Artículo 1:
¿Es acto de caridad dar limosna?
lat
Objeciones por las que parece que no es acto de caridad dar
limosna.
1. El acto de caridad no puede darse sin caridad. Pues bien, dar
limosna puede hacerse sin caridad a tenor de las palabras del Apóstol
en 1 Cor 13,3: Si repartiere mi hacienda, no teniendo caridad.
Luego dar limosna no es acto de caridad.
2. La limosna se enumera entre las obras satisfactorias,
según leemos en Dan 4,24: Redime tus pecados con limosna. Ahora
bien, la satisfacción es acto de justicia. Por tanto, dar limosna no
es acto de caridad, sino de justicia.
3. Ofrecer sacrificios a Dios es acto de latría. Ahora
bien, hacer limosna es ofrecer a Dios un sacrificio, a tenor de lo que
vemos en Heb 13,16: De la beneficencia y de la mutua asistencia no
os olvidéis, que en tales sacrificios se complace a Dios. Por
consiguiente, dar limosna no es acto de caridad, sino de
latría.
4. Finalmente, según el Filósofo en IV Ethic.,
dar algo por bien es acto de liberalidad. Pero esto se realiza
principalmente dando limosna. En consecuencia, dar limosna no es acto
de caridad.
Contra esto: está lo que leemos en 1 Jn 3,17: El que tuviere bienes
de este mundo y, viendo a su hermano pasar necesidad, le cierra las
entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?
Respondo: Los actos exteriores pertenecen a la
misma virtud que impulsa a realizarlos. Pues bien, el motivo que
impulsa a dar limosna es acudir en auxilio de quien es víctima de una
necesidad, y por eso algunos definen la limosna
una
obra con que por compasión se da algo al indigente
por amor de Dios. Ese motivo, como queda expuesto (
q.30 a.4),
corresponde a la misericordia, y por eso la limosna corresponde
propiamente a la misericordia. Su mismo nombre, por otra parte, lo
indica, ya que se deriva de la palabra griega
misericordia,
igual que en latín la palabra
miseratio (conmiseración). Y dado
que, como hemos expuesto (
q.30 a.2;
a.3) la misericordia es efecto de
la caridad, dar limosna es igualmente acto de caridad mediante la
misericordia.
A las objeciones:
1. Un acto puede relacionarse con
la virtud de dos modos. Primero, de una manera material. En este
sentido, el acto de justicia consiste en hacer cosas justas. Pues
bien, ese acto de virtud puede darse sin la virtud, y así hay muchos
que, sin tener el hábito de la justicia, hacen cosas justas, o por
razón natural, o por temor, e incluso por la esperanza de conseguir
algo. Puede pertenecer también un acto a una virtud de manera formal,
y así el acto de justicia es acción justa como la realiza el hombre
justo, o sea, de manera pronta y deleitable. De este modo, el acto de
virtud no se da sin virtud. Según eso, materialmente puede hacerse
limosna sin caridad. Formalmente, en cambio, o sea, por Dios, de
manera pronta y deleitable y guardando el modo que se debe, no se da
sin caridad.
2. No hay inconveniente en que un
acto, perteneciendo propiamente a una virtud, por ser elícito, sea
atribuido a otra virtud como imperante y que la ordene a su fin. En
este sentido, hacer limosna se considera entre las obras
satisfactorias en cuanto que la compasión testimoniada hacia la
miseria se ordena a satisfacer por el pecado. Pero, ofrecida para
aplacar a Dios, reviste la formalidad de sacrificio, y en ese caso
está imperado por la virtud de latría.
3. Con lo dicho va dada la respuesta a la tercera
objeción.
4. Dar limosna pertenece a la
liberalidad en cuanto ésta elimina la retención excesiva de riquezas y
su aprecio excesivo, que harían imposible la limosna.
Artículo 2:
¿Es adecuada la división de clases de limosna?
lat
Objeciones por las que parece que no es adecuada la división de
clases de limosna:
1. En la limosna se distinguen siete tipos de limosna corporal: dar
de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo,
dar posada al peregrino, visitar a los enfermos, redimir al cautivo y
enterrar a los muertos, recogidas en el verso: visito, doy de
beber, doy de comer, redimo, cubro, recojo, entierro. Igualmente
se distinguen otras siete espirituales: enseñar al que no sabe, dar
buen consejo al que lo ha menester, consolar al triste, corregir al
que yerra, perdonar las injurias, sufrir las flaquezas del prójimo y
rogar por todos, recogidas asimismo en este verso: aconseja,
enseña, corrige, consuela, perdona, sufre, ora, comprendiendo bajo
el mismo término el consejo y la doctrina. La limosna, en efecto, se
da para socorrer al prójimo, y el hecho de sepultar a uno no le aporta
ninguna ayuda; de otra manera no sería verdadero lo que dice el Señor
en Mt 10,28: No temáis a los que matan el cuerpo y después nada
tienen que hacer. Por eso el mismo Señor, en Mt 25,35-36.42-43, al
recordar las obras de misericordia, no menciona enterrar a los
muertos. Parece, pues, inadecuada la distinción de clases de
limosna.
2. Según hemos dicho (
a.1), la limosna se da para atender
las necesidades del prójimo. Pero las necesidades de la vida humana
son muchas más que ésas, cuales son: el ciego, que necesita de un
lazarillo; el cojo, de alguien en quien apoyarse; el pobre, el dinero.
En conclusión, no está bien clasificada la limosna.
3. Dar limosna es acto de misericordia. Corregir, en
cambio, al delincuente más parece severidad que
misericordia. Luego no debe colocarse entre las limosnas
espirituales.
4. Finalmente, la limosna se hace para socorrer la indigencia. Pues
bien, no hay hombre que no sufra ignorancia en algunas materias.
