Corresponde a continuación el tema de la misericordia. Sobre él se
pueden formular cuatro preguntas:
Artículo 1:
¿Es el mal el motivo propio de la misericordia?
lat
Objeciones por las que parece que el mal no es el motivo propio de la
misericordia:
1. Como queda expuesto (q.19 a.1; 1 q.48 a.6), la culpa es mayor mal
que la pena. Ahora bien, la culpa no incita a la misericordia, antes
bien provoca indignación. Por tanto, el mal no es incentivo de la
misericordia.
2. Lo cruel y despiadado parece que implica la cumbre del
mal. Pues bien, dice el Filósofo en II Rhet. que lo inhumano
es distinto de lo lastimoso e impide la misericordia. Luego el mal, en cuanto tal, no es motivo de misericordia.
3. Los indicios de males no son verdaderos males. Ahora
bien, los indicios de mal excitan la misericordia, según el Filósofo
en II Rhet. Por tanto, el mal, en cuanto tal, no
incita a la misericordia.
Contra esto: está el testimonio del Damasceno en el II
libro de que la misericordia es una especie de tristeza.
Ahora bien, el mal es ocasión de tristeza. Luego es también motivo de
misericordia.
Respondo: Según San Agustín en IX De civ.
Dei, la misericordia es la compasión que
experimenta nuestro corazón ante la miseria de otro, sentimiento que
nos compele, en realidad, a socorrer, si podemos. La palabra misericordia significa, efectivamente, tener el corazón
compasivo por la miseria de otro. Pues bien, la miseria se opone a
la felicidad, y es esencia de la bienaventuranza o felicidad tener lo
que se desea, ya que, en expresión de San Agustín, en XIII De
Trin., es bienaventurado el que posee lo que quiere y nada malo quiere. La miseria, empero, consiste en sufrir lo que no
se quiere. Pero hay tres maneras de querer alguna cosa. Primera: por
deseo natural, como el hombre quiere ser y vivir. Segunda: desear algo
por elección premeditada. Tercera: querer una cosa no directamente en
sí misma, sino en su causa, como de quien apetece ingerir cosas
nocivas decimos que, en cierta manera, quiere enfermar. Así, pues,
desde el punto de vista de la miseria, el motivo específico de la
misericordia es, en primer lugar, lo que contraría al apetito natural
del que desea, es decir, los males que arruinan y contristan, y cuyo
objeto contrario desea el hombre. Por eso dice el Filósofo en Rhet., la misericordia es una tristeza por el mal presente, que
arruina y entristece. En segundo lugar, los males
de que acabamos de hablar incitan más a misericordia si se oponen a
una elección voluntaria libre. Por eso afirma allí mismo el Filósofo
que son más dignos de compasión los males cuya causa es la
fortuna, por ejemplo, cuando sobreviene un mal donde se
esperaba un bien. Finalmente, son aún
más dignos de compasión los males que contradicen en
todo a la voluntad. Es el caso de quien buscó siempre el bien y sólo
le sobrevienen males. Por eso dice también el Filósofo en el mismo
libro que la misericordia llega a su extremo en los males que
alguien sufre sin merecerlo.
A las objeciones:
1. La culpa es, por su propia
naturaleza, voluntaria. En ese sentido es objeto no de misericordia,
sino de castigo. Mas dado que la culpa puede ser, en cierto modo,
pena, o sea, en cuanto lleva anejo algo que es contra la voluntad del
pecador, en ese sentido puede inspirar también misericordia. Bajo este
aspecto tenemos sentimientos de piedad y compasión hacia los
pecadores, como escribe San Gregorio en una homilía: la verdadera
justicia no provoca desdén, sino compasión, y en
San Mateo 9,36 leemos que viendo Jesús las turbas, tuvo
misericordia de ellas, porque estaban fatigados y decaídos, como
ovejas sin pastor.
2. Dado que la misericordia es
compasión de la miseria ajena, en el sentido propio de la palabra se
tiene en relación con los demás, no consigo mismo, a no ser por cierta
analogía, como ocurre también con la justicia, y en tanto se
consideren en el hombre diversas partes como consta en V Ethic. En este sentido leemos en Eclo 30,24: tú
que agradas a Dios, ten misericordia de tu alma. Por tanto, así
como, propiamente hablando, en relación con nosotros mismos no se da
misericordia, sino dolor, por ejemplo, si padecemos algo cruel, así
también, si hay personas tan íntimamente unidas a nosotros que son
como algo nuestro, cuales son hijos o parientes, no les tenemos
misericordia en sus desgracias, sino que más bien nos condolemos de
sus infortunios como si fueran propios. En este sentido hay que
interponer las palabras del Filósofo: lo cruel ahuyenta la
misericordia.
