Artículo 1:
¿Es la herejía una especie de la infidelidad?
lat
Objeciones por las que parece que la herejía no es una especie de
infidelidad:
1. La infidelidad, según hemos dicho (
q.10 a.2), afecta al
entendimiento, Pues bien, parece que la herejía afecta no al
entendimiento, sino más bien a la potencia apetitiva. Dice,
efectivamente, San Jerónimo, y lo recoge el
Decreto:
Herejía, vocablo griego, significa
elección; es decir, que cada uno elige la disciplina que considera
mejor. Ahora bien, como ya hemos expuesto (
1-2 q.13 a.1), la
elección es acto del apetito. Luego la herejía no es una especie de
infidelidad.
2. El vicio toma su especie principalmente del fin; por eso
dice el Filósofo en V Ethic. que quien fornica para robar es
más ladrón que fornicador. Ahora bien, el fin de la
herejía es la utilidad temporal y, sobre todo, el principado y la
gloria, que pertenecen a la soberbia o codicia. San Agustín, en el
libro De util, cred., afirma, efectivamente, que el hereje,
por el interés de un provecho temporal, y sobre todo por el interés de
gloria y principado, provoca o sigue opiniones falsas y nuevas. Por lo tanto, la herejía no es una especie de
infidelidad, sino más bien de soberbia.
3. La infidelidad que radica en el entendimiento no parece
que tenga nada que ver con la carne. La herejía, en
cambio, según el Apóstol, pertenece a las obras de la carne, a tenor
de estas palabras: Las obras de la carne son conocidas: la
fornicación, la impureza, y luego, entre otras cosas, añade: las disensiones, las sectas (Gál 5,19-20), que son lo mismo que la
herejía. La herejía, pues, no es una especie de infidelidad.
Contra esto: está el hecho de que la falsedad se opone a la verdad.
Ahora bien, el hereje es el que o provoca o sigue opiniones falsas
o nuevas. Por lo tanto, se opone a la verdad en que se apoya la
fe. Luego la herejía está comprendida bajo la infidelidad.
Respondo: Según acabamos de afirmar, la
palabra
herejía implica elección. Pero la elección, hemos dicho
también (
1-2 q.13 a.3), tiene por objeto los medios orientados a un
fin que se presupone. Por otra parte, como asimismo hemos demostrado
(
q.4 a.3;
a.5 ad 1), en las cosas que hay que creer la voluntad se
adhiere a una verdad como bien propio. De ahí que lo que es verdad
principal tiene razón de fin último; las cosas secundarias, en cambio,
tienen razón de medios que conducen hacia el fin. Y dado que el que
cree asiente a las palabras de otro, parece que lo principal y como
fin de cualquier acto de creer es aquel en cuya aserción se cree; son,
en cambio, secundarias las verdades a las que se asiente creyendo en
él. En consecuencia, quien profesa la fe cristiana
tiene voluntad de asentir a Cristo en lo que realmente constituye su
enseñanza. Pues bien, de la rectitud de la fe cristiana se puede uno
desviar de dos maneras. La primera: porque no quiere prestar su
asentimiento a Cristo, en cuyo caso tiene mala voluntad respecto del
fin mismo. La segunda: porque tiene la intención de prestar su
asentimiento a Cristo, pero falla en la elección de los medios para
asentir, porque no elige lo que en realidad enseñó Cristo, sino lo que
le sugiere su propio pensamiento. De este modo es la herejía una
especie de infidelidad, propia de quienes profesan la fe de Cristo,
pero corrompiendo sus dogmas.
A las objeciones:
1. La elección pertenece a la
infidelidad como la voluntad a la fe, según acabamos de
exponer.
2. Los vicios se especifican por
el fin próximo; el género y la causa, en cambio, por el fin remoto.
