Artículo 1:
¿La resurrección de Cristo debió ser manifestada a
todos?
lat
Objeciones por las que parece que la resurrección de Cristo debió ser
manifestada a todos.
1. Como al pecado público se le debe un castigo público, según aquel
pasaje de 1 Tim 5,20: Al que peca, corrígele delante de todos,
así al mérito público le es debido un premio público. Ahora bien, la gloria de la resurrección es el premio de la humildad de la
pasión, como dice Agustín, In loann. '. Luego habiendo sido
manifiesta a todos la pasión de Cristo, que padeció en público, parece
que la gloria de su resurrección también debió ser conocida por
todos.
2. Como la pasión de Cristo se ordena a nuestra salvación,
así también su resurrección, según aquellas palabras de Rom 4,25: Resucitó para nuestra justificación. Pero lo que es útil para
todos, a todos debe ser manifestado. Luego la resurrección de Cristo
debió ser manifestada a todos, y no particularmente a
algunos.
3. Aquellos a quienes fue manifestada la resurrección
fueron testigos de la misma, por lo cual se dice en Act 3,15: A
quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos
testigos. Y daban este testimonio predicando en público. Lo cual
no conviene, ciertamente, a las mujeres, según aquellas palabras de 1
Cor 14,34: Las mujeres cállense en las asambleas; y 1 Tim
2,12: No permito que la mujer enseñe. Luego no parece acertado
el que la resurrección fuese manifestada a las mujeres antes que a
todos los hombres en general.
Contra esto: está lo que se dice en Act 10,40-41: A quien Dios
resucitó al tercer día, y le concedió el manifestarse, no a todo el
pueblo, sino a los testigos escogidos por Dios de antemano.
Respondo: Entre las cosas conocidas, unas lo
son por una ley común de la naturaleza; otras, en cambio, por un don
especial de la gracia, como acontece con las cosas reveladas por Dios.
Sobre éstas, la ley establecida por Dios, como dice Dionisio en De
Cael. Hier., es que Dios las revele inmediatamente
a los superiores, para que, por medio de ellos, lleguen a los
inferiores, como es manifiesto en la ordenación de los espíritus
celestiales. Ahora bien, lo que toca a la gloria futura, excede el
conocimiento común de los hombres, según estas palabras de Is 64,4: El ojo no ha visto sin ti, ¡oh Dios!, lo que has preparado para los
que te aman. Y, por tal motivo, este género de cosas no es
conocido por el hombre, a no ser que Dios se lo revele, como dice el
Apóstol, en 1 Cor 2,10: A nosotros nos lo reveló Dios por medio de
su Espíritu. Por consiguiente, al haber resucitado Cristo con
una resurrección gloriosa, ésta no fue manifestada, por esa causa, a
todo el pueblo, sino a algunos, por cuyo testimonio llegaría a
conocimiento de los demás.
A las objeciones:
1. La pasión de Cristo se realizó
en un cuerpo que tenía todavía una naturaleza pasible, que todos
conocen por ley natural. Y por eso, la pasión de Cristo pudo ser
inmediatamente manifestada a todo el pueblo. En cambio, la
resurrección de Cristo tuvo lugar
por la gloria del Padre, como
dice el Apóstol, en Rom 6,4. Y, por tal motivo, no fue manifestada a
todos, sino a algunos.
Que a los pecadores públicos se les imponga un castigo público, ha de
entenderse del castigo de la vida presente. Y, del mismo modo, es
justo que los méritos públicos sean recompensados públicamente, para
que los demás sean estimulados. Pero las penas y los premios de la
vida futura no son manifestados públicamente a todos, sino
particularmente a aquellos escogidos por Dios de antemano.
2. La resurrección de Cristo, así
como es para la salvación común de todos, así llegó a noticia de
todos; no, en verdad, de modo que fuese manifestada inmediatamente a
todos, sino a algunos, por cuyo testimonio fuese llevada a los
demás.
3. No está permitido a las mujeres
enseñar públicamente en las asambleas, pero sí se les permite instruir
a algunos en privado mediante la exhortación familiar. Y por eso, como
dice Ambrosio,
In Lúe.,
la mujer es enviada a
aquellos que son de su casa y familia, pero no es enviada para
llevar al pueblo el testimonio de la resurrección.
Así pues, apareció en primer lugar a las mujeres, a fin de que la
mujer, que fue la primera en traer a la humanidad el principio de la
muerte, fuese también la primera en anunciar los principios de Cristo
resucitado en gloria. De donde dice Cirilo: La
mujer, que fue algún tiempo sirvienta de la muerte, percibió y anunció
la primera el venerable misterio de la resurrección. En consecuencia,
el sexo femenino logró la absolución de su ignominia y el repudio de
la maldición.
