Artículo 1:
¿La resurrección de Cristo es causa de la resurrección de los
cuerpos?
lat
Objeciones por las que parece que la resurrección de Cristo no es la causa de la resurrección de los cuerpos.
1. Puesta una causa suficiente, es necesario que se siga el efecto
correspondiente. Por consiguiente, si la resurrección de Cristo es
causa suficiente de la resurrección de los cuerpos, inmediatamente de
resucitar El, debieron resucitar todos los muertos.
2. La causa de la resurrección de los muertos es la justicia
divina, es a saber, para que los cuerpos sean premiados o castigados
juntamente con las almas, lo mismo que hicieron causa común en el
mérito o en el pecado; como dice Dionisio, en el último capítulo de Eccles. Hier. I y el Damasceno, en el libro IV.
Ahora bien, era necesario que la justicia divina se cumpliese, incluso
si Cristo no hubiera resucitado. Luego aun cuando Cristo no
resucitase, hubieran resucitado los muertos. Por consiguiente, la
resurrección de Cristo no es causa de la resurrección de los
muertos.
3. En caso de que la resurrección de Cristo sea causa de
la resurrección de los cuerpos, sería: o causa ejemplar, o causa
eficiente, o causa meritoria. Ahora bien, no es causa ejemplar, porque
la resurrección de los cuerpos la ejecutará Dios, según aquel pasaje
de Jn 5,21: El Padre resucita a los muertos. Y Dios no necesita
mirar ejemplar alguno fuera de El. Del mismo modo, tampoco es causa
eficiente, porque ésta no actúa más que por contacto, espiritual o
corporal. Pero es evidente que la resurrección de Cristo no obra por
contacto corporal con los cuerpos que resucitarán, a causa de la
distancia temporal y local. Del mismo modo, tampoco actúa por contacto
espiritual, que se logra mediante la fe y la caridad; porque
resucitarán también los infieles y los pecadores. Ni es tampoco causa
meritoria, porque Cristo resucitado ya no era viador, y así no se
encontraba en estado de merecer. Y, en consecuencia, parece que la
resurrección de Cristo no es causa de nuestra resurrección en modo
alguno.
4. Por consistir la muerte en la privación de la vida,
parece que la destrucción de la muerte no es más que la vuelta a la
vida, cosa que incluye la resurrección. Pero Cristo, muriendo,
destruyó nuestra muerte. Luego la causa de nuestra resurrección es
la muerte de Cristo. No lo es, por consiguiente, su
resurrección.
Contra esto: está que, comentando aquellas palabras de 1 Cor 15,12, si se predica de Cristo que resucitó de entre los muertos, etc.,
dice la Glosa: El cual es causa eficiente de
nuestra resurrección.
Respondo: Como se escribe en el II
Metaphys.,
lo que es primero en un género
cualquiera, es causa de todos los que vienen después. Ahora bien,
en el género de nuestra resurrección, lo primero fue
la resurrección de Cristo, como es manifiesto por lo dicho
anteriormente (
q.53 a.3). Por lo cual es necesario que la resurrección
de Cristo sea causa de nuestra resurrección. Y esto es lo que dice el
Apóstol en 1 Cor 15,20-21:
Cristo resucitó de entre los muertos
como primicias de los que duermen; porque por un hombre vino la
muerte, y por un hombre viene la resurrección de los
muertos.
Esto es conforme a la razón. Porque el principio de dar vida a los hombres es
el Verbo de Dios, del que se dice en el Sal 35,10: En ti está la
fuente de la vida. De donde El mismo dice en Jn 5,21: Como el
Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da
la vida a los que quiere. Ahora bien, es propio del orden natural
de las cosas, establecido por Dios, que cualquier causa obre, en
primer lugar, sobre lo que le es más próximo y, a través de ello,
actúe sobre las otras cosas que están más lejos. Así como el fuego
calienta primero el aire cercano, y por medio de él los cuerpos
distantes, también Dios ilumina primero las sustancias próximas a El,
y mediante ellas ilumina las más alejadas, como dice Dionisio, en el
c.13 de Cael. Hier.. Y, por este motivo, el
Verbo de Dios da primeramente la vida al cuerpo que le está
naturalmente unido, y por medio de él causa la resurrección en todos
los demás.
