Artículo 1:
¿Fue conveniente que Cristo ascendiese a los cielos?
lat
Objeciones por las que parece no haber sido conveniente que Cristo
subiese a los cielos.
1. Dice el Filósofo, en II De cáelo I que los seres que se
portan de modo óptimo poseen el bien sin movimiento. Pero Cristo
se portó óptimamente, porque: según su naturaleza divina es el sumo
bien; y según su naturaleza humana fue glorificado en sumo grado.
Luego posee el bien sin movimiento. Ahora bien, la ascensión es un
movimiento. Por consiguiente, no fue oportuno que Cristo subiera a los
cielos.
2. Todo lo que se mueve, lo hace por causa de un bien mejor.
Pero para Cristo no fue mejor estar en el cielo que en la tierra,
puesto que nada medró por estar en el cielo, ni en cuanto al alma ni
en cuanto al cuerpo. Luego parece que Cristo no debió subir a los
cielos.
3. El Hijo de Dios tomó la naturaleza humana para nuestra
salvación. Pero hubiera sido más provechoso para los hombres el vivir
siempre con nosotros en la tierra, pues él mismo dijo a sus
discípulos, en Lc 17,22: Tiempo llegará en que deseéis ver un solo
día al Hijo del hombre, y no lo veréis. Luego parece no haber sido
conveniente que Cristo subiese a los cielos.
4. Como dice Gregorio, en XIV
Moral., el cuerpo de Cristo en nada cambió después de la
resurrección. Pero no subió a los cielos inmediatamente después de la
resurrección, porque él mismo dice, después de resucitado, en Jn
20,17:
Todavía no he subido a mi Padre. Luego da la impresión
de que tampoco debió subir después de los cuarenta
días.
En cambio está que, en Jn 20,17, dice el Señor: Subo a mi Padre y
a vuestro Padre.
Respondo: Debe haber proporción entre el lugar
y el que lo ocupa. Pero Cristo, por su resurrección, dio comienzo a
una vida inmortal e incorruptible. Y el lugar en que nosotros
habitamos es un lugar de generación y de corrupción, mientras que la
morada del cielo es un lugar de incorrupción. Y, por tal motivo, no
fue conveniente que Cristo, después de la resurrección, permaneciese
en la tierra, sino que fue conveniente que subiera a los
cielos.
A las objeciones:
1. El único ser de comportamiento
óptimo que posee su propio bien sin movimiento es Dios, totalmente
inmutable, según aquellas palabras de Mal 3,6:
Yo soy el Señor, y
no me cambio. Por el contrario, cualquier criatura es mudable de
algún modo, como es evidente por las palabras de Agustín en VIII
De
Genesi ad litt.. Y por haber
continuado siendo creada la naturaleza que tomó el Hijo del hombre,
como es evidente por lo antes dicho (
q.2 a.7;
q.16 a.8 y
10;
q.20 a.1), no supone un inconveniente atribuirle algún movimiento.
2. Con la subida a los cielos,
Cristo no medró en lo que pertenece a la esencia de la gloria, ya
según el cuerpo, ya según el alma; en cambio, algo prosperó en cuanto
al decoro del lugar, que contribuye al bienestar de la gloria. No
porque su cuerpo recibiese del cuerpo celeste algo referente a la
perfección o la conservación, sino sólo por lo que atañe a una cierta
decencia. Esto, de alguna manera, pertenece a su gloria. Y de tal
decencia obtuvo El un cierto gozo; no, cierto, porque comenzase a
gozar de ello nuevamente cuando subió a los cielos, sino porque se
alegró nuevamente de ello como de algo realizado. De donde, sobre
aquellas palabras del Sal 15,11: Los gozos están a tu derecha hasta
el fin, comenta la Glosa: Tendré el gozo
y la alegría sentado junto a ti, sustraído a las miradas de los
hombres.
3. Aunque los fieles se hayan
visto privados de la presencia corporal de Cristo por la ascensión,
sin embargo, la presencia de su divinidad es permanente entre los
fieles, según lo que dijo El mismo, en Mt 28,20:
He aquí que yo
estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo.
Porque
el que subió a los cielos, no abandonó a los que adoptó,
como dice el papa León.
