Setenta años no es nada

Compré un par de revistas «Leoplán», años 1938 y 1940. Mitad por el contenido literario, mitad (y algo más) por el gusto de hojear revistas antiguas.

Raro, me parece hoy, una revista popular (y bastante vendida, parece) dedicada a literatura, con una novela completa en cada número.

También curiosa la sección de cartas de lectores, en realidad una especie de consultorio sobre preguntas varias, de las que sólo tenemos la respuesta. Algunas me causan gracia, aunque no lo pretenden… se ve que la gente (además de enviar «colaboraciones literarias» no pedidas y siempre rechazadas), a falta de Google, preguntaban cualquier cosa. «Oscar L. (Santiago de Chile): Lamentamos comunicarle que nos es imposible darle informes al respecto, ya que le será fácil comprender que en este correo no podemos evacuar consultas de esa índole. Consulte su caso con un médico.» «Roberto U. (Capital): Puede usted quedar con la seguridad de haberse equivocado: su amigo tiene razón. Ese autor es inglés, y de bien adquirida fama universal.»

Curioso sobre todo las propagandas (click para ampliar). Aunque la gracia que me provoca es bastante elemental, no deja de tener su lado edificante, creo. No todo tiempo pasado fue mejor; o al menos no mucho mejor. Notable también, aunque no sorprendente, la vigencia del prestigio científico: «Toddy, por su fórmula científica, es un alimento perfecto…»

Una de ellas ilustra lo que decían en Hurgapalabras, que el adjetivo «drástico» antes se usaba sólo para los purgantes de acción violenta.

Al Napal ese del Comentario Evangélico no lo conozco (y en Internet casi no lo encuentro mencionado… salvo el infaltable enfermito de Verbistzky), y la verdad es que muchas ganas de conocerlo no me dan. Pero vaya a saber.
Lo que me resulta un poco chocante es … ¿qué cuernos hace Monseñor Franceschi recomendando los discos Linguaphone? ¿Habrá cobrado por eso? Es cierto que peor hubiera sido aparecer en el aviso de los «Virilinets»… pero igual.

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