Artículo 1:
¿Fue necesario que Cristo resucitase?
lat
Objeciones por las que parece no haber sido necesario que Cristo
resucitase.
1. Dice el Damasceno, en el libro IV:
La
resurrección es un levantarse por segunda vez del cuerpo animal que se
corrompió y cayó. Pero Cristo no murió por causa del pecado, ni se
corrompió su cuerpo, como es manifiesto por lo dicho anteriormente
(
q.15 a.1;
q.51 a.3). Luego no le conviene propiamente
resucitar.
2. Aún más: cualquiera que resucita es promovido a algo más
alto, porque levantarse equivale a moverse hacia lo alto. Ahora
bien, el cuerpo de Cristo, después de su muerte, permaneció unido a la
divinidad, y de esta manera no pudo ser promovido a algo más alto.
Luego no le competía resucitar.
3. Todo lo hecho tocante a la humanidad de Cristo, se
ordena a nuestra salvación. Pero para nuestra salvación era suficiente
la pasión de Cristo, por la que hemos sido liberados de la culpa y de
la pena, como es claro por lo dicho antes (
q.49 a.1 y
a.3). Luego no
fue necesario que Cristo resucitase de entre los muertos.
Contra esto: está lo que se dice en Lc 24,46: Era necesario que
Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos.
Respondo: Fue necesario que Cristo resucitase
por cinco motivos. Primero, para recomendación de la justicia divina,
que es la encargada de exaltar a los que se humillan por Dios, según
aquellas palabras de Lc 1,52:
Derribó a los poderosos de su trono,
y exaltó a los humildes. Así pues, al haberse humillado Cristo
hasta la muerte de cruz, por caridad y por obediencia a Dios, era
necesario que fuese exaltado por Dios hasta la resurrección gloriosa.
Por lo que, en el Sal 138,2, se dice de su persona:
Tú
conociste, esto es,
aprobaste mi sentarme, es decir,
mi
humillación y mi pasión y mi resurrección, lo que equivale a
mi
glorificación por la resurrección, como lo expone la
Glosa.
Segundo, para la instrucción de nuestra fe. Por su resurrección,
efectivamente, fue confirmada nuestra fe en la divinidad de Cristo
porque, como se dice en 2 Cor 13,4, aunque fue crucificado por
nuestra flaqueza, está sin embargo vivo por el poder de Dios. Y,
por este motivo, se escribe en 1 Cor 15,14: Si Cristo
no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es
nuestra fe. Y en el Sal 29,10 se pregunta: ¿Qué utilidad habrá
en mi sangre, esto es, en el derramamiento de mi sangre,
mientras desciendo, como por unos escalones de calamidades, a la
corrupción? Como si dijera: Ninguna. Pues si no resucita
al instante, y mi cuerpo se corrompe, a nadie predicaré, a nadie
ganaré, según expone la Glosa.
Tercero, para levantar nuestra esperanza. Pues, al ver que Cristo
resucita, siendo El nuestra cabeza, esperamos que también nosotros
resucitaremos. De donde, en 1 Cor 15,12, se dice: Si se predica que
Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo algunos de entre
vosotros dicen que no hay resurrección de los muertos? y en Job
19,25.27 se escribe: Yo sé, es claro que por la certeza de la
fe, que mi Redentor, esto es, Cristo, vive, por
resucitar de entre los muertos, y por eso resucitaré yo de
la tierra en el último día; esta esperanza está asentada en mi
interior.
Cuarto, para instrucción de la vida de los fieles, conforme a
aquellas palabras de Rom 6,4: Como Cristo resucitó de entre los
muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos
una vida nueva. Y debajo (v.9.11): Cristo, al resucitar de
entre los muertos, ya no muere; así, pensad que también vosotros
estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios.
Quinto, para complemento de nuestra salvación. Porque, así como por
este motivo soportó los males muriendo para librarnos de ellos, así
también fue glorificado resucitando para llevarnos los bienes, según
aquel pasaje de Rom 4,25: Fue entregado por nuestros pecados, y
resucitó para nuestra justificación.