Pero la misma ascensión de Cristo a los cielos, por la que nos privó
de su presencia corporal, fue más útil para nosotros de lo que lo
hubiera sido su presencia corporal. Primero, por razón de la fe, que
recae en las cosas que no se ven. Por lo cual dice el mismo Señor, en
Jn 16,8, que cuando venga el Espíritu Santo convencerá al mundo en
lo referente a la justicia, a saber: la de aquellos que
creen, como dice Agustín, In loann.: porque la sola comparación de los fieles con los infieles es una
censura. Por lo cual añade (v.10): Porque voy al
Padre, y ya no me veréis; bienaventurados, pues, los que no ven y
creen. Y asi nuestra justicia será aquella de la que el mundo será
convencido: porque creéis en mí, a quien no veréis.
Segundo, para mantener levantada la esperanza. De donde El mismo
dice, en Jn 14,3: Cuando yo me haya ido y os haya preparado el
lugar, volveré de nuevo y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy
también estéis vosotros. Por el hecho de haber situado Cristo en
el cielo la naturaleza que tomó, nos dio la esperanza de llegar allí,
porque: donde estuviere el cuerpo, allí se reunirán también las
águilas, como se dice en Mt 24,28. Por esto dice también Miq
2,13: Sube, abriendo el camino delante de ellos.
Tercero, para elevar hacia los bienes celestes el afecto de la
caridad. De donde dice el Apóstol en Col 3,1-2: Buscad las cosas de
arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; aspirad a
las cosas de arriba, no a las de la tierra. Pues, como se
lee en Mt 6,21: Donde está tu tesoro, allí está también tu
corazón. Y por ser el Espíritu Santo amor que nos arrebata hacia
los bienes celestes, por eso dice el Señor a sus discípulos, en Jn
16,7: Os conviene que yo me vaya. Si no me fuere, no vendrá a
vosotros el Paráclito; pero, si me fuere, lo enviaré a vosotros.
Agustín, exponiendo este pasaje, In loann.,
escribe: No podéis recibir el Espíritu mientras persistáis en
conocer a Cristo según la carne. Pero, cuando Cristo se apartó
corporalmente, no sólo el Espíritu Santo, sino también el Padre y el
Hijo se hicieron espiritualmente presentes en ellos.
4. Aunque a Cristo resucitado a una
vida inmortal le conviniese un lugar celestial, difirió, no obstante,
su ascensión para que se comprobase la verdad de su resurrección. Por
esto se dice, en Act 1,2, que después de su pasión, se presentó
vivo a sus discípulos con muchas pruebas durante cuarenta días.
Por lo que dice una Glosa: Por haber estado
muerto cuarenta horas, con otros cuarenta días confirma que vive. O
por los cuarenta días puede entenderse la duración del mundo actual,
en el cual Cristo vive en la Iglesia; temporalmente el hombre consta
de los cuatro elementos, y es instruido contra la transgresión del
decálogo.
Artículo 2:
¿La ascensión al cielo le conviene a Cristo por razón de su
naturaleza divina?
lat
Objeciones por las que parece que subir a los cielos le conviene a
Cristo por razón de su naturaleza divina.
1. Se dice en el Sal 46,6: Dios asciende entre aclamaciones; y
en Dt 33,26: El que sube a los cielos es el que te auxilia.
Pero estas cosas se dicen de Dios también antes de la encarnación de
Cristo. Luego a Cristo le conviene subir a los cielos en cuanto
Dios.
2. Subir a los cielos y bajar de los cielos es propio de la
misma persona, según aquellas palabras de Jn 3,13: Nadie sube al
cielo sino el que bajó del cielo; y Ef 4,10: El que descendió es el mismo que sube. Ahora bien, Cristo descendió del cielo, no en cuanto hombre, sino en cuanto Dios, pues no estuvo antes en el cielo su naturaleza humana, sino la divina. Luego parece que Cristo sube a los cielos en cuanto Dios.
3. Cristo por su ascensión subió al Padre. Pero a la
igualdad con el Padre no arriba en cuanto hombre, puesto que él dice
así: El Padre es mayor que yo, como se lee en Jn 14,28. Luego
da la impresión de que Cristo ascendió en cuanto Dios.
Contra esto: está que, a propósito de Ef 4,9: El «subió», ¿qué
significa sino que descendió?, comenta la Glosa: Consta que Cristo bajó y subió según su humanidad.
