hace el sacerdote en la
misa no son gestos ridículos, porque lo hace para representar algo. La
extensión de los brazos, efectivamente, después de la consagración, es
para significar la extensión de los brazos de Cristo en la
cruz.
Cuando eleva las manos para orar quiere significar que su oración por
el pueblo se dirige a Dios, según las palabras de Lam 3,41: Elevemos nuestro corazón y nuestras manos a Dios que está en el
cielo. Y en Ex 17,11 se dice que cuando Moisés elevaba las
manos Israel vencía.
El hecho de que algunas veces junte las manos y se incline en oración
suplicante y humilde, significa la humildad y la paciencia con que
Cristo aceptó la pasión.
Y el hecho de juntar, después de la consagración, los dedos pulgar e
índice, con los que había tocado el cuerpo de Cristo consagrado, es
para que no se desprendan de ellos las partículas que podían
habérseles adherido. Esto entra dentro del respeto debido al
sacramento.
6. Las cinco veces que el sacerdote
se vuelve hacia el pueblo son para indicar que el Señor se manifestó
cinco veces el día de la Resurrección, como se ha dicho en el tratado
de la resurrección de Cristo (
q.55 a.3 obj.3).
Saluda siete veces al pueblo, o sea, cinco volviéndose hacia él, y
dos sin volverse: antes de comenzar el prefacio cuando dice: El
Señor esté con vosotros, y cuando dice: La paz del Señor esté
siempre con vosotros, para designar los siete dones del Espíritu
Santo.
El obispo, sin embargo, cuando celebra en las fiestas, en el primer
saludo dice: La paz sea con vosotros, como dijo el Señor
después de la resurrección (Lc 24,36), porque es el obispo quien
representa principalmente su persona.
7. La fracción de la hostia
significa tres cosas. Primera, la división sufrida por el cuerpo de
Cristo en su pasión. Segunda, la división del cuerpo místico en varios
estados. Tercera, la distribución de las gracias derivadas de la
pasión de Cristo, como dice Dionisio en III De Eccl.
Hier.. De donde se deduce que tal fracción no
implica ninguna división de Cristo.
8. Como dice el papa
Sergio, cuyas palabras se encuentran en
Decretis,
De Consecr. dist.II can. 22:
El cuerpo del
Señor puede encontrarse en tres condiciones. La parte de la hostia
introducida en el cáliz significa el cuerpo del Señor ya
resucitado, o sea, el mismo Cristo, la Santísima Virgen y los
santos que estén ya en la gloria con su cuerpo.
La parte comida
significa el cuerpo peregrino todavía sobre la tierra, o sea, que
los que viven en la tierra se unen mediante el sacramento, y son
triturados por el sufrimiento, como el pan es masticado por los
dientes.
La parte que permanece en el altar hasta el final de la
misa significa el cuerpo de Cristo yacente en el sepulcro, porque
hasta el final de los tiempos los cuerpos de los santos estarán en el
sepulcro, mientras que sus almas estarán en el purgatorio o en el
cielo. Este último rito, sin embargo, de reservar una parte de la
hostia hasta el fin de la misa ya no se observa. No obstante,
permanece el significado de las tres partes. Y algunos
lo han expresado poéticamente diciendo:
La hostia se divide en
partes: la mojada designa a los plenamente bienaventurados, la seca a
los vivientes, y la reservada a los sepultados.
Otros, sin embargo, dan la explicación de que la
parte introducida en el cáliz significa a los que viven en este mundo.
La parte reservada fuera del cáliz significa a los que son plenamente
bienaventurados con su alma y con su cuerpo, y la parte comida
significa a los demás.
9. El cáliz puede tener un doble
significado. Primero, la pasión misma, representada en este
sacramento. Y en conformidad con este significado, la parte echada en
el cáliz significa a aquellos que todavía participan en los
sufrimientos de Cristo.
