Artículo 1:
¿Reside la concupiscencia solamente en el apetito
sensitivo?
lat
Objeciones por las que parece que la concupiscencia no reside
solamente en el apetito sensitivo.
1. En efecto, hay cierta concupiscencia de la sabiduría, como dice
Sab 6,21: El deseo de la sabiduría conduce al reino eterno.
Pero el apetito sensitivo no puede ser dirigido a la sabiduría. Luego
la concupiscencia no reside solamente en el apetito
sensitivo.
2. El deseo de los mandamientos de Dios no reside en el
apetito sensitivo; antes bien, dice el Apóstol en Rom
7,18: No hay en mí, esto es, en mi carne cosa buena. Pero el
deseo de los mandamientos de Dios cae bajo la concupiscencia, según
aquello del Sal 118,20: Mi alma deseó ardientemente tus
decretos. Luego la concupiscencia no reside solamente en el
apetito sensitivo.
3. Para cada potencia es concupiscible el bien propio.
Luego la concupiscencia reside en cada una de las potencias del alma,
y no sólo en el apetito sensitivo.
Contra esto: está lo que dice el Damasceno, que lo
irracional obediente y persuasible a la razón se divide en
concupiscencia e ira. Mas ésta es la parte irracional del alma, pasiva
y apetitiva. Luego la concupiscencia reside en el apetito
sensitivo.
Respondo: Como indica el Filósofo en I
Rhetoric.,
la concupiscencia es el apetito de lo
deleitable. Hay una doble delectación, como se dirá más adelante
(
q.31 a.3-4): una, la que se halla en el bien inteligible, que es el
bien de la razón; otra, la que se encuentra en el bien según el
sentido. La primera delectación parece ser propia del alma solamente.
Mas la segunda pertenece al alma y al cuerpo, porque el sentido es una
potencia en órgano corpóreo. De ahí que también el bien según el
sentido sea un bien de todo el compuesto. Ahora bien, el apetito de
tal delectación parece ser
la concupiscencia. Por tanto, la
concupiscencia, propiamente hablando, reside en el apetito sensitivo y
en la potencia concupiscible, que de ella toma el nombre.
A las objeciones:
1. El deseo de la sabiduría o de
otros bienes espirituales a veces se denomina concupiscencia, bien por
una cierta semejanza, o bien por la intensidad del apetito de la parte
superior que redunda en el apetito inferior, de modo que al mismo
tiempo también el apetito inferior tiende a su manera
al bien espiritual siguiendo al apetito superior, y aun el mismo
cuerpo sirve a lo espiritual, como dice Sal 83,3: Mi corazón y mi
carne exultaron en el Dios vivo.
2. El deseo, propiamente hablando,
puede pertenecer no sólo al apetito inferior, sino también al
superior. Porque no implica asociación alguna en el desear con la
concupiscencia, sino un simple movimiento hacia la cosa
deseada.
3. A cada una de las potencias del
alma le compete apetecer su propio bien con el apetito natural, que no
sigue a la aprehensión. Pero apetecer el bien con el apetito animal,
que sigue a la aprehensión, pertenece solamente a la potencia
apetitiva. Y apetecer algo bajo la razón de bien deleitable según el
sentido, que es en lo que consiste propiamente la concupiscencia,
pertenece a la potencia concupiscible.
Artículo 2:
¿Es la concupiscencia una pasión especial?
lat
Objeciones por las que parece que la concupiscencia no es una pasión
especial de la potencia concupiscible.
1. En efecto, las pasiones se distinguen por los objetos. Pero el
objeto del concupiscible es lo deleitable según el sentido, que es
también el objeto de la concupiscencia, según el Filósofo en I
Rhetoric. Luego la concupiscencia no es una
pasión especial en el concupiscible.
2. Dice San Agustín en el libro Octoginta trium
quaest., que el deseo codicioso es el amor de
las cosas transitorias, y así no se distingue del amor. Ahora
bien, todas las pasiones especiales se distinguen entre sí. Luego la
concupiscencia no es una pasión especial en el concupiscible.
3. A toda pasión del concupiscible se opone alguna pasión
especial en el mismo concupiscible, según se ha dicho anteriormente
(
q.23 a.4). Pero a la concupiscencia no se opone pasión alguna
especial en el concupiscible, pues dice el Damasceno
que
el bien esperado constituye la concupiscencia, y el presente,
la alegría; e igualmente el mal esperado, el temor, y el presente, la
tristeza. De donde parece que así como la tristeza es contraria a
la alegría, así el temor es contrario a la concupiscencia. Ahora bien,
el temor no reside en el concupiscible, sino en el irascible. Luego la
concupiscencia no es una pasión especial en el concupiscible.
Contra esto: está que la concupiscencia es causada por el amor y tiende
a la delectación, las cuales son pasiones del concupiscible. Y así se
distingue de las otras pasiones del concupiscible como pasión
especial.