Respondo: El
secundum quod puede indicar
dos cosas, a saber: la condición del que asciende y la causa de la
ascensión. Si designa la condición del que asciende, entonces el
ascender no puede convenir a Cristo según la condición de su
naturaleza divina. Sea porque nada hay más alto que la divinidad,
adonde pudiera subir; sea porque la ascensión es un movimiento local
que no corresponde a la naturaleza divina, que es inmóvil y no
localizable. Pero de esta manera la ascensión le compete a Cristo
según la naturaleza humana, que está circunscrita por el lugar, y
puede estar sujeta al movimiento. Por lo cual, podríamos decir que, en
este sentido, Cristo sube a los cielos en cuanto hombre, no en cuanto
Dios.
Pero si el secundum quod significa la causa de la ascensión,
por haber subido Cristo al cielo en virtud de la divinidad, y no en
virtud de la naturaleza humana, será preciso decir que Cristo sube al
cielo, no en cuanto hombre, sino en cuanto Dios. Por esto dice
Agustín, en un Sermón De Ascensione I Por lo que
tenía de nosotros aconteció que el Hijo de Dios fuese colgado en la
cruz por lo que le era propio, ascendió.
A las objeciones:
1. Las autoridades proféticas
alegadas hablan de Dios en cuanto que había de encarnarse.
Sin embargo, puede decirse que el ascender, aunque propiamente no
convenga a la naturaleza divina, puede convenirla en sentido
metafórico, como, por ejemplo, se dice: Sube al corazón del
hombre (cf. Sal 83,6), cuando el corazón del hombre se somete y se
humilla ante Dios. Y, del mismo modo, se dice metafóricamente que
asciende respecto de cualquier criatura, por el hecho de que la somete
a El.
2. Es el mismo el que asciende y
el que desciende. Dice, efectivamente, Agustín, en el libro
De
Symbolo:
¿Quién es el que desciende? Dios
hombre. ¿Quién es el que asciende? El mismo Dios hombre.
No obstante, a Cristo se le atribuyen dos descensos. Uno, por el que
decimos que descendió del cielo. Este se atribuye a Dios hombre en
cuanto Dios. Tal descendimiento no debe entenderse en el sentido de
movimiento local, sino en el sentido de anonadamiento, mediante
el cual existiendo en la forma de Dios, tomó la forma de siervo
(cf. Flp 2,6-7). Así como se dice que se anonadó, no porque perdiese
su plenitud, sino porque tomó nuestra pequeñez, así también se dice
que descendió del cielo, no porque abandonase el cielo, sino porque
tomó la naturaleza mortal en unidad de persona.
El otro descenso es aquel por el que descendió a las regiones
inferiores de la tierra, como se dice en Ef 4,9. Tal descenso es
local. De donde compete a Cristo según la condición de su naturaleza
humana.
3. Se confiesa que Cristo asciende
al Padre, en cuanto que sube a sentarse a la derecha
del Padre. Lo cual conviene a Cristo de algún modo según la naturaleza
divina, y de alguna manera según la naturaleza humana, como luego se
dirá (
q.58 a.3).
Artículo 3:
¿Ascendió Cristo por su propio poder?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no ascendió por su propia
virtud.
1. En Mc 16,19 se dice que el Señor Jesús, después de haber
hablado con sus discípulos, fue elevado al cielo. Y en Act 1,9 se
lee: A. vista de ellos, fue levantado, y una nube le sustrajo a sus
ojos. Pero lo que es elevado y levantado, da la impresión de que
es movido por otro. Luego Cristo era llevado al cielo, no por su
propia virtud, sino por un poder ajeno.
2. El cuerpo de Cristo fue terreno, como lo son los
nuestros. Pero es contrario a la naturaleza del cuerpo terreno
elevarse a lo alto, pues no hay movimiento que se realice por la
propia virtud si se mueve en contra de la naturaleza. Luego Cristo no
subió al cielo por su propia virtud.
3. El poder propio de Cristo es el poder divino. Pero
aquel movimiento no parece haber procedido del poder divino, porque,
al ser el poder divino infinito, tal movimiento hubiera sido
instantáneo, y así no hubiera podido ser levantado a los cielos a
vista de ellos, como se dice en Act 1,9. Luego parece que Cristo
no ascendió por su propio poder.