3. Así como la esperanza y el
recuerdo de bienes producen deleite en nosotros, del mismo modo
entristece la expectación y el recuerdo de males, aunque no tanto como
la sensación de los presentes. De aquí que las señales de males, por
el hecho de evocar como presentes males universales, nos mueven a
conmiseración.
Artículo 2:
¿La razón de ser misericordioso son los defectos de quien se
compadece?
lat
Objeciones por las que parece que los defectos de quien se compadece
no son la causa de ser misericordioso:
1. Tener misericordia es propio de Dios, y por eso leemos en la
Escritura (Sal 144,9): Sus misericordias campean entre todas sus
obras. Ahora bien, en Dios no hay en absoluto defecto. Luego los
defectos no pueden ser el motivo de la misericordia.
2. Si el motivo de ser misericordioso fueran los defectos,
los más misericordiosos deberían ser los más necesitados, y no es así.
El Filósofo, en efecto, escribe en II Rhet. que quienes han
perdido todo no tienen compasión. Parece, pues,
que la misericordia no se explica por los defectos de quien es
misericordioso.
3. Sufrir un ultraje acusa defecto. Pues bien, escribe
allí mismo el Filósofo que quienes están afrentados no tienen
misericordia. Por tanto, no es causa de la
misericordia el defecto de quien se compadece.
Contra esto: está el hecho de que la misericordia es cierto tipo de
tristeza. Ahora bien, el defecto es motivo de tristeza, y por esa
razón, quienes con más frecuencia caen en ella son los débiles, como
queda expuesto (1-2 q.47 a.3). Luego la razón de ser misericordioso
son los defectos propios.
Respondo: Siendo la misericordia compasión de
la miseria ajena, como queda dicho (a.1), siente misericordia quien se
duele de la miseria de otro. Ahora bien, lo que nos entristece y hace
sufrir es el mal que nos afecta a nosotros mismos, y en tanto nos
entristecemos y sufrimos por la miseria ajena en
cuanto la consideramos como nuestra. Esto acaece de dos modos.
Primero: por la unión afectiva producida por el amor. Efectivamente,
quien ama considera al amigo como a sí mismo y hace suyo el mal que él
padece. Por eso se duele del mal del amigo cual si fuera propio. Por
esa razón, en IX Ethic., destaca el Filósofo, entre los
sentimientos de amistad, condolerse del amigo,
y el Apóstol por su parte, exhorta en Rom 12,15 a gozar con los
que se gozan, llorar con los que lloran. Otro modo es la unión
real que hace que el dolor que afecta a los demás esté tan cerca que
de él pase a nosotros. Por eso escribe el Filósofo en II Rhet.
que los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados,
por pensar que también ellos pueden padecer esos males. Ocurre igualmente que los más inclinados a la misericordia son los
ancianos y los sabios, que piensan en los males que se ciernen sobre
ellos, lo mismo que los asustadizos y los débiles. A la inversa, no
tienen tanta misericordia quienes se creen felices y tan fuertes como
para pensar que no pueden ser víctimas de mal alguno. En consecuencia,
el defecto es siempre el motivo de la misericordia, sea que por la
unión se considere como propio el defecto ajeno, sea por la
posibilidad de padecer lo mismo.
A las objeciones:
1. Dios no tiene misericordia sino
por amor, al amarnos como algo suyo.
2. Quienes han llegado a males
extremos no temen sufrir aún más, y por eso no tienen misericordia.
Algo semejante les ocurre a quienes son víctimas de un temor excesivo:
la ansiedad les absorbe hasta el extremo de no prestar atención a la
miseria ajena.