Parece, pues, que todos deberían enseñar a quienquiera que ignore lo
que ellos saben.
Contra esto: está el testimonio de San Gregorio en una homilía: Quien
tiene ciencia, mire no enmudecer; quien nada en la abundancia, tenga
cuidado de no enervarse en la dadivosa misericordia; quien tenga
oficio con que sale adelante, procure mucho de partir su beneficio y
utilidad con el prójimo; el que tenga influencia ante el rico, tema
condenarse por soterrar el talento si, pudiendo, no intercede ante él
por los pobres. En consecuencia, esas limosnas
están adecuadamente diferenciadas, tomando como base los bienes que
unos poseen en abundancia y de los que los otros están
faltos.
Respondo: La división de la limosna propuesta
está fundada, con razón, sobre la diversidad de deficiencias que hay
en el prójimo. Algunas se refieren al alma, y a ellas se ordenan las
limosnas espirituales; otras, en cambio, corresponden al cuerpo, y a
ellas se ordenan las limosnas corporales. Las deficiencias corporales
se dan en vida o después. Si se dan en vida, o son deficiencias de
cosas comunes a todos los hombres, o se trata de alguna deficiencia
especial, debido a algún accidente que sobreviene. En el primer caso,
las deficiencias son o interiores o exteriores. Las interiores, por su
parte, son dobles: unas que se socorren con el alimento, como es el
hambre, y por eso se pone
dar de comer al hambriento, y otras
que se remedian con la bebida, es decir, la sed, y a ella corresponden
las palabras
dar de beber al sediento. Las deficiencias comunes
externas relacionadas con el auxilio son también dobles: unas,
respecto al vestido, y por eso se pone
vestir al desnudo, y
otras respecto a la falta de techo, y a ella se asigna
dar posada
al peregrino. De igual modo, en el caso de alguna deficiencia
especial, ésta responde a una causa intrínseca, como la enfermedad, en
cuyo caso se asigna
visitar a los enfermos, o a una causa
extrínseca, y a ella corresponde
redimir al cautivo.
Finalmente, después de la vida se da a los muertos
sepultura.
Asimismo, las deficiencias espirituales se socorren con obras
espirituales de dos modos. El primero, pidiendo auxilio a Dios, y a
ello corresponde la oración que se hace por los demás. El
segundo, dando socorro humano, hecho que reviste, a su vez, tres
modalidades: las deficiencias del entendimiento especulativo, cuyo
remedio es la doctrina, y las del entendimiento práctico, cuyo
remedio es el consejo. Otras deficiencias tienen su origen en
la potencia apetitiva, y entre ellas la mayor es la tristeza, cuyo
remedio es el consuelo. Las que provienen de acciones
desordenadas pueden considerarse también desde tres puntos de vista:
el primero, desde el pecador en cuanto que proceden de su desordenada
voluntad, y el remedio apropiado es la corrección; el segundo,
desde la persona contra la que se peca, en cuyo caso, si el pecado es
contra nosotros, el remedio es perdonar las injurias, y si es
contra Dios o contra el prójimo, no está en nuestro albedrío perdonar,
como escribe San Jerónimo In Matth.; el tercero,
desde las consecuencias de la acción desordenada con que, aun sin
intentarlo, se irrogan molestias a las personas con que se convive, y
el remedio es entonces sobrellevar, sobre todo en los casos en
que se peca por debilidad, a tenor de las palabras del Apóstol en Rom
15,1: Los fuertes deben sobrellevar las flaquezas de los
débiles. Mas no sólo hay que sobrellevar a los débiles que
resultan pesados con sus desordenadas acciones, sino también cualquier
tipo de molestia, según otro testimonio del Apóstol en Gál 6,2: Ayudaos mutuamente a soportar vuestras cargas.
A las objeciones:
1. La inhumación no aporta, en
efecto, nada al finado desde el punto de vista de la sensibilidad
corporal, y en ese sentido dice el Señor que, quienes matan el cuerpo,
no pueden hacer ya más. Por eso mismo también, no menciona el Señor la
sepultura entre las obras de misericordia, sino sólo aquellas cuya
necesidad resalta más. Pertenece, sin embargo, al difunto qué se haga
de su cuerpo, tanto porque vive en la memoria de los
hombres, cuyo honor es ultrajado quedando insepulto, como por el
afecto que tenía a su cuerpo mientras vivía, y que los piadosos deben
participar también después de su muerte. Por esa razón son ensalzados
algunos por enterrar a los muertos, como Tobías, y quienes sepultaron
al Señor, como consta con evidencia en San Agustín en el libro De
cura pro mort.
2. Todas las demás necesidades se
reducen a éstas, y por eso conducir al ciego y servir de apoyo al cojo
son obras que van incluidas entre la visita a los enfermos. Asimismo,
ayudar a quien se encuentra bajo los golpes de la opresión inferida
exteriormente está comprendido en la redención de cautivos. En cambio,
las riquezas que remedian la pobreza no se buscan con otra finalidad
que la de atender las necesidades referidas; por eso no se hace
mención especial de ellas.
3. La corrección de los pecadores
en su ejecución parece entrañar la severidad de la justicia. Pero la
intención de quien corrige, que quiere librar al culpable de su
pecado, entra de lleno en la misericordia y el afecto de amor, a tenor
de las palabras de la Escritura en Prov 27,6: Mejor son las heridas
del amante que los engañosos besos del que odia.
4. No toda ignorancia es defecto
humano, sino la que induce a ignorar lo que se debe saber. Remediar
esa ignorancia con la doctrina es limosna. En todo caso, hay que tener
en cuenta, sobre este particular, las circunstancias de personas,
lugares y tiempos, como en todas las acciones virtuosas.
