Artículo 1:
¿El deseo de gloria es pecado?
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Objeciones por las que parece que el deseo de gloria no es
pecado.
1. Nadie peca por asemejarse a Dios; más aún, se nos manda en Ef 5,1: Sed imitadores de Dios, como hijos muy amados. Pero cuando el
hombre busca la gloria parece que imita a Dios, que la exige de los
hombres; de ahí que leamos en Is 43,7: A todo el que invoca mi
nombre lo creé para mi gloría. Por tanto, el deseo de gloria no es
pecado.
2. Lo que incita al hombre al bien no parece pecado. Pero el
deseo de gloria incita a los hombres al bien, pues dice Tulio, en su
libro De Tusculan. quaest., que la gloria
incita a todos al trabajo. También en la Sagrada Escritura se
promete la gloria a las buenas obras, según palabras de Rom 2,7: A
los que perseveran en el bien, gloria y honor. Por consiguiente,
el deseo de gloria no es pecado.
3. En su Rhetorica, Tulio afirma
que la gloria es noticia frecuente de alguno unida a la
alabanza. Y lo mismo viene a decir San Ambrosio al
definir la gloria como esclarecida noticia con alabanza. Pero
el apetecer una fama laudable no es pecado, sino más bien algo digno
de encomio, según aquella expresión de Eclo 41,45: Ten cuidado de
tu buen nombre; y en Rom 12,17 leemos: Procurad lo bueno no
sólo a los ojos de Dios, sino también a los ojos de todos los
hombres. Por tanto, el deseo de la vanagloria no es
pecado.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en el libro V De Civ.
Dei: Más sensato es el que reconoce que el amor
de la alabanza es un vicio.
Respondo: La gloria significa una cierta
claridad, pues
ser glorificado equivale a
ser
clarificado, como dice San Agustín en su tratado
Super
Ioan.. La claridad, a su vez, tiene una cierta
belleza y manifestación. Por eso la palabra
gloria implica
propiamente el que alguien manifiesta