Artículo 1:
¿Puede la curiosidad ocuparse del conocimiento intelectivo?
lat
Objeciones por las que parece que la curiosidad no puede tratar del
conocimiento intelectivo.
1. Según el Filósofo, en II Ethic., en cosas
que son esencialmente buenas o malas no podemos distinguir medios y
extremos. Pero el conocimiento intelectivo es bueno en sí mismo,
porque la perfección del hombre parece que consiste en que su
inteligencia pase de la potencia al acto, lo cual se da en el
conocimiento de la verdad. Dionisio dice también que el bien del alma humana está en la razón, cuya perfección consiste
en el conocimiento de la verdad. Luego el vicio de la curiosidad no
puede tener por materia propia el conocimiento intelectivo.
2. Aquello por lo que el hombre se asemeja a Dios y procede
de El no puede ser malo. Ahora bien: cualquier grado de conocimiento
viene de Dios, según se dice en Eclo 1,1: Toda sabiduría viene de
Dios. Y en Sab 7,17 se dice: El nos da la ciencia verdadera de
las cosas, y el conocer la constitución del universo y la fuerza de
los elementos... También el conocer la verdad hace al hombre
semejante a Dios, porque todas las cosas son desnudas y
manifiestas a sus ojos, como se dice en Heb 4,13. Y también en 1
Re 2,3 se dice que Dios es el Señor de la ciencia. Por tanto,
cualquiera que sea el grado de conocimiento de la verdad, no es malo,
sino bueno. Pero el deseo del bien no es vicioso. Luego el vicio de la
curiosidad no puede tener por objeto el conocimiento
intelectual.
3. Si el vicio de la curiosidad pudiera tener por materia
algún conocimiento intelectual, éste sería, principalmente, las
ciencias filosóficas. Pero no parece que un vicioso se ocupe de ellas,
pues dice San Jerónimo al comentar Dan 1,8: Si
quienes se negaron a tomar del vino y de los manjares de la mesa del
rey por temor a mancillarse hubieran creído que habían pecado en
estudiar la sabiduría y ciencia de los hombres de Babilonia, jamás
hubieran consentido en estudiarla. Y San Agustín dice, en el II De Doct. Chríst., que, si algo de verdad hay
en su filosofía, debemos reclamarla como se reclama a un injusto
posesor. Luego la curiosidad viciosa no puede ocuparse del
conocimiento intelectual.
Contra esto: está lo que dice San Jerónimo: ¿No os
parece que el dialéctico, al que su arte tortura día y noche, y el
físico, que levanta sus ojos deseoso de penetrar los cielos, están
llenos de pensamientos vanos y de oscuridad mental? Pero los
pensamientos vanos y la oscuridad mental son viciosos. Luego la
curiosidad viciosa puede tener por objeto las ciencias
intelectuales.
Respondo: Como ya expusimos antes (
q.166 a.2 ad 2), la estudiosidad no dice una relación directa con el
conocimiento, sino con el apetito y el interés por
adquirirlo. En efecto, debemos pensar de distinta manera sobre el
mismo conocimiento de la verdad y sobre el deseo y el interés en
conocerla. El conocimiento de la verdad es esencialmente bueno, pero
puede ser accidentalmente malo por razón de algo que se siga de él,
bien porque alguno se ensoberbece del conocimiento de la verdad, según
lo que se dice en 1 Cor 8,1:
la ciencia hincha, o bien porque
el hombre usa la verdad para pecar.
En cuanto al deseo o interés por conocer la verdad, puede ser recto o
perverso. En primer lugar, puede haber quien al deseo de conocer la
verdad une algún aspecto malo, como sería el caso del que se aplicara
al conocimiento de la verdad para luego ensoberbecerse. Es lo que dice
San Agustín en su libro De Moribus Eccles.: Hay quienes, abandonando la virtud y sin saber quién es Dios y cuán
grande es la majestad de la naturaleza inmutable, creen que hacen algo
grande cuando estudian esta masa universal de materia que llamamos
mundo. De esto les nace una soberbia tan grande que les hace creer que
viven en el mismo cielo, sobre el cual discuten con frecuencia. De
igual manera, aquellos que tienen interés en aprender algo para pecar
poseen un interés vicioso, según nos muestra Jer 9,5: Enseñaron
a su lengua a decir mentiras y se preocuparon de trabajar para obrar
con iniquidad.
