Artículo 1:
¿Es la humildad una virtud?
lat
Objeciones por las que parece que la humildad no es una
virtud.
1. La virtud implica una idea de bien. Pero parece que la humildad
lleva consigo una idea de castigo, según se dice en el salmo 104,18: Humillaron sus pies con cepos. Luego la humildad no es una
virtud.
2. La virtud se opone al vicio. Pero a veces la humildad
suena a vicio, pues se dice en Eclo 19,23: Hay quien se humilla
como un malvado. Luego la humildad no es una virtud.
3. Ninguna virtud se opone a otra virtud. Ahora bien:
parece que la humildad se opone a la magnanimidad, la cual aspira a
cosas grandes, mientras que la humildad las rehuye. Luego no parece
que la humildad sea virtud.
4. La virtud es disposición del ser perfecto,
como se dice en VII Phys.. Pero parece que la
humildad es propia de los imperfectos: por eso no puede humillarse
Dios, el cual no puede someterse a nadie. Luego parece que la humildad
no es una virtud.
5. Más todavía: Toda virtud moral se ocupa de acciones o
pasiones, como se dice en II Ethic.. Pero la
humildad no es incluida por el Filósofo entre las virtudes que tratan
de las pasiones, ni tampoco bajo la justicia, la cual se ocupa de las
acciones. Luego parece que no es virtud.
Contra esto: está lo que dice Orígenes al comentar Lc
1,48: miró la humildad de su esclava: En las Escrituras se cuenta
la humildad entre las virtudes, porque dice el Salvador: «Aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón».
Respondo: Como ya expusimos antes (
1-2 q.23 a.2), al hablar de las pasiones, el bien arduo tiene algo que atrae el
apetito, a saber, la misma razón de bien, y tiene algo que retrae, que
es la misma dificultad de conseguirlo. Del primero se deriva el
movimiento de esperanza y del segundo el de desesperación. Por otro
lado, ya dijimos (
1-2 q.61 a.2) que los movimientos del apetito que se
comportan como impulsos exigen una virtud que los modere y los frene,
mientras que aquellos que indican un retraimiento necesitan una virtud
moral que los reafirme y empuje. Por eso es necesaria una doble virtud
sobre el apetito del bien arduo. Una de ellas ha de atemperar y
refrenar el ánimo, para que no aspire desmedidamente a las cosas
excelsas, lo cual pertenece a la humildad, y la otra ha de fortalecer
el ánimo contra la desesperación y empujarlo a desear las cosas
grandes conforme a la recta razón, y es lo que hace la magnanimidad.
Queda claro, pues, que la humildad es una virtud.
A las objeciones:
1. Como dice San Isidoro en sus Etymol., humilde equivale a pegado a la
tierra, es decir, pegado a lo más bajo. Y esto puede suceder de
dos modos. En primer lugar, por un principio extrínseco, cuando
alguien es despreciado por otro. Bajo este aspecto, la humildad es un
castigo. En segundo lugar, por un principio intrínseco. Esto puede
hacerse bien, cuando alguien, viendo sus defectos, se considera
pequeño, como Abrahán al decir al Señor en Gen 18,27: Hablaré a mi
Señor, aunque soy polvo y ceniza. En este caso, la humildad es una
virtud. Pero también puede hacerse mal, cuando el hombre, no
conociendo su honor, se compara con los animales que no entienden y se
hace semejante a ellos.
2. Como ya dijimos (ad 1), la
humildad, en cuanto virtud, lleva consigo cierto laudable rebajamiento
de sí mismo. Esto se hace, a veces, sólo con signos externos y es
fingido, constituyendo la falsa humildad, de la cual dice San
Agustín, en una carta, que es gran soberbia,
porque parece que busca la excelencia de la gloria. Pero a veces se
hace por un movimiento interno del alma, en cuyo caso la humildad se
considera como virtud propiamente dicha, porque la virtud no consiste
en manifestaciones externas, sino principalmente en la decisión
interna de la mente, como afirma el Filósofo en Ethic..
