Pecado y estética

Barbara Nicolosi (una bloguera yanqui, católica, guionista de Holywood y con mucho sentido común) comenta sobre entretelones de la película sobre Santa Teresita que se estrenó (en EEUU) hoy. El post es notable -y doloroso. Me parece que el asunto (no sólo la película, sino todo lo que la ronda) es peor de lo que yo sospechaba. Parece que es una muestra más del desprecio (por no decir odio) de tantos católicos por la belleza.
Así les va.

Cada vez me fastidian más esos militantes, tan entusiastas a la hora de criticar o apoyar a otros según lo que opinan, en lugar de lo que hacen (contemplación incluida): tal o cual persona o panfleto es bueno, es «de buena línea», dicen. Que sea torpe, importuno, feo … eso es secundario, meras cuestiones de forma, de ropaje, de tono (eso será a lo sumo motivo de lamento, no de condena).
«A la tarde nos juzgarán por nuestras opiniones»… parecen creer.

No sé si no vendría bien recordar el sentido original de la palabra «pecado» (como tropiezo, fallo, error); y que si yo digo «Un cineasta católico que hace una película mala (devota y bien intencionada) sobre Santa Teresita, comete un pecado» estoy diciendo algo más que un arcaísmo. No sé si no podría aplicarse aquello de que no se trata de decir «Señor, Señor», sino de cumplir la voluntad del Padre. Y no sé si será presuntuso suponer que amar la belleza y la inteligencia (con un amor que no es un sentimiento o una opinión, sino un acto – con su cuota de sacrificio, esfuerzo y atención) es cumplir esa voluntad.
… los católicos modernos odian el arte con un odio salvaje, atroz; les asusta la Belleza como una tentación pecaminosa, como el Pecado mismo, y la audacia del Genio les horroriza como una mueca de Lucifer.
… decía Leon Bloy hace un siglo. Y creo que eso contesta, en parte al menos, una pasada perplejidad de la misma Barbara (cómo es que Europa tiene tanta belleza y tan poca fe). Un lector le comenta
… cierta eclesiología contemporánea que se enseña en los seminarios, ve a la «belleza estética» como un obstáculo a la creación de la «belleza moral», al sentido de «comunidad» que la nueva liturgia supuestamente debe propiciar. Es en realidad una vieja bandera de la Reforma, que dio lugar a la tendencia iconoclasta protestante; y ahora la tenemos entre nosotros.
Esto tiene sus más y sus menos, a mi ver. Porque, como cualquiera puede comprobar entrando a una iglesia porteña «vieja», barroca en la ornamentación y sulpiciana en las imágenes, el problema no es «contemporáneo» ni de «iconoclastia», sino de fealdad pura y simple. Verdad es que la profusión de fealdad y la iconoclastia pueden verse como esos opuestos que están en el mismo plano, en relación directa (como el comunismo frente al capitalismo, tal vez).

Sobre la formación en los seminarios, no conozco demasiado… pero sospecho fuertemente que si los curas salieran conociendo menos frases hechas para meter en sus sermones y más poesía (pero poesía en serio; no versitos devotos) sería un bien enorme. Meras sospechas -o prejuicios- míos.

El mismo comentador cita una frase notable de Simone Weil: «La Belleza es la trampa que Dios nos tiende». Trampa que nos tiene para atraparnos, se entiende. Bloy diría que los católicos modernos parecen creer que la Belleza es la trampa del Diablo.

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