Artículo 3:
¿Son superiores las limosnas corporales a las espirituales?
lat
Objeciones por las que parece que son superiores las limosnas
corporales a las espirituales:
1. Es más laudable hacer limosna al más necesitado, ya que es alabada
por socorrer al indigente. Pues bien, el cuerpo objeto de la limosna
corporal es de naturaleza más necesitada que el alma, a la que se
auxilia con la limosna espiritual. Por tanto, las limosnas corporales
son mejores que las espirituales.
2. El beneficio que se puede obtener de la limosna mengua su
mérito, y por eso dice el Señor en Lc 14,12: Cuando des una comida
o cena, no invites a vecinos ricos, no sea que ellos te conviden a
ti. Ahora bien, en la limosna espiritual siempre hay lugar para la
recompensa, ya que, quien ora por otro, él mismo se aprovecha, a tenor
de lo que leemos en el Salmo 34,13: La oración mía tornará a mi
pecho. Pero esto no ocurre con la limosna corporal. Luego éstas
son mejores que las espirituales.
3. El elogio de la limosna radica en el alivio deparado al
pobre que la recibe, y así se lee en Job 31,20: Si no me bendijeron
sus carnes; y el Apóstol en Flm 7: Sé, hermano, que confortas a
los santos. Pero a veces al pobre es más grata la limosna corporal
que la espiritual. Por tanto, la corporal vale más que la
espiritual.
Contra esto: está lo que escribe San Agustín en el libro De Serm.
Dom. in monte comentando las palabras da a quien
te pide (Mt 5,42): Hay que dar de modo que ni te perjudiques a
ti ni al otro. Cuando negares lo que se te pide, indica la justicia, y
así no le mandas de vacío; que alguna vez sucederá que darás un bien
mayor si corriges al que injustamente te pide. La corrección es
limosna. En consecuencia, las limosnas espirituales deben ser
preferidas a las corporales.
Respondo: Hay dos maneras de comparar estas
limosnas. En primer lugar, considerándolas como son en sí mismas.
Desde este punto de vista, las espirituales son superiores a las
corporales por tres razones: Primera, porque lo que se da es en sí
mismo de mayor valor, ya que se trata de un don espiritual, siempre
mayor que un don corporal, según leemos en Prov 4,2:
Os daré un
buen don: no olvidéis mi ley. Segunda: la atención a quien recibe
el beneficio: el alma es más noble que el cuerpo. Por donde, como el
hombre debe mirar por sí mismo más en cuanto al
espíritu que en cuanto al cuerpo, otro tanto debe hacer con el
prójimo, a quien está obligado a amar como a sí mismo. Tercera, por
las acciones mismas con que se auxilia al prójimo: las acciones
espirituales son más nobles que las corporales, que en cierto modo son
serviles.
En segundo lugar, también se pueden comparar los dos tipos de limosna
en un caso particular. En ese plano sucede a veces que se prefiere la
limosna corporal a la espiritual. Por ejemplo, al que se muere de
hambre, antes hay que alimentarle que enseñarle; o, como advierte el
Filósofo, es mejor dotar (al indigente) que volverlo
filósofo, aunque lo último sea en absoluto
mejor.
A las objeciones:
1. En igualdad de condiciones, es
mejor dar al necesitado. Pero si el menos indigente es mejor y
necesita de una limosna mejor, es igualmente mejor dársela a él. Y
éste es nuestro caso.
2. La recompensa no aminora ni el
mérito ni el elogio de la limosna, de no ser buscada. Tampoco la
gloria humana aminora el mérito de la virtud si no es buscada. Por eso
Salustio, hablando de Catón, escribía: Cuanto más huía la gloria,
tanto más ésta le seguía. Otro tanto sucede con la
limosna espiritual. Sin embargo, la búsqueda de los bienes
espirituales no aminora el mérito, como la de los bienes
corporales.
3. El mérito de quien da la
limosna debe valorarse en función de lo que razonablemente debe
satisfacer en los deseos de quien la recibe, y no en función de lo que
puede desear de manera desordenada.
Artículo 4:
¿Surte efecto espiritual la limosna corporal?
lat
Objeciones por las que parece que la limosna corporal no surte efecto
espiritual:
1. El efecto nunca es superior a la causa. Pues bien, los bienes
espirituales son mejores que los corporales. Luego la limosna corporal
no surte efecto espiritual.
2. Dar bienes corporales a cambio de bienes espirituales es
simonía, y este vicio debe ser evitado por completo. Por tanto, no se
ha de hacer limosna corporal para conseguir efectos
espirituales.
3. Multiplicada la causa se multiplica el efecto. Si,
pues, la limosna corporal tuviera efecto espiritual, se seguiría que
la limosna mayor aprovecharía más espiritualmente. Ahora bien, esto es
contrario a lo que leemos en San Lucas 21,2 a propósito de la viuda
que echó dos céntimos en el tesoro del templo, y que, según el sentir
del Señor, dio más que todos. Luego la limosna corporal no
tiene efecto espiritual.
Contra esto: está el testimonio de la Escritura en Eclo 29,16: La
limosna del varón conservará su gracia como la niña del
ojo.
Respondo: La limosna corporal se puede
considerar desde dos puntos de vista. Primero: en cuanto a su
sustancia. En este sentido tiene solamente un efecto corporal, por
cuanto llena las necesidades corporales del prójimo. Segundo: puede
ser considerada por parte de la causa, es decir, en cuanto da la
limosna por amor a Dios y al prójimo. En este caso aporta fruto
espiritual, según el Eclo 29,13-14: pierde dinero por el pobre, pon
tu tesoro en los preceptos del Altísimo, y te aprovechará más que el
oro. Tercero: por el efecto. En este sentido, la limosna corporal
tiene también efecto espiritual en cuanto que el prójimo, por la
limosna recibida, se siente movido a orar por el bienhechor. Por eso
se añade en el mismo lugar (v.15): Echa limosna en el seno del
pobre, y ella orará por ti contra todo mal.