Con esto se demuestra al mismo tiempo que, en lo que atañe al estado
de la gloria, el sexo femenino no sufrirá detrimento de ninguna clase,
sino que gozará incluso de mayor gloria en la visión divina, en caso
de haber estado lleno de mayor claridad; puesto que las mujeres amaron
más intensamente al Señor, hasta el extremo de no apartarse de
su sepulcro cuando los discípulos se apartaron, vieron primero
al Señor resucitado para la gloria.
Artículo 2:
¿Hubiera sido conveniente que los discípulos vieran a Cristo
resucitar?
lat
Objeciones por las que parece haber sido conveniente que los
discípulos viesen resucitar a Cristo.
1. Correspondía a los discípulos dar testimonio de la resurrección de
Cristo, según aquellas palabras de Act 4,33: Los Apóstoles daban
testimonio con gran poder de la resurrección de Nuestro Señor
Jesucristo. Pero el testimonio más cierto es el de la vista. Luego
hubiera sido conveniente que viesen la resurrección de
Cristo.
2. Para tener la certeza de la fe, los discípulos vieron la
ascensión de Cristo, conforme al pasaje de Act 1,9: Viéndolo
ellos, fue levantado. Ahora bien, es igualmente necesario tener
una fe cierta de la resurrección de Cristo. Luego da la impresión de
que Cristo hubiera debido resucitar a la vista de sus
discípulos.
3. La resurrección de Lázaro fue una señal de la futura
resurrección de Cristo. Pero el Señor resucitó a Lázaro viéndolo sus
discípulos. Luego parece que también Cristo hubiera debido resucitar a
la vista de sus discípulos.
Contra esto: está lo que se dice en Mt 16,9: Resucitado el Señor en
la madrugada, el primer día de la semana, se apareció primero a María
Magdalena. Pero María Magdalena no le vio resucitar, sino que,
buscándolo, oyó del ángel: El Señor ha resucitado, no está
aquí. Luego nadie le vio resucitar.
Respondo: Como escribe el Apóstol en Rom
13,1, lo que viene de Dios, está ordenado. Y Dios ha
establecido este orden: Que cuanto está por encima de
los hombres, sea revelado a éstos por medio de los ángeles, como es
manifiesto por lo que dice Dionisio, en el c.4 de Cael.
Hier.. Ahora bien, Cristo, al resucitar, no volvió
a una vida comúnmente conocida por todos, sino a una vida inmortal y
conforme con Dios, según aquellas palabras de Rom 6,10: Viviendo,
vive para Dios. Y, por este motivo, la resurrección de Cristo no
debió ser vista inmediatamente por los hombres, sino que debieron
comunicársela los ángeles. Por lo cual dice Hilario, Super
Matth., que un ángel es el primer mensajero de
la resurrección, a fin de que ésta fuera anunciada mediante una
servidumbre de la voluntad del Padre.
A las objeciones:
1. Los Apóstoles pudieron dar
testimonio de la resurrección de Cristo incluso de vista, porque con
fe de testigos oculares vieron a Cristo vivo después de la
resurrección, cuando sabían que había muerto. Mas, así como a la
visión bienaventurada se llega por la audición de la fe, así los
hombres llegaron a la visión de Cristo resucitado mediante lo que
antes escucharon de los ángeles.
2. La ascensión de Cristo, por lo
que se refiere al punto de partida, no trascendía el conocimiento
común de los hombres, sino sólo en lo que atañe al término de llegada.
Y, por este motivo, los discípulos pudieron ver la ascensión de Cristo
en cuanto al punto de partida, esto es, en cuanto que se levantaba de
la tierra. Pero no la vieron en cuanto al término de llegada, porque
no vieron cómo fue recibido en el cielo. Ahora bien, la resurrección
de Cristo trascendía el conocimiento común lo mismo en lo que se
refiere al punto de partida, cuando su alma volvió de los infiernos y
su cuerpo salió del sepulcro cerrado, que en lo que atañe al término
de llegada, cuando alcanzó la vida gloriosa. Y, por consiguiente, la
resurrección no debió realizarse de suerte que fuese vista por los
hombres.
3. Lázaro resucitó para volver a
la misma vida que había tenido antes, la cual no excede el
conocimiento ordinario de los hombres. Y, por tanto, la razón es
distinta.
Artículo 3:
¿Cristo después de la resurrección debió vivir continuamente con sus
discípulos?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo, después de su resurrección,
hubiera debido vivir con sus discípulos.
1. Cristo se apareció a sus discípulos después de la resurrección
para confirmarles en la fe de la misma, y para llevar el consuelo a
los tristes, según aquellas palabras de Jn 20,20: Los discípulos se
alegraron al ver al Señor. Pero su certeza y su consuelo hubieran
sido mayores si continuamente se hubiese hecho presente entre ellos.
Luego parece que hubiera debido vivir de continuo con
ellos.
2. Cristo resucitado no subió al cielo al instante sino
pasados cuarenta días, como se lee en Act 1,3. Ahora bien,
durante este tiempo intermedio en ningún otro sitio pudo estar mejor
que donde estaban sus discípulos reunidos. Luego parece que debió
haber vivido continuamente con ellos.