Así, cuando alguien fornica para robar, la especie de la fornicación
viene del propio fin y objeto; pero del fin último proviene que tal
acto derive del hurto y esté comprendido bajo él como efecto en su
causa o como especie en el género, hecho que resulta evidente de lo
que dijimos al tratar de los actos humanos en común (
1-2 q.18 a.7). De
un modo semejante, en el caso que nos ocupa, el fin próximo de la
herejía es asentir a la opinión propia falsa, y esto es lo que la
especifica. Pero en el fin remoto aparece su causa, sea ésta la
soberbia o la codicia.
3. Como el término herejía
proviene de elegir, así el de secta de seguir,
según San Isidoro en el libro Etymol.. Por eso
son lo mismo herejía y secta, y ambas se clasifican también entre las
obras de la carne, no por el acto mismo de la infidelidad respecto del
objeto próximo, sino por su causa, la cual es el apetito de un fin
indebido, que proviene de la soberbia o de la codicia, como acabamos
de decir, o también de cualquier fantasía o ilusión, que, como escribe
el Filósofo en IV Metaphys., es principio de
errores. La fantasía, por su parte, concierne de alguna manera a la
carne, en cuanto que su acto se realiza con órgano
corporal.
Artículo 2:
¿Versa la herejía propiamente sobre las cosas de fe?
lat
Objeciones por las que parece que la herejía no versa propiamente
sobre las cosas de fe:
1. Entre los cristianos se dan herejías y sectas, como se dieron
también entre los judíos y fariseos, según enseña San Isidoro en el
libro Etymol.. Ahora bien, las discordias de
éstos no versaban sobre materia de fe. La herejía, pues, no tiene como
materia propia las cosas que versan sobre la fe.
2. Son materia de fe las cosas que se creen. Pero la herejía
no versa solamente sobre cosas, sino también sobre palabras y
expresiones de la Sagrada Escritura. Dice, efectivamente, San Jerónimo
que a quienquiera que entienda la Sagrada Escritura de modo
distinto al que reclama al sentido del Espíritu Santo, bajo el cual ha
sido escrita, aunque no apostate de la Iglesia, puede llamársele
hereje. Y en otra parte afirma que de palabras
desordenadamente proferidas brota la herejía. Luego
la herejía no versa propiamente sobre materia de fe.
3. Sobre las cosas de fe disienten a veces hasta los
mismos doctores, como lo hicieron San Jerónimo y San
Agustín sobre la cesación de las observancias legales,
y esto queda fuera del vicio de herejía. Luego la herejía no recae
propiamente sobre materia de fe.
Contra esto: está la enseñanza de San Agustín contra los maniqueos: Son herejes quienes en la Iglesia de Cristo tienen el gusto de lo
mórbido y depravado, y, corregidos para que abracen lo sano y lo
recto, resisten contumaces y se niegan a enmendar sus dogmas pestíferos y mortales, y persisten más bien en defenderlos. Ahora bien, los dogmas pestíferos y mortales no son otra cosa que lo que se opone a los dogmas de fe, de la cual vive el justo, como afirma el Apóstol (Rom 1,17). Luego la herejía tiene como materia propia las cosas que son de fe.
Respondo: Aquí hablamos de la herejía en cuanto
implica corrupción de la fe cristiana. Mas no hay corrupción de la fe
cristiana si se tiene una opinión falsa en cosas que no pertenecen a
la fe, como problemas de geometría o cosas semejantes, que son del
todo extraños a la fe. Hay, en cambio, herejía cuando se tiene una
opinión falsa sobre algo que pertenece a la fe. Ahora bien, como ya
hemos dicho (
1 q.32 a.4), a la fe pertenece una verdad de dos maneras:
una, directa y principal, como los artículos de la fe; otra, indirecta
y secundaria, como las cosas que conllevan la corrupción de un
artículo. Pues bien, sobre ambos extremos puede versar la herejía, lo
mismo que la fe.
A las objeciones:
1. Así como las herejías de los
judíos y fariseos recaían sobre opiniones que afectaban al judaismo y
al fariseísmo, las de los cristianos tienen como materia lo que atañe
a la fe de Cristo.