A las objeciones:
1. Esa
objeción considera la limosna corporal en cuanto a su
sustancia.
2. Quien da limosna no pretende
comprar algo espiritual a cambio de lo temporal, porque sabe que lo
espiritual está infinitamente por encima de lo corporal. Intenta
más bien merecer fruto espiritual con afecto de
caridad.
3. La viuda, dando menos cantidad,
dio más en proporción con lo que tenía. Por eso se considera que hay
en ella mayor afecto de caridad, de la cual recibe su eficacia la
limosna corporal.
Artículo 5:
¿Es preceptivo dar limosna?
lat
Objeciones por las que parece que no es preceptivo dar
limosna:
1. Los consejos se distinguen de los preceptos. Ahora bien, dar
limosna es de consejo, a tenor de lo que leemos en Dan 4,24: Mi
consejo agrada al rey: redime tus pecados con limosna. Luego dar
limosna no es de precepto.
2. Cada uno es libre de usar de sus bienes o conservarlos.
Pues bien, conservándolos no se da limosna. Por tanto, es licito no
dar limosna. Esta, pues, no es de precepto.
3. Lo que cae bajo precepto, en cierto modo obliga a los
transgresores bajo pecado mortal, ya que los preceptos afirmativos
obligan en un tiempo determinado. Por consiguiente, si la limosna
fuera de precepto, habría que señalar algún tiempo en el que el hombre
pecaría mortalmente de no darla. Mas esto no parece que sea así, pues
en realidad se puede considerar como probable que el pobre sea
socorrido de otra manera, y que lo que se había de repartir en
limosnas podría sernos necesario al presente o en el futuro. En
consecuencia, no parece que sea preceptivo dar limosna.
4. Finalmente, todos los preceptos se reducen al decálogo, y entre
ellos no se encuentra nada que ataña a la limosna. Luego no es de
precepto.
Contra esto: está el hecho de que a nadie se castiga con penas eternas
por omitir algo que no esté mandado bajo precepto. Pero hay quienes
son castigados por no hacer limosnas, como es de ver en San Mateo
25,41ss. Es, pues, de precepto dar limosna.
Respondo: Siendo de precepto el amor al
prójimo, debe serlo también lo que resulte indispensable para
conservar ese amor. Pues bien, en virtud de ese amor debemos no
solamente querer, sino también procurar el bien del prójimo, a tenor
de lo que enseña San Juan (1 Jn 3,18):
No amemos de palabra y con
la lengua, sino con obras y de verdad. Ahora bien, querer y hacer
bien al prójimo implica socorrerle en sus necesidades, lo cual se
realiza con la donación de la limosna. Por tanto, ésta es
preceptiva.
Pero, dado que los preceptos versan sobre los actos de las virtudes,
es necesario que dar limosna caiga bajo precepto en la medida en que
este acto es necesario para la virtud, es decir, según lo exija la
recta razón. Pues bien, esto implica dos tipos de relación: una
respecto a quien da la limosna, y otra respecto a quien la recibe. De
parte de quien la da hay que considerar que lo que se haya de dar en
limosna sea superfluo, a tenor de lo que leemos en San Lucas 11,41:
Dad limosna de lo que os sobre. Y llamo superfluo lo que
lo es no sólo respecto de la persona, o sea, lo innecesario para el
individuo, sino también respecto de las personas que están a su cargo.
Cada uno, efectivamente, debe atender ante todo a sus necesidades
propias y a las de las personas que tiene a su cargo, a cuyo tenor se
llama necesario de la persona, por cuanto el concepto persona incluye también su condición y su rango. Hecho esto, con
el sobrante se vendrá en ayuda de las necesidades de los demás. De
esta manera se comporta también la naturaleza: primero se procura lo
necesario de la nutrición para sustentación del propio cuerpo, el
resto lo gasta en la generación de otros seres nuevos.
De parte de quien recibe la limosna se exige que esté en necesidad;
de lo contrario no habría razón para dársela. Mas, dado que uno solo
no puede remediar las situaciones de cuantos lo necesitan, no toda
necesidad obliga bajo precepto, sino solamente cuando quien la padece
no pueda ser socorrido de otra manera. En este caso tiene aplicación
lo que afirma San Ambrosio: Da de comer al que muriere de hambre;
si no lo alimentas, lo mataste. En conclusión: es preceptivo dar limosna de lo superfluo y hacerla a
quien se encuentre en necesidad extrema. Fuera de esas condiciones, es
de consejo, igual que es de consejo cualquier bien
mejor.
A las objeciones:
1. Daniel habla a un rey no
sometido a la ley de Dios. Por eso le había de proponer también como
un consejo lo concerniente al precepto de la ley que no profesaba.
También se puede responder que se trataba de un caso en el que la
limosna no es de precepto.
2. Los bienes temporales otorgados
por Dios al hombre son, ciertamente, de su propiedad; el uso, en
cambio, debe ser no solamente suyo, sino también de cuantos puedan
sustentarse con lo superfluo de los mismos. Por eso escribe San
Basilio: Si confiesas que se te han dado divinamente (los bienes
temporales), ¿es injusto Dios al distribuir desigualmente las cosas?,
¿por qué tú abundas y aquél, en cambio, mendiga, sino para que tú
consigas méritos con su bondadosa dispensación y él sea decorado con
el galardón de la paciencia? Es pan del hambriento el que amontonas,
vestido del desnudo el que guardas en el arca, calzado del desvalido
el que se te apolilla y dinero del pobre el que tienes soterrado. Por
lo cual, en tanto sufres vilipendio en cuanto no das lo que
puedes. Y eso mismo dice San Ambrosio y las Decretales.
