Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 157
La clemencia y la mansedumbre
A continuación pasamos a tratar de la clemencia y de la mansedumbre, y de los vicios opuestos a ellas (q.158).

Acerca de las mismas virtudes se plantean cuatro problemas:

  1. ¿Son una misma virtud la clemencia y la mansedumbre?
  2. ¿Son virtudes ambas?
  3. ¿Son ambas parte de la templanza?
  4. Comparación de ellas con las demás virtudes.
Artículo 1: ¿Son una misma virtud la clemencia y la mansedumbre? lat
Objeciones por las que parece que la clemencia y la mansedumbre son absolutamente la misma virtud.
1. La mansedumbre modera la ira, según dice el Filósofo en IV Ethic.. Pero la ira es el deseo de venganza. Y como la clemencia es la benignidad del superior en la imposición de castigo al inferior, como dice Séneca en II De Clementia, y el castigo da lugar a la venganza, parece que la clemencia y la mansedumbre son una misma cosa.
2. Según dice Cicerón en II Rhet., la clemencia es una virtud por la que el alma, excitada en odio contra alguien, se modera con benignidad, es decir, la clemencia modera el odio. Ahora bien: el odio, como dice San Agustín, es causado por la ira, la cual es el objeto propio de la mansedumbre. Luego parece que la mansedumbre y la clemencia son una misma cosa.
3. Un solo vicio no se opone a diversas virtudes. Pero un mismo vicio, la crueldad, se opone a la mansedumbre y a la clemencia. Luego parece que estas dos son exactamente la misma cosa.
Contra esto: está la ya citada definición de Séneca, según la cual (obj.1) la clemencia es la benignidad del superior para con el inferior. Pero la mansedumbre no sólo es propia del superior para con el inferior, sino de un hombre para con otro indistintamente. Luego la mansedumbre y la clemencia no son exactamente lo mismo.
Respondo: Tal como leemos en II Ethic., la virtud moral tiene por objeto las pasiones y las acciones. Ahora bien: las pasiones internas son principios de acciones externas, o las impiden. Por tanto, las virtudes que moderan las pasiones colaboran, en cierto modo, en cuanto a su efecto, con las virtudes que moderan las acciones, aunque sean específicamente diferentes. Así, la justicia tiene como objeto propio retraer al hombre del robo, al cual el hombre se inclina por el amor desordenado o concupiscencia de dinero, la cual es moderada por la liberalidad. Esta concurre, pues, con la justicia a este efecto, que es el retraer del robo. Esto debe tenerse presente en nuestro caso. La pasión de la ira incita al hombre a imponer un castigo más grave que el debido. Por su parte, es propio de la clemencia el disminuir el castigo, objeto que podría ser impedido por el exceso de ira. Por ello, la mansedumbre, por el hecho de refrenar el ímpetu de la ira, concurre con la clemencia para producir un mismo efecto. Sin embargo, son virtudes distintas: la clemencia modera el castigo externo, mientras que es propio de la mansedumbre apaciguar la pasión de la ira.
A las objeciones:
1. Es objeto propio de la mansedumbre el deseo de venganza, mientras que la clemencia se ocupa de los castigos exteriores puestos como venganza.
2. El afecto del hombre es propenso a disminuir aquello que no le agrada. Ahora bien: del hecho de que el hombre ame a otro se deduce que no le agrada el castigo de éste, a no ser en orden a conseguir otra cosa: la justicia, por ejemplo, o la corrección del que sufre el castigo. Por eso es producto del amor el hecho de que el hombre esté dispuesto a aminorar los castigos, lo cual es objeto de la clemencia, mientras que el odio impide tal disminución. Por eso dice Cicerón que el ánimo excitado hacia el odio, es decir, a castigar con dureza, se calma por la clemencia, para no imponer un castigo más duro que el debido: la clemencia no modera directamente el odio, sino el castigo.
3. A la mansedumbre, cuyo objeto directo es la ira, se opone propiamente la iracundia, que lleva consigo un exceso de ira. Pero la crueldad lleva consigo un exceso en el castigo. Por eso dice Séneca en II De Clem.: Llamamos crueles a aquellos que tienen motivo para castigar, pero lo hacen sin moderación. Ahora bien: a los que se complacen en los castigos a los hombres, impuestos incluso sin motivo, puede llamárseles fieros o crueles, porque parece que carecen del afecto humano, que hace que el hombre ame al hombre según el dictado de la naturaleza.
