Apostillas

Sabía que, de uno y otro lado, no era un post de sintonía fácil, y que no me iba a ganar simpatías (y mucho menos «autoridad»!). Deficiencias de escritor y lector aparte, hay cosas que sólo van destinadas a los que vienen rumiando cosas parecidas ( «quizás esto sólo puedan comprenderlo aquellos que por sí mismo hayan pensado los mismos o parecidos pensamientos» decía Wittgenstein al comienzo de su -impenetrable para mí- Tractatus ). Y trataremos de no machacar de más: es como tener que explicar un chiste. Pero…

Me deprime un poco que varios hayan leído mis ejemplos de reacciones conservadoras como en clave de escarmiento, como si yo estuviera trayendo ejemplos de papelones pasados para advertir «ya metiste la pata una vez al resistirte al cambio, te acordás: no vuelvas a meterla». No, hombre, no se trata de eso; en absoluto. A propósito puse ejemplos discutibles (¿quién está seguro de que se equivocaran los conservadores que criticaron las traducciones San Jerónimo? ¿o los que denunciaban el peligro del aristotelismo en el siglo XIII? Yo no!), y a propósito puse ejemplos ajenos (rusos ortododoxos, romanos anticristianos). Pero no. Es al cuete. La reacción refleja, típica, la de cerrarse a la analogía: «no, lo nuestro es distinto, no podés comparar…». Bueno. Hasta ahí llegamos con eso, el que haya podido sacar algo de utilidad, me alegro; el que no, siga de largo.

«Yo soy tradicionalista, pero no soy lefevbrista». Ah, mirá vos. ¿Y? Yo ni siquiera estoy seguro de cuál es la diferencia, ni qué cosa es preferible. Supongo, en fin, que muchos ven el tema según esos esquemas -contando centímetros a la derecha o a la izquierda-… Y supongo que no me creen demasiado cuando digo que mis simpatías-historia-sensibilidad están del lado tradicionalista, que en la misa me molestan básicamente las mismas cosas que a ellos, que me alegré como un idiota cuando el domingo pasado el cura de mi parroquia recitó en latín el Agnus Dei (primera vez en mi vida que lo oigo… y que lo respondo). Supongo que en el mejor de los casos me verán como uno que está… medio como descarriándose, vio.

Y bueno, no es imposible, quién puede saberlo. Uno cambia, acaso involuciona. Fíjense hasta que punto habré llegado, que , por ejemplo… cuando me entero de que el papa ha hecho una mención más bien elogiosa a Teilhard de Chardin, mi reacción, en lugar del seguro «Este papa… a veces es difícil de entender» o «Este papa… tal vez no sea tan bueno como creía», se inclina más bien a «Ese Teilhard… tal vez no sea tan malo como creía» (otros la tienen opciones más fáciles: «Ya decía yo que este papa no valía más que los anteriores» o más duro «Bien dijo lo Lefevbre: Ratzinger no es católico»; no diré que los envidio, aunque sí puedo envidiar a los que pueden simplemente decir: «¿Quién es Teilhard de Chardin?»)

Dos acotaciones, entre varias, de un lector. Primero, objeta mi mención del «católico mistongo», porque no dejo bien en claro que no es deseable serlo, en cualquier sentido. A eso respondo que no lo dejo en claro porque no lo tengo en claro. A propósito puse la calificación peyorativa entre comillas. Un poco por lo que decía el cura de Bernanos, que la mediocridad es cosa demasiado complicada para nosotros. Pero sobre todo porque sospecho que ese afán militante tradicionalista empuja insensiblemente a hacer creer que uno está en la avanzada de la iglesia, y que los feligreses «comunes», los que no sintonizan con nuestras indignaciones, que no ven diferencia en comulgar en la boca o en la mano, que no se les eriza la piel a la sola mención de Teilhard de Chardin… esos católicos (incluidos la mayoría de curas y obispos) son… bueno, menos católicos que uno. En este sentido, ser «católico mistongo» no tiene nada de malo; más bien (recordando lo del fariseo y el publicano) lo malo es usar esa categorización (aunque sea interiormente e inconcientemente; sobre todo si es interiormente e inconcientemente). Sospecho, encima, que, a pesar de todas las innegables tibiezas culpables, ignorancias e infidelidades, el catolicismo vive en esos católicos de a pie, tanto o más que en las avanzadas militantes.

Segundo: me pregunta si no creo en la posibilidad de un «tradicionalismo virtuoso»… «que uno se enamore de las tradiciones (con minúscula, si querés) de la Iglesia en cuanto a lo que tienen de bueno y que me puede ayudar a acercarme más a Dios… ¿No hay una posibilidad de que yo quiera transmitirlo y hacerlo conocer guardando la caridad?». La pregunta se contesta sola. Es obvio que sí. Ahora bien: ¿conocen ustedes algún tradicionalista interesado en trasmitir esas tradiciones con minúscula? Debe haber, pero yo no conozco. En mi experiencia, lo que los mueve en los blogs (por limitarnos a los blogs) es defender la Tradición (y la Verdad…) Me gustaría, en serio, leer a alguno de esos defendiendo al órgano en la misa en lugar de la guitarra (aunque en particular no soy fan del órgano) en nombre de una tradición con minúscula. Pero… jamás lo he leído. Sin el brillo de las mayúsculas, parece, no reclutamos a nadie.

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