Contra esto: está que, en Is 63,1, se dice: Este, hermoso por su
vestidura, que camina con la grandez de su poder. Y Gregorio
comenta, en una Homilía sobre la Ascensión: Es prenso notar que a propósito de Elias se lee que subió a un carro,
con el fin de mostrar claramente que, como puro hombre, necesitaba de
ayuda ajena. En cambio, de nuestro Redentor no se lee que fuese
levantado en un carro, ni por los ángeles, porque quien había hecho
todas las cosas, era llevado sobre todas ellas por su propio
poder.
Respondo: En Cristo hay dos naturalezas, a
saber: la divina y la humana. Por lo cual, su virtud propia puede
entenderse según una y otra. Pero, según la naturaleza humana, la
virtud de Cristo puede desdoblarse en dos. Una, la natural, que
procede de los principios de la naturaleza. Y es evidente que Cristo
no ascendió por tal virtud. Otra, la virtud de la gloria, que existe
en la naturaleza humana. Conforme a ésta ascendió Cristo a los
cielos.
Algunos descubren la razón de esta virtud en la
naturaleza de una quintaesencia, que es luz, según dicen, que
defienden ser parte del compuesto del cuerpo humano, y por la que los
elementos contrarios se unifican. Así pues, en el estado de mortalidad
domina en los cuerpos humanos la naturaleza de los primeros
principios; y por eso, de acuerdo con la naturaleza del elemento
predominante, el cuerpo humano es arrastrado hacia abajo por la virtud
natural. En cambio, en el estado de gloria predominará la naturaleza
celeste, conforme a cuya inclinación y virtud el cuerpo de Cristo y
los otros cuerpos de los santos son llevados hacia el cielo. Pero de
esta opinión ya tratamos en la Primera Parte (q.76 a.7), y
volveremos a hablar más de ella luego, en el tratado sobre la
resurrección general (véase Suppl. q.84 a.l).
Omitiendo esta opinión, otros atribuyen la razón de la
virtud antedicha al alma glorificada, por cuya redundancia será
glorificado el cuerpo, como dice Agustín en Ad
Dioscorum. Y la obediencia del cuerpo glorificado
al alma bienaventurada será tan grande que, como escribe Agustín en
XXII De Civ. Dei, donde quiera el espíritu, allí
estará el cuerpo al momento;y nada querrá que no pueda convenir ni al
alma ni al cuerpo. Ahora bien, al cuerpo celeste e inmortal le
compete estar en un lugar celestial, como se ha dicho (a.1). Y, por
tal motivo, el cuerpo de Cristo subió a los cielos por la virtud de su
alma que lo quería.
Y así como el cuerpo se hace glorioso, así también, al decir de
Agustín In loann., el alma se hace
bienaventurada por la participación de Dios. De donde la causa
primera de la ascensión a los cielos es la virtud divina. Así pues,
Cristo subió a los cielos por su propia virtud: en primer lugar, por
la virtud divina; después, por la virtud del alma glorificada, que
mueve al cuerpo como le place.
A las objeciones:
1. Así como afirmamos que Cristo
resucitó por su propia virtud y, sin embargo, fue resucitado por el
Padre, ya que es una misma la virtud del Padre y la del Hijo, así
también Cristo ascendió al cielo por su propia virtud y, no obstante,
fue elevado y tomado por el Padre.
2. La razón invocada prueba que
Cristo no subió al cielo por la virtud propia que es natural a la
naturaleza humana. Sin embargo, ascendió a los cielos por su propia
virtud como lo es la virtud divina; y por la propia virtud de su alma
bienaventurada. Y, aunque ascender hacia lo alto sea contra la
naturaleza del cuerpo humano en el estado presente, en el que el
cuerpo no está totalmente sometido al espíritu, no será contra la
naturaleza, ni resultará violento para el cuerpo glorioso, cuya
naturaleza entera está totalmente sujeta al espíritu.
3. Aunque la virtud divina sea
infinita y obre de un modo infinito en lo que atañe a la parte del que
actúa, sin embargo, el efecto de su virtud es recibido en las cosas de
acuerdo con su capacidad, y según la disposición de Dios. Ahora bien,
el cuerpo no es capaz de moverse localmente al instante, porque es
necesario que se mida por el espacio, conforme a cuya división se
divide el tiempo, como se prueba en VI Physic.. Y por este motivo, no es necesario que el cuerpo movido por Dios se
mueva instantáneamente, sino que se mueve con la velocidad que Dios
dispone.