3. Se puede determinar un tiempo
en el que peca mortalmente quien no haga caso de dar limosna. Por
parte de quien la recibe, cuando es urgente y evidente la necesidad, y
de momento no hay otro que la socorra. Por parte de quien la da,
cuando tiene algo superfluo que, según todas las probabilidades, no le
es absolutamente necesario. Pero no es tampoco necesario que se prevea
cuanto le pueda sobrevenir en el futuro. Esto equivaldría a pensar
en el mañana, prohibido por el Señor (Mt 6,34). Lo superfluo y lo
necesario debe ser apreciado según las probabilidades ordinarias que
se presentan.
4. Toda subvención al prójimo se
reduce al mandamiento de honrar padre y madre. Así lo entiende al
Apóstol al decir en 1 Tim 4,8: La piedad es útil para todo y tiene
promesas para la vida presente y para la futura. Esto lo dice
porque en el precepto de honrar a los padres se añade la promesa
para que vivas muchos años sobre la tierra. Ahora bien, en la
piedad filial se sobrentiende toda donación de limosna.
Artículo 6:
¿Hay alguien obligado a dar limosna de lo necesario?
lat
Objeciones por las que parece que no se debe dar limosna de lo
necesario:
1. El orden de la caridad no atañe menos al beneficio externo que a
los sentimientos internos. Ahora bien, peca quien obra invirtiendo el
orden de la caridad, porque este orden es de precepto. Pero dado que,
según el orden de la caridad, debe amarse uno a sí mismo más que al
prójimo, parece que peca quien se quita de lo necesario para dárselo a
otros.
2. Quien distribuye lo necesario es derrochador de su propio
patrimonio, y esto es cosa de pródigos, como expone el
Filósofo. Mas no se debe cometer ninguna acción
viciosa. Luego no se debe hacer limosna con lo necesario.
3. El Apóstol escribe en 1 Tim 5,8: El que no cuida de
los suyos, sobre todo de sus allegados, reniega de la fe y es peor que
un infiel. Pues bien, quien da en limosnas lo que es necesario
para sí o para los suyos, parece preterir el cuidado que debe tener de
sí mismo y de los suyos. Parece, pues, que peca gravemente todo el que
dé limosna de lo necesario.
Contra esto: está lo que dice el Señor en Mt 19,21: Si quieres ser
perfecto, vete, vende lo que posees y dalo a los pobres. Mas quien
da lo que tiene a los pobres no da solamente lo superfluo, sino
también lo necesario. Luego el hombre puede dar limosna de lo
necesario.
Respondo: Lo necesario puede significar aquí
dos cosas. Primera: algo sin lo que no puede existir una cosa. Con ese
tipo de necesario, no debe hacerse limosna en absoluto. Por ejemplo, el
caso de quien, estando en necesidad, solamente tuviera lo
indispensable para vivir él y sus allegados. Dar limosna de eso
necesario equivaldría a quitarse a sí mismo la vida y a los suyos.
Digo esto, a no ser que se presentara un caso en el que se lo quitara
a sí mismo para dárselo a una persona cualificada de la que depende el
mantenimiento de la Iglesia o del Estado. En esas circunstancias,
exponerse a sí mismo y a los suyos a peligro de muerte por la
liberación de esa persona, sería digno de encomio, ya que se debe
preferir el bien común al propio.
Lo necesario puede significar también algo sin lo que no se puede
vivir a tenor de las exigencias normales de la condición y del estado
de la propia persona y de los demás cuyo cuidado le incumbe. El límite
de ese necesario no se funda en algo indivisible; antes bien, se le
puede añadir mucho, y aun así no pasar el límite de lo necesario; se
le puede también restar mucho y quedar bastante para desenvolver la
vida de un modo adecuado al propio estado. Por tanto, dar limosna de
este tipo de necesario es bueno; pero no cae bajo precepto, sino que
es de consejo. Sería, por el contrario, un desorden si se privara de
sus bienes propios para dárselos a otro hasta llegar al extremo de que
con el remanente no pudiera desenvolver adecuadamente su vida conforme
al estado y dificultades que se presenten: nadie debe vivir
indecorosamente.
Aquí, sin embargo, deben exceptuarse tres casos. Primero: el cambio
de estado; por ejemplo, el ingreso en religión. Abandonar en este cambio sus bienes por Cristo es cumplir una obra de
perfección tomando estado diferente. Segundo: cuando lo que se da,
aunque necesario para mantener el propio rango, puede recuperarse con
facilidad y no se siguen inconvenientes graves. Tercero: cuando se
presenta una necesidad extrema de la persona privada o una necesidad
grande del Estado. En estos casos sería digno de encomio abandonar lo
tocante al estado decoroso para socorrer necesidad
mayor.
A las objeciones: Con lo expuesto es fácil responder a las
objeciones presentadas.
Artículo 7:
¿Se puede hacer limosna con lo ilícitamente adquirido?
lat
Objeciones por las que parece que se puede hacer limosna con lo
ilícitamente adquirido:
1. En Lucas 16,9 leemos: Con las riquezas injustas haceos amigos.
Mammona significa, en efecto, riqueza. Luego puede uno
hacerse amigos espirituales con las riquezas injustamente
adquiridas.
2. Todo lucro torpe parece ser fruto de adquisición ilícita.
Pues bien, lucro torpe es lo ganado con la prostitución, y por eso con
ello no se podía ofrecer a Dios oblaciones o sacrificios, según lo
prescribe el Deuteronomio 23,18: No ofrecerás la merced del prostíbulo en la casa de Dios. Es asimismo adquisición torpe la que
proviene de juegos de azar, porque, según el Filósofo en IV Ethic.,
es enriquecerse a costa de los amigos, a quienes se debe dar. Es todavía más torpe lo que se adquiere por
simonía, ya que es hacer injuria al mismo Espíritu Santo. Mas con todo
eso se puede hacer limosna. Luego se puede hacer limosna con lo
ilícitamente adquirido.