3. Se lee que el mismo día de la resurrección Cristo se
apareció cinco veces, como dice Agustín en el libro De consensu
Evang.: Primero, a las mujeres junto al
sepulcro; segundo, a las mismas en el camino, cuando regresaban del
sepulcro; tercero, a Pedro; cuarto, a dos que iban a una aldea;
quinto, a varios en Jerusalén, cuando estaba ausente Tomás. Luego
parece que también en los restantes días anteriores a su ascensión
debió aparecérseles, por lo menos varias veces.
4. El Señor, antes de su pasión, había dicho: Después
de que resucite, os precederé a Galilea (Mt 26,32). Esto dijo
también el ángel, y el propio Señor, después de la resurrección, a las
mujeres (cf. Mt 28,7; Me 16,7). Y, sin embargo, se dejó ver antes en
Jerusalén, incluso el mismo día de la resurrección, como acabamos de
decir (obj.3); y volvió a aparecerse a los ocho días, como se lee en
Jn 20,26. Luego da la impresión de que Cristo, después de su
resurrección, no trató con sus discípulos del modo
oportuno.
Contra esto: está que en Jn 20,26 se dice que, después de ocho
días, Cristo se apareció a sus discípulos. Luego
no vivía con ellos de continuo.
Respondo: Sobre la resurrección de Cristo era
preciso declarar a sus discípulos dos cosas, a saber: la verdad de la
resurrección y la gloria del resucitado. Para manifestar la verdad de
la resurrección, basta con que se apareció varias veces; habló
familiarmente con ellos; comió y bebió, y se les ofreció para que le
palpasen. En cambio, para manifestar la gloria de la resurrección, no
quiso vivir de continuo con ellos, como antes lo había hecho, a fin de
no dar la impresión de que había resucitado a una vida igual a la que
antes tenía. Por lo cual, en Lc 24,44, les dice: Esto es lo que yo
os dije estando aún con vosotros. En estas circunstancias estaba
con ellos con una presencia corporal; pero antes había estado con
ellos no sólo con una presencia corporal, sino también mediante la
semejanza de la mortalidad. De donde, exponiendo las palabras
antedichas, dice Beda: Estando aún con vosotros,
esto es: Estando todavía en carne mortal, en la que estáis también
vosotros. Había resucitado entonces en la misma carne; pero no
compartía con ellos la misma mortalidad.
A las objeciones:
1. La aparición frecuente de
Cristo bastaba para asegurar a los discípulos en la verdad de la
resurrección; en cambio, el trato continuo hubiera podido inducirles a
error, suponiendo que creyeran que había resucitado a una vida
semejante a la que antes tenía. Y el consuelo de su presencia continua
se lo prometió para la otra vida, conforme a aquellas palabras de Jn
16,22: De nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os
quitará vuestro gozo.
2. A la segunda hay que decir: Cristo no vivía de continuo con
sus discípulos por pensar que estaría mejor en otro sitio, sino porque
pensaba que era más conveniente para la instrucción de sus discípulos
el no vivir continuamente con ellos, por la razón antedicha (en la
sol. y en el ad 1). Y no conocemos en qué sitios haya estado
corporalmente durante el tiempo intermedio, porque la Escritura
no lo cuenta, y en todo lugar está presente su imperio (Sal
102,22).
3. Se apareció con más frecuencia
el primer día, porque era preciso que fueran amonestados con muchos
argumentos, para que recibiesen desde el primer momento la fe en la
resurrección. Pero, una vez que la habían recibido, no era necesario
que fuesen instruidos con apariciones tan frecuentes, puesto que
estaban ya confirmados en la fe. Por esto se lee en el Evangelio que,
después del primer día, sólo se apareció cinco veces. Como escribe
Agustín, en el libro De consensu Evang., después
de las primeras cinco apariciones, se les apareció la sexta, cuando
le vio Tomás; la séptima, junto al mar de Tiberíades, en la pesca de
los peces; la octava, en un monte de Galilea, según Mateo
(28,16), estando
sentados a la mesa por última vez puesto que ya no volverían a comer
con El en la tierra; la décima, en el mismo día, ya no en la tierra
sino elevado en una nube, cuando subía al cielo. Pero no todas las
cosas están escritas, como declara Juan (21,25). Antes
de que subiese al cielo, su trato con ellos era frecuente; y esto
para consuelo de los mismos. Por lo cual, también en 1 Cor 15,6-7 se
dice que se apareció a más de quinientos hermanos a la vez después
se apareció a Santiago; apariciones que no menciona el
Evangelio.
4. Como escribe el
Crisóstomo, comentando lo que se dice en Mt 26,32
—
Después de resucitar, iré delante de vosotros a Galilea—:
No, explica,
va a una tierra lejana para aparecérseles, sino
que lo hace en la misma nación, y casi en las mismas regiones en
las que ordinariamente habían vivido con El;
para que también desde
entonces creyesen que el que fue crucificado es el mismo que
resucitó. Y asimismo
dice que va a Galilea, para librarlos del
miedo a los judíos.
