Advenedizos

A propósito. Una de Bruckberger:
…Ya ha pasado el tiempo en que la ciencia tenía las manos puras. ¿Quién se atrevería hoy a sostener que ese famoso «Imperio de la naturaleza» -Imperium Naturae-, que los hombres de ciencia buscan tan ávidamente desde el Renacimiento no es susceptible de convertirse en el flagelo de la naturaleza, -una especie de Atila fabuloso que galopará por todo el planeta y detrás de quien ya no volverá a crecer la hierba?

Los apologistas modernos, tus propagandistas que no valen más que los otros -y tu propaganda te traiciona tanto como la casuística traiciona al Evangelio- han reducido mucho tu papel de Liberador. Ciertamente la dignidad más profunda del hombre es la libertad de elegir entre el bien y el mal, entre un bien particular y un bien mejor. Es una libertad íntima, que subsiste incluso en un prisionero, incluso en un condenado a muerte, y que tú has venido a reforzar con tu gracia.. Pero tú no sólo restauras la libertad del hombre, debes devolver también a la naturaleza su propia dignidad.

¿Dónde está la dignidad de la naturaleza? Está en haber salido de las manos de Dios y de llevar todavía los vestigios de ese prodigioso origen. No hay ni violación ni sacrilegio en querer conocer la naturaleza, en querer penetrar sus secretos, sus leyes, en pretender utilizarlas para el bienestar del hombre, ni aun en querer dominar la naturaleza: Ese derecho del hombre’ a dominar la naturaleza está inscripto en el libro del Génesis, en el documento mismo de la creación del universo.

Pero el hombre sólo es amo de la naturaleza cuando obedece y se subordina a nuestro Amo y Creador común. Para descubrir sin violencia los secretos de la naturaleza, es necesario entrar en su intimidad; para entrar en su intimidad es necesario merecerlo, y no hay verdadera ciencia sin humildad. Diría incluso que es necesario amar a la naturaleza, y aun más, que hay que hacerse amar por ella. ¿Pero cómo la naturaleza podría amarnos contra Dios, cuando se piensa en el amor y el humor con que El la ha creado?

Hay adulterio en la ciencia moderna, que se edificó voluntariamente en la negación de las fidelidades más fundamentales, las de los orígenes. Esta perversión fundamental es la causa de lo que comienza a sospecharse: la ciencia moderna, por lo demás tan prodigiosa, puede también convertirse en un vandalismo de la naturaleza. Hoy la barbarie es politécnica. Por medio de la ciencia el hombre ha echado a Dios de la naturaleza. Hay una de tus famosas parábolas sobre esos servidores infieles que matan al, heredero para apropiarse del dominio. La parábola termina mal para ellos. Eres tú quien concluyes hablando del Amo de la viña: «A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores que le paguen los frutos a su tiempo.» Ciertamente, ¿se puede pensaren una muerte peor que la de un Apocalipsis científico del que hemos tenido algunos anticipos?

Al haberlo echado de la naturaleza, el hombre ha puesto a Dios ante este dilema: o bien quedarse en la puerta, dejar indefinidamente que el hombre sabotee a gusto lo que es una obra divina, dejarlo jugar con ella, dejarlo violentarla a su antojo y placer, o bien que Dios regrese, drástico, para volver a poner al, hombre en su lugar y restaurar de ese modo la maravillosa inocencia de la naturaleza.

Querría que la ciencia hiciera del hombre un dios, ¿el hombre se sentiría mejor dentro de ese, pellejo? ¿Qué Dios angustiado y endeble sería ese que al final moriría lo mismo sin entregar su espíritu a quienquiera que sea, pues lo que estaría muerto en él, mucho antes que él mismo, es precisamente su espíritu? Por cierto, el hombre no está cómodo en su papel de amo, tiene modales de usurpador y de advenedizo. Mira siempre hacia el lado de la puerta de tanto que teme ver regresar al verdadero Amo.

«El diablo es el imitador de Dios.» El hombre disfrazado de tirano de la naturaleza hace también de imitador de Dios.

De un imitador a otro, a lo largo de algunos millares de generaciones, ¿será ése el único destino de la humanidad?

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