3. Los males mayores han de ser más evitados que los
menores. Ahora bien, es menor pecado retener lo ajeno que el
homicidio, en el que puede incurrir una persona si no se le socorre en
necesidad extrema, como escribe San Ambrosio: Da de comer al que
está a punto de desfallecer, porque, si no le alimentas, le matas. Luego en algún caso puede hacerse limosna con lo
ilícitamente adquirido.
Contra esto: está lo que escribe San Agustín en el libro De verb.
Dom.: Haced limosnas con lo ganado en trabajo justo. Y no penséis
corromper a Cristo juez para que desoiga a los pobres a quienes
despojasteis. No queráis dar limosna con préstamos y usura; hablo a
los fieles a quienes distribuimos el cuerpo de Cristo.
Respondo: Hay tres modos de adquirir
ilícitamente una cosa. Primero: lo ilícitamente adquirido pertenece a
aquel de quien se adquiere, no pudiéndolo retener quien lo haya
adquirido. Es el caso que se da en la rapiña, el hurto y la usura. Hay
obligación de restituirlo, y no se puede dar en limosnas. Segundo: Lo
adquirido no puede retenerlo quien lo adquirió, y, sin embargo, no se
puede dar a aquel de quien lo adquirió, pues lo recibió contra
justicia de quien también lo dio contra justicia. Es el caso de la
limosna en la que tanto el donante como el receptor obran contra la
justicia de la ley divina. Por eso no se debe restituir a quien lo
dio, sino que se debe repartir en limosna. Otro tanto debe hacerse en
casos semejantes, es decir, siempre que tanto la donación como la
aceptación van contra la justicia. Tercero: lo adquirido es ilícito,
no porque lo sea la adquisición en sí misma, sino por serlo los medios
empleados, por ejemplo, lo que adquiere la mujer prostituyéndose. A
esto se llama con propiedad lucro torpe. La mujer, en efecto,
ejercitando la prostitución, actúa torpemente y contra la ley de Dios;
pero por aceptar algo no obra ni injustamente ni contra la ley. Por
tanto, lo así ilícitamente adquirido puede ser retenido y con ello se
puede hacer limosna.
A las objeciones:
1. Como afirma San Agustín en el
libro De verb. Dom.: Algunos, entendiendo
mal esas palabras del Señor, roban lo ajeno y lo dan a los pobres,
creyendo hacer lo que está mandado. Hay que corregir esta
interpretación, ya que se llama inicuas a todas las riquezas, como
dice en el libro De Quaestionibus Evangelii, porque
no son riquezas más que para los inicuos que ponen en ellas su
esperanza. O como interpreta San Ambrosio: Habló de riquezas
injustas porque con sus atractivos varios son tentados nuestros ánimos. O también, según comenta San Basilio, porque entre los múltiples antepasados a quienes sucedes en el patrimonio,
habrá alguno que usurpó injustamente lo ajeno, aunque tú no lo
sepas. O, por último, se puede hablar de riquezas
injustas, es decir, de desigualdad a causa de la
repartición desigual que hace que, estando uno en la
indigencia, viva otro en la abundancia.
2. Hemos expuesto ya cómo se puede
hacer limosna con lo adquirido en prostitución. Con ello, sin embargo,
no se hace sacrificio de oblación, bien por el escándalo, bien por la
reverencia a lo sagrado. Puede hacerse también limosna con lo
adquirido por simonía, ya que no se le debe a quien lo da, antes bien
merece perderlo. En cuanto al dinero ganado en juegos de azar, puede
haber en ello, según parece, algo ilícito por derecho divino. Tal es
el caso, por ejemplo, de que se lucre uno a costa de quienes no tienen
derecho a administrar sus bienes, como son los menores de edad, los
furiosos y otros semejantes, y el caso también de quien arrastra a
otro al juego por codicia de ganancia y fraudulentamente gana a su
costa. En estos casos, hay obligación de restituir y no se puede hacer
limosna con ello. Parece además que en tales prácticas hay algo
ilícito por derecho civil positivo, que prohibe, en ·general, esta
forma de lucro. Pero dado que el derecho civil no
obliga a todos, sino sólo a quienes están sometidos a sus leyes, y
además puede ser abrogado por desuso, los obligados a tales leyes
están generalmente obligados a restituir lo que hubieran ganado, a no
ser que prevalezca otra costumbre en contrario, o también que el
ganancioso sea el inducido al juego. En este caso no hay obligación de
restituir, porque el perdedor no es digno de volverlo a recibir; el
ganador, por su parte, tampoco puede retenerlo si está en vigor el
derecho positivo; por eso, en este caso, debe repartirse en
limosna.
3. En caso de necesidad extrema,
todas las cosas son comunes. Es, por tanto, lícito a
quien se encuentre en tal situación tomar lo ajeno para su
sustentación si no encuentra quien quiera dárselo. Por la misma razón,
el depositario de algo ajeno puede dar limosna con ello, e incluso
robarlo, si no hay otro medio de atender al que sufre indigencia. Sin
embargo, cuando puede hacerse sin peligro, se puede acudir en ayuda de
quien se encuentra en necesidad extrema, después de haber pedido el
competente permiso del propietario.
Artículo 8:
¿Puede dar limosna quien se encuentra sometido a la potestad de
otro?
lat
Objeciones por las que parece que puede dar limosna el que se
encuentra bajo la potestad de otro:
1. Los religiosos están bajo la potestad de sus superiores a quienes
han prometido obediencia. Pues bien, si no les estuviera permitido
hacer limosna, redundaría en perjuicio del estado religioso, ya que,
como escribe San Ambrosio, la suma de la religión cristiana es la
piedad, la cual se hace recomendable, sobre todo,
por el ejercicio de la lismosna. Por tanto, pueden dar limosna quienes
se encuentran bajo la potestad de otro.