A las objeciones:
1. Aunque Cristo no cayó por causa
del pecado, cayó, sin embargo, a causa de la muerte; pues, como el
pecado es la caída de la justicia, así también la muerte es la caída
de la vida. Por lo que puede entenderse de la persona de Cristo lo que
se dice en Miq 7,8:
No te alegres, enemiga mía, acerca de mí,
porque caí; me levantaré.
Igualmente también, aunque el cuerpo de Cristo no fue desintegrado
por la incineración, la separación entre su alma y su cuerpo fue, no
obstante, una especie de desintegración.
2. La divinidad estaba unida al
cuerpo de Cristo, después de la muerte, con la unión personal, pero no
con la unión de la naturaleza, a la manera en que el alma está unida
al cuerpo como forma a fin de constituir la naturaleza humana. Y por
eso, al estar el cuerpo unido al alma, fue promovido a un estado más
alto de naturaleza; pero no a un estado más alto de la
persona.
3. Hablando con propiedad, la
pasión de Cristo obró nuestra salvación en cuanto al alejamiento de
los males; en cambio, la resurrección lo hizo como inicio y ejemplar
de los bienes.
Artículo 2:
¿Fue conveniente que Cristo resucitase al tercer día?
lat
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo
resucitase al tercer día.
1. Los miembros deben ser conformes con la cabeza. Ahora bien,
nosotros, que somos miembros de Cristo, no resucitamos de la muerte al
tercer día, sino que nuestra resurrección se aplaza hasta el fin del
mundo. Luego parece que Cristo, por ser nuestra cabeza, no debió
resucitar al tercer día, sino que su resurrección debió diferirse
hasta el fin del mundo.
2. En Act 2,24 dice Pedro que era imposible que Cristo
fuera retenido por el infierno, y por la muerte. Pero mientras uno
está muerto, es retenido por la muerte. Luego da la impresión de que
la resurrección de Cristo no debió aplazarse hasta el tercer día, sino
que debió resucitar al instante, en el mismo día; especialmente cuando
la glosa, antes citada, dice que no hay ninguna utilidad en el
derramamiento de la sangre de Cristo si no resucita al
momento.
3. Parece que el día comienza con la salida del sol, que
con su presencia origina el día. Pero Cristo resucitó antes de la
salida del sol, pues en Jn 20,1 se dice que el primer día de la
semana, María Magdalena vino al sepulcro de madrugada, cuando todavía
era de noche; y entonces ya había resucitado
Cristo, porque continúa: y vio la piedra quitada del sepulcro.
Luego Cristo no resucitó al tercer día.
Contra esto: está lo que se dice en Mt 20,19: Le entregarán a los
gentiles para que le escarnezcan, le flagelen y le crucifiquen; pero
al tercer día resucitará.
Respondo: Como acabamos de decir (
a.1), la
resurrección de Cristo fue necesaria para instrucción de nuestra fe. Y
nuestra fe recae tanto en la divinidad como en la humanidad de Cristo,
pues no basta creer una cosa sin la otra, como es manifiesto por lo
dicho anteriormente (
q.36 a.4;
2-2 q.2 a.7 y
8). Y por eso, para
confirmar la fe en su divinidad, convino que resucitase pronto, y que
su resurrección no se aplazase hasta el fin del mundo; y para que se
hiciese firme la fe en su humanidad y en su muerte, fue necesario que
mediase un intervalo entre su muerte y su resurrección, pues si
hubiese resucitado inmediatamente después de la muerte, podría dar la
impresión de que ésta no fue real y, por consiguiente, tampoco la
resurrección. Pero para poner en claro la verdad de la muerte de
Cristo bastaba con que su resurrección se difiriese hasta el tercer
día, pues no acontece que en este espacio de tiempo dejen de aparecer
algunas señales de vida en el hombre que, tenido por muerto, vive sin
embargo.
Por la resurrección al tercer día se avalora la perfección del
ternario, que es el número de todas las cosas, como que
contiene el principio, el medio y el fin, como se dice en I De Coelo.
Místicamente muestra también que Cristo con su sola muerte, a
saber, la corporal, que fue luz por su bondad, destruyó nuestras
dos muertes, esto es, la del cuerpo y la del alma,
que son tenebrosas por causa del pecado. Y, por ese motivo, permaneció
muerto un día entero y dos noches, como escribe Agustín en IV De
Trín.
