Los enemigos preferidos – 2

Leí estos días una biografía de Catalina II «la Grande» (emperatriz de Rusia a fines del siglo 18) por Henri Troyat. Parece ser que Catalina, en sus años mozos sobre todo, sin ser una intelectual, era aficionada a las lecturas progresistas. Con sus ínfulas de ilustrada, y su sincera admiración por Voltaire, Diderot y todo aquellos. La cual admiración, a medida que ella fue ganando en poder y publicidad, fue correspondida por los filósofos con enorme entusiasmo. No era moco de pavo, semejante alumna, y las promesas de llevar a la práctica los ideales humanitarios liberales de gobierno y todas esas nuevas y bellas cosas. Sin contar las donaciones…
Pero resulta que a poco de tomar las riendas del imperio, Catalina aparece fuertemente sospechada de armar dos asesinatos contra posibles aspirantes al trono, ambos en cautiverio: uno de ellos, su esposo, el zar derrocado Pedro III; el otro, Iván, un príncipe medio loco.
… en el extranjero, los amigos de Catalina se sienten muy decepcionados. Voltaire observa que «el asunto de Iván ha sido llevado de un modo tan atroz que uno juraría que estuvo a cargo de devotos». D’Alembert observa «Es muy irritante, tener que desembarazarse de tanta gente, y mandar a después a imprimir que uno censura el hecho pero que no tiene la culpa». Después, los filósofos se calman poco a poco y aceptan la razón de Estado. La admiración que sienten por la lejana y generosa Catalina los mueve a una especie de indulgencia resignada. Para calmar los escrúpulos de Voltaire, D’Alembert cita un proverbio: «Más vale matar al diablo antes que el diablo os mate». Y agrega: «Convengo con vos en que la filosofía no debe enorgullecerse demasiado de tales alumnos. Pero ¿qué queréis? Hay que amar a los amigos a pesar de sus defectos». Por su parte, Voltaire sólo desea que lo convenzan, y olvidar esas pequeñeces. «Son asuntos de familia, con los cuales no me mezclo», dice…
El romance de Catalina con los ilustrados franceses seguirá su historia, menguando al envejecer la emperatriz e imponerse su lado aristocrático-autocrático; y muriendo definitivamente tras la Revolución Francesa. Pero eso no me interesa ahora.

Tampoco me interesa trazar paralelos con figuras del presente (leer historia no debería servir para fogonear los maniqueísmos políticos, sino más bien al contrario; digo yo, que casi no he leído historia).

Lo que me interesa ahora de la anécdota, al hilo de la entrada anterior, pasa más bien por la frase en negrita.
Lindo resumen de la cuestión, me parece. Sofisma siniestro. Sofisma que corre mucho, y parejo con su complementario: «Hay que odiar al enemigo a pesar de sus virtudes».

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