La catequesis de Evelyn Waugh

Cuando Evelyn Waugh decidió acercarse al catolicismo —1930, él tenía 27 años, dos novelas, un divorcio, un entorno de artistas, intelectuales y gente de alta sociedad —, su instructor fue el padre D’Arcy; un cura jesuita experimentado en esas lides. Waugh era un tipo de esos de exterior frío, con sus ribetes de acidez e ironía, y un implacable desdén contra cualquier tipo de sentimentalismo. Es difícil —siempre es difícil— determinar sus motivos para su conversión (su acercamiento en esos días a cierta familia de alta sociedad y con un catolicismo algo extravagante parece sólo una ocasión y no un motivo), pero seguramente tuvo algo que ver la necsidad de encontrar un punto de apoyo, un punto firme en el caos moral e intelectual que era su vida.
Sus charlas con el padre D’Arcy, entonces, fueron algo atípicas. Y el cura estaba contento de esa atipicidad. Años después recordaba:
[Evelyn Waugh] era un hombre de convicciones muy fuertes y de cabeza muy clara. Se había convencido a sí mismo de un modo que no tenía nada que ver con los sentimientos, solamente con una pasíón intelectual, acerca de la verdad de la fe católica, y estaba seguro de que así debía salvar su alma.
De ahí que en las charlas que tuvo conmigo siempe quería saber exactamente el significado y el contenido de la fe católica, y a veces me interrumpía para hacer objeciones; una vez que lo entendía, me pedía que siguiera adelante.

Por eso, fue una de las personas que he conocido que daba más satisfacciones a su instructor en la fe… a diferencia de otras, que recuerdo que siempre estaban diciendo:
—»Sí, creo que eso encaja con mi experiencia…»
Evelyn jamás decía esas cosas. Lo que deseaba por encima de todo era enterarse de lo que Dios había revelado, no de lo que él sentía.

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