Puede haber vicio también en el mismo desorden del apetito y deseo de
aprender la verdad. Esto puede darse de cuatro modos. En primer lugar,
en cuanto que por el estudio menos útil se retraen del estudio que les
es necesario. A eso alude San Jerónimo cuando escribe: Vemos que los sacerdotes, dejando a los evangelistas y los
profetas, leen comedias y cantan palabras amatorias de los versos
bucólicos. En segundo lugar, en cuanto que uno se afana por
aprender de quien no debe: los que preguntan a los demonios algunas
cosas futuras, lo cual es curiosidad supersticiosa. De ellos dice San
Agustín en De Vera Relig.: No sé si los
filósofos viven privados de la fe por el vicio de la curiosidad en
consultar a los demonios. En tercer lugar, deseando conocer la
verdad sobre las criaturas sin ordenarlo a su debido fin, es decir, al
conocimiento de Dios. Por eso dice San Agustín, en De Vera
Relig., que, al considerar las criaturas, no
debemos poner una curiosidad vana y perecedera, sino que debemos
utilizarlas como medios para elevarnos al conocimiento de las cosas
inmortales. En cuarto lugar, aplicándose al conocimiento de la
verdad por encima de la capacidad de nuestro ingenio, lo cual da lugar
a que los hombres caigan fácilmente en errores. Por eso leemos en Eclo
3,22: Atente a lo que está a tu alcance y no te inquietes por lo
que no puedes conocer. Y sigue poco después (v.26): A muchos
extravió su temeridad, y la presunción pervirtió su
pensamiento.
A las objeciones:
1. El bien del hombre consiste en
conocer la verdad. Pero el sumo bien del hombre no consiste en conocer
cualquier verdad, como dice el Filósofo en X Ethic.. Puede, por ello, existir vicio en el conocimiento de algunas cosas verdaderas, en cuanto que tal deseo no se ordena debidamente al conocimiento de la suprema verdad, en el cual consiste la suprema felicidad.
2. La objeción demuestra que el
conocimiento de la verdad es en sí mismo bueno, pero no se excluye el
que se pueda abusar de este conocimiento usándolo para el mal, o
desear desordenadamente el conocimiento de la verdad, porque es
preciso también que el deseo del bien esté debidamente
regulado.
3. El estudio de la filosofía es
bueno y loable en sí mismo, debido a la verdad que los filósofos
encontraron mediante la revelación divina, como se nos dice en Rom
1,19. Pero, dado que algunos filósofos la usan para impugnar la fe,
dice el Apóstol en Col 2,8: Mirad que nadie os engañe con
filosofías falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los
elementos del mundo y no en Cristo. Y Dionisio habla, en su Carta a Policarpo, de que algunos filósofos usan las cosas divinas para tratar de destruir la veneración que les
debemos.
Artículo 2:
¿Es el conocimiento sensitivo el objeto de la curiosidad?
lat
Objeciones por las que parece que el conocimiento sensitivo no es el
objeto de la curiosidad.
1. Así como algunas cosas se conocen por el sentido de la vista,
otras se conocen por el del tacto y el del gusto. Pero no se asignan
al vicio de la curiosidad las cosas objeto del tacto ni del gusto,
sino más bien al vicio de la lujuria o al de la gula. Luego parece que
tampoco los objetos conocidos por la vista son objeto del vicio de la
curiosidad.
2. Parece que la curiosidad consiste en la asistencia a
juegos. Por eso dice San Agustín, en VI Confess., que, en cierta ocasión en que había lucha, cuando la multitud se unió en un clamor impresionante, la curiosidad hizo a Alipio abrir los ojos. Pero no parece que el asistir a los juegos sea algo vicioso, porque tal asistencia se hace deleitable por la representación, en la cual el hombre se deleita naturalmente, como dice el Filósofo en su Poética. Luego no parece que la curiosidad tenga por objeto el conocimiento de lo sensible.