Respondo: Como se ha indicado (
a.1;
q.23 a.1),
el bien deleitable según el sentido es de manera general el objeto del
concupiscible. De ahí que, según sus diferencias, se distingan
diversas pasiones del concupiscible. Mas la diversidad del objeto
puede considerarse, o según la naturaleza del mismo objeto, o según la
diversidad de su poder de obrar. La diversidad del objeto activo que
es según la naturaleza de la cosa, produce la diferencia material de
las pasiones. Pero la diversidad que es según el poder activo produce
la diferencia formal de las pasiones, según la cual las pasiones
difieren en especie.
Hay además otra razón de la virtud motiva del mismo fin o bien, según
que está realmente presente o ausente. Porque, en cuanto se halla
presente, hace descansar en él; mientras, en cuanto está ausente, hace
moverse hacia él. Por lo tanto, lo deleitable según el sentido, en
cuanto de algún modo adapta y conforma a sí el apetito, produce el
amor; mientras en cuanto ausente lo atrae hacia sí, produce la
concupiscencia, y en cuanto presente lo aquieta en sí, produce la
delectación. Así, pues, la concupiscencia es una pasión diferente en
especie tanto del amor como de la delectación. Pero el desear esto o
aquello deleitable produce diversas concupiscencias en
número.
A las objeciones:
1. El bien deleitable no es,
considerado absolutamente, el objeto de la
concupiscencia sino bajo la razón de ausente, como asimismo lo
sensible bajo la razón de pasado es el objeto de la memoria.
Semejantes condiciones particulares, en efecto, diversifican la
especie de las pasiones, o aun de las potencias de la parte sensitiva,
que miran a las cosas particulares.
2. Esa predicación es causal, no
esencial, pues el deseo codicioso no es esencialmente amor, sino
efecto del amor. O bien puede decirse, de otra forma, que San Agustín
toma en un sentido lato el deseo codicioso por cualquier movimiento
del apetito que puede darse respecto de un bien futuro. Por eso
comprende bajo sí tanto el amor como la esperanza.
3. La pasión que se opone
directamente a la concupiscencia no tiene nombre, la cual es respecto
del mal como la concupiscencia respecto del bien. Mas por cuanto es
del mal ausente como el temor, a veces se pone en su lugar el temor,
como también el deseo codicioso se pone a veces en lugar de la
esperanza, pues lo que es un bien o mal pequeño casi no se tiene en
cuenta. Y, por tanto, para significar todo movimiento del apetito
hacia el bien o el mal se ponen la esperanza y el temor, que se
refieren al bien o al mal arduo.
Artículo 3:
¿Hay unas concupiscencias naturales y otras no naturales?
lat
Objeciones por las que parece que no hay unas concupiscencias
naturales y otras no naturales.
1. En efecto, la concupiscencia pertenece al apetito animal, como
queda dicho (
a.1 ad 3). Pero el apetito natural se divide contra el
animal. Luego ninguna concupiscencia es natural.
2. La diversidad material no produce diversidad según la
especie, sino sólo según el número, la cual no cae bajo la
consideración del arte. Pero si se dan algunas concupiscencias
naturales y no naturales, no difieren sino por las diversas cosas
concupiscibles, lo cual constituye una diferencia material y numérica
solamente. Luego las concupiscencias no deben dividirse en naturales y
no naturales.
3. La razón se contrapone a la naturaleza, como aparece
claro en II Physic. Si, pues, en el hombre hay
alguna concupiscencia no natural, debe ser racional. Pero esto no
puede ser, porque la concupiscencia, siendo una pasión, pertenece al
apetito sensitivo y no a la voluntad, que es el apetito de la razón.
Luego no hay algunas concupiscencias no naturales.
Contra esto: está que el Filósofo en III Ethic. y
en I Rhetoric. pone unas concupiscencias
naturales y otras no naturales.
Respondo: Como se ha expuesto (
a.1), la
concupiscencia es el apetito del bien deleitable. Mas una cosa es
deleitable de dos maneras. Una, porque es conveniente a la naturaleza
del animal, como el alimento, la bebida y otras cosas similares. Y
esta concupiscencia de lo deleitable se llama natural. De otra manera
es algo deleitable porque es conveniente al animal según la
aprehensión, como cuando alguien aprehende una cosa como buena y
conveniente y, consiguientemente, se deleita en ella. Y esta
concupiscencia de lo deleitable se dice no natural, y suele llamarse
más bien deseo codicioso.
Así, pues, las primeras concupiscencias naturales son comunes tanto a
los hombres como a los animales, porque para unos y otros hay algo
conveniente y deleitable según la naturaleza. Y en estas cosas también
convienen todos los hombres. Por eso el Filósofo en III Ethic. las llama comunes y necesarias. Pero las
segundas concupiscencias son propias de los hombres, de quienes es
propio representarse algo como bueno y conveniente fuera de lo que
requiere la naturaleza. Por eso en I Rhetoric.
el Filósofo dice que las primeras concupiscencias
son irracionales, y las segundas acompañadas
con la razón. Y como los que son diferentes razonan de diversa
manera, por eso las segundas son llamadas también en III Ethic.
propias y añadidas, esto es, a las
naturales.
