Comentarios

Me alegraba hace poco de poder decir ciertas cosas aquí sin tener que prever un hilo de discusión de comentaristas, a favor y en contra. Ahora bien, esto no significa que me moleste recibir comentarios (salvando los que expresamente se proponer molestar). Claro que me gusta recibirlos; y me gustaría recibir más; y me gustaría ser más agradecido y menos descortés y vago a la hora de contestarlos.

Pero eso es una cosa, y el tema de abrir un sistema de comentarios (lo que algunos lectores siguen pidiendo) es otra.

Los pro y los contra, a mis ojos, fluctúan con los tiempos; pero aquellos nunca se imponen a estos. No quiero generar, ni en mí ni en los otros, más adicción a la web. No sirvo para anfitrión o centro de conversaciones, ni siquiera virtuales. Tampoco estoy seguro del buen efecto de los comentarios sobre el blog en sí. En algunos casos (Pseudópodo, Disputations, Mark Shea) aportan algo sustancial; pero me parecen los menos. Y que los comentarios de un blog devengan en una suerte de foro, no termina de convencerme; y menos cuando la cosa toma un color sectario o tribal -caso Wanderer. Para eso armen un foro, caramba.

Contra lo que algunos parecen creer, no creo que ser lectores de este blog sea promesa de «comunidad», aun en los mejores sentidos de la palabra. Para eso, mejor buscar o armar algún foro de charla. Es cierto que conozco poco y nada para recomendar. Quizás en El testigo fiel pudiera germinar algo.

Por otro lado, tengo que decir que acá no entra mucha gente. Ya hace rato que no hago ni veo estadísticas de visitas (y con esto de los feeds las cuentas se complican). Pero lo que puedo constatar, la cantidad de comentarios, es más bien escasa.

Esto me trae un recuerdo de pocos días atrás: leí, por mis pecados, a un bloguero católico español que pasaba revista a ciertos otros blogs, también católicos pero no de su gusto. Para mostrar que eran un fracaso de público, se entretuvo en enumerar la cantidad (baja) de comentarios de las sucesivas entradas («números cantan», dijo) y auguró complacido su pronta desaparición. Lo notable del caso es que el dicho blogger no es un adolescente: es todo un señor maduro que pasa por ser un tipo informado y criterioso, y hasta un referente de los asuntos clericales de por allá…

En fin. Es verdad que puede resultar otro inconveniente (menor) de los comentarios públicos, esa preocupación por el rating. De todas maneras, aunque las estadísticas no me preocupan mucho, menos me preocupa esconderlas. Así que, por primera vez (y seguramente por última) en la demasiada larga historia de este blog, se me dio por agarrar los logs y hacer una cuenta rápida de los comentarios recibidos por mes.

Números cantan, dijo aquel. También es cierto que el ritmo de publicación ha ido disminuyendo -lo cual podría ser un punto a favor si de contar ‘comentarios por entrada’ se tratara; pero no a la hora de mediar la vitalidad del blog.

Recuerdo, allá por la prehistoria, cuando conocí el concepto del ‘blog’, me parecía que la cuestión era generar en el lector el hábito de la visita frecuente (no solo por el contenido del blog en sí, sino sobre todo como anuncios de novedades en mi sitio y en la web en general; así nació la cosa). A lo cual, evidentemente, contribuyen los comentarios públicos… pero también ciertas estrategias de publicación como publicar varios posts cortos en lugar de uno largo, o de cuidar de mantener un flujo más o menos regular de entradas (si voy a publicar 4 entradas esta semana, no publicarlas todas el mismo dia, distribuirlas). Y si todavía arrastro algunos resabios de esas mañas, por suerte cada vez son menos. Sobre todo, porque ahora veo (¡gran descubrimiento!) que no le estoy haciendo ningún favor al lector si lo habitúo a visitarme frecuentemente. ¿Y acaso —dirá algún lector mordaz, si lo tengo— no habrá también algo de el zorro y las uvas en ese descubrimiento tuyo? Seguramente.

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