A las objeciones:
1. Como acabamos de exponer (en la
sol.), la resurrección de Cristo es causa de la nuestra por la virtud
del Verbo unido. Este obra según su voluntad. Y por eso no es
necesario que el efecto se siga al instante, sino conforme a la
disposición del Verbo de Dios, de modo que primero nos configuremos
con Cristo que padece y muere en esta vida pasible y mortal, llegando
después a participar de la semejanza de su resurrección.
2. La justicia de Dios es la causa
primera de nuestra resurrección; y la resurrección de Cristo es la
causa segunda, y como instrumental. Sin embargo, aunque la virtud del
agente principal no esté obligada a servirse de ese instrumento de un
modo determinado, desde el momento en que obra por medio de tal
instrumento, éste es causa del efecto. Así pues, la justicia divina,
en lo que de ella depende, no está obligada a causar nuestra
resurrección por medio de la resurrección de Cristo, ya que pudo
librarnos de un modo distinto del que suponen la pasión y la
resurrección de Cristo, como antes se ha dicho (
q.46 a.2). Pero, una
vez que decretó librarnos de ese modo, resulta evidente que la
resurrección de Cristo es causa de nuestra resurrección.
3. Hablando con propiedad, la
resurrección de Cristo no es causa meritoria de nuestra resurrección,
pero sí es causa eficiente y ejemplar. Eficiente ciertamente, en
cuanto que la humanidad de Cristo, en la que resucitó, es en cierto
modo instrumento de la misma divinidad, y obra por la virtud de ésta,
como antes se ha dicho (
q.13 a.2 y
3;
q.19 a.1;
q.43 a.2). Y, por
tanto, así como las demás cosas que Cristo hizo o padeció en su
humanidad son saludables para nosotros por la virtud de su divinidad,
como arriba se ha dicho (
q.48 a.6), así también la resurrección de
Cristo es causa eficiente de nuestra resurrección por la virtud
divina, de la que es propio dar vida a los muertos. Virtud que alcanza
con su presencia todos los lugares y tiempos. Y tal contacto virtual
basta para que se realice la noción de causa eficiente. Y porque, como
acabamos de decir (ad 2), la causa primordial de la resurrección de
los hombres es la justicia divina, por la cual tiene Cristo
el
poder de juzgar por cuanto es el Hijo del hombre (cf. Jn 5,27), el
poder efectivo de su resurrección se extiende no sólo a los buenos
sino también a los malos, que están sujetos a su juicio.
Así como la resurrección del cuerpo de Cristo, por estar tal cuerpo
unido personalmente al Verbo, es la primera en el tiempo, así
también es la primera en la dignidad y en la perfección, como
dice la Glosa a propósito de 1 Cor 15,20.23. Y lo
perfectísimo es siempre el ejemplar a imitar, a su modo, por las cosas
que son menos perfectas. Por este motivo, la resurrección de Cristo es
el ejemplar de la nuestra. Lo cual no es necesario por parte del que
resucita, que no necesita de un ejemplar, sino por parte de los
resucitados, que necesitan conformarse con aquella resurrección, según
palabras de Flp 3,21: El cual transformará nuestro cuerpo
miserable, configurándolo con su cuerpo glorioso. Pero, aunque la
eficiencia de la resurrección de Cristo se extienda lo mismo a la
resurrección de los buenos que a la de los malos, la
ejemplaridad, propiamente, sólo se extiende a los buenos, que han sido
hechos conformes con su filiación, como se dice en Rom
8,29.
4. En lo que atañe a la razón de la
eficiencia, que depende de la virtud divina, tanto la muerte de Cristo
como su resurrección son, en común, causa lo mismo de la destrucción
de la muerte que del restablecimiento de la vida. Pero, por lo que se
refiere a la razón de ejemplaridad, la muerte de Cristo, por la que se
desprendió de la vida mortal, es causa de la destrucción de nuestra
muerte, mientras que su resurrección, por la que comenzó una vida
inmortal, es causa del restablecimiento de nuestra vida. Sin embargo,
la pasión de Cristo es además causa meritoria, como antes se ha dicho
(
q.48 a.1).
Artículo 2:
¿La resurrección de Cristo es causa de la resurrección de las
almas?
lat
Objeciones por las que parece que la resurrección de Cristo no es
causa de la resurrección de las almas.
1. Dice Agustín, In loann., que los cuerpos
resucitan por humana dispensación; las almas, en cambio, resucitan por
la sustancia de Dios. Pero la resurrección de Cristo no pertenece
a la sustancia de Dios, sino a la dispensación humana. Luego la
resurrección de Cristo, aunque sea causa de la resurrección de los
cuerpos, parece que no es causa de la resurrección de las
almas.