3. Quienes están dispuestos al
ultraje, o por haber recibido afrenta o por estar dispuesto a
inferirla, se sienten impulsados a la ira y a la audacia, pasiones
viriles que exaltan el ánimo de los hombres hacia lo difícil. Por eso
se desvanece en el hombre la idea de que pueda padecer nada en el
futuro. De ahí que esos tales, mientras están con ese temple, no
tienen misericordia, conforme a lo que leemos en Prov 27,4: No
saben de misericordia ni la ira ni el arrebatado furor. Por la
misma razón, tampoco tienen misericordia los soberbios, que desprecian
a los demás y les tienen por malos. Por eso juzgan que justamente
sufren lo que están pasando. Y así dice también San Gregorio, en una
homilía, que la falsa justicia, es decir, la de los soberbios, no
tiene compasión, sino desdén.
Artículo 3:
¿Es virtud la misericordia?
lat
Objeciones por las que parece que la misericordia no es
virtud:
1. Lo principal de la virtud es la elección, como demuestra el
Filósofo en el libro Ethic., y ésta es el
deseo de lo que ha sido objeto de deliberación, como él mismo
dice. No puede, pues, llamarse virtud lo que impide la
deliberación. Ahora bien, la misericordia impide la deliberación, a
tenor de lo que escribe Salustio: Los hombres que se ocupan de
asuntos dudosos no deben estar influidos ni por la ira ni por la
misericordia. No dan fácilmente con la verdad cuando intervienen esas
pasiones. Por tanto, la misericordia no es
virtud.
2. Nada contrario a la virtud es laudable. Pues bien, la
némesis es contraria a la misericordia, como escribe el
Filósofo en el II Rhet., afirmando, por otra parte, en II Rhet. que es pasión
laudable. En conclusión, la misericordia no es
virtud.
3. El gozo y la paz no son virtudes especiales, porque se
siguen de la caridad, como queda expuesto (q.28 a.4; q.29 a.4). Pero
la misericordia se sigue también de la caridad, ya que por ella lloramos con quienes lloran y gozamos con quienes gozan (Rom
12,15). Por tanto, la misericordia no es virtud especial.
4. Finalmente, la misericordia, por pertenecer a la potencia
apetitiva, no es virtud intelectual. No es virtud teologal, ya que no
tiene a Dios por objeto. Tampoco es virtud moral, ya que no versa
sobre actos que atañen a la justicia, ni sobre las pasiones, ya que no
figura entre los doce medios justos de que habla el Filósofo en II Ethic. Por tanto, no es virtud.
Contra esto: está la afirmación de San Agustín en IX De civ. Dei:
Nunca mejor habló Cicerón, ni más humanamente, ni mejor acomodado al
sentir de los piadosos, que cuando en alabanza de César dijo: Ninguna
de tus virtudes es ni más grata ni más admirable que tu
misericordia. Luego la misericordia es
virtud.
Respondo: La misericordia entraña dolor por la
miseria ajena. Pero a este dolor se le puede denominar, por una parte,
movimiento del apetito sensitivo, en cuyo caso la misericordia es
pasión, no virtud. Se le puede denominar también movimiento del
apetito intelectivo, en cuanto siente repulsión por el infortunio
ajeno. Tal afección puede ser regida por la razón, y, regida por la
razón, puede quedar encauzado, a su vez, el movimiento del apetito
inferior. Por eso escribe San Agustín en IX De civ. Dei: Este
movimiento del alma —es decir, la misericordia— sirve a la
razón cuando de tal modo se practica la misericordia que queda a salvo
la justicia, sea socorriendo al indigente, sea perdonando al
arrepentido. Y dado que la esencia de la virtud
está en regular los movimientos del alma por la razón, como queda
expuesto (1-2 q.56 a.4; q.59 a.4; q.60 a.5; q.66 a.4), hay que afirmar
que la misericordia es virtud.
A las objeciones:
1. Las palabras de Salustio hay que
entenderlas en el sentido de la misericordia en cuanto pasión no
regida por la razón. En ese sentido pone, en efecto, obstáculos a la
deliberación de la razón, haciéndola desviarse de la
justicia.
2. El Filósofo habla allí de la
misericordia y de la némesis como pasiones. Como tales, una y otra, en
efecto, son contrarias por el modo de enjuiciar los males ajenos. El
misericordioso se duele por creer que no se merecen esos males; el
nemésico, por su parte, se complace porque considera que son
sufrimientos merecidos, y se contrista si a los indignos les salen las
cosas bien. Y ambas cosas son laudables y proceden de la misma
raiz, dice allí mismo el Filósofo. Pero hablando
con propiedad, lo contrario a la misericordia es la envidia, según
veremos en otro lugar (q.36 a.3 ad 3).