A las objeciones:
1. Aquello mismo que se apetece con
el apetito natural, puede apetecerse con el apetito animal cuando ha
sido aprehendido. Y según esto, puede darse concupiscencia natural de
alimento, bebida y cosas similares, que se apetecen
naturalmente.
2. La diferencia entre las
concupiscencias naturales y las no naturales no es solamente material,
sino también en cierto modo formal, en cuanto procede de la diversidad
del objeto activo. Ahora bien, el objeto del apetito es el bien
aprehendido. De ahí que a la diversidad del objeto activo corresponda
la diversidad en la aprehensión, esto es, en cuanto se aprehende algo
conveniente con aprehensión absoluta, de la que provienen las
concupiscencias naturales que el Filósofo llama irracionales
en Rhetoric., y en cuanto se aprehende algo con
deliberación, de donde provienen las concupiscencias no naturales, que
por esto en Rhetoric. se llaman con
razón.
3. En el hombre no sólo hay la
razón universal, que pertenece a la parte intelectiva, sino también la
razón particular, que pertenece a la parte sensitiva, como se ha dicho
(
1 q.78 a.4;
q.81 a.3). Y según esto, aun la concupiscencia acompañada
de razón puede pertenecer al apetito sensitivo. Y además, el apetito
sensitivo puede ser movido también por la razón universal mediante la
imaginación particular.
Artículo 4:
¿Es infinita la concupiscencia?
lat
Objeciones por las que parece que la concupiscencia no es
infinita.
1. En efecto, el objeto de la concupiscencia es el bien, que tiene
razón de fin. Ahora bien, el que lo supone infinito, excluye el fin,
como dice II Metaphys. Luego la concupiscencia
no puede ser infinita.
2. La concupiscencia es del bien conveniente, ya que procede
del amor. Pero lo infinito, siendo desproporcionado, no puede ser
conveniente. Luego la concupiscencia no puede ser infinita.
3. Lo infinito no se puede atravesar, y así en esto no
puede llegarse a lo último. Pero en el concupiscente se produce
delectación cuando llega a lo último. Luego si la concupiscencia fuese
infinita se seguiría que nunca se produciría delectación.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en I Polit. que, dándose la concupiscencia hasta lo infinito, los hombres desean una infinidad de cosas.
Respondo: Como se ha expuesto (
a.3), la
concupiscencia es doble: una natural y otra no natural. La
concupiscencia natural no puede, en verdad, ser infinita en acto, pues
es de aquello que requiere la naturaleza, y la naturaleza siempre
tiende hacia algo finito y cierto. Por eso el hombre nunca desea
alimento infinito o bebida infinita. Pero así como acontece en la
naturaleza que se da el infinito en potencia, mediante la sucesión,
así también esta concupiscencia puede ser infinita sucesivamente, es
decir, de manera que, después de conseguir alimento,
otra vez desee alimento o cualquiera otra cosa que requiere la
naturaleza, porque semejantes bienes corporales, cuando se obtienen,
no duran para siempre, sino que se acaban. Por lo cual dijo el Señor a
la samaritana Jn 4,13:
Quien bebiere de esta agua volverá a tener
sed.
Pero la concupiscencia no natural es absolutamente infinita. Porque
sigue a la razón, como queda dicho (a.3), y compete a la razón
proceder hasta el infinito. Por eso quien desea riquezas puede
desearlas no hasta un límite determinado, sino ser rico absolutamente,
tanto como pueda. Según el Filósofo en I Polit., puede señalarse también otra razón por qué una concupiscencia es
finita y otra infinita. En efecto, la concupiscencia del fin siempre
es infinita, pues el fin se desea por sí mismo, como la salud. De ahí
que más se desea una mayor salud, y así hasta el infinito; como si lo
blanco dilata por sí mismo, lo más blanco dilata más. En cambio, la
concupiscencia de lo que es para el fin no es infinita, sino que se
desea en la medida en que conviene al fin. Por tanto, quienes ponen el
fin en las riquezas tienen concupiscencia de ellas hasta el infinito,
mientras quienes las apetecen a causa de las necesidades de la vida,
las desean limitadas, suficientes para cubrir tales necesidades, como
dice el Filósofo en el mismo lugar. Y
el mismo argumento puede aplicarse a la concupiscencia de cualquier
otra cosa.
A las objeciones:
1. Todo lo que se desea se
considera como algo finito, o porque es finito realmente por cuanto se
lo desea una vez en acto, o bien porque es finito en cuanto cae bajo
la aprehensión. No puede, en efecto, ser aprehendido bajo la razón de
infinito, porque lo infinito es aquello cuya cantidad, con respecto a
los que la reciben, deja siempre fuera algo que tomar, como dice III
Physic.
2. La razón es en cierto modo de
virtud infinita, en cuanto que puede considerar algo indefinidamente,
como se ve en la adición de los números y de las líneas. De ahí que lo
infinito, tomado de un cierto modo, es proporcionado a la razón, pues
también el universal, que aprehende la razón, es en cierto modo
infinito, en cuanto contiene en potencia infinitos
singulares.
3. Para que uno se deleite, no se
requiere que consiga todo lo que desea, sino que se deleite en cada
una de las cosas que consigue.