Artículo 4:
¿Ascendió Cristo por encima de todos los cielos?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no subió por encima de todos
los cielos.
1. En el Sal 10,5 se dice: El Señor está en su templo santo; el
Señor tiene en el cielo su trono. Pero lo que está en el cielo, no
está por encima del cielo. Luego Cristo no subió por encima de todos
los cielos.
2. Dos cuerpos no pueden estar en el mismo lugar. Así pues,
no siendo posible el tránsito de un extremo al otro sin pasar por el
medio, da la impresión de que Cristo no hubiera podido subir por
encima de todos los cielos sino dividiéndose el propio cielo, cosa que
es imposible.
3. En Act 1,9 se lee que una nube le sustrajo a sus
ojos. Pero las nubes no pueden elevarse por encima del cielo.
Luego Cristo no subió sobre todos los cielos.
4. Creemos que Cristo habrá de permanecer para siempre
donde subió. Ahora bien, lo que va contra la naturaleza no puede ser
sempiterno, porque lo que es conforme a la naturaleza es lo común y lo
más frecuente. En consecuencia, siendo contra la naturaleza del cuerpo
terreno el estar por encima del cielo, parece que el cuerpo de Cristo
no subió por encima del cielo.
Contra esto: está que, en Ef 4,10 se dice: Subió sobre todos los
cielos, para llenarlo todo.
Respondo: Cuanto algunos cuerpos participan más
perfectamente de la bondad divina, tanto son superiores en el orden
corpóreo, que es el orden local. Por eso vemos que los cuerpos en los
que prevalece la forma son superiores por naturaleza, como manifiesta
el Filósofo en IV Physic. y en II De
cáelo, pues por la forma participa del ser divino
cada uno de los cuerpos, como se expone en I Physic.. Ahora bien, más participa de la bondad divina un
cuerpo por medio de la gloria que cualquier cuerpo natural por medio
de la forma de su naturaleza. Y es evidente que, entre los demás
cuerpos gloriosos, el cuerpo de Cristo resplandece con mayor gloria.
De donde resulta sumamente conveniente para él ser colocado en lo alto
por encima de todos los cuerpos. Y, por tal motivo, a propósito de Ef
4,8 (subiendo a las alturas), comenta la Glosa: En lugar y en dignidad.
A las objeciones:
1. Se afirma que el trono de Dios
está en el cielo, no como en algo que lo contiene en sí, sino más bien
como en algo que es contenido. Por eso no es necesario que sea
superior a El alguna parte del cielo, sino que El está por encima
de todos los cielos, como se lee en el Sal 8,2: Tu
majestad se eleva sobre los cielos, ¡oh Dios!
2. Aunque no pertenezca a la
naturaleza de un cuerpo poder estar en el mismo lugar con otro cuerpo,
Dios, sin embargo, puede hacer milagrosamente que ambos estén en un
mismo lugar, como hizo que el cuerpo de Cristo saliese del seno
cerrado de la Santísima Virgen, y que entrara cerradas las
puertas, como dice Gregorio. Por consiguiente, al
cuerpo de Cristo puede convenirle estar con otro cuerpo en el mismo
lugar, no en virtud de una propiedad corpórea, sino a causa del poder
divino que le asiste y que realiza ese prodigio.
3. La nube mencionada no prestó a
Cristo ayuda para subir, al estilo de un vehículo, sino que se dejó
ver como signo de la divinidad, al modo en que la gloria del Dios de
Israel se aparecía sobre el tabernáculo en la nube (cf. Ex
40,34-38)'.
4. El cuerpo glorioso no tiene,
por los principios de su propia naturaleza, el poder estar en el cielo
o sobre el cielo, sino que tiene tal poder por razón del alma
bienaventurada, de la que recibe la gloria. Y así como el movimiento
del cuerpo glorioso hacia lo alto no es violento, así tampoco es
violento su reposo. Por lo cual, nada impide que tal reposo sea
sempiterno.
Artículo 5:
¿Subió el cuerpo de Cristo por encima de toda criatura
espiritual?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no subió por encima de toda
criatura espiritual.