Segundo, puede significar también la fruición beatifica, prefigurada
también en este sacramento. En cuyo caso, la parte de la hostia echada
en el cáliz significa a aquellos que con su cuerpo disfrutan ya
plenamente de la bienaventuranza.
Hay que advertir que la parte introducida en el cáliz no puede darse
al pueblo en el caso de que falten formas para comulgar, ya que pan
mojado no lo dio Cristo más que a Judas, el traidor (Jn
13,20).
10. Puesto que el vino es un
líquido, tiene alguna capacidad de limpiar. Y, por eso, se toma
después de la comunión eucarística para limpiar la boca, de tal modo
que no quede ningún fragmento, como exige el respeto debido a este
sacramento. Por eso se dice en Extra: De Celebrat. Miss., cap.5, ex
parte: El sacerdote debe lavarse la boca con vino
después de haber asumido las especies eucarísticas, a no ser que en el
mismo día tenga que celebrar otra misa, en cuyo caso el vino de la
ablución se lo impediría. Por el mismo motivo se lava con vino los
dedos con los cuales había tocado el cuerpo de Cristo.
11. La realidad debe
corresponder a la figura en algún punto. Y, por eso, no se debe
reservar para el día siguiente ninguna parte de la hostia consagrada
con la que comulgan el sacerdote, los ministros y el pueblo. De ahí la
disposición del papa Clemente, referida en
De
Consecr. dist.II can.23:
Ofrézcanse en el altar
tantas hostias cuantas sean suficientes para comulgar el pueblo. Y si
sobran, no se reserven para el día siguiente, sino que, con temor y
temblor, sean consumidas por el celo de los clérigos.
Pero, puesto que este sacramento se ha de tomar todos los días, y el
cordero pascual no, es menester reservar algunas hostias consagradas
para los enfermos. Por eso, en la misma distinción, can.93, se lee: El presbítero tenga siempre pronta la
eucaristía, de modo que, cuando alguien caiga enfermo, seguidamente
comulgue, no sea que muera sin comunión.
12. En la celebración solemne
de la misa deben estar presentes varias personas. Por lo que el papa
Sotero, como se refiere en
De Consecr. dist.I
can.61, dice:
Se ha establecido que ningún
presbítero celebre la misa sin dos personas que le respondan, siendo
él el tercero. Porque al decir él en plural: «El Señor esté con
vosotros», y en la secreta: «Orad, hermanos...», es
evidentemente oportuno que tenga una respuesta. De ahí que en el
mismo lugar se establezca que el obispo celebre la misa
en presencia de muchos.
En las misas privadas, sin embargo, basta la presencia de un solo
ministro que representa a todo el pueblo católico, en cuyo nombre
responde en plural al sacerdote.
Artículo 6:
¿Puede ponerse remedio a los defectos que ocurren en la celebración
de este sacramento observando las leyes de la Iglesia?
lat
Objeciones por las que parece que no puede ponerse remedio a los
defectos que ocurren en este sacramento observando las leyes de la
Iglesia.
1. Algunas veces sucede que un sacerdote, antes o después de la
consagración, muere, o enloquece, o es aquejado de alguna otra
enfermedad, de tal manera que no puede asumir el sacramento ni
terminar la misa. Luego parece que no puede cumplir lo establecido por
la Iglesia, según lo cual el sacerdote que consagra tiene que comulgar
su sacrificio.
2. Alguna vez acontece que el sacerdote, antes o después de
la consagración, recuerda que ha comido o bebido algo, o que está en
pecado mortal, o excomulgado, cosas de las que antes
no se acordaba. Luego es inevitable que quien está en esta situación
peque mortalmente, porque actuará contra lo establecido por la
Iglesia, tanto si comulga como si no comulga.
3. Sucede algunas veces que, después de la consagración,
cae en el cáliz una mosca, una araña, o algún animal venenoso; o viene
a saber el sacerdote que en el cáliz han echado veneno para matarlo.