2. La esposa está bajo la potestad del esposo, como
se lee en Gén 3,16. Ahora bien, la esposa puede hacer limosna, puesto
que constituye sociedad con su marido, y por eso se dice de Santa
Lucía que hacía limosnas sin saberlo su esposo. En
consecuencia, el hecho de encontrarse bajo la potestad de otro no
impide hacer limosnas.
3. Es natural la sumisión de los hijos a los padres, y por
eso pide el Apóstol en Ef 6,1: Hijos, obedeced a vuestros
padres. Ahora bien, según parece, pueden los hijos dar limosnas de
los bienes de sus padres, ya que en cierta manera
son suyos por serlo de sus padres. Y dado que pueden usar de esos
bienes para sus necesidades corporales, es claro que, con mayor razón,
tienen derecho a servirse de ellos en interés de sus almas. Por tanto,
quienes se encuentran bajo la potestad de otros pueden hacer
limosnas.
4. Finalmente, los siervos están bajo la potestad de sus amos, a
tenor de Tit 2,9: Los siervos estén sujetos a sus amos. Ahora
bien, a los siervos les está permitido hacer algo en favor de sus
señores, y la manera mejor de hacerlo es dar limosnas en su nombre.
Por tanto, quienes están bajo la potestad de otro pueden hacer
limosnas.
Contra esto: está el hecho de que la limosna no se debe hacer con los
bienes de otro, sino con lo adquirido en trabajos justos, a tenor de
lo que enseña San Agustín. Si dieran limosnas los
sometidos a la potestad de otro lo harían con lo ajeno. En conclusión,
no pueden hacer limosna quienes están bajo la potestad de
otro.
Respondo: Quien se encuentra bajo la potestad
de otro debe ajustar su conducta a la potestad de su superior, ya que
el orden natural es que las cosas inferiores vayan regidas por las
superiores. Por lo mismo, es necesario que el inferior administre las
cosas en que está sometido al superior a tenor de lo que éste haya
permitido. En conclusión, no debe hacer limosna de los bienes de su
superior sino dentro de los límites que éste le haya señalado. En el
caso de que posea algo como propio, fuera de la potestad del superior,
en eso ya no le está supeditado, y, siendo dueño de propio derecho, es
libre de hacer con ello limosna.
A las objeciones:
1. El monje, si tiene dispensa de
su superior, puede hacer limosna de los bienes del monasterio dentro
de los límites que le hayan señalado. Si no la tiene, al no poseer
nada propio, no puede hacer limosnas más que con el permiso
razonablemente presunto del superior, excepto el caso de necesidad
extrema, en el que sería lícito incluso robar para dar limosna. Mas
por ese hecho no queda reducido a condición menos buena, porque, como
está escrito en el libro De ecclesiast. dogm.: Bueno es repartir en
limosnas a los pobres cuanto se tenga, pero es mejor, determinándose a
seguir al Señor, darlo todo de una vez, y así, libre de cuidados,
ser pobre con Cristo.
2. Si fuera de la dote destinada a
hacer frente a las cargas del matrimonio, dispone la esposa de otras
cosas que provengan de propia ganancia o de cualquier otro modo
lícito, puede hacer limosnas, incluso sin consentimiento de su marido,
pero con moderación, no sea que, si fuera excesivo, empobreciera al
esposo. No puede, en cambio, hacer otro tipo de limosnas sin el
consentimiento, expreso o presunto, de su marido, excepto el caso de
necesidad extrema, como hemos dicho al hablar del monje (ad 1).
Aunque, en efecto, sea la mujer igual al hombre en el matrimonio, en
lo tocante al gobierno de la casa, el marido es cabeza de la
mujer, según el Apóstol en 1 Cor 11,3. En el caso de Santa Lucía,
tenía prometido, no esposo, por lo cual podía dar limosna con el
consentimiento de su madre.
3. Lo que es de los hijos de
familia es del padre. Por eso no pueden hacer limosna, a no ser muy
moderada, con la cual se puede presumir que agrada a su padre, salvo
el caso de que el padre haya confiado a su hijo la disposición de una
cosa.
4. Da solucionada con lo
expuesto en la anterior.
Artículo 9:
¿Hay que dar limosna con preferencia a los más allegados?
lat
Objeciones por las que parece que en la limosna no se debe dar
preferencia a los más allegados:
1. En la Escritura (Eclo 12,4-6) leemos: Da al misericordioso y no
recibas al pecador; haz bien al humilde y no des al impío. Pues
bien, ocurre a veces que nuestros parientes son pecadores e impíos.
Por tanto, no se les debe hacer limosna con preferencia sobre los
demás.
2. Hay que hacer limosnas con vistas a la recompensa eterna,
según leemos en San Mateo 6,18: Y tu Padre, que ve en lo escondido,
te lo recompensará. Ahora bien, la recompensa eterna se adquiere
sobre todo con la limosna, como lo muestra San Lucas 16,9: Haceos
amigos con las riquezas injustas, para que, cuando éstas falten, os
reciban en los tabernáculos eternos, palabras que comenta San
Agustín en el libro De verb. Dom. escribiendo: ¿Quiénes son
los que han de ser recibidos por ellos en los tabernáculos eternos,
sino los que socorren la indigencia? Por tanto, en
la limosna hay que dar preferencia a los más santos sobre los
allegados.
3. Lo más allegado al hombre es el hombre mismo. Pero el
hombre no puede darse a sí mismo limosna. No parece, pues, que se deba
dar limosna a la persona más unida.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol en 1 Tim 5,8: Si alguno
no mira por los suyos, sobre todo por los de casa, ha renegado de la
fe y es peor que un infiel.