Artículo 2: ¿Son virtudes la clemencia y la mansedumbre? lat
Objeciones por las que parece que ni la clemencia ni la mansedumbre son virtudes.
1. Ninguna virtud se opone a otra. Pero tanto a la clemencia como a la mansedumbre se opone la severidad. Luego ninguna de ellas es virtud.
2. la virtud se corrompe por exceso y por defecto. Ahora bien: tanto la clemencia como la mansedumbre son esencialmente una disminución, ya que la clemencia es disminución del castigo y la mansedumbre es disminución de la ira. Luego ninguna de ellas es virtud.
3. La mansedumbre o dulzura es enumerada entre las bienaventuranzas en Mt 5,4, y entre los frutos en Gál 5,23. Pero las virtudes son distintas de las bienaventuranzas y de los frutos. Por tanto, la mansedumbre no es virtud.
Contra esto: está el testimonio de Séneca, quien escribe en II De Clem.: Todos los hombres de bien manifestarán clemencia y mansedumbre. Ahora bien: es la virtud la que pertenece propiamente a los hombres de bien, ya que la virtud es la que hace buenos al hombre que la posee y a sus obras, como se dice en II Ethic.. Luego la clemencia y la mansedumbre son virtudes.
Respondo: Es esencial a las virtudes morales la sujeción del apetito respecto de la razón, como escribe el Filósofo en I Ethic.. Esto se cumple tanto en la clemencia como en la mansedumbre, ya que la clemencia, al aminorar los castigos, mira a la razón, como dice Séneca en II De Clem.. En cuanto a la mansedumbre, modera la ira también en conformidad con la recta razón, como se dice en IV Ethic.. Es, pues, evidente que tanto la clemencia como la mansedumbre son virtudes.
A las objeciones:
1. La mansedumbre no se opone directamente a la severidad, ya que la mansedumbre se ocupa de la ira, mientras que el objeto de la severidad es la imposición externa de un castigo. Según esto, parecería que se opone más bien a la clemencia, que también se ocupa del castigo externo, como dijimos antes (a.1). Pero no se opone a ella, porque ambas se relacionan con la recta razón. En efecto, la severidad se muestra inflexible en la imposición de castigos cuando lo exige la recta razón, mientras que la clemencia tiende a aminorar los castigos, también según la recta razón, es decir, cuando y como conviene. Por eso no se oponen, porque no tienen el mismo objeto.
2. Según el Filósofo en IV Ethic., el hábito que modera los movimientos de la ira, disminuyéndolos, no tiene nombre; por eso la virtud se llama mansedumbre debido a otra función que ejerce, la de aminorar la ira, ya que se aproxima más a la disminución que a la sobreabundancia, dado que es más natural al hombre el desear la venganza de las injurias que el pecar por defecto, pues apenas a nadie le parecen pequeñas las ofensas que se le infieren, como dice Salustio.

La clemencia, por su parte, trata de aminorar los castigos, no en cuanto al justo medio señalado por la recta razón, sino respecto de lo que impone la justicia común, que es materia de la justicia legal. Pero la clemencia disminuye los castigos atendiendo a algunas circunstancias particulares, como considerando que no hay que castigar más al hombre. De ahí que Séneca diga en II De Clem.: La primera característica de la clemencia es que, cuando declara la libertad de los hombres, juzga que éstos no deben sufrir y a más; en cuanto al perdón, es remisión de la pena que debieron sufrir. De ello se deduce que la relación entre la clemencia y la severidad es semejante a la que existe entre la epiqueya y la justicia legal, siendo la severidad una parte de ésta sólo en cuanto a la imposición de los castigos conforme a la ley. Sin embargo, la clemencia es distinta de la epiqueya, como veremos más adelante (a.3 ad 1).

3. Las bienaventuranzas son actos de virtudes, mientras que los frutos son gozo en los actos de virtud. Por eso no hay inconveniente en considerar a la mansedumbre como virtud, como bienaventuranza y como fruto.
