Los enemigos preferidos

… Puede uno preguntarse si, con relación al psiconálisis y el auténtico sentido de Dios, es prudente en los medios católicos preferir a Jung en lugar de Freud. Con el primero se corre el riesgo de desconocer el verdadero cristianismo y el Dios transcendente, poniendo en su lugar un «sagrado» tanto más seductor cuanto que parece unificar todas las religiones y gozar de pruebas experimentales. Con el segundo se corre el riesgo de la irreligión, pero si se emprende la búsqueda al final se encuentra la verdera religión para lo cual no hay otra sacralidad válida más que la que revela y promueve el amor (ágape) dado en Jesucristo.
En todo caso, una aspecto común aparece en ambas líneas, juguiana y freudiana: el sentimiento religioso que no culmina en la fe refluye a menudo sobre el mismo psicoanálisis, que se ve engrandecido así como proceso de salvación, de liberación y realización total del hombre.
Lo decía no recuerdo quién (copié la cita y perdí la referencia) en un «encuentro de intelectuales católicos franceses» a mediados de siglo XX.

Es probable que la disyuntiva Freud-Jung hoy no sea tan relevante, desde cualquier punto de vista; aunque no estoy seguro. (Y, de paso, me parece que los pros y contras respectivos, para el punto de vista católico, podrían marcarse mejor.) Pero no ha perdido relevancia, creo, ese género de disyuntiva. Discriminar, de entre los que no son de los nuestros, quiénes nos son más cercanos y aprovechables. Con quiénes podemos llegar a hacer alianzas; y con quiénes sólo cabe disputar territorios —o de última, execrar con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Ahí tendríamos un ejemplo: el católico que tiende a ver al psicoanálisis como patrimonio de los enemigos, pero que descubre aspectos «rescatables» en Jung, y arma su militancia según ese esquema: apertura hacia los junguianos, condena tajante del freudismo. A esta posición, probablemente ingenua, viene a oponer sus reparos aquel intelectual francés… casi cayéndose del otro lado del caballo.

Pero hay muchos otros ejemplos, nada imaginarios (y no muy ajenos).
El católico tradicionalista que siente su religión más cercana a la de los ortodoxos rusos (o protestantes conservadores) que de los católicos progresistas de su parroquia.
O el católico de esa tendencia (y más o menos nostálgico de una Edad Media más o menos idealizada) que contempla las (a su esquemático ver) dos fuerzas anti-cristianas que vienen a chocar a principios de este siglo: un occidente post-cristiano, laico y progresista contra un islamismo fanático y anti-moderno; y se pregunta si sus simpatías (y acaso sus esperanzas y su apoyo) no deben estar con los últimos.

No es cuestión de solventar semejantes dilemas en un post de un blog —y menos, de este blog.
Ni de declararlos falsos sin más.
Pero si no falsos, sí se me hace que hay algo de criticable en la actitud, el estado del alma que eso supone, y que empuja a plantearlos. Criticable, digo, en el sentido técnico de la palabra; es decir, que pide una mirada crítica.

Continuará, tal vez.

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