En cuyo caso, si comulga parece que peca mortalmente: o porque se
mata, o porque tienta a Dios. E, igualmente, si no comulga, peca por
contravenir lo establecido por la Iglesia. Luego en esta situación el
sacerdote queda perplejo y sometido a la necesidad de pecar. Lo cual
es inadmisible.
4. Puede acontecer que por negligencia del ministro no
se eche agua en el cáliz, o ni agua ni vino, de lo cual se da cuenta
después el sacerdote. Luego en este caso queda perplejo el sacerdote,
tanto si asume el cuerpo sin la sangre, haciendo así un sacrificio
imperfecto, como si no asume el cuerpo ni la sangre.
5. Sucede algunas veces que el sacerdote no se acuerda
si ha dicho las palabras de la consagración u otras palabras
prescritas en la celebración de este sacramento. En cuyo caso parece
que peca, tanto si repite sobre la misma materia las palabras que tal
vez había dicho ya como si comulga con el pan y el vino no
consagrados, como si estuvieran consagrados.
6. Sucede alguna vez que, a causa del frío, al sacerdote se
le cae de las manos la hostia en el cáliz antes o después de la
fracción. En cuyo caso ya no puede cumplir con el rito de la Iglesia
sobre la fracción o sobre la norma de introducir en el cáliz una
tercera parte solamente.
7. Alguna vez acontece que por negligencia del sacerdote
se derrama la sangre de Cristo, o que el sacerdote vomita el
sacramento después de la comunión; o que las hostias llevan
consagradas tanto tiempo que se pudren; o que han sido roídas por los
ratones; o que se echan a perder por cualquier causa. En estos casos
no parece que se pueda tributar a este sacramento el debido respeto
que prescriben las normas de la Iglesia. No parece, pues, que pueda
ponerse remedio a estos defectos o peligros si se cumplen las normas
de la Iglesia.
Contra esto: ni Dios ni la Iglesia nos mandan lo imposible.
Respondo: Hay dos maneras de salir al paso de
los posibles peligros o defectos en la celebración de este sacramento.
Una, previniéndoles para que no ocurran. Otra, después de ocurridos,
tratar de enmendarlos poniendo remedio, o, al menos, haciendo la
debida penitencia quien obró con negligencia hacia este
sacramento.
A las objeciones:
1. Si al sacerdote le sobreviene la
muerte o una enfermedad grave después de la consagración del cuerpo y
de la sangre del Señor, no es necesario que otro le
supla.
Pero si la cosa sucede después de comenzar la consagración, por
ejemplo después de consagrar el cuerpo y antes de consagrar la sangre,
o después de la consagración de ambos, la celebración de la misa debe
ser terminada por otro. Por eso se dice en un Concilio de
Toledo, referido en Decretis VII q.l cap.
16 Nihil: Hemos juzgado conveniente que cuando los
sacerdotes consagran los santos misterios en la celebración de la
misa, si les sobreviene una enfermedad tan grave que no pueden
terminar el misterio que habían comentado, le sea permitido al obispo
o a otro sacerdote proseguir el oficio comenzado, ya que para
completar los misterios iniciados no se necesita más que la bendición
del sacerdote que los comenzó o la del que sigue, pues no pueden
considerarse perfectos si no se han completado según el orden
establecido. En efecto, puesto que todos somos una sola cosa en Cristo,
ningún impedimento constituye la diversidad de personas donde la
identidad de la fe garantiza la eficacia del mismo efecto. Póngase
vigilancia, no obstante, para que lo que aconseja la debilidad de la
naturaleza no se convierta en comportamiento cotidiano. Que ningún
ministro o sacerdote deje inacabados los oficios comenzados si la
gravedad de las molestias no es patente. Y si alguno tiene la audacia
temeraria de no terminarlos, recibirá la sentencia de
excomunión.
2. Cuando se presenta una
dificultad hay que optar siempre por lo que entraña menos peligro.