2. Se dice que expone la Sagrada
Escritura de manera distinta a la que reclama el Espíritu Santo el que
fuerza su exposición hasta el extremo de contrariar lo que ha sido
revelado por el Espíritu Santo. De ahí que Ezequiel diga de los falsos
profetas que, ofreciendo exposiciones falsas de la Escritura,
se
emperraron en confirmar el oráculo (Ez 13,6). Otro tanto ocurre en
el caso de la fe con las palabras con que se hace profesión de ella.
Efectivamente, la confesión es acto de fe, según hemos expuesto (
q.3 a.1). De ahí que, si hay una manera inadecuada de hablar, puede
derivarse de ello su corrupción. Por eso, el papa León advierte en una
carta al obispo alejandrino Proterio:
Porque los enemigos de la
cruz de Cristo nos acechan en todo, en las palabras y aun en las
sílabas, no les demos la más ligera ocasión para que mientan diciendo
que concordamos con el sentir nestoriano.
3. Como afirma San
Agustín y consta en el Decreto, si algunos defienden su manera de pensar, aunque falsa y
perversa, pero sin pertinaz animosidad, sino enseñando con cauta
solicitud la verdad y dispuestos a corregirse cuando la encuentran, en
modo alguno se les puede tener por herejes. Efectivamente, no han
hecho una elección en contradicción con la enseñanza de la Iglesia. En
ese sentido parece que se han dado disensiones entre
algunos doctores, o sobre aspectos que de una manera u otra no afectan
a la fe, o también sobre aspectos que concernían a la fe, pero que aún
no estaban definidos por la Iglesia. Pero, una vez que quedaran
definidos por la autoridad de la Iglesia universal, si alguien
impugnara con pertinacia esa ordenación, sería tenido por hereje. Y
esa autoridad de la Iglesia radica de manera principal en el Papa, ya
que se lee en el Decreto: Cuantas veces se
ventile una cuestión de fe, pienso que todos nuestros hermanos y
obispos no deben someterla sino a Pedro, es decir, a la autoridad de
su nombre. Con esa clase de autoridad no defienden su manera de
pensar ni San Jerónimo ni San Agustín ni ninguno de los santos
doctores. Por eso escribe San Jerónimo: Esta es,
beatísimo Papa, la fe que aprendimos en la Iglesia. Y si en ella
hemos sustentado algo con menos pericia o menos cautela, deseamos que
sea enmendado por ti, que posees la sede y la fe de Pedro. Mas si esta
nuestra confesión se ve aprobada por el juicio de tu apostolado, quien
pretenda culparme a mí, dará con ello prueba de que es imperito o
malvado, e incluso no católico, sino hereje.
Artículo 3:
¿Hay que tolerar a los herejes?
lat
Objeciones por las que parece que deben ser tolerados los
herejes:
1. En la carta a Timoteo dice el Apóstol: A un siervo del Señor
(le conviene) ser sufrido y que corrija con mansedumbre a los
adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer
plenamente la verdad y volver al buen sentido, librándose de los lazos
del diablo (2 Tim 2,24). Ahora bien, si no se tolera a los
herejes, sino que se les entrega a la muerte, se les quita la
oportunidad de arrepentirse. Y entonces parece que se obra contra el
mandato del Apóstol.
2. Se debe tolerar lo que sea necesario en la Iglesia. Pues
bien, en la Iglesia son necesarias las herejías, ya que afirma el
Apóstol: Tiene que haber también entre vosotros discusiones para
que se ponga de manifiesto quiénes entre vosotros son de probada
virtud (1 Cor 11,19). Parece, pues, que deben ser tolerados los
herejes.
3. El Señor mandó a sus siervos (Mt 13,30) que dejasen
crecer la cizaña hasta la siega, que es el fin del mundo, según se
expresa allí mismo (v.39). Mas por la cizaña, en expresión de los
santos, están significados los herejes. Por lo tanto,
se debe tolerar a los herejes.