Así pues, como dice Ambrosio, In Lúe., el
Señor había encargado a sus discípulos que le viesen en Galilea, pero
primeramente se les apareció cuando, por miedo, estaban encerrados en
un lugar. Y esto no es una transgresión de la promesa, sino más bien
un cumplimiento apresurado por pura liberalidad. Después, una vez fortalecidos los ánimos, aquéllos se fueron a
Galilea. Tampoco hay inconveniente en decir que los menos estaban en
el lugar cerrado, y muchísimos se encontraban en el
monte. Y, como dice Eusebio, dos Evangelistas, a saber, Lucas y Juan (Lc
24,36; Jn 20,19), cuentan que se apareció en Jerusalén solamente a
los once; pero los otros dos (Mt 28,7.10; Mc 16,7) dicen que el
ángel y el Salvador mandaron no sólo a los once, sino también a todos
los discípulos y hermanos, que se apresurasen a ir a Galilea. A
los cuales recuerda Pablo, cuando dice: Después se apareció a más
de quinientos hermanos a la vez (1 Cor 15,6). Pero la solución
más cierta es que primeramente se apareció, una o dos veces, a los que
estaban escondidos en Jerusalén, con el fin de consolarlos. Pero en
Galilea se manifestó no a escondidas, ni una o dos veces, sino con
gran poder, presentándoseles vivo, después de su pasión, con muchas
pruebas evidentes, como lo atestigua Lucas en los Hechos (Act
1,3).
O, como escribe Agustín en el libro De consensu
Evang.: Lo dicho por el ángel y por el Señor
—que iría delante de ellos a Galilea debe entenderse en sentido
profético. Pues en el nombre Galilea, en su sentido de
transmigración, es preciso entender que habían de emigrar del pueblo
de Israel a los gentiles, los cuales no darían fe a la predicación de
los Apóstoles a no ser que El mismo preparase el camino de sus
corazones. Y esto es lo que significa la expresión: Irá delante de
vosotros a Galilea. En cambio, si por Galilea se entiende
revelación, ésta no ha de interpretarse respecto a su forma de siervo,
sino de aquella por la que es igual al Padre, que prometió a los que
le aman, adonde, precediéndonos, no nos abandonó.
Artículo 4:
¿Debió aparecerse Cristo a sus discípulos con otra
figura?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no debió aparecerse a sus
discípulos con otra figura.
1. No puede dejarse ver según verdad sino lo que existe. Pero en
Cristo no existió más que una figura. Por consiguiente, si Cristo
apareció bajo una figura distinta, esa aparición no fue auténtica sino
supuesta. Ahora bien, esto es indecoroso, porque, como dice Agustín,
en el libro Octog. trium Quaest., si engaña,
no es la Verdad; pero Cristo es la Verdad. Luego parece que Cristo
no debió aparecerse a los discípulos bajo otra figura.
2. Nada puede aparecer bajo una figura distinta de la que
tiene, a no ser que los ojos de quienes la miran queden desorientados
mediante engaños. Pero los engaños de esta clase, por lograrse por
medio de artes mágicas, no convienen a Cristo, según aquellas palabras
de 2 Cor 6,15: ¿Qué concordia (hay) entre Cristo y
Belial? Luego da la impresión de que no debió aparecerse en una
figura distinta.
3. Así como nuestra fe se asegura por la Sagrada
Escritura, así también los discípulos fueron certificados en la fe
de la resurrección por las apariciones de Cristo. Ahora bien, como
dice Agustín en su Epístola Ad Hieronymum, si
se admite una sola mentira en la Sagrada Escritura, quedará
pulverizada toda su autoridad. Luego con que Cristo haya aparecido una
sola vez a sus discípulos bajo una figura distinta a la que tenía, se
vendría abajo lo que los discípulos vieron en El después de la
resurrección. Esto es inaceptable. Por consiguiente, no debió
aparecerse bajo una figura distinta.
Contra esto: está lo que se narra en Mc 16,12: Después de esto, se
apareció, bajo otra figura, a dos de ellos, cuando iban a una
aldea.
Respondo: Como se acaba de exponer (
a.1 y
2),
la resurrección de Cristo debía manifestarse a los hombres en la forma
en que les suelen ser reveladas las cosas divinas. Pero los hombres
las conocen de acuerdo con la diversidad de sus sentimientos. Porque
los que tienen el alma bien dispuesta reciben las cosas divinas según
la verdad. En cambio, los que no tienen la mente bien dispuesta las
captan con una cierta mezcla de duda y de error, pues
el hombre
animal no capta las cosas del Espíritu de Dios, como se dice en 1
Cor 2,14. Y, por este motivo, Cristo, después de la resurrección, se
apareció en su propia figura a algunos que estaban dispuestos para
creer. Pero se apareció bajo otra figura a quienes ya daban la
impresión de ir poniéndose tibios respecto de la fe; por lo que
decían:
Nosotros esperábamos que sería El el que iba a redimir a
Israel (Lc 24,21). Por esto dice Gregorio, en una
Homilía, que
se les manifestó en el cuerpo tal
como estaba en su mente. Y porque en sus almas era todavía un
peregrino con relación a la fe, fingió que iba más
lejos, a saber, como si fuera un peregrino.