Por eso también se da a entender que, con la resurrección de Cristo,
comenzaba la tercera era. Pues la primera fue la anterior a la ley; la
segunda, la de la ley; la tercera, la de la gracia. Con la
resurrección de Cristo empieza asimismo el tercer estado de los
santos. Porque el primero tuvo lugar bajo las figuras de la ley; el
segundo, en la verdad de la fe; el tercero se producirá en la
eternidad de la gloria, a la que Cristo dio principio con su
resurrección.
A las objeciones:
1. La cabeza y los miembros son
conformes en la naturaleza, pero no en el poder, pues el poder de la
cabeza es superior al de los miembros. Y, por tal motivo, para
demostrar la excelencia del poder de Cristo, fue conveniente que El
resucitase al tercer día, aplazándose la resurrección de los demás
hasta el fin del mundo.
2. La retención implica cierta
coacción. Pero Cristo no era retenido atado por necesidad alguna de la
muerte, sino que estaba libre entre los muertos (cf. Sal 87,6).
Y por esto permaneció algún tiempo en la muerte, no como retenido,
sino por propia voluntad, mientras juzgó que eso era necesario para
instrucción de nuestra fe. Y se dice que se hace al instante lo que se
realiza en un corto espacio de tiempo.
3. Como antes se expuso (
q.51 a.4 ad 1 y
2), Cristo resucitó hacia el amanecer, cuando ya clareaba el
día, para dar a entender que, con su resurrección, nos impulsaba hacia
la luz de la gloria; así como murió al atardecer, cuando el día tiende
a las tinieblas, para significar que, mediante su muerte, destruía las
tinieblas de la culpa y de la pena. Y, sin embargo, se dice que
resucitó al tercer día, entendiendo éste como un día natural, el que
comprende el espacio de veinticuatro horas. Y, como dice Agustín, en
IV
De Trin.,
la noche que se prolonga hasta
el amanecer en que se anunció la resurrección de Cristo, pertenece al
tercer día. Porque Dios, que dijo que brillase la luz en las
tinieblas, a fin de que, por la gracia del Nuevo Testamento y por la
participación en la resurrección de Cristo, oyésemos: Fuisteis algún
tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Ef 5,8),
en
cierto modo nos manifiesta que el día tiene su principio en la noche.
Pues así como los primeros días, a causa de la futura caída del
hombre, se cuentan desde la luz hasta la noche, así también éstos, por
causa de la reparación del hombre, se cuentan desde las tinieblas a la
luz.
Y así resulta claro que, incluso si hubiera resucitado a media noche,
se podría decir que había resucitado al tercer día,
entendiendo éste por el día natural. Pero, habiendo
resucitado al amanecer, se puede decir que resucitó al tercer día
incluso tomando el día como día artificial, el que es producido por la
presencia del sol, porque el sol comenzaba ya a iluminar la atmósfera.
Por lo que también en Mc 16,2 se dice que las mujeres vinieron al
sepulcro salido ya el sol. Lo cual no es contrario a lo que
dice Juan: cuando todavía era de noche (Jn 20,1), pues, como
dice Agustín, en el libro De consensu Evang.: cuando nace el día, los vestigios de las tinieblas tanto más
desaparecen cuanto más fuerza va tomando la luz; y lo que dice
Marcos: salido ya el sol (Mc 16,2), no debe entenderse como
si el sol se dejase ver ya sobre la tierra, sino como aproximándose a
aquellas regiones.
Artículo 3:
¿Fue Cristo el primero en resucitar?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no fue el primero en
resucitar.
1. En el Antiguo Testamento se lee que Elias y Elíseo
resucitaron algunos muertos (cf. 1 Re 17,19; 2 Re 4,32), conforme a
aquel pasaje de Heb 11,35: Las mujeres recibieron sus muertos
resucitados. Igualmente, Cristo, antes de su pasión, resucitó tres
muertos (cf. Mt 9,18; Lc 7,11; Jn 11). Luego Cristo no fue el primero
de los resucitados.
2. En Mt 27,52 se cuenta, entre otros milagros acaecidos a
la hora de su pasión, que se abrieron los sepulcros, y muchos
cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Luego Cristo no
fue el primero de los resucitados.