Artículo 3: ¿Son la clemencia y la mansedumbre partes de la templanza? lat
Objeciones por las que parece que estas virtudes no son partes de la templanza.
1. La clemencia se ocupa de disminuir las penas, como ya dijimos (a.1 y 2). Por su parte, el Filósofo, en V Ethic., atribuye esto a la epiqueya, la cual pertenece a la justicia, como ya se dijo (q.120 a.2). Parece, pues, que la clemencia no es parte de la templanza.
2. Las concupiscencias son materia de la templanza. Pero la mansedumbre y la clemencia no se ocupan de las concupiscencias, sino de la ira y la venganza. Por tanto, no deben considerarse como partes de la templanza.
3. Dice Séneca en II De Clem.: El hecho de que la crueldad sea un placer para alguien podemos llamarlo demencia. Pero esto se opone a la clemencia y a la mansedumbre. Ahora bien: puesto que la locura se opone a la prudencia, parece que la clemencia y la mansedumbre son partes de la prudencia más bien que de la templanza.
Contra esto: está el testimonio de Séneca en II De Clem.: La clemencia es templanza de ánimo en la potestad de vengarse. También Cicerón considera a la clemencia como parte de la templanza.
Respondo: Asignamos partes a las virtudes principales en cuanto que las imitan en materias secundarias, principalmente en cuanto al modo de obrar, que es lo más característico de la virtud y lo que le da nombre. Así, el modo y el nombre de justicia designan cierta igualdad; el de la fortaleza, firmeza; la templanza, freno, en cuanto que frena las concupiscencias sumamente fuertes de los deleites del tacto. Por su parte, la clemencia y la mansedumbre designan también cierto freno en el obrar, ya que la clemencia disminuye las penas y la mansedumbre reprime la ira, como ya dijimos (a.1.2). Por eso ambas se relacionan con la templanza como virtud principal, es decir, son partes suyas.
A las objeciones:
1. En la disminución de las penas hay que considerar dos cosas. En primer lugar, ha de hacerse conforme a la intención del legislador, aunque no se siga la ley al pie de la letra. Según esto, pertenece a la epiqueya. En segundo lugar, debe existir cierta moderación de afecto al utilizar el poder de infligir las penas. Esto es propio de la clemencia; por eso dice Séneca que hay moderación de ánimo en el poder de venganza. Por el contrario, la austeridad de ánimo parece consistir en no tener miedo a contristar a los demás.
2. El atribuir las virtudes secundarias a las principales obedece sobre todo al modo de la virtud, que es como su forma, más que a su materia. Ahora bien: la mansedumbre y la clemencia coinciden con la templanza en el modo, como ya dijimos (In corp.), aunque no en la materia.
3. La falta de salud mental o locura significa cierta corrupción de la salud. En efecto, así como la salud del cuerpo se corrompe porque el cuerpo se aparta de la debida complexión de la especie humana, así también la falta de salud mental o locura indica que el alma se aparta de la debida disposición de la especie humana. Esto sucede también en la razón cuando se pierde el uso de la misma, y en la fuerza apetitiva cuando se pierde el afecto humano, el cual hace que el hombre sea naturalmente amigo de todos los hombres, tal como se dice en VIII Ethic.. En cuanto a la locura, que elimina el uso de la razón, se opone a la prudencia. Pero el hecho de que alguien se deleite con las penas de los hombres se considera locura en cuanto que, en este caso, el hombre se ve privado del afecto humano, al que acompaña la clemencia.
Artículo 4: ¿Son la clemencia y la mansedumbre las virtudes más excelentes? lat
Objeciones por las que parece que la clemencia y la mansedumbre son las virtudes más excelentes.
1. El mérito principal de la virtud está en que conduce al hombre a la felicidad, la cual consiste en el conocimiento de Dios. Ahora bien: la mansedumbre ordena hacia Dios de un modo preeminente, puesto que en Jds 1,21 se dice: Recibid con mansedumbre la palabra injerta en vosotros; y en Eclo 5,3 leemos: Oye con mansedumbre la palabra de Dios, y Dionisio dice en la carta Ad Demophil.: Moisés fue hallado digno de la aparición de Dios por su gran mansedumbre. Por tanto, la mansedumbre es la más excelente de las virtudes.