3. La humildad reprime al apetito
para que no aspire a las cosas grandes sin contar con la recta razón,
mientras que la magnanimidad lo empuja, también según el dictamen de
la recta razón. Queda claro, pues, que la magnanimidad no se opone a
la humildad, sino que ambas coinciden en conformarse a la recta
razón.
4. Puede decirse que algo es
perfecto en dos sentidos. En primer lugar, de un modo absoluto, cuando
no se le encuentra defecto ni en sí mismo ni en
relación con las otras cosas. En este sentido, sólo Dios es perfecto,
y no cabe en El la humildad según su naturaleza divina, sino sólo en
virtud de la naturaleza asumida. Bajo otro aspecto, puede decirse que
una cosa es perfecta relativamente, bien sea según su naturaleza, bien
según las exigencias de su propia naturaleza, bien según lo exijan el
estado o el tiempo. Tomada así, el hombre puede ser perfecto, si bien
su perfección es deficiente si se la compara con Dios, según se dice
en Is 40,17: Todos los pueblos son delante de El como si no
fueran. En este sentido, la humildad tiene cabida en todo
hombre.
5. El Filósofo
quería considerar las virtudes tal como se ordenan en la vida civil,
en la cual la sujeción de un hombre a otro está determinada por la ley
y, por tanto, es objeto de la justicia legal. Pero la humildad, como
virtud específica, considera preferentemente la sujeción del hombre a
Dios, en cuyo honor también se humilla sometiéndose a
otros.
Artículo 2:
¿Reside la humildad en el apetito?
lat
Objeciones por las que parece que la humildad no reside en el
apetito, sino más bien en el juicio de la razón.
1. La humildad se opone a la soberbia. Pero ésta se ocupa
principalmente de cosas pertenecientes al conocimiento, ya que dice
San Gregorio, en XXXIV Moral., que la
soberbia, cuando se transmite a todo el cuerpo, se trasluce
primeramente a través de los ojos. Por eso se dice en el salmo
130,1: Señor, mi corazón no se ha ensoberbecido ni mis ojos se han
engreído. Como los ojos están ordenados, ante todo, al
conocimiento, parece que la humildad tiene como objeto principal el
conocimiento que se tiene de sí mismo y que se estima
pequeño.
2. Dice San Agustín, en De Virginit.,
que la humildad se encuentra en casi toda la doctrina
cristiana. Por tanto, no hay nada dentro de esta doctrina que se
oponga a la humildad. Pero en la doctrina cristiana se nos aconseja
que deseemos las cosas mejores, según el texto de 1 Cor 12,31:
Aspirad a carismas mejores. Luego no es propio de la humildad
reprimir el apetito de las cosas difíciles, sino más bien el
estimarlas como tales.
3. Pertenece a una misma virtud frenar el movimiento
superfluo y fortalecer el ánimo contra una huida cobarde. Así, es la
misma la fortaleza que frena la audacia y la que reafirma el ánimo
contra el temor. Pero la magnanimidad reafirma el ánimo contra las
dificultades que se presentan en la búsqueda de cosas grandes. Por
tanto, si la humildad frenara el apetito de lo grande, se seguiría que
no era virtud distinta de la magnanimidad, lo cual es ciertamente
falso. Por tanto, la humildad no se ocupa del deseo de cosas grandes,
sino de la estimación de las mismas como tales.
4. Andrónico asigna a la humildad la compostura
exterior, cuando dice que la humildad es el hábito
de no excederse en gastos ni en preparativos. Por tanto, no se
ocupa del movimiento del apetito.
Contra esto: está el testimonio de San Agustín, quien dice, en su libro De Poenit., que es humilde el que elige
ser desgraciado en la casa del Señor antes que vivir en las casas de
los pecadores. Ahora bien: la elección pertenece al apetito. Luego
la humildad trata del apetito más que de la estimación.
Respondo: Como ya dijimos (
a.1), pertenece
propiamente a la humildad el que uno se refrene a sí mismo para no
desear lo que es superior a él. Para esto es preciso que conozca lo
que falta respecto de lo que excede sus fuerzas. Por eso el
conocimiento de los defectos propios pertenece a la humildad como
regla directiva del apetito. Pero la humildad consiste esencialmente
en ese apetito. Por eso debemos decir que la humildad tiene como
misión esencial el moderar los movimientos del apetito.