3. Así como Cristo, por medio de su resurrección, es causa
de la nuestra, así también, por su gracia, es causa de nuestra gracia,
según aquellas palabras de Jn 1,16: De su plenitud hemos recibido
todos. Pero, temporalmente, otros tuvieron la gracia antes que
Cristo, como sucedió con todos los Padres del Antiguo Testamento.
Luego también algunos alcanzaron la resurrección corporal antes que
Cristo.
Contra esto: está lo que se dice en 1 Cor 15,20: Cristo resucitó de
entre los muertos, como primicias de los que duermen, porque
—comenta la Glosa — resucitó el primero en
el tiempo y en la dignidad.
Respondo: La resurrección es la vuelta de la
muerte a la vida. Pero son dos los modos en que uno es arrancado de la
muerte. Uno, cuando esa liberación se limita a la muerte actual, de
suerte que alguien comienza a vivir de cualquier manera, después de
haber muerto. Otro, cuando alguien es librado no sólo de la muerte
sino también de la necesidad y, lo que es más, de la posibilidad de
morir. Y ésta es la resurrección verdadera y perfecta. Porque,
mientras uno vive sujeto a la necesidad de morir, en cierto modo le
domina la muerte, según aquellas palabras de Rom 8,10: El
cuerpo
está muerto por causa del pecado. Y lo que es posible que exista,
existe de algún modo, esto es, potencialmente. Y así resulta evidente
que la resurrección que sólo libra a uno de la muerte actual, es una
resurrección imperfecta.
Hablando, pues, de la resurrección perfecta, Cristo es el primero de
los resucitados, porque, al resucitar, fue el primero de todos en
llegar a la vida enteramente inmortal, conforme a aquellas palabras de
Rom 6,9: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere.
Pero, con resurrección imperfecta, algunos resucitaron antes que
Cristo, para demostrar de antemano, como una señal, la resurrección de
Aquél.
A las objeciones:
1. Da resuelta con lo que se
acaba de exponer en la solución. Porque, tanto los que resucitaron en
el Antiguo Testamento como los que Cristo resucitó, volvieron a la
vida para volver a morir.
2. Sobre los que resucitaron con
Cristo hay dos opiniones. Algunos sostienen que
volvieron a la vida como para no volver a morir, pues
sería para ellos mayor tormento tener que volver a morir que no haber
resucitado. Y en este sentido habría que entender, como escribe
Jerónimo,
In Matth., el que
no resucitaron
antes de que resucitase el Señor. Por esto dice también el
Evangelista que,
saliendo de los sepulcros, después de la
resurrección de El, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a
muchos (Mt 27,53).
Pero Agustín, en la epístola Ad Evodium, al
citar esta opinión, dice: Sé que algunos opinan que, en el momento
de la muerte de Cristo el Señor, fue otorgada a los justos una
resurrección de la misma clase que la que a nosotros se nos promete
para el fin del mundo. Pero, si no volvieron a morir, despojándose de
sus cuerpos, habrá que ver el modo de entender cómo es Cristo el
primogénito de los muertos (Col 1,18) si le precedieron tantos
en una resurrección de esa clase. Porque, si se responde que esto se
dice por anticipación, de modo que se entienda que los sepulcros se
abrieron a causa del terremoto acaecido mientras Cristo pendía de la
cruz; pero que los cuerpos de los justos no resucitaron entonces, sino
una vez que El resucitó primero, todavía queda esta dificultad: ¿Cómo
aseguró Pedro que había sido predicho, no de David sino de Cristo, que
su carne no vería la corrupción, puesto que se conservaba entre ellos
el sepulcro de David? Y no los convencería, si el cuerpo de David ya
no estaba allí, porque, aunque hubiese resucitado antes, apenas
muerto, y su carne no hubiese experimentado la corrupción, se hubiera
podido conservar su sepulcro. Por otra parte parece duro que David, de
quien desciende Cristo, no figurase en aquella resurrección de los
justos, en caso de que les hubiese sido otorgada la resurrección
eterna. Peligraría también lo que se dice de los antiguos justos, en
la Carta a los Hebreos: para que sin nosotros no llegasen ellos a la
perfección (Heb 11,40), en caso de queja entonces hubiesen
logrado la incorrupción de la resurrección que a nosotros se nos
promete para perfeccionarnos al fin del mundo.