Respondo: Según escribe San Agustín en I De
doctr. christ., quienes más unidos están a
nosotros, en cierta manera han sido designados por la suerte para que
les socorramos con preferencia. Sin embargo, en esto es menester andar
con discreción, teniendo en cuenta las diferencias de grados de unión,
de santidad y de utilidad. En efecto, al más santo que sufre necesidad
y al más útil para el bien común hay que darles lismosna con
preferencia sobre la persona más allegada, sobre todo si ésta no está
muy estrechamente unida a nosotros, ni nos incumbe respecto de ella
ningún cuidado especial ni se encuentra tampoco en gran
necesidad.
A las objeciones:
1. No se ha de acudir en ayuda del
pecador en cuanto pecador, es decir, para favorecerle en el pecado,
sino en cuanto hombre, o sea, para ayudarle a vivir.
2. La limosna tiene valor de
recompensa eterna por doble título. El primero: por razón de la
caridad, que es su raíz. Bajo este aspecto es meritoria la limosna en
cuanto que en ella se observa el orden de la caridad, que quiere que,
en igualdad de condiciones, debamos socorrer con preferencia a los más
allegados. Por eso advierte San Ambrosio en I De off. ministr.: Es
liberalidad laudable que no desprecies a tus allegados en sangre si
les ves necesitados. Pues es mejor que tú socorras a los tuyos, a
quienes ruboriza pedir a otros remedio. Segundo
título: La limosna vale para la recompensa eterna por el mérito de
quien la recibe, el cual ruega por su bienhechor. En este sentido
habla allí San Agustín.
3. Siendo la limosna obra de
misericordia y ésta no la ejerce uno sobre sí mismo sino por cierta
comparación, según hemos expuesto (
q.30 a.1 ad 2), hablando con
propiedad nadie se da limosna a sí mismo a no ser en nombre de otro.
Por ejemplo: si uno tiene el encargo de distribuidor de limosnas,
puede recibirla también él mismo, si la necesita, por el mismo motivo
que la reparte a los demás.
Artículo 10:
¿Han de ser abundantes las limosnas?
lat
Objeciones por las que parece que no deben ser abundantes las
limosnas:
1. La limosna debe darse sobre todo a los más unidos. Mas no se les
debe dar de tal manera que por eso se hagan más ricos, según
escribe San Ambrosio en I De off. ministr. A
nadie, pues, se le debe dar en abundancia.
2. San Ambrosio, en el mismo lugar, escribe: No se deben
derrochar de una vez las riquezas, sino administrarlas. Pues bien, la abundancia en la limosna raya en el
derroche. Por tanto, la limosna no debe ser abundante.
3. El Apóstol escribe en 2 Cor 8,13: No se trata de que
para otros haya desahogo —es decir, que otros vivan ociosamente
de lo vuestro-y para vosotros estrechez. Ahora bien, esto
sucedería si se diera en abundancia la limosna. Luego
ésta no debe darse en abundancia.
Contra esto: está el testimonio de Tobías 4,9: Si tuvieras mucho, da
con abundancia.
Respondo: La abundancia de la limosna puede
considerarse por parte de quien la da y por parte de quien la recibe.
Por parte de quien la da, es abundante la limosna cuando se da algo
que es mucho en proporción con lo que se tiene. En este sentido, es
digno de encomio dar con largueza. Por eso alabó el Señor a la viuda
que, según Lc 21,3-4,
echó de su indigencia lo que tenía para
comer. Se debe tener en cuenta, sin embargo, lo que dijimos al
hablar de la limosna hecha de lo necesario (
a.6). Por parte de quien
la recibe es abundante la limosna de dos maneras. Primera: que cubra
con suficiencia su necesidad. En este sentido es laudable dar limosna
con largueza. Segunda: que sobreabunde superfluamente. Esto no es
laudable; es mejor repartirlo entre muchos indigentes. Por eso dice el
Apóstol en 1 Cor 13,3:
Si distribuyera en dar de comer a los
pobres que comenta la
Glosa: Con esto nos enseña a tener
precaución en hacer limosna de tal manera que no se dé a uno, sino a
varios, para que aproveche a muchos.
A las objeciones:
1. Esa dificultad se refiere a las
limosnas hechas con abundancia superior a las necesidades de quien la
recibe.
2. La cuestión de la abundancia de
limosna está aquí planteada de parte de quien la da. Pero se debe
entender que Dios no quiere que se den todos los bienes a la vez,
excepto en el cambio de estado. Por eso San Ambrosio añade allí
mismo: A menos que se haga como Eliseo, que mató sus bueyes y
alimentó a los pobres con todo lo que tuvo para no tener cuidado de su
casa.
3. Al decir no se trata de que
para todos haya desahogo habla San Pablo de la abundancia de la
limosna que rebasa la necesidad de quien la recibe, cuando no es
necesario darle para que viva en el lujo, sino para que con ella se
sustente. En esto, sin embargo, hay que obrar teniendo en cuenta la
diversidad de condiciones, porque hay quien, habiendo vivido más
exquisitamente, necesita alimentos y vestidos más delicados. Por eso
escribe también San Ambrosio: Cuando se hace limosna hay que tener
en cuenta la edad y la endeblez, y muchas veces incluso la vergüenza,
que tiene su origen en la nobleza de nacimiento, o el caso de quien
pasó de rico a indigente sin culpa suya. Mas en
las palabras que siguen y para vosotros estrechez habla San
Pablo de la abundancia de la limosna por parte del dador. Mas como
comenta la Glosa: No dice eso porque no sea mejor (dar en
abundancia), sino por temor de los débiles, a quienes amonesta dar de
suerte que no caigan en pobreza.