2. Se dice que una virtud es tanto más excelente cuanto es más acepta a Dios y a los hombres. Pero la mansedumbre parece ser sumamente acepta a Dios, ya que en Eclo 1,34-35 se dice que Dios se complace en la fe y en la mansedumbre. Por otra parte, Cristo nos invita especialmente a practicar la mansedumbre (Mt 11,29): Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. San Hilario dice que Cristo habita en nosotros por la mansedumbre de nuestra mente. También es sumamente acepta a los hombres, como se dice en Eclo 3,19: Hijo mío, pórtate con mansedumbre y serás amado por encima de la gloria de los hombres. Por ello se nos dice en Prov 20,28: la clemencia guarda el trono del rey. Luego la mansedumbre y la clemencia son las virtudes más excelentes.
3. Dice San Agustín en su obra De Serm. Domini in Monte: Son mansos los que se resignan ante los oprobios y no resisten mediante el mal, sino que vencen al mal con el bien. Pero esto parece propio de la misericordia o de la piedad, la cual parece ser la más excelente de las virtudes, ya que al comentar el texto de 1 Tim 4,8 la piedad es útil para todo, dice la Glosa de San Ambrosio: La suma de toda la religión cristiana se encuentra en la piedad. Luego la mansedumbre y la clemencia son las virtudes principales.
Contra esto: está el hecho de que no se considera como principales a estas dos virtudes, sino que se las agrega a otra virtud más excelente que ellas.
Respondo: Puede admitirse perfectamente que algunas virtudes no sean las más excelentes absolutamente hablando ni en cuanto a todas las materias, pero sí en cierto aspecto y en un género determinado. Ahora bien: no es posible que la clemencia y la mansedumbre sean las virtudes más excelentes absolutamente hablando, porque su mérito consiste en apartar del mal en cuanto que disminuyen la ira o la pena. Pero es más perfecto alcanzar el bien que carecer del mal. Por eso las virtudes que esencialmente ordenan al bien, como son la fe, esperanza y caridad, e incluso la prudencia y la justicia, son, absolutamente hablando, virtudes más excelentes que la clemencia y la mansedumbre.

Pero bajo algún aspecto particular no hay dificultad en admitir que la mansedumbre y la clemencia poseen cierta excelencia entre las virtudes que resisten a los afectos depravados. En efecto, la ira, a la que modera la mansedumbre, impide, a causa de su impulso, el que el ánimo del hombre juzgue libremente la verdad. Debido a esto, la mansedumbre es sumamente excelente para hacer al hombre dueño de sí mismo, según lo que se dice en Eclo 10,31: Hijo mió, guarda tu alma con la mansedumbre. No obstante, dado que los deseos de deleites del tacto son más torpes y frecuentes, se considera más excelente a la templanza, como ya dijimos (q.141 a.7 ad 2). Por su parte, la clemencia, por el hecho de disminuir los castigos, parece acercarse en gran medida a la caridad, que es la más excelente de las virtudes al hacer que practiquemos el bien al prójimo y evitemos el mal del mismo.

A las objeciones:
1. La mansedumbre prepara al hombre para conocer a Dios quitando los obstáculos, y lo hace de dos modos. En primer lugar, haciendo al hombre dueño de sí mismo mediante la disminución de la ira, como ya dijimos (In corp.). Bajo un segundo aspecto, en cuanto que es propio de la mansedumbre el que el hombre no se oponga a las palabras de la verdad, lo cual sucede frecuentemente debido a los impulsos de la ira. Por eso dice San Agustín en II De Doct. Christ.: Ser dulce es no contradecir a la verdad de la Escritura, tanto si se entiende ésta en cuanto que fustiga algún vicio nuestro, como si no se entiende, como si por nosotros mismos fuéramos capaces de ser más sabios y de mandar mejor.
2. La mansedumbre y la clemencia hacen al hombre más grato a Dios por el hecho de concurrir al mismo efecto con la caridad, que es la principal de las virtudes: en tratar de apartar el mal del prójimo.
3. La misericordia y la piedad coinciden con la mansedumbre y con la clemencia en cuanto que se ordenan a un mismo efecto, cual es el de evitar el mal del prójimo.