A las objeciones:
1. La altivez de los ojos es un
signo de soberbia en cuanto que excluye la reverencia y el temor,
puesto que los timoratos y vergonzosos suelen bajar la vista como si
no se atrevieran a compararse con los demás. No se sigue de esto, sin
embargo, que la humildad consista esencialmente en un
conocimiento.
2. El desear cosas más altas por
la confianza en las propias fuerzas es contrario a la humildad. Pero
el auxilio divino no se opone a la humildad, sobre todo porque el
hombre se exalta más ante Dios por el hecho de rebajarse a El mediante
la humildad. Por eso dice San Agustín en De Poenit.: Una cosa es levantarse a Dios y otra levantarse contra El. Quien se prosterna ante El es levantado por El; quien se levanta contra El es echado fuera por El.
3. En la fortaleza se halla la
misma razón para refrenar la audacia y para reafirmar el espíritu
contra el temor: el que el hombre debe oponer el bien de la razón a
los peligros de muerte. Pero al refrenar la presunción de la
esperanza, lo cual es propio de la humildad, y al fortalecer el ánimo
contra la desesperación, lo cual pertenece a la magnanimidad, la razón
es distinta. Se trata de reafirmar el ánimo contra la desesperación
adquiriendo el bien propio: evitar que, desesperándose, el hombre se
haga indigno de lo que le es debido. Pero al reprimir la presunción de
la esperanza, la razón principal se toma de la reverencia divina, que
hace que el hombre no se atribuya más de lo que le pertenece según el
grado que Dios le ha concedido. De donde se deduce que la humildad
lleva consigo principalmente una sujeción del hombre a
Dios. Y por eso San Agustín, en De Serm. Dom.
in Monte, atribuye la humildad, la cual entiende
como pobreza de espíritu, al don de temor, por el que el hombre teme a
Dios. Y de ahí que la relación entre la fortaleza y la audacia sea
distinta de la que existe entre la humildad y la esperanza. La
fortaleza hace uso de la audacia más que reprimirla, por lo cual el
exceso se le asemeja más que el defecto. Pero la humildad reprime la
esperanza o confianza en sí mismo más que usar de ella, por lo cual el
exceso se opone a ella más que el defecto.
4. El exceso en preparaciones y
gastos externos suele hacerse conforme a cierto grado de jactancia, la
cual es reprimida por medio de la humildad. En este sentido consiste
secundariamente en bienes externos, en cuanto que son signos del
movimiento de deseo interior.
Artículo 3:
¿Debe el hombre someterse a todos mediante la humildad?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre no debe someterse a todos
mediante la humildad.
1. Como dijimos antes (
a.2 ad 3), la humildad consiste principalmente
en la sujeción del hombre a Dios. Ahora bien: lo que se debe a Dios no
se debe manifestar ante los hombres, como es claro respecto de los
actos de latría. Luego el hombre, mediante la humildad, no debe
someterse a otro hombre.
2. Dice San Agustín en De Nat. et Gratia: Hay que poner la humildad de parte de la verdad, no de parte de la falsedad. Pero algunos están colocados muy alto, y si se humillaran, ello sólo sería posible incurriendo en falsedad. Luego el hombre no debe someterse a todos por la humildad.
3. Nadie debe hacer lo que vaya en detrimento de otro.
Pero el someterse a otro mediante la humildad puede ir en detrimento
de otro ante el cual se humilla, porque éste podría enorgullecerse y
despreciarle. Por eso dice San Agustín en la Regla: No sea que, al observar excesivamente la humildad, se pierda la autoridad en el gobierno. Luego el hombre no debe someterse a todos mediante la humildad.
Contra esto: está lo que se dice en Flp 2,3: Elevados de la
humildad, teneos unos a otros por superiores.
Respondo: Pueden considerarse, en el hombre,
dos cosas: lo que es de Dios y lo que es del hombre.