Así, pues, da la impresión de que Agustín piensa que resucitarían
para volver a morir. Y en esta línea parece que va también lo que dice
Jerónimo, In Matth.: Como resucitó Lázaro,
así también resucitaron muchos cuerpos de los Santos para manifestar
al Señor resucitado. Aunque, en un Sermón De
Assumptione, lo deja en la duda. No obstante, los
argumentos de Agustín parecen mucho más poderosos.
3. Así como los acontecimientos
que precedieron a la venida de Cristo fueron una preparación con miras
a El, así también la gracia es una disposición para la gloria. Y, por
este motivo, todo lo que atañe a la gloria, bien en cuanto al alma,
como la perfecta fruición de Dios, bien en cuanto al cuerpo, como la
resurrección gloriosa, debió existir temporalmente primero en Cristo,
como en el autor de la gloria. Pero convenía que la gracia se hallase
primeramente en las cosas que se ordenaban a Cristo.
Artículo 4:
¿Fue Cristo causa de su resurrección?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no fue causa de su propia
resurrección.
1. No es causa de su propia resurrección cualquiera que es resucitado
por otro. Pero Cristo fue resucitado por otro, según aquellas palabras
de Act 2,24: A quien Dios resucitó, librándole de los dolores del
infierno; y Rom 8,11: El que resucitó a Jesucristo de entre los
muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales, etc. Luego
Cristo no es causa de su resurrección.
2. No se dice que uno merezca, o que pida a otro, aquello de
lo que él mismo es causa. Pero Cristo, con su pasión, mereció la
resurrección, pues, como dice Agustín, In loann.: La humildad de la pasión es el mérito de la gloria de la
resurrección. Incluso el propio Cristo pide al Padre que le
resucite, según el Sal 40,11: Pero tú, Señor, ten misericordia de
mí y resucítame. Luego Cristo no fue causa de su
resurrección.
3. Como demuestra el Damasceno, en el libro
IV, la resurrección no es propia del alma sino del
cuerpo, que sucumbe por la muerte. Ahora bien, el cuerpo no fue capaz
de unir a sí el alma, porque ésta es más noble que él. Luego lo que
resucitó en Cristo no pudo ser causa de su resurrección.
Contra esto: está lo que dice el Señor, en Jn 10,17.18: Nadie me
quita mi alma, sino que la entrego yo mismo y vuelvo a tomarla.
Pero resucitar no es otra cosa que volver a tomar el alma. Luego
parece que Cristo resucitó por su propia virtud.
Respondo: Como antes hemos expuesto (
q.50 a.2 y
3), por la muerte no se separó la divinidad ni del alma de Cristo, ni
de su cuerpo. Así pues, tanto el alma de Cristo muerto como su cuerpo
pueden considerarse de dos maneras: Una, por razón de la divinidad;
otra, por razón de su naturaleza creada. Por consiguiente, de acuerdo
con el poder de la divinidad, tanto el cuerpo reasumió el alma de la
que se había separado, como reasumió el alma el cuerpo del que se
había despojado. Y esto es lo que se dice de Cristo en 2 Cor 13,4,
pues
aunque fue crucificado por nuestra debilidad, vive, sin
embargo, por el poder de Dios.
En cambio, si consideramos el cuerpo y el alma de Cristo muerto de
acuerdo con el poder de la naturaleza creada, no pudieron volver a
unirse el uno con el otro, sino que fue necesario que Dios resucitase
a Cristo.
A las objeciones:
1. El Padre y el Hijo tienen una
misma virtud y operación divina. De donde se sigue esta doble
realidad: Que Cristo fue resucitado por la virtud del Padre, y por la
suya propia.
2. Cristo, orando, pidió y mereció
su resurrección en cuanto hombre, pero no en cuanto
Dios.
3. El cuerpo, según su naturaleza
creada, no es más poderoso que el alma de Cristo; pero sí lo es
conforme a su naturaleza divina. Y el alma, a su vez, en cuanto unida
a la divinidad, es más poderosa que el cuerpo considerado según su
naturaleza creada. Y por tanto, según el poder divino, el cuerpo y el
alma se reasumieron mutuamente, pero no según el poder de la
naturaleza creada.