Contra esto: está lo que escribe el Apóstol: Después de una primera y
segunda corrección, rehuye al hereje, sabiendo que está pervertido
(Tit 3,10-11).
Respondo: En los herejes hay que considerar dos
aspectos: uno, por parte de ellos; otro, por parte de la Iglesia. Por
parte de ellos hay en realidad pecado por el que merecieron no
solamente la separación de la Iglesia por la excomunión, sino también
la exclusión del mundo con la muerte. En realidad, es mucho más grave
corromper la fe, vida del alma, que falsificar moneda con que se
sustenta la vida temporal. Por eso, si quienes falsifican moneda, u
otro tipo de malhechores, justamente son entregados, sin más, a la
muerte por los príncipes seculares, con mayor razón los herejes
convictos de herejía podrían no solamente ser excomulgados, sino
también entregados con toda justicia a la pena de muerte.
Mas por parte de la Iglesia está la misericordia en favor de la
conversión de los que yerran, y por eso no se les condena, sin más,
sino después de una primera y segunda amonestación (Tit 3,10),
como enseña el Apóstol. Pero después de esto, si sigue todavía
pertinaz, la Iglesia, sin esperanza ya de su conversión, mira por la
salvación de los demás, y los separa de sí por sentencia de
excomunión. Y aún va más allá relajándolos al juicio secular para su
exterminio del mundo con la muerte. A este propósito afirma San
Jerónimo y se lee en el Decreto: Hay que remondar las carnes podridas, y a la oveja sarnosa hay que
separarla del aprisco, no sea que toda la casa arda,
la masa se corrompa, la carne se pudra y el ganado se pierda. Arrio,
en Alejandría, fue una chispa, pero, por no ser sofocada al instante,
todo el orbe se vio arrasado con su llama.
A las objeciones:
1. A esa moderación incumbe
corregir una y otra vez. Y si se niega a volver de nuevo, se le
considera pervertido, como consta por la autoridad aducida del Apóstol
(Tit 3,10).
2. La utilidad de las herejías es
ajena a la intención de los herejes. Es decir, la firmeza de los
fieles, como afirma el Apóstol, queda comprobada y ella parece sacudir
la pereza y penetrar con mayor solicitud en las divinas Escrituras,
como escribe San Agustín. La intención, en cambio, de
los herejes es corromper la fe, que es el mayor
perjuicio. Por esa razón hay que prestar mayor atención a lo que
directamente pretenden, para excluirlos, que a lo que está fuera de su
intención, para tolerarlos.
3. Según consta en el
Decreto,
una cosa es la excomunión y otra la
extirpación, pues se excomulga a uno, como dice el Apóstol,
para que su alma se salve en el día del Señor. Mas si, por otra
parte, son extirpados por la muerte los herejes, eso no va contra el
mandamiento del Señor. Ese mandamiento se ha de entender para el caso
de que no se pueda extirpar la cizaña sin el trigo, como ya dijimos al
tratar de los infieles en general (
q.10 a.8 ad 1).
Artículo 4:
¿Han de ser recibidos en la Iglesia, quienes se convierten de la
herejía?
lat
Objeciones por las que parece que siempre deben ser recibidos en la
Iglesia quienes se convierten de la herejía:
1. En nombre del Señor dice Jeremías: Has fornicado con muchos
compañeros; con todo, vuelve a mí, dice el Señor (Jer 3,1). Ahora
bien, el juicio de la Iglesia es el juicio de Dios a tenor de estas
palabras: Escucharéis al pequeño lo mismo que al grande, y no
tendréis acepción de personas, porque el juicio pertenece a Dios
(Dt 1,17). Por lo tanto, quienes han fornicado por la infidelidad, que
es una fornicación espiritual, deben ser recibidos.
2. El Señor manda a Simón Pedro que perdone al hermano que
ha pecado no sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt
18,22). Por ello se entiende, según la exposición de San
Jerónimo, que, cuantas veces pecare, otras tantas se
le ha de perdonar. Por lo tanto, cuantas veces pecare uno recayendo en
la herejía, debe acogerlo la Iglesia.