1. No se pueden comparar debidamente las cosas que no coinciden en
una razón común. Ahora bien, el lugar no se atribuye por la misma
razón a los cuerpos y a las criaturas espirituales, como resulta claro
por lo dicho en la
Primera Parte (
q.8 a.2 ad 1 y
2;
q.52 a.1). Luego parece que no se puede afirmar que el cuerpo de Cristo
subió por encima de toda criatura espiritual.
2. Escribe Agustín, en el libro De Vera
Relig., que el espíritu está por delante de todo
cuerpo. Pero al ser más noble se le debe un lugar más sublime. Luego
parece que Cristo no ascendió por encima de toda criatura
espiritual.
3. En todo lugar hay algún cuerpo, pues no existe en la
naturaleza nada que esté vacío. Por tanto, si ningún cuerpo logra un
lugar más alto que el espíritu en el orden de los cuerpos naturales,
no existirá lugar alguno por encima de toda criatura espiritual. Luego
el cuerpo de Cristo no pudo subir por encima de toda criatura
espiritual.
Contra esto: está lo que se dice en Ef 1,20-21: Le constituyó por
encima de todo principado y potestad, y sobre todo cuanto tiene
nombre, sea en este siglo, sea en el venidero.
Respondo: A un ser se le debe un lugar tanto
más alto cuanto es más noble; bien se le deba tal lugar a modo de
contacto corporal, como sucede con los cuerpos; bien se le deba a modo
de contacto espiritual, como acontece con las sustancias espirituales.
Por este motivo, a las sustancias espirituales se les debe, por cierta
conveniencia, el lugar celestial, que es el lugar supremo, porque
tales sustancias son las supremas en el orden de las sustancias. Sin
embargo, el cuerpo de Cristo, aunque, si se atiende a la condición de
su naturaleza, esté por debajo de las sustancias espirituales,
teniendo en cuenta la dignidad de su unión personal con Dios, excede
en dignidad a todas las sustancias espirituales. Y, por este motivo,
conforme a la razón de la conveniencia predicha, le es debido un lugar
más alto, por encima de toda criatura incluso espiritual. De donde
dice Gregorio, en una Homilía sobre la Ascensión, que quien
había hecho todas las cosas, por su propia virtud era llevado por
encima de todas ellas.
A las objeciones:
1. Aunque el lugar se atribuya a la
sustancia corporal y a la espiritual por distinto motivo, hay, sin
embargo, algo que es común a una y otra: el lugar
superior se da al ser más digno.
2. Esa dificultad procede de
considerar el cuerpo de Cristo en su condición de naturaleza corpórea,
pero no de considerarlo bajo el aspecto de su unión (con
Dios).
3. La comparación aducida puede
considerarse: O por razón de los lugares, y, en este sentido, no
existe lugar tan alto que sobrepase la dignidad de la sustancia
espiritual, que es lo que se afirma en la objeción. O por razón de la
dignidad de los seres a los que les es atribuido el lugar. Y, en este
aspecto, al cuerpo de Cristo le es debido el estar por encima de todas
las criaturas espirituales.
Artículo 6:
¿La ascensión de Cristo es causa de nuestra salvación?
lat
Objeciones por las que parece que la ascensión de Cristo no es causa
de nuestra salvación.
1. Cristo fue causa de nuestra salvación en cuanto que la mereció
para nosotros. Pero con la ascensión no mereció nada en favor nuestro,
porque la ascensión pertenece al premio de su exaltación, y el mérito
y el premio no son una misma cosa, como no lo son el camino y el
término. Luego parece que la ascensión de Cristo no fue causa de
nuestra salvación.
2. Si la ascensión de Cristo es causa de nuestra salvación,
parece que especialmente lo será en cuanto que su ascensión es causa
de la nuestra. Pero esto nos ha sido otorgado por su pasión, pues,
como se dice en Heb 10,19, tenemos la firme confianza de entrar en
el santuario en virtud de su sangre. Luego parece que la ascensión
de Cristo no fue causa de nuestra salvación.
3. La salvación que Cristo nos ha dado es sempiterna, de
acuerdo con aquel pasaje de Is 51,6: Mi salvación durará por la
eternidad. Pero Cristo no subió al cielo para permanecer allí para
siempre, puesto que, en Act 1,11, se dice: Como le habéis visto
subir al cielo, asi vendrá. Se cuenta también que, después de su
ascensión, se manifestó a muchos santos, como se dice que acaeció con
Pablo, en Act 9. Luego da la impresión de que su ascensión no es causa
de nuestra salvación.
