Artículo 1:
¿Son una misma virtud la clemencia y la mansedumbre?
lat
Objeciones por las que parece que la clemencia y la mansedumbre son
absolutamente la misma virtud.
1. La mansedumbre modera la ira, según dice el Filósofo en IV Ethic.. Pero la ira es el deseo de
venganza. Y como la clemencia es la benignidad del superior en
la imposición de castigo al inferior, como dice Séneca en II De
Clementia, y el castigo da lugar a la
venganza, parece que la clemencia y la mansedumbre son una misma
cosa.
2. Según dice Cicerón en II Rhet., la clemencia es una virtud por la que el alma, excitada en odio contra
alguien, se modera con benignidad, es decir, la clemencia modera
el odio. Ahora bien: el odio, como dice San Agustín, es
causado por la ira, la cual es el objeto propio de la mansedumbre.
Luego parece que la mansedumbre y la clemencia son una misma
cosa.
3. Un solo vicio no se opone a diversas virtudes. Pero un
mismo vicio, la crueldad, se opone a la mansedumbre y a la
clemencia. Luego parece que estas dos son exactamente la misma
cosa.
Contra esto: está la ya citada definición de Séneca, según la cual
(obj.1) la clemencia es la benignidad del superior para con el
inferior. Pero la mansedumbre no sólo es propia del superior para
con el inferior, sino de un hombre para con otro indistintamente.
Luego la mansedumbre y la clemencia no son exactamente lo
mismo.
Respondo: Tal como leemos en II Ethic., la virtud moral tiene por objeto las
pasiones y las acciones. Ahora bien: las pasiones internas son
principios de acciones externas, o las impiden. Por tanto, las
virtudes que moderan las pasiones colaboran, en cierto modo, en cuanto
a su efecto, con las virtudes que moderan las acciones, aunque sean
específicamente diferentes. Así, la justicia tiene como objeto propio
retraer al hombre del robo, al cual el hombre se inclina por el amor
desordenado o concupiscencia de dinero, la cual es moderada por la
liberalidad. Esta concurre, pues, con la justicia a este efecto, que
es el retraer del robo. Esto debe tenerse presente en nuestro caso. La
pasión de la ira incita al hombre a imponer un castigo más
grave que el debido. Por su parte, es propio de la
clemencia el disminuir el castigo, objeto que podría ser impedido por
el exceso de ira. Por ello, la mansedumbre, por el hecho de refrenar
el ímpetu de la ira, concurre con la clemencia para producir un mismo
efecto. Sin embargo, son virtudes distintas: la clemencia modera el
castigo externo, mientras que es propio de la mansedumbre apaciguar la
pasión de la ira.
A las objeciones:
1. Es objeto propio de la
mansedumbre el deseo de venganza, mientras que la clemencia se ocupa
de los castigos exteriores puestos como venganza.
2. El afecto del hombre es
propenso a disminuir aquello que no le agrada. Ahora bien: del hecho
de que el hombre ame a otro se deduce que no le agrada el castigo de
éste, a no ser en orden a conseguir otra cosa: la justicia, por
ejemplo, o la corrección del que sufre el castigo. Por eso es producto
del amor el hecho de que el hombre esté dispuesto a aminorar los
castigos, lo cual es objeto de la clemencia, mientras que el odio
impide tal disminución. Por eso dice Cicerón que el ánimo excitado
hacia el odio, es decir, a castigar con dureza, se calma por
la clemencia, para no imponer un castigo más duro que el debido:
la clemencia no modera directamente el odio, sino el
castigo.
3. A la mansedumbre, cuyo objeto
directo es la ira, se opone propiamente la iracundia, que
lleva consigo un exceso de ira. Pero la crueldad lleva consigo
un exceso en el castigo. Por eso dice Séneca en II De
Clem.: Llamamos crueles a aquellos que tienen
motivo para castigar, pero lo hacen sin moderación. Ahora bien: a
los que se complacen en los castigos a los hombres, impuestos incluso
sin motivo, puede llamárseles fieros o crueles, porque
parece que carecen del afecto humano, que hace que el hombre ame al
hombre según el dictado de la naturaleza.
Artículo 2:
¿Son virtudes la clemencia y la mansedumbre?
lat
Objeciones por las que parece que ni la clemencia ni la mansedumbre
son virtudes.