A las objeciones:
1. Como escribe Agustín en el
libro De Quaestionibus Evang., no todo lo
que fingimos es mentira. Pero cuando fingimos algo que nada significa,
entonces hay mentira. En cambio, cuando nuestra ficción se aplica a un
significado, no hay mentira sino una figura de la verdad. De otro
modo, todo lo que los santos y sabios varones, e incluso el mismo
Señor, han dicho figuradamente, sería tenido por mentira porque,
conforme al sentido comúnmente aceptado, la verdad no consiste en
expresiones de esa clase. Y asi como se fingen las palabras, así se
fingen también los hechos para significar algo sin mentira alguna.
Y así sucede en este caso, como acabamos de decir (en la
sol.).
2. Como escribe Agustín, en el
libro De consensu Evang., el Señor podía
transformar su cuerpo, de suerte que su figura fuese verdaderamente
distinta de la que acostumbraban a ver, ya que también antes de la
pasión se transfiguró en el monte, de modo que su rostro resplandecía
como el sol. Pero ahora no sucedió así. No es ningún desatino pensar
que el impedimento en los ojos de los discípulos provino de Satanás,
para que no conociesen a Jesús. De donde, en Lc 24,16, se dice
que sus ojos estaban impedidos, para que no le reconociesen.
3. La objeción alegada tendría
valor en caso de que los discípulos, de la vista de la figura distinta
no hubieran sido conducidos a contemplar la verdadera figura de
Cristo. Como dice Agustín en el mismo lugar, Cristo
sólo permitió que sus ojos estuviesen impedidos, del modo
dicho, hasta la fracción del pan, a fin de que, haciéndoles
partícipes de la unidad de su cuerpo, se comprenda que fue retirado el
impedimento del enemigo, de modo que pudieran reconocer a Cristo.
Por lo cual añade en el mismo lugar que se les abrieron los ojos
y le conocieron (Lc 24,31): no porque antes caminasen con los
ojos cerrados, sino porque se interponía algo que no les permitía
reconocer lo que veian, como suele producirlo la debilidad de la
vista o algún humor.
Artículo 5:
¿Cristo debió poner de manifiesto la verdad de su resurrección con
argumentos?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no debió declarar con
argumentos la verdad de su resurrección.
1. Dice Ambrosio: Donde se busca la fe, sobran los
argumentos. Pero acerca de la resurrección de Cristo se requiere
la fe. Luego sobran los argumentos.
2. Gregorio escribe: Carece de mérito la
fe a la que la razón humana proporciona pruebas. Ahora bien, no
era propio de Cristo anular el mérito de la fe. Luego no le
correspondía a El confirmar su resurrección con argumentos.
3. Cristo vino al mundo para que por medio de El
consiguiesen los hombres la bienaventuranza, según aquellas palabras
de Jn 10,10: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en
abundancia. Pero con las manifestaciones de argumentos de este
género parece que se suministra un obstáculo para la bienaventuranza,
puesto que, por boca del mismo Señor, se dice en Jn 20,29: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Luego da la
impresión de que Cristo no debió manifestar su resurrección por medio
de algunos argumentos.
Contra esto: está que en Act 1,3 se dice: Cristo se apareció a sus
discípulos por espacio de cuarenta días con muchas pruebas, hablándoles
del reino de Dios.
Respondo: El argumento se denomina de dos
maneras. Unas veces se llama argumento a cualquier
razón que hace
ver una cosa dudosa. Otras, por argumento se
entiende algún signo sensible que se aduce para la manifestación de
una verdad; en este sentido también Aristóteles, algunas veces, se
sirve de la palabra argumento en sus libros. Así pues,
tomando el argumento en el primer sentido, Cristo no demostró su
resurrección a los discípulos por medio de argumentos. Porque tal
prueba por medio de argumentos parte de unos principios que, si no eran conocidos por los discípulos, nada les demostrarían, puesto que lo conocido no puede originarse de lo desconocido; y, si conocían tales principios, no rebasarían la razón humana y, por consiguiente, no serían eficaces para confirmar la fe en la resurrección, que sobrepuja la razón humana; pero es necesario servirse de unos principios que sean del mismo género (que la conclusión que trata de probarse), como se dice en 1
Poster.. El Señor les probó su resurrección por la autoridad de la Sagrada Escritura, que es el fundamento de la fe, cuando les dijo:
Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley, en los salmos y en los profetas acerca de mí, como se lee en Lc 24,44ss.