Es del hombre todo lo defectuoso, mientras que es de Dios todo lo
perteneciente a la salvación y a la perfección, conforme a lo que se
dice en Os 13,9:
Tu perdición es obra tuya, Israel. Tu fuerza es
sólo mía. Ahora bien: la humildad, como ya dijimos (
a.1 ad 5;
a.2 ad 3), se ocupa propiamente de la reverencia por la que el hombre se
somete a Dios. Por eso, todo hombre, en lo que es suyo, debe someterse
a cualquiera que sea su prójimo en cuanto a lo que hay de Dios en
éste.
Pero la humildad no exige que el hombre someta lo que hay de Dios en
él a lo que hay de Dios en otro, porque los que participan de los
dones de Dios saben que los poseen, conforme a lo que se nos dice en 1
Cor 2,12: Para que conozcamos los dones que Dios nos ha
concedido. Por eso, sin faltar a la humildad, podemos preferir los
dones que hemos recibido de Dios a los dones de Dios que aparecen en
los demás, tal como dice el Apóstol en Ef 3,5: No fue dado a
conocer a las generaciones pasadas, a los hijos de los hombres, como
ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles.
De igual modo, la humildad no exige que el hombre someta lo que hay
suyo en sí mismo a lo que hay de hombre en el prójimo. De lo
contrario, convendría que todos se reconocieran más pecadores que los
demás, siendo así que el Apóstol, en Gál 2,15, dice, sin faltar a la
verdad: Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores de la
gentilidad.
Sin embargo, puede uno creer que hay en el prójimo alguna cosa buena
que él no posee o puede ver en él mismo algo malo de lo que el otro
carece, y en cuanto a eso, puede someterse a él por medio de la
humildad.
A las objeciones:
1. No sólo debemos reverenciar a
Dios en sí mismo, sino lo que hay de Dios en cualquier hombre, aunque
no con la misma reverencia que tributamos a Dios. Por eso, mediante la
humildad, debemos someternos al prójimo por Dios, cumpliendo lo que se
nos dice en 1 Pe 2,13: Someteos a toda autoridad humana por
Dios. Pero sólo a Dios debemos tributar culto de
latría.
2. Si preferimos lo que hay de
Dios en el prójimo a lo que hay de humano en nosotros, no podemos caer
en falsedad. Por eso, al comentar el pasaje de Flp 2,3: creyendo a
los demás superiores a nosotros, dice la Glosa: No debemos entender estas palabras con fingimiento; antes bien, pensemos que puede haber oculto en el otro algo por lo que sea superior a nosotros, aunque el bien nuestro, por el que nos parece que somos superiores a él, no esté oculto.
3. La humildad, como las demás
virtudes, se muestra preferentemente en la interioridad del alma. Por
eso puede el hombre someterse a otro mediante un acto interno del alma
sin contribuir a su daño espiritual. Esto es lo que San Agustín dice
en la Regla. Pero en los actos externos de
humildad, como en los de otras virtudes, hay que mostrar la debida
moderación, para que no vayan en detrimento de otro. Ahora bien: si
uno hace lo que debe y sirve de ocasión de pecado a otros, no es ello
culpa del que se comporta humildemente, porque éste no trata de
escandalizar, aunque el otro se escandalice.
Artículo 4:
¿Es la humildad parte de la modestia o de la templanza?
lat
Objeciones por las que parece que la humildad no es parte de la
modestia ni de la templanza.
1. La humildad considera principalmente la reverencia por la que el
hombre se somete a Dios, como queda dicho (
a.1). Pero es propio de las
virtudes teológicas el tener por objeto a Dios. Luego la humildad debe
considerarse virtud teológica más que parte de la templanza o de la
modestia.
2. La templanza reside en el apetito concupiscible, mientras
que parece que la humildad reside en el irascible, al igual que la
soberbia, que es opuesta a ella y cuyo objeto es lo arduo. Luego
parece que la humildad no es parte de la templanza ni de la
modestia.
3. La humildad y la magnanimidad tratan de los mismos
objetos, como dijimos antes (
a.1 ad 3). Luego parece que la humildad
no es parte de la templanza, sino más bien de la fortaleza, como ya
vimos (
q.129 a.5). Luego parece que la humildad no es parte de la
templanza ni de la modestia.