Pues bien, lo más peligroso para este sacramento es lo que atenta a su
misma realización, porque esto es un enorme sacrilegio. Pero es menos
peligroso lo que se refiere a las disposiciones de
quien lo toma. Por tanto, si el sacerdote se acuerda, después de la
consagración, de que ha comido o bebido algo, debe completar el
sacrificio y asumir el sacramento. Igualmente, si se acuerda de que ha
cometido un pecado, debe arrepentirse con propósito de confesar y
satisfacer, de tal manera que asuma el sacramento no indigna, sino
fructuosamente. Y la misma razón vale para el caso de acordarse de que
está excomulgado. Debe proponerse pedir la absolución. Y así le
absolverá el invisible Pontífice, Jesucristo, para este acto de acabar
los divinos misterios.
Pero si se acuerda de estas cosas antes de la consagración, pienso
que es más seguro, sobre todo en el caso de haber comido y en el de la
excomunión, que deje empezada la misa, a no ser que se prevea un grave
escándalo.
3. Si cayese una mosca o una
araña en el cáliz antes de la consagración, o se da cuenta de que le
han echado veneno, debe tirar el vino y, una vez limpiado el cáliz,
echar otro vino para consagrarlo. Pero si alguno de estos animales cae
en el cáliz después de la consagración, debe cogérsele con cuidado,
lavarle bien, quemarlo y echar en el sumidero las cenizas y el líquido
de la ablución.
Y si se da cuenta de que el vino consagrado tiene veneno, no debe
asumirlo ni dárselo a nadie para que el cáliz de vida no se convierta
en instrumento de muerte, sino que debe depositarlo en un vaso
adecuado al efecto y conservarlo con la reserva. Y para que el
sacramento no quede inacabado, debe echar vino en el cáliz y,
comenzando de nuevo a partir de la consagración de la sangre, terminar
el sacrificio.
4. Si el sacerdote se da cuenta
antes de la consagración de la sangre y después de la consagración del
cuerpo de que el cáliz no tiene agua o vino, debe echarlo
inmediatamente y consagrar. Pero si se da cuenta de que falta el agua
después de las palabras de la consagración, debe continuar, porque la
adición de agua, como se ha dicho ya (
q.74 a.7), no es indispensable
para la realización del sacramento. Debe, sin embargo, ser castigado
aquel por cuya negligencia sucedió esto. Pero de ningún modo debe
añadirse agua al vino ya consagrado, pues se seguiría, como se ha
dicho antes (
q.77 a.8), la parcial destrucción del
sacramento.
Pero si advierte después de las palabras de la consagración que el
cáliz no tenía vino, y se da cuenta de ello antes de asumir el cuerpo,
debe tirar el agua que hubiere en él, echar vino con agua y comenzar a
partir de las palabras de la consagración de la sangre. Mas si se da
cuenta después de haber asumido el cuerpo, debe tomar otra hostia y
consagrarla de nuevo con la sangre. Digo esto porque, si dijera
solamente las palabras de la consagración de la sangre, no observaría
el orden establecido en la consagración. Y, como dice el citado Concilio Toledano: No debe considerarse perfecto el
sacrificio si no se realiza según el orden establecido. Pero si
comenzase por la consagración de la sangre y continuase con las
palabras que siguen, éstas no serían adecuadas por no estar allí la
hostia consagrada, ya que con esas palabras se dicen y se hacen cosas
concernientes no solamente a la sangre, sino también al cuerpo. Y
debe, finalmente, asumir de nuevo la hostia consagrada y la sangre,
aunque hubiese bebido el agua que había en el cáliz, porque el
precepto de la perfección del sacramento es más importante que el del
ayuno eucarístico, como se acaba de decir (ad 2).
5. Aunque el sacerdote no recuerde
si ha dicho todo lo que tenía que decir, no debe perturbarse por eso.
Porque quien dice muchas cosas no puede recordar todo lo que dice, a
no ser que mientras habla se dé cuenta de que una cosa ya la ha dicho.