1. Ninguna virtud se opone a otra. Pero tanto a la clemencia como a
la mansedumbre se opone la severidad. Luego ninguna de ellas
es virtud.
2. la virtud se corrompe por exceso y por defecto.
Ahora bien: tanto la clemencia como la mansedumbre son esencialmente
una disminución, ya que la clemencia es disminución del castigo y la
mansedumbre es disminución de la ira. Luego ninguna de ellas es
virtud.
3. La mansedumbre o dulzura es enumerada entre las
bienaventuranzas en Mt 5,4, y entre los frutos en Gál 5,23. Pero las
virtudes son distintas de las bienaventuranzas y de los frutos. Por
tanto, la mansedumbre no es virtud.
Contra esto: está el testimonio de Séneca, quien escribe en II De
Clem.: Todos los hombres de bien manifestarán
clemencia y mansedumbre. Ahora bien: es la virtud la que pertenece
propiamente a los hombres de bien, ya que la virtud es la que hace
buenos al hombre que la posee y a sus obras, como se dice en II Ethic.. Luego la clemencia y la mansedumbre son
virtudes.
Respondo: Es esencial a las virtudes morales
la sujeción del apetito respecto de la razón, como escribe el Filósofo
en I Ethic.. Esto se cumple tanto en la
clemencia como en la mansedumbre, ya que la clemencia, al aminorar los
castigos, mira a la razón, como dice Séneca en II De
Clem.. En cuanto a la mansedumbre, modera la ira
también en conformidad con la recta razón, como se dice en IV Ethic.. Es, pues, evidente que tanto la clemencia
como la mansedumbre son virtudes.
A las objeciones:
1. La mansedumbre no se opone
directamente a la severidad, ya que la mansedumbre se ocupa de la ira,
mientras que el objeto de la severidad es la imposición externa de un
castigo. Según esto, parecería que se opone más bien a la clemencia,
que también se ocupa del castigo externo, como dijimos antes (
a.1).
Pero no se opone a ella, porque ambas se relacionan con la recta
razón. En efecto, la severidad se muestra inflexible en la imposición
de castigos cuando lo exige la recta razón, mientras que la clemencia
tiende a aminorar los castigos, también según la recta razón, es
decir, cuando y como conviene. Por eso no se oponen, porque no tienen
el mismo objeto.
2. Según el Filósofo en IV
Ethic.,
el hábito que modera los movimientos
de la ira, disminuyéndolos, no tiene nombre; por eso la virtud se
llama mansedumbre debido a otra función que ejerce, la de aminorar la
ira, ya que se aproxima más a la disminución que a la
sobreabundancia, dado que es más natural al hombre el desear la
venganza de las injurias que el pecar por defecto, pues
apenas a
nadie le parecen pequeñas las ofensas que se le infieren, como
dice Salustio.
La clemencia, por su parte, trata de aminorar los castigos, no en
cuanto al justo medio señalado por la recta razón, sino respecto de lo
que impone la justicia común, que es materia de la justicia legal.
Pero la clemencia disminuye los castigos atendiendo a algunas
circunstancias particulares, como considerando que no hay que castigar
más al hombre. De ahí que Séneca diga en II De
Clem.: La primera característica de la
clemencia es que, cuando declara la libertad de los hombres, juzga que
éstos no deben sufrir y a más; en cuanto al perdón, es remisión de la
pena que debieron sufrir. De ello se deduce que la relación entre
la clemencia y la severidad es semejante a la que existe entre la
epiqueya y la justicia legal, siendo la severidad una parte de ésta
sólo en cuanto a la imposición de los castigos conforme a la ley. Sin
embargo, la clemencia es distinta de la epiqueya, como veremos más
adelante (a.3 ad 1).
3. Las bienaventuranzas son actos
de virtudes, mientras que los frutos son gozo en los actos de virtud.
Por eso no hay inconveniente en considerar a la mansedumbre como
virtud, como bienaventuranza y como fruto.
Artículo 3:
¿Son la clemencia y la mansedumbre partes de la templanza?
lat
Objeciones por las que parece que estas virtudes no son partes de la
templanza.