3. Parece que es propio de la curiosidad el investigar los
actos del prójimo, como dice Beda. Pero no parece que
esto sea vicioso, ya que, como se dice en Eclo 7,12: Tenga cada
cual cuidado de su prójimo. Luego la curiosidad se ocupa de
conocer estas singularidades sensibles.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en De Vera
Relig.: La concupiscencia de la vista hace
curiosos a los hombres. Y, como dice Beda, la concupiscencia de la vista se da no sólo en el aprendizaje de artes
mágicas, sino también en la asistencia a espectáculos, en
averiguar y fustigar los vicios ajenos, que son objetos
particulares sensibles. Siendo, pues, la concupiscencia de los
ojos un vicio, al igual que la soberbia de la vida y la
concupiscencia de la carne, de las cuales se distingue según 1 Jn
2,16, parece que el vicio de la curiosidad tiene por materia el
conocimiento de lo sensible.
Respondo: El conocimiento sensible se ordena a
un doble fin. En primer lugar, tanto en el hombre como en los demás
animales, se ordena al sustento del cuerpo, puesto que, por medio de
él, tanto el hombre como los demás animales evitan lo nocivo y buscan
lo que es necesario para sustentar el cuerpo. En segundo lugar se
ordena, especialmente en el hombre, al conocimiento intelectual, sea
especulativo o práctico. Luego el poner empeño en el conocimiento de
lo sensible puede ser vicioso por doble capítulo. En primer lugar, en
cuanto que el conocimiento sensitivo no se ordena hacia algo útil,
sino que, más bien, aparta al hombre de alguna consideración útil.
Sobre ello dice San Agustín, en X
Confess.:
Yo no voy al circo para ver a un perro correr detrás de una liebre;
pero, si me encuentro con ese espectáculo en el campo, me hace salir
de mis pensamientos más profundos, a no ser que tú, Dios mío,
conociendo mi debilidad, me sostengas. En segundo lugar, si el
conocimiento sensitivo se ordena a algo malo, como el ver a una mujer
para desearla o el interesarse por la vida de los demás para
denigrarlos.
Pero el dedicarse al conocimiento de lo sensible por necesidad de
sustentar la naturaleza, o por afán de comprender la verdad, es una
estudiosidad virtuosa acerca del conocimiento sensible.
A las objeciones:
1. Tanto la lujuria como la gula
tienen como materia deleites de cosas tangibles. Pero el deleite del
conocimiento de todos los objetos sensibles es materia de curiosidad, y se llama concupiscencia de los ojos, porque éstos son los más
importantes en el conocimiento sensitivo, por lo cual se dice que
todas las cosas sensibles se ven, como dice San Agustín en X Confess.. Y como añade también San Agustín en el
mismo pasaje, distinguir si nuestros sentidos obran a impulsos de
la voluptuosidad o de la curiosidad, no es difícil. La voluptuosidad
busca objetos hermosos, suaves, sonoros, sabrosos, blandos; la
curiosidad, por el contrario, busca incluso objetos contrarios a los
que acabamos de describir, no por sufrir la molestia que expresan,
sino por el placer de experimentarla o conocerla.
2. El presenciar espectáculos
viciosos se hace vicioso en cuanto que el hombre se vuelve propenso a
los vicios de la lascivia o de la crueldad al ver lo que se
representa. San Juan Crisóstomo dice que tales
representaciones hacen a los hombres adúlteros y
desvergonzados.
3. El ver los hechos de los demás
con buen espíritu, o para la utilidad propia, es decir, para que las
buenas obras del prójimo nos animen a ser mejores, o incluso para
utilidad de ellos, en cuanto que puede corregirse lo
que haya de vicioso en ellas según las reglas de la caridad y
guardando el orden debido, es loable, según se dice en Heb 10,24: Miraos mutuamente como modelos que copiar. Pero mirar los hechos
del prójimo para menospreciarlo o difamarlo, o para inquietarle
inútilmente, es vicioso. Por eso se dice en Prov 24,15: No estés
acechando ni busques iniquidad en casa del justo, ni molestes su
reposo.