3. La herejía es una infidelidad. Pues bien, la Iglesia
recibe a los infieles que quieran convertirse. Luego debe recibir
también a los herejes.
Contra esto: está el testimonio de la Decretal que
dice: Si alguno, después de abjurar del error, fuera sorprendido
reincidiendo en la herejía que abjuró, sea entregado al juicio
secular. La Iglesia, pues, no debe recibirlos.
Respondo: La Iglesia, por institución del
Señor, extiende a todos su caridad; no sólo a los amigos, sino también
a los enemigos y perseguidores, a tenor de las palabras de San
Mateo:
Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os
odian (Mt 5,44). Pues bien, a la caridad incumbe no solamente
querer, sino también procurar el bien del prójimo. Pero hay un doble
bien. Está, primero, el bien espiritual, que es la salvación del alma,
y al cual se encamina principalmente la caridad. Ese bien debe
quererlo cualquiera, a los otros por caridad. Por eso, desde este
punto de vista, admite la Iglesia a penitencia a los herejes que
vuelvan, aunque sean relapsos, pues de este modo los incorpora al
camino de la salvación.
Pero hay igualmente otro bien al que atiende secundariamente la
caridad, es decir, el bien temporal, como la vida
corporal, las propiedades temporales, la buena fama y la dignidad
eclesiástica o secular. Este tipo de bienes no estamos obligados por
caridad a quererlo para los demás, sino en orden a la salvación
eterna, tanto propia como ajena. De ahí que, si un bien de estos que
posee alguno puede impedir la salvación eterna de otros, no es
razonable que por caridad lo queramos para él; antes al contrario,
debemos querer, por caridad, que carezca de él, ya que se debe
preferir la salvación eterna a cualquier otro bien, y el bien de
muchos al bien de uno. Según eso, si los herejes conversos fueron
recibidos siempre para conservar su vida y demás bienes temporales,
podría redundar esto en detrimento de la salvación común, tanto por el
peligro de corrupción, si reinciden, cuanto porque, si quedaran sin
castigo, caerían otros con mayor desembarazo en la herejía, a tenor de
lo que leemos en la Escritura: ¡Otro absurdo!: que no se ejecute en
seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de
los humanos se llena de ganas de hacer el mal (Ecl 8,11). Por eso
la Iglesia, a los que vienen por primera vez de la herejía, no
solamente les recibe a penitencia, sino que les conserva también la
vida; a veces incluso les restituye benévolamente a las dignidades
eclesiásticas, si dan muestras de verdaderos convertidos. Y tenemos
constancia testimonial de que esto se ha hecho con frecuencia por el
bien de la paz. Mas cuando, admitidos, reinciden, es una muestra de su
inconstancia en la fe; por eso, si vuelven, son recibidos a
penitencia, pero no hasta el extremo de evitar la sentencia de
muerte.
A las objeciones:
1. En el juicio de Dios son
recibidos siempre, porque Dios es escrutador de los corazones y conoce
a quienes vuelven de verdad. Pero esto no lo puede imitar la Iglesia.
Más bien presiente que no vuelven de verdad quienes, una vez
recibidos, reinciden de nuevo. Por eso no les niega el camino de la
salvación, pero tampoco les libra de la pena de muerte.
2. El Señor habla a Pedro del
pecado cometido contra él, pecado que se debe perdonar de suerte que
sea perdonado el hermano que vuelve. No se entiende, en cambio, del
pecado cometido contra el prójimo o contra Dios, el cual no está a
nuestro arbitrio perdonar, como dice San Jerónimo,
sino que se establece para ello un modo legal mirando al honor de Dios
y al provecho del prójimo.
3. Los infieles que nunca habían
recibido la fe, una vez convertidos a ella, todavía no han dado señal
de inconstancia en la fe, como los herejes relapsos. Por eso no vale
la misma razón para unos que para otros.