1. La clemencia se ocupa de disminuir las penas, como ya dijimos (
a.1 y
2). Por su parte, el Filósofo, en V
Ethic.,
atribuye esto a la epiqueya, la cual pertenece a la justicia, como ya
se dijo (
q.120 a.2). Parece, pues, que la clemencia no es parte de la
templanza.
2. Las concupiscencias son materia de la templanza. Pero la
mansedumbre y la clemencia no se ocupan de las concupiscencias, sino
de la ira y la venganza. Por tanto, no deben considerarse como partes
de la templanza.
3. Dice Séneca en II De Clem.: El hecho de que la crueldad sea un placer para alguien
podemos llamarlo demencia. Pero esto se opone a la clemencia y a
la mansedumbre. Ahora bien: puesto que la locura se opone a la
prudencia, parece que la clemencia y la mansedumbre son partes de la
prudencia más bien que de la templanza.
Contra esto: está el testimonio de Séneca en II De
Clem.: La clemencia es templanza de ánimo en
la potestad de vengarse. También Cicerón considera
a la clemencia como parte de la templanza.
Respondo: Asignamos partes a las virtudes
principales en cuanto que las imitan en materias secundarias,
principalmente en cuanto al modo de obrar, que es lo más
característico de la virtud y lo que le da nombre. Así, el modo y el
nombre de justicia designan cierta
igualdad; el de la
fortaleza,
firmeza; la templanza,
freno, en cuanto que
frena las concupiscencias sumamente fuertes de los deleites del tacto.
Por su parte, la clemencia y la mansedumbre designan también cierto
freno en el obrar, ya que la clemencia disminuye las penas y la
mansedumbre reprime la ira, como ya dijimos (
a.1.2). Por eso ambas se
relacionan con la templanza como virtud principal, es decir, son
partes suyas.
A las objeciones:
1. En la disminución de las penas
hay que considerar dos cosas. En primer lugar, ha de hacerse conforme
a la intención del legislador, aunque no se siga la ley al pie de la
letra. Según esto, pertenece a la epiqueya. En segundo lugar, debe
existir cierta moderación de afecto al utilizar el poder de infligir
las penas. Esto es propio de la clemencia; por eso dice
Séneca que hay moderación de ánimo en el poder de
venganza. Por el contrario, la austeridad de ánimo parece
consistir en no tener miedo a contristar a los demás.
2. El atribuir las virtudes
secundarias a las principales obedece sobre todo al modo de la virtud,
que es como su forma, más que a su materia. Ahora bien: la mansedumbre
y la clemencia coinciden con la templanza en el modo, como ya dijimos (In corp.), aunque no en la materia.
3. La falta de salud mental o
locura significa cierta corrupción de la salud. En efecto, así
como la salud del cuerpo se corrompe porque el cuerpo se aparta de la
debida complexión de la especie humana, así también la falta de salud
mental o locura indica que el alma se aparta de la debida disposición
de la especie humana. Esto sucede también en la razón cuando se pierde
el uso de la misma, y en la fuerza apetitiva cuando se pierde el
afecto humano, el cual hace que el hombre sea naturalmente amigo de
todos los hombres, tal como se dice en VIII Ethic.. En cuanto a la locura, que elimina el uso de la razón, se opone a la prudencia. Pero el hecho de que alguien se deleite con las penas de los hombres se considera locura en cuanto que, en este caso, el hombre se ve privado del afecto humano, al que acompaña la clemencia.
Artículo 4:
¿Son la clemencia y la mansedumbre las virtudes más
excelentes?
lat
Objeciones por las que parece que la clemencia y la mansedumbre son
las virtudes más excelentes.
1. El mérito principal de la virtud está en que conduce al hombre a
la felicidad, la cual consiste en el conocimiento de Dios. Ahora bien:
la mansedumbre ordena hacia Dios de un modo preeminente, puesto que en
Jds 1,21 se dice: Recibid con mansedumbre la palabra injerta en
vosotros; y en Eclo 5,3 leemos: Oye con mansedumbre la palabra
de Dios, y Dionisio dice en la carta Ad Demophil.: Moisés fue hallado digno de la aparición de Dios por su gran mansedumbre. Por tanto, la mansedumbre es la más excelente de las virtudes.