En cambio, si se toma el argumento en el segundo sentido, entonces se
dice que Cristo les dio a conocer su resurrección por medio de
argumentos, en cuanto que demostró con algunas señales evidentísimas
que de verdad había resucitado. Por esto en el texto griego, donde
nosotros leemos con muchos argumentos, en vez de argumento se emplea la palabra tekmerion, que significa
señal evidente para demostrar.
Cristo manifestó a sus discípulos señales de esta clase acerca de su
resurrección por dos motivos. Primero, porque sus corazones no estaban
dispuestos para admitir fácilmente la fe en la resurrección. Por esto
les dice él mismo, en Lc 24,25: ¡Oh insensatos y tardos de corazón
para creer! Y en Mc 16,14 se lee: Les echó en cara su
incredulidad y su dureza de corazón. Segundo, para que, mediante
las señales de esta clase a ellos manifestadas, el testimonio de éstos
se hiciese más eficaz, según aquellas palabras de 1 Jn 1,1-2: Lo
que hemos visto y oído, y lo que nuestras manos palparon, eso
testificamos.
A las objeciones:
1. En el texto alegado habla
Ambrosio de los argumentos de razón, los cuales no sirven para probar
las cosas de fe, como acabamos de demostrar (en la
sol.).
2. El mérito de la fe nace de que
el hombre, en virtud de un mandato divino, cree lo que no ve. Por lo
cual sólo excluye el mérito aquella razón que hace ver por vía de
ciencia lo que es propuesto para ser creído. Y de esta clase es la
razón demostrativa. Pero Cristo no invocó razones de este tipo para
manifestar su resurrección.
3. Como se acaba de afirmar (ad 2), el mérito de la bienaventuranza, causado por la fe, no se excluye
totalmente a no ser que el hombre no quiera creer sino lo que ve. Pero
el que uno crea en las cosas que no ve por la contemplación de ciertas
señales, no anula por completo la fe ni el mérito de ésta. Como
también Tomás, a quien se dijo: Porque me has visto, has creído
(Jn 20,29), vio una cosa y creyó otra: vio las
llagas, y creyó en Dios. Sin embargo, tiene una fe más perfecta el que
no exige ayudas de esta naturaleza para creer. De donde, para inculpar
la falta de fe de algunos, dice en Jn 4,48 el Señor: Si no veis
señales y prodigios, no creéis. Y, de acuerdo con esto, se
comprende que los que son tan prontos para creer en Dios que no
necesitan de señales, son bienaventurados en comparación con aquellos
que no creen más que si ven tales señales.
Artículo 6:
¿Los argumentos alegados por Cristo fueron suficientes para probar la
verdad de su resurrección?
lat
Objeciones por las que parece que los argumentos alegados por Cristo
(cf. Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20-21; Act 1,1-11) no fueron suficientes
para probar la verdad de su resurrección.
1. Cristo, después de su resurrección, nada mostró a sus discípulos
que también los ángeles, apareciéndose a los hombres, no les hayan
mostrado o no hayan podido demostrarles. Pues los ángeles se han
aparecido a los hombres con frecuencia en forma humana, y hablaban,
vivían y comían con ellos, como si fuesen verdaderos hombres; como es
evidente en Gen 18, a propósito de los ángeles hospedados por Abrahán;
y en el libro de Tobías (5,5), con el ángel que le acompañó y le
volvió a traer. Y, sin embargo, los ángeles no tienen verdaderos
cuerpos que les estén naturalmente unidos, cosa que se requiere para
la resurrección. Luego las señales que Cristo ofreció a sus discípulos
no fueron suficientes para probar su resurrección.
2. Cristo resucitó con una resurrección gloriosa, esto es,
teniendo a la vez la naturaleza humana junto con la gloria. Pero
Cristo manifestó a sus discípulos algunas cosas que parecen contrarias
a la naturaleza humana, por ejemplo, que desapareció de su
vista (Lc 24,31), y que entró donde ellos estaban, cerradas las
puertas (Jn 20,19.26); otras da la impresión de que fueron
contrarias a su gloria, v.gr., que comió y bebió (Lc 24,43; Jn 21,12;
Act 1,4; 10,41), e incluso que conservó las cicatrices de las heridas
(Lc 24,39; Jn 20,20.27). Luego parece que tales argumentos no fueron
suficientes ni convenientes para que manifestasen su fe en la
resurrección.
3. El cuerpo de Cristo, después de la resurrección, no era
de tal condición que debiera ser tocado por el hombre mortal, por lo
cual El mismo dijo a la Magdalena: No me toques, porque aún no he
subido a mi Padre (Jn 20,17). Por consiguiente, no convino que se
ofreciese como palpable a sus discípulos con el fin de manifestar la
verdad de su resurrección.