Contra esto: está lo que dice Orígenes al comentar a Lc: Si quieres saber el nombre de esta virtud, y cómo la llaman los
filósofos, sábete que es la misma humildad que Dios mira y que ellos
llaman «metriotes», es decir, medida o moderación, la cual
claramente pertenece a la modestia y a la templanza. Luego la humildad
es parte de la modestia y de la templanza.
Respondo: Como ya lo expusimos (
q.137 a.2;
q.157 a.3 ad 2), al atribuir partes a las virtudes se mira, ante todo,
a la semejanza en cuanto al modo de la virtud. Ahora bien: el modo de
la templanza, que le da mayor nobleza, es el freno o represión del
ímpetu de alguna pasión. Por eso se consideran partes de la templanza
todas las virtudes que frenan o reprimen el ímpetu de algunos afectos
o acciones, y así como la mansedumbre reprime el movimiento de ira, la
humildad reprime el movimiento de esperanza, que es el movimiento del
espíritu que tiende hacia las cosas grandes. Por eso, al igual que la
modestia, se considera a la humildad como parte de la templanza. De
ahí que el Filósofo, en IV
Ethic., diga que no
es magnánimo, sino
moderado, aquel que aspira a las cosas
pequeñas según su modo, al cual nosotros podemos llamar humilde. Y
entre las partes de la templanza, por lo ya dicho (
q.160 a.2), está
incluida bajo la modestia en el sentido en que Cicerón habla de
ella; es decir, en cuanto que la humildad no es sino
una moderación del espíritu. Por eso se dice en 1 Pe 3,4:
En la
incorrupción de un espíritu manso y tranquilo.
A las objeciones:
1. Las virtudes teologales, cuyo
objeto es el último fin, primer principio en el orden de lo
apetecible, son la causa de las otras virtudes. Por ello, el hecho de
que la humildad tenga por causa la reverencia divina no excluye que la
humildad sea parte de la modestia y de la templanza.
2. Las partes se asignan a las
virtudes principales no según la coincidencia en el sujeto o materia,
sino por la coincidencia en el modo formal, como dijimos antes (
q.137 a.2 ad 1;
q.157 a.3 ad 2) (
cf. In corp). Por ello, aunque el
sujeto de la humildad es el irascible, se
considera parte de la modestia y de la templanza por el modo de
obrar.
3. Aunque la magnanimidad y la
humildad coinciden en la materia, se distinguen por el modo de obrar,
razón por la cual la magnanimidad es considerada parte de la
fortaleza, pero la humildad parte de la templanza.
Artículo 5:
¿Es la humildad la más importante de las virtudes?
lat
Objeciones por las que parece que la humildad es la más importante de
las virtudes.
1. Dice San Juan Crisóstomo al comentar Lc 18,14,
sobre el fariseo y el publicano: Si la humildad unida al pecado
corre tan veloz que deja atrás a la justicia unida a la soberbia,
¿hasta dónde llegará si se une a la justicia? Es claro, por
consiguiente, que es preferida a la justicia. Pero la justicia o es la
más excelente de las virtudes o las abarca a todas, como afirma el
Filósofo en V Ethic.. Luego la humildad es la
principal de las virtudes.
2. Dice San Agustín en De Verb. Domini: ¿Piensas construir un edificio muy alto? Piensa primero en el cimiento de la humildad. Con ello quiere decir que la humildad es el cimiento de todas las virtudes. Luego parece que es la mejor de todas.
3. Cuanto mayor es la virtud, mayor premio se le debe.
Ahora bien: a la humildad se le da el máximo premio,
porque el que se humilla será ensalmado, según se dice en Lc
14,11. Luego la humildad es la más excelente de las
virtudes.
4. Más incluso: como dice San Agustín el De Vera
Relig., toda la vida de Cristo en la tierra,
revestido de la humanidad, fue una lección para nuestra vida. El
nos propuso que imitáramos su humildad, al decir en Mt 11,29:
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Y San
Gregorio dice, en Pastoral, que la humildad
de Dios ha sido la causa de nuestra redención. Luego parece que la
humildad es la más excelente de las virtudes.