2. Se dice que una virtud es tanto más excelente cuanto es
más acepta a Dios y a los hombres. Pero la mansedumbre parece ser
sumamente acepta a Dios, ya que en Eclo 1,34-35 se dice que Dios
se complace en la fe y en la mansedumbre. Por otra parte, Cristo
nos invita especialmente a practicar la mansedumbre (Mt 11,29):
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. San
Hilario dice que Cristo habita en nosotros por la
mansedumbre de nuestra mente. También es sumamente acepta a los
hombres, como se dice en Eclo 3,19: Hijo mío,
pórtate con mansedumbre y serás amado por encima de la gloria de los
hombres. Por ello se nos dice en Prov 20,28: la clemencia
guarda el trono del rey. Luego la mansedumbre y la clemencia son
las virtudes más excelentes.
3. Dice San Agustín en su obra De Serm. Domini in
Monte: Son mansos los que se resignan ante los
oprobios y no resisten mediante el mal, sino que vencen al mal con el
bien. Pero esto parece propio de la misericordia o de la piedad,
la cual parece ser la más excelente de las virtudes, ya que al
comentar el texto de 1 Tim 4,8 la piedad es útil para todo,
dice la Glosa de San Ambrosio: La suma de
toda la religión cristiana se encuentra en la piedad. Luego la
mansedumbre y la clemencia son las virtudes principales.
Contra esto: está el hecho de que no se considera como principales a
estas dos virtudes, sino que se las agrega a otra virtud más excelente
que ellas.
Respondo: Puede admitirse perfectamente que
algunas virtudes no sean las más excelentes absolutamente hablando ni
en cuanto a todas las materias, pero sí en cierto aspecto y en un
género determinado. Ahora bien: no es posible que la clemencia y la
mansedumbre sean las virtudes más excelentes absolutamente hablando,
porque su mérito consiste en apartar del mal en cuanto que disminuyen
la ira o la pena. Pero es más perfecto alcanzar el bien que carecer
del mal. Por eso las virtudes que esencialmente ordenan al bien, como
son la fe, esperanza y caridad, e incluso la prudencia y la justicia,
son, absolutamente hablando, virtudes más excelentes que la clemencia
y la mansedumbre.
Pero bajo algún aspecto particular no hay dificultad en admitir que
la mansedumbre y la clemencia poseen cierta excelencia entre las
virtudes que resisten a los afectos depravados. En efecto, la ira, a
la que modera la mansedumbre, impide, a causa de su impulso, el que el
ánimo del hombre juzgue libremente la verdad. Debido a esto, la
mansedumbre es sumamente excelente para hacer al hombre dueño de sí
mismo, según lo que se dice en Eclo 10,31: Hijo mió, guarda tu
alma con la mansedumbre. No obstante, dado que los deseos de
deleites del tacto son más torpes y frecuentes, se considera más
excelente a la templanza, como ya dijimos (q.141 a.7 ad 2). Por su
parte, la clemencia, por el hecho de disminuir los castigos, parece
acercarse en gran medida a la caridad, que es la más excelente de las
virtudes al hacer que practiquemos el bien al prójimo y evitemos el
mal del mismo.
A las objeciones:
1. La mansedumbre prepara al
hombre para conocer a Dios quitando los obstáculos, y lo hace de dos
modos. En primer lugar, haciendo al hombre dueño de sí mismo mediante
la disminución de la ira, como ya dijimos (In corp.). Bajo un
segundo aspecto, en cuanto que es propio de la mansedumbre el que el
hombre no se oponga a las palabras de la verdad, lo cual sucede
frecuentemente debido a los impulsos de la ira. Por eso dice San
Agustín en II De Doct. Christ.: Ser dulce
es no contradecir a la verdad de la Escritura, tanto si se entiende
ésta en cuanto que fustiga algún vicio nuestro, como si no se
entiende, como si por nosotros mismos fuéramos capaces de ser más
sabios y de mandar mejor.
2. La mansedumbre y la clemencia
hacen al hombre más grato a Dios por el hecho de concurrir al mismo
efecto con la caridad, que es la principal de las virtudes: en tratar
de apartar el mal del prójimo.
3. La misericordia y la piedad
coinciden con la mansedumbre y con la clemencia en cuanto que se
ordenan a un mismo efecto, cual es el de evitar el mal del
prójimo.