4. Asimismo: entre las dotes del cuerpo glorioso, la principal parece
ser la claridad. Sin embargo, en la resurrección no la muestra con
argumento alguno. Luego parece que aquellos argumentos fueron
insuficientes para manifestar la cualidad de la resurrección de
Cristo.
5. Los ángeles invocados como testigos de la resurrección
parecen insuficientes por esta discrepancia entre los evangelistas.
Efectivamente, el ángel que vieron las mujeres es descrito por Mt 28,2
como sentado sobre la piedra removida, mientras que Mc 16,5 lo
presenta dentro del sepulcro donde entraron las mujeres. Y, por otra
parte, según Jn 20,12 son dos los ángeles sentados dentro del
sepulcro, mientras que Lc 24,4 los presenta como dos varones que están
de pie. Luego los testimonios sobre la resurrección parecen
incongruentes.
Contra esto: está que Cristo, que es la Sabiduría de Dios (1 Cor
1,24), dispone todas las cosas con suavidad y de manera
conveniente, como se dice en Sab 8,1.
Respondo: Cristo dio a conocer su resurrección
de dos maneras, a saber: con testimonios y con argumentos o señales. Y
ambas manifestaciones fueron suficientes en su género.
Se sirvió, efectivamente, de un doble testimonio para manifestar su
resurrección a los discípulos, ninguno de los cuales puede refutarse.
El primer testimonio es el de los ángeles, que anunciaron la
resurrección a las mujeres, como es evidente por todos los
Evangelistas. El otro es el testimonio de las Escrituras, que El mismo
declaró para manifestación de su resurrección, como se dice en Lc
24,25ss; 44ss.
También los argumentos fueron suficientes para probar su resurrección
verdadera, e incluso gloriosa. Que su resurrección fuera verdadera, lo
probó de un primer modo por parte del cuerpo. Acerca del cual
manifestó tres cosas: Primera, que era un cuerpo verdadero y sólido,
no fantástico y ligero, como lo es el aire. Y lo demostró presentando
su cuerpo como palpable, puesto que, en Lc 24,39, El mismo dice: Palpad y ved, porque un espírítu no tiene carne ni huesos, como veis
que yo tengo. Segunda, probó que era un cuerpo humano,
manifestándoles su verdadera figura, que veían con sus ojos. Tercera,
les probó que era numéricamente el mismo cuerpo que antes había
tenido, al presentarles las cicatrices de sus heridas. Por lo cual se
lee en Lc 24,38-39: Les dijo: Ved mis manos y mis pies, que soy yo
mismo.
De un segundo modo les probó la verdad de su resurrección por parte
del alma unida otra vez al cuerpo. Y esto lo probó mediante las
operaciones de una triple vida. Primero, por la obra de la vida
nutritiva, puesto que comió y bebió con sus discípulos, como se lee en
Lc 24,30-43. Segundo, por las obras de la vida sensitiva, ya que
respondía a las preguntas de los discípulos, y saludaba a los que se
hallaban presentes, con lo que demostraba que veía y que oía. Tercero,
por las obras de la vida intelectiva, porque hablaban con El y
discurrían sobre las Escrituras.
Y para que nada faltase a la perfección de la prueba, demostró
también que tenía naturaleza divina mediante el milagro que hizo
cuando la pesca de los peces; y más adelante, al subir al cielo,
viéndolo ellos, porque, como se dice en Jn 3,13, nadie sube al
cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el
cielo.
También manifestó a los discípulos la gloria de su resurrección al
entrar, cerradas las puertas, donde ellos estaban; de acuerdo
con lo cual dice Gregorio, en una Homilía: El Señor dio a palpar su carne, que introdujo
cerradas las puertas, para demostrar que, después de la resurrección,
su cuerpo seguía teniendo la misma naturaleza, pero una gloria
distinta. Del mismo modo pertenecía a la propiedad de su gloria el haber desaparecido de la vista de sus discípulos, como se dice
en Lc 24,31, porque así demostraba que tenía poder para dejarse ver y
para no ser visto, lo cual pertenece a la condición del cuerpo
glorioso, como antes se ha dicho (q.54 a.1 ad 2; a.2 ad 1).
A las objeciones:
1. Aunque cada uno de los
argumentos en particular no fuese suficiente para probar la
resurrección de Cristo, sin embargo, tomados todos juntamente declaran
de modo perfecto su resurrección, sobre todo por el testimonio de la
Escritura, las palabras de los ángeles, y la afirmación de Cristo
confirmada con milagros. Pero los ángeles cuando se aparecían no
afirmaban que eran hombres, como afirmó Cristo de sí mismo ser
verdadero hombre.
Y, sin embargo, de una manera comía Cristo y de otra los ángeles.