Es así como una cosa se hace objeto de recuerdo. Por eso, cuando uno
piensa detenidamente en lo que dice, pero no en las palabras que dice,
después no recuerda bien si lo ha dicho. De hecho, una cosa es objeto
de la memoria en cuanto se la toma como cosa pasada, según se dice en
el libro
De Memoria.
Pero si al sacerdote le parece probable que ha omitido alguna cosa, y
esta cosa no es indispensable al sacramento, no creo que por esto deba
repetir, alterando así el orden del sacrificio, sino que debe
proseguir. Ahora bien, si está cierto de que ha omitido una cosa que
es indispensable en el sacramento, puesto que la forma es tan
indispensable como la materia, debe precederse como acabamos de ver
(ad 4) a propósito de la falta de materia, o sea, debe comenzar
a partir de la forma de la consagración, y repetir por
orden todo lo demás para no alterar el orden del sacrificio.
6. La fracción de la hostia
consagrada y la introducción de una de sus partes en el cáliz se
refieren al cuerpo místico, de la misma manera que la mezcla del agua
con el vino significa al pueblo. Y, por eso, la omisión de estas cosas
no hace que quede incompleto el sacrificio, de tal manera que por eso
sea necesario repetir nada en la consagración de este
sacramento.
7. En
De Consecr.
dist.II, tomado de un texto del papa Pío
I, se dice:
Si por negligencia se cayesen algunas
gotas de sangre sobre la tarima, lámase la parte afectada con la
lengua, y ráspese la tabla. Pero si no hubiese tarima, ráspese el
suelo, quémense esas raspaduras y deposítense las cenizas debajo del
altar. Y que el sacerdote haga penitencia cuarenta días. Si cayera
alguna gota sobre el altar, que el ministro la absorba. Y que haga
penitencia por tres días. Si al caer sobre el primer mantel cala hasta
el segundo, hará penitencia cuatro días. Si calase hasta el tercero,
haga penitencia nueve días. Y si llegase hasta el cuarto mantel, haga
penitencia cuarenta días. Las manteles sobre los que cayeron las gotas
de vino, que los lave el ministro tres veces poniendo el cáliz debajo,
y recójase el agua de la ablución y guárdese junto al altar.
También podría el ministro beberse esta agua, a no ser que la
repugnancia le ponga en peligro de devolverla. Algunos, además, cortan
la parte manchada de los manteles y la queman y depositan las cenizas
bajo el altar o en el sumidero.
En el mismo lugar se añaden las normas tomadas de
un Pontifical del presbítero San Beda: Si uno
por embriaguez o intemperancia vomita la eucaristía,
que haga penitencia cuarenta días. Si es clérigo, monje, diácono o
presbítero, sesenta días. Y si es obispo, noventa. Pero si uno la
vomita por enfermedad, que haga penitencia durante siete
días.
Y en la misma distinción se aducen las prescripciones
de un Concilio de Orleans: Quien no custodiase bien
el sacramento y dejase que lo comiesen los ratones o algún otro animal
en la iglesia, que haga penitencia cuarenta días. Quien lo deje perder
en la iglesia, o se deje caer una parte que no se encuentra después,
haga treinta días de penitencia. Y la misma penitencia parece que
merece el sacerdote por cuya negligencia llegasen a pudrirse las
hostias consagradas.
En esos días de penitencia, el penitente tiene que ayunar y
abstenerse de la comunión. Pero, teniendo en cuenta las circunstancias
de la persona y de su quehacer, puede disminuirse o aumentarse dicha
penitencia.
Téngase en cuenta, sin embargo, que dondequiera que se encuentren
especies sacramentales en buen estado, han de ser conservadas
respetuosamente o también asumidas, porque mientras permanecen las
especies, el cuerpo de Cristo está presente en ellas, como se ha dicho
ya. Las cosas en que se encuentren las especies han de
ser quemadas, si es factible, depositando las cenizas en el sumideros,
como hemos dicho con ocasión de las raspaduras de la
tarima.