Contra esto: está que el propio Cristo dice, en Jn 16,7: Os conviene
que yo me vaya, esto es, que me aparte de vosotros por la
ascensión.
Respondo: La ascensión de Cristo es causa de
nuestra salvación de dos modos: uno, por parte nuestra; otro, por
parte de El. Por nuestra parte, en cuanto que, por la ascensión de
Cristo, nuestro espíritu se polariza en El. Pues por su ascensión,
como arriba se ha dicho (
a.1 ad 3), primero, se da lugar a la fe;
segundo, a la esperanza; tercero, a la caridad. Cuarto también, porque
así aumenta nuestra reverencia hacia El, al no considerarlo ya como
hombre terreno, sino como Dios celestial, tal como lo dice también el
Apóstol, en 2 Cor 5,16:
Aunque conocimos a Cristo según la carne;
esto es, mortal, teniéndolo sólo por un hombre, como lo expone
la
Glosa, ahora, en cambio, ya no lo conocemos
(así).
Y por parte de El, en cuanto a lo que hizo, al ascender, en favor de
nuestra salvación. Pues, primeramente, nos preparó el camino para
subir al cielo, como lo dijo El mismo, en Jn 14,2: Voy a prepararos
el lugar; y en Miq 2,13: Sube abriendo camino delante de
ellos. Y, por ser El nuestra cabeza, es necesario que los miembros
vayan adonde les ha precedido la cabeza; por lo que, en Jn 14,3, se
dice: Para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y, en
prueba de esto, llevó al cielo las almas de los santos, que había
sacado del infierno, según aquellas palabras del Sal 67,19: Subiendo a lo alto, llevó cautiva a la misma cautividad, es a
saber: porque a los que habían sido cautivos del diablo, los llevó
consigo al cielo, como a lugar extranjero para la naturaleza humana,
cautivados por una noble aprehensión, puesto que fueron ganados por
medio de la victoria.
En segundo lugar, porque, así como en el Antiguo Testamento el
pontífice entraba en el santuario para presentarse ante Dios en favor
del pueblo, así también Cristo entró en el cielo para interceder
por nosotros, como se dice en Heb 7,25. Pues su
misma presencia con la naturaleza humana, que El llevó al cielo, es
una cierta intercesión en nuestro favor, pues por el hecho de haber
exaltado así Dios la naturaleza humana en Cristo, también se
compadecerá de aquellos por los que el Hijo de Dios tomó la naturaleza
humana.
Finalmente, para que, sentado en el trono del cielo como Dios y
Señor, enviase a los hombres desde allí los dones divinos, conforme a
aquel pasaje de Ef 4,10: Subió sobre todos los cielos para llenarlo
todo, a saber, con sus dones, según comenta la Glosa.
A las objeciones:
1. La ascensión de Cristo es causa
de nuestra salvación, no a modo de mérito sino por vía de eficiencia;
como antes se ha dicho a propósito de la resurrección (
q.56 a.1 ad 3 y
4).
2. La pasión de Cristo es causa de
nuestra ascensión al cielo, hablando con propiedad, por la remoción
del pecado, que la impedía, y por vía de mérito. En cambio, la
ascensión de Cristo es causa directa de nuestra ascensión, como dando
principio a la misma en nuestra cabeza, a la que es necesario que se
junten los miembros.
3. Cristo, al subir al cielo una
vez, alcanzó para sí y para nosotros el derecho y la dignidad de la
morada celeste para siempre. Dignidad a la que en nada rebaja el que
Cristo, por especial disposición, baje alguna vez corporalmente a la
tierra: sea para manifestarse a todos, como en el día del juicio, sea
para dejarse ver particularmente de alguno, por ejemplo Pablo, como se
narra en Act 9. Y, para que nadie crea que esto aconteció sin hallarse
Cristo corporalmente presente, sino apareciéndose de cualquier modo,
el propio Apóstol dice lo contrario en 1 Cor 15,8, para confirmar la
fe en la resurrección: Últimamente, como a un aborto, se me
apareció también a mí; visión ésta que no probaría la verdad de la
resurrección de no haber visto el Apóstol el verdadero cuerpo de
Cristo.