3. El gozo y la paz no añaden nada
a la razón de bien, objeto de la caridad; por eso no requieren otras
virtudes que ella. Pero la misericordia implica una razón especial de
bien, o sea, la miseria de aquel a quien compadece.
4. La misericordia, en cuanto
virtud, es virtud que versa sobre las pasiones y se reduce al justo
medio llamado némesis, porque —se dice— proceden del mismo
sentimiento. Sin embargo, para el Filósofo estos
medios no son virtudes, sino pasiones, porque incluso en cuanto
pasiones son laudables. Con todo, nada impide que provengan de algún
hábito electivo, y en este sentido merecen el nombre de
virtud.
Artículo 4:
¿Es la misericordia la mayor de las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la misericordia es la mayor de las
virtudes:
1. Parece que a la virtud corresponde sobre todo el culto divino.
Pues bien, la misericordia es preferida al culto, a tenor de las
palabras de Oseas (6,6) referidas en San Mateo 12,7: Misericordia
quiero y no sacrificio. Luego la misericordia es la mayor de las
virtudes.
2. Sobre el texto del Apóstol en 1 Tim 4,8: la piedad es
útil para todo, comenta la Glosa: La doctrina cristiana en su
totalidad se resume en estas palabras: misericordia y piedad. Ahora bien, la doctrina cristiana abarca toda
virtud. Por tanto, la misericordia es la suma de toda
virtud.
3. La virtud hace bueno al que la tiene. Por eso
tanto mejor será la virtud cuanto más semejante a Dios hace al hombre,
dado que el hombre es mejor por ser más semejante a Dios. Pues bien,
esto lo hace de forma excelente la misericordia, ya que la Escritura,
en el Sal 144,9, afirma de Dios que sus misericordias campean entre
todas sus obras. Por eso en San Lucas 6,36 dice también el
Señor: Sed misericordiosos como misericordioso es vuestro
Padre. En consecuencia, la misericordia es la mayor de las
virtudes.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol en Col 3,12: Revestios,
como amados de Dios, de entrañas de misericordia, añadiendo luego
(v.14): sobre todo tened caridad. Luego la misericordia no es
la mayor de las virtudes.
Respondo: Una virtud es suprema de dos maneras.
La primera, en sí misma; la segunda, en relación con quien la tiene.
En sí misma, la misericordia es, ciertamente, la mayor. A ella, en
efecto, le compete volcarse en los otros, y, lo que es más aún,
socorrer sus deficiencias; esto, en realidad, es lo peculiar del
superior. Por eso se señala también como propio de Dios tener
misericordia, y se dice que en ella se manifiesta de manera
extraordinaria su omnipotencia.
Con relación al sujeto, la misericordia no es la máxima, a no ser que sea máximo quien la posee, no teniendo a nadie sobre sí y a todos por debajo. Para quien tiene a otro por encima, le es cosa mayor y mejor unirse a él que socorrer las deficiencias del inferior. Por tanto, con relación al hombre, que tiene a Dios por encima de sí, la caridad, uniéndole a El, es más excelente que la misericordia con que socorre al prójimo. Pero entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo, la más excelente es la misericordia, y su acto es también el mejor. Efectivamente, atender a las necesidades de otro es, al menos bajo ese aspecto, lo peculiar del superior y mejor.
A las objeciones:
1. Los sacrificios y ofrendas, que
forman parte del culto divino, no son para Dios en sí mismo, sino para
nosotros y para el prójimo. Dios, en efecto, no tiene necesidad de
ellos, y quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y la
utilidad del prójimo. Por eso, la misericordia, que acude en ayuda de
las necesidades del prójimo, es un sacrificio más acepto a Dios, en
cuanto que presta una utilidad más inmediata al prójimo, a tenor de lo
que leemos en la Escritura en Heb 13,16: No os olvidéis de hacer el
bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a
Dios.
2. Toda la vida cristiana se
resume en la misericordia en cuanto a las obras exteriores. Pero el sentimiento interno de la caridad que nos une a Dios está por encima tanto del amor como de la misericordia hacia el prójimo.
3. La caridad nos hace semejantes
a Dios uniéndonos a El por el afecto. Por eso es mejor que la
misericordia, que nos hace semejantes a El en el plano del
obrar.