2. El cuerpo no actúa sobre el espíritu. Pero la
resurrección de Cristo corresponde a su cuerpo, que cayó por causa de
la muerte. Luego la resurrección de Cristo no es causa de la
resurrección de las almas.
3. Por ser la resurrección de Cristo causa de la
resurrección de los cuerpos, resucitarán los cuerpos todos, conforme a
aquellas palabras de 1 Cor 15,51: Ciertamente todos
resucitaremos. Pero no resucitarán las almas de todos, porque
algunos irán al suplicio eterno, como se dice en Mt 25,46.
Luego la resurrección de Cristo no es causa de la resurrección de las
almas.
4. La resurrección de las almas se produce por la
remisión de los pecados. Ahora bien, esto lo realizó la pasión de
Cristo, según aquel pasaje de Ap 1,5: Nos lavó de nuestros pecados
en su sangre. Luego la pasión de Cristo es más causa de la
resurrección de las almas que su resurrección.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol, en Rom 4,25: Resucitó para
nuestra justificación, que no es otra cosa que la resurrección de
las almas. Y sobre el Sal 29,6: Al atardecer se detiene el
llanto, dice la Glosa que la resurrección
de Cristo es causa de nuestra resurrección, tanto del alma en el
presente como del cuerpo en el futuro.
Respondo: Como se ha expuesto (
a.1 ad 3), la
resurrección de Cristo obra con la virtud de la divinidad. Y tal
virtud se extiende no sólo a la resurrección de los cuerpos sino
también a la resurrección de las almas, pues Dios es la causa de que
el alma viva por la gracia y de que el cuerpo viva por el alma. Y,
debido a esto, la resurrección de Cristo tiene, a modo de instrumento,
virtud suficiente no sólo respecto de la resurrección de los cuerpos,
sino también respecto de la resurrección de las almas.
Tiene igualmente razón de ejemplaridad respecto a la resurrección de
las almas. Porque nosotros debemos configurarnos con Cristo resucitado
también en cuanto al alma, para que, según el Apóstol en Rom
6,4, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria
del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva; y así
como El, resucitado de entre los muertos, ya no muere, así también
nosotros hagamos cuenta de que estamos muertos al pecado
(v.8-9.11), para que de nuevo vivamos con El.
A las objeciones:
1. Agustín afirma que la
resurrección de las almas se realiza por la sustancia de Dios, en
cuanto a la participación, esto es, porque participando de la bondad
divina, las almas se hacen justas y buenas; y no por participar de
criatura alguna. Por lo cual, después de haber dicho que las almas
resucitan por la sustancia de Dios, añade: Pues
el alma se hace bienaventurada por la participación de Dios, no por la
participación de un alma santa. Pero, participando en la
gloria del cuerpo de Cristo, nuestros cuerpos se hacen
gloriosos.
2. La eficacia de la resurrección
de Cristo llega a las almas, no por la virtud propia de su cuerpo
resucitado, sino por el poder de la divinidad a la que está
personalmente unido.
3. La resurrección de las almas
pertenece al mérito, que es un efecto de la justificación; en cambio,
la resurrección de los cuerpos se ordena al castigo o al premio, que
son efectos del juez. Pero a Cristo no le pertenece justificar a
todos, sino juzgarlos. Y, por consiguiente, resucita a todos en cuanto
al cuerpo, pero no en cuanto al alma.
4. Dos cosas concurren a la
justificación de las almas, a saber: el perdón de la culpa y la
novedad de la vida por medio de la gracia. Por consiguiente, en cuanto
a la eficacia, que viene de la virtud divina, lo mismo la pasión de
Cristo que su resurrección son causa de la justificación respecto de
las dos cosas. Pero, si se atiende a la ejemplaridad, la pasión y la
muerte de Cristo son propiamente la causa de la remisión de la culpa,
por la que morimos al pecado; mientras que la resurrección es la causa
de la novedad de vida, que se logra por medio de la gracia o la
justicia. Y, por este motivo, dice el Apóstol en Rom 4,25 que
fue entregado, es claro que a la muerte,
por causa de nuestros
pecados, esto es, para quitarlos,
y resucitó por nuestra
justificación. Pero la pasión de Cristo es también causa
meritoria, como se ha dicho (
a.1 ad 4;
q.48 a.1).