Pues, al no ser los cuerpos tomados por los ángeles cuerpos vivos o
animados, su comer no era auténtico, aunque fuese verdadera la
masticación del alimento y la deglución en el interior del cuerpo
asumido. Por esto dijo el ángel, en Tob 12,18-19: Estando con
vosotros, daba la impresión de comer y beber como vosotros; pero yo me
sirvo de una comida invisible. En cambio, al ser el cuerpo de
Cristo verdaderamente animado, su comer fue auténtico. Como dice
Agustín en XIII De Civ. Dei: Lo que se quita a los
cuerpos de los resucitados, no es la facultad sino la necesidad de
comer. De donde, como escribe Beda, Cristo
comió porque quiso, no porque lo necesitó.
2. Como se acaba de exponer (en la
sol.), Cristo alegaba unos argumentos para probar la verdad de su
naturaleza humana, y otros para demostrar la gloria del resucitado.
Ahora bien, la condición de la naturaleza humana, considerada en sí
misma, es decir, en cuanto a su estado presente, se opone a la
condición de la gloria, según aquellas palabras de 1 Cor 15,43: Se
siembra en flaqueza, y se levanta en poder. Y, por este motivo,
los argumentos aducidos para probar la condición gloriosa dan la
impresión de ser contrarios a la naturaleza, no en absoluto, sino
teniendo en cuenta el estado presente; y viceversa. Por eso dice
Gregorio, en la homilía citada, que el Señor mostró
dos cosas admirables, y muy opuestas entre sí según la razón humana,
después de resucitado: Manifestó, en efecto, que su cuerpo era
incorruptible y, no obstante, palpable.
3. Como escribe Agustín,
In
loann., el Señor dijo
«no me toques, pues aún no he subido a
mi Padre», para que en aquella mujer se simbolizase la iglesia de los
gentiles, que no creyó en Cristo sino cuando hubo subido al Padre. O
así quiso Jesús que se creyese en El, esto es, así quiso ser tocado
espiritualmente, porque El y el Padre son una misma cosa. Pues en
cierto modo sube al Padre, con sus pensamientos interiores, aquel que
progresa de tal modo que le reconoce igual al Padre. Esta, en
cambio,
todavía creía carnalmente en El, puesto que le lloraba como
hombre. El que se lea en otra parte (Mt 28,9) que María tocó a
Cristo, cuando junto con las otras mujeres
se acercó y asió sus
pies, no supone una dificultad, como dice Severiano.
Puesto que aquello alude a la figura, esto se refiere al sexo;
aquello versa sobre la gracia divina, esto sobre la naturaleza
humana.
O, como explica el Crisóstomo: Esta mujer deseaba
tratar con Cristo igual que antes de la pasión. Por efecto de la
alegría no pensaba en nada grande, aunque el cuerpo de Cristo se había
vuelto mucho mejor al resucitar. Y por eso dijo: Todavía no he
subido a mi Padre, como si dijera: No pienses quejo llevo una
vida terrena. El que me veas en la tierra, se debe a que todavía no he
subido a mi Padre; pero está a la mano el que suba. Por lo que
añade: Subo a mi Padre y a vuestro Padre (Jn
20,17).
4. Como escribe Agustín, en
Ad
Orosium,
el Señor resucitó con un cuerpo lleno
de claridad; pero no quiso aparecerse a sus discípulos con esa
claridad, porque no hubieran podido mirarla con sus ojos. Pues si
antes de morir y resucitar por nosotros, cuando se transfiguró en la
montaña, sus discípulos no pudieron verle, ¡cuánto menos podrán
contemplarle, cuando su cuerpo está lleno de claridad!
También es preciso tener en cuenta que el Señor, después de su
resurrección, quería mostrar, sobre todo, que El era el mismo que
había muerto. Esta intención podía ser impedida en caso de
manifestarles la claridad de su cuerpo. Porque el cambio que
se produce en el aspecto, acusa en grado máximo la
diversidad de lo que se contempla, ya que la vista juzga
principalmente los sensibles comunes, entre los que se encuentran lo
uno y lo mucho, o lo idéntico y lo diverso. Pero antes de la pasión,
para que los discípulos no mirasen con desdén la flaqueza de la misma,
Cristo procuraba especialmente mostrarles la gloria de su majestad,
que sobre todo pone de manifiesto la claridad del cuerpo. Y, por este
motivo, antes de la pasión, mostró de antemano su gloria a los
discípulos por medio de la claridad; en cambio, después de la
resurrección la manifestó por medio de otras señales.
5. Como expone Agustín en el
libro De consensu Evang., podemos entender
que las mujeres vieron un solo ángel, lo mismo según Mateo
(16,5), para que sepamos que, una
vez entradas en el sepulcro, es decir, en un recinto protegido con una
cerca, allí vieron al ángel, como dice Mateo (28,2), sentado
sobre la piedra removida del sepulcro; sentado a la derecha, como
escribe Marcos (16,5). Luego, cuando miraban en el interior el
lugar donde había estado tendido el cuerpo del Señor, vieron dos
ángeles, primero sentados, como dice Juan (20,12);y después
levantados, de modo que, al estar de pie, fuesen vistos, como dice
Lucas (24,4).