Contra esto: está el hecho de que la caridad es preferida a todas las
virtudes en Col 3,14: Por encima de todo, practicad la
caridad. Luego la humildad no es la virtud más
excelente.
Respondo: El bien de la virtud humana consiste
en el orden de la razón, el cual se mira principalmente por orden al
fin. Por eso las virtudes teológicas, cuyo objeto es el último fin,
son las más excelentes.
Pero, secundariamente, se tiene en cuenta también el orden que
guardan entre sí los medios en función del fin. Esta ordenación
consiste esencialmente en la misma razón que ordena y, por
participación, en el apetito ordenado por medio de la razón. Esta
ordenación, en forma universal, es efectuada por la justicia, sobre
todo la legal. Pero el que el hombre se someta a su dictamen es obra
de la humildad de forma universal y en todas las materias, y todas las
demás virtudes en alguna materia especial. Por eso después de las
virtudes teologales y de las intelectuales, que dicen orden a la misma
razón, y de la justicia, sobre todo la legal, la humildad es la más
excelente de todas.
A las objeciones:
1. La humildad no se antepone a la
justicia, sino a la justicia unida a la soberbia, que ya no es
virtud. De igual modo, en el extremo contrario, el pecado se perdona
por la humildad, ya que se dice del publicano, en Lc 18,14, que volvió a su casa justificado. Por eso dice San Juan Crisóstomo : Dadme dos carros, uno tirado por la justicia
y la soberbia y otro por la humildad y el pecado, y veréis cómo el del
pecado adelanta al de la justicia, no por sus propias fuerzas, sino
por las de la humildad unidas a él; mientras que veréis al otro
vencido, no por la fragilidad de la justicia, sino por el peso y la
hinchazón de la soberbia.
2. Así como el conjunto ordenado
de las virtudes se compara con un edificio por la semejanza que guarda
con él, así también lo que es primero en la adquisición de las
virtudes se compara con los cimientos, que son lo primero que se echa
en un edificio. Ahora bien: las verdaderas virtudes son infundidas por
Dios, por lo cual puede considerarse de dos modos la razón de
principio en las virtudes. En primer lugar, como algo que aparta los
obstáculos, y en ese sentido la humildad ocupa el lugar principal en
cuanto que elimina la soberbia, a la cual resiste Dios, y hace al
hombre obediente y siempre sumiso para recibir el influjo de la gracia
divina eliminando la hinchazón de la soberbia, pues en Jds 4,6 se dice
que
Dios resiste a los soberbios y da la gracia a los humildes.
En este sentido se dice que la humildad es el cimiento del edificio
espiritual.
Puede decirse que, en las virtudes, algo es el fundamento
directamente de otro modo, a saber: por el acercamiento a Dios. Ahora
bien: el primer acercamiento a Dios se produce por la fe, conforme a
lo que se dice en Heb 11,6: Es preciso que quien se acerca a Dios
crea. Bajo este aspecto, se considera cimiento a la fe de un modo
más excelente que la humildad.
3. Al que desprecia las cosas
terrenas se le prometen las celestiales, del mismo modo que a los que
desprecian las riquezas terrenas se les prometen los tesoros
celestiales, conforme a Mt 6,19-20: No atesoréis riquezas en la
tierra, sino en el cielo. De igual modo, a los que desprecian los
gozos del mundo se les prometen los consuelos celestiales, como se
dice en Mt 5,5: Dichosos los que lloran, porque serán
consolados. También a la humildad se le promete una exaltación
espiritual, no porque lo merezca ella misma, sino
porque es propio de ella el despreciar la sublimidad terrena. Por eso
dice San Agustín en De Poenitentia: No
creas que el que se humilla siempre está por tierra, puesto que se ha
dicho: «Será exaltado». Y no pienses que su exaltación tendrá lugar a
los ojos de los hombres mediante una exaltación corporal.
4. Cristo nos recomendó la
humildad, ante todo, porque mediante ella se elimina un obstáculo para
la salvación humana, la cual consiste en que el hombre aspire a lo
celestial y espiritual, para llegar a los cuales encuentra un
obstáculo en el deseo de ser exaltado en lo terreno. Por eso el Señor,
para eliminar ese obstáculo a la salvación, anunció que hay que
despreciar la exaltación externa mediante los ejemplos de humildad.
Así, la humildad es como una disposición para el libre acceso del
hombre a los bienes espirituales y divinos. Por consiguiente, así como
la perfección es mejor que la disposición, así también la caridad y
las otras virtudes que llevan al hombre directamente hacia Dios son
más excelentes que la humildad.
Artículo 6:
¿Está bien hecha la clasificación de la humildad en los doce grados
que aparecen en la Regla de San Benito?
lat
Objeciones por las que parece que no es adecuada la distinción de
doce grados en la humildad conforme a la Regla de San
Benito. Son éstos: primero, tener siempre los ojos
bajos y manifestar humildad interior y exterior; segundo, hablar poco, cosas razonables y en voz baja; tercero, no ser
muy propenso a la risa; cuarto, callarse hasta ser
interrogado; quinto, observar lo prescrito por la regla común
del monasterio; sexto, creerse y mostrarse como el más indigno
de todos; séptimo, creerse sinceramente indigno e inútil para
todo; octavo, confesar los propios pecados; noveno, llevar con paciencia la obediencia en cosas ásperas y difíciles;
décimo, someterse a los mayores por obediencia; undécimo, no
tratar de satisfacer la propia voluntad; duodécimo, temer a
Dios y acordarse de todos sus mandamientos.
1. Aquí aparecen elementos que pertenecen a otras virtudes, tales
como la obediencia y la paciencia. También se enumeran otros que
parecen pertenecer a la falsa opinión y que no pertenecen a ninguna
virtud: el reconocerse el más vil de todos y el creerse
sinceramente indigno e inútil. Luego no es adecuado poner todo
esto entre los grados de la humildad.
2. La humildad, como todas las virtudes, va de lo interior a
lo exterior. Por tanto, no está bien poner lo referente a los actos
exteriores antes que lo referente a los internos.
3. San Anselmo, en su obra De Similitudinibus, pone siete grados de humildad: primero, reconocerse despreciable; segundo, dolerse de ello; tercero, confesarlo; cuarto, persuadirse de ello, es decir, creerlo; quinto, sobrellevar con paciencia el que esto se diga; sexto, sobrellevar el ser tratado con desprecio; séptimo, quererlo. Parece, pues, que la división anterior es superflua.
4. Al comentar Mt 3,15 dice la Glosa: La perfecta humildad tiene tres grados. El primero es someterse a los mayores y no anteponerse a los iguales: este grado está bien. El segundo, someterse a iguales y no anteponerse a los inferiores: éste es mejor. El tercero es someterse a un inferior: en él consiste toda justicia. Luego los grados de la división anterior parecen superfluos.
5. Más incluso: dice San Agustín, en su libro De
Virginit.: La medida de la humildad ha sido
dada a todos conforme a la medida de su grandeza, y tanto mayor es la
soberbia que hay que vencer cuanto mayor es la dignidad. Ahora
bien: la medida de la magnitud humana no puede determinarse en un
número de grados determinado. Por consiguiente,
parece que no se pueden señalar grados a la humildad.
Respondo: Como es evidente por lo que se ha
dicho (
a.2), la humildad se ocupa principalmente del apetito, en
cuanto que el hombre refrena el ímpetu de su ánimo para que no busque
desordenadamente las cosas grandes. Pero tiene en el conocimiento su
norma, la cual consiste en que nadie se sobreestime. Y de la
disposición interna de la humildad proceden algunos signos externos en
palabras, actos y gestos, que dan a conocer lo que está interiormente
oculto, al igual que sucede en las otras virtudes, puesto que, como se
dice en Eclo 19,26,
por su aspecto se conoce el hombre y por su
semblante el prudente. Por eso en los grados anteriores (obj.1) de
humildad figura algo que pertenece a la raíz de la humildad: el grado
duodécimo, es decir,
temer a Dios y conservar vivo el recuerdo de
todos sus mandamientos.
Figura, igualmente, algo propio del apetito: el no buscar
desordenadamente la propia excelencia. Esto tiene lugar de tres modos.
En primer lugar, no siguiendo la propia voluntad, lo cual pertenece al
grado undécimo. En segundo lugar, regulándola según el juicio del
superior, lo cual constituye el grado décimo. En tercer lugar, no
arredrándose ante las cosas duras y ásperas, lo cual constituye el
noveno.
Figuran también elementos pertenecientes al juicio del hombre que
conoce sus defectos. Esto, bajo tres aspectos: Primero, reconociendo y
confesando los defectos propios, lo cual constituye el octavo grado.
En segundo lugar, considerándose insuficiente para las cosas altas
debido a los propios defectos, lo cual pertenece al séptimo grado. En
tercer lugar, considerando a los demás mejores que uno mismo, lo cual
constituye el sexto grado.
Figuran también cosas pertenecientes a los signos externos. En primer
lugar, en los hechos, es decir, que el hombre no se aparte, en su modo
de obrar, del camino común, lo cual pertenece al quinto grado. Las
otras dos, en las palabras: el que el hombre no gaste el tiempo en
palabras vanas, que es el cuarto grado, ni se exceda en el modo de
hablar, lo cual constituye el segundo. Otras consisten en gestos
exteriores: reprimir la altanería de la vista, lo cual pertenece al
primero, y cohibir la risa y otros signos de alegría necia, que
constituyen el tercer grado.
A las objeciones:
1. Uno puede, sin caer en
falsedad,
creerse y manifestarse más vil que los otros debido
a defectos ocultos que reconoce en sí mismo y los dones de Dios
ocultos en los demás. Por eso dice San Agustín en su obra
De
Virginit.:
Estimad interiormente superiores a
aquellos que son inferiores a vosotros en lo exterior.
También puede uno, sin caer en falsedad, confesarse y creerse
inútil e indigno para todo teniendo en cuenta las fuerzas propias,
para atribuir a Dios todo lo que vale, según se dice en 2 Cor 3,5: No que de nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros
mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios.
No hay inconveniente en que se atribuyan a la humildad elementos
pertenecientes a otras virtudes, porque, al igual que un vicio tiene
origen en otro, así, por un mismo orden natural, los actos de una
virtud se derivan de los de otra.
2. El hombre llega a la humildad
por dos caminos. En primer lugar, mediante el don de la gracia. Según
esto, lo interior precede a lo exterior. En segundo lugar, mediante el
esfuerzo humano, del cual se sirve para cohibir primero lo externo y,
a continuación, procede a extirpar la raíz interna. Es éste el orden
que siguen los grados de la humildad.
3. Todos los grados fijados por
San Anselmo se reducen a la opinión y voluntad de la propia abyección.
En efecto, el primero pertenece al conocimiento de los propios
defectos. Pero como sería reprochable el amor de sus propios defectos,
esto se excluye en el segundo. Y a la manifestación de los defectos
propios pertenecen el tercero y cuarto grados: el que uno no sólo diga
sus propios defectos, sino que trate de convencer a los demás de que
existen. Los otros tres grados pertenecen al apetito. Primero, no
buscar la propia excelencia sino más bien la abyección exterior, sea
en palabras o en hechos, porque, como dice San Gregorio en Registro, no es loable el aparecer humildes ante
quienes nos honran, sino que debemos ser humildes, ante todo, para
aquellos que nos hacen padecer. Esto es propio del quinto y sexto
grados. También comprende el buscar, incluso, el ser despreciado, lo
cual constituye el segundo grado. Así, todos esos
grados están contenidos en el sexto y séptimo de los antes
enumerados.
4. Estos modos no se toman de una
consideración esencial de la humildad, sino por comparación con los
grados de los hombres, los cuales son superiores, inferiores o
iguales.
5. Tampoco esta objeción parte de
una consideración de los grados de la humildad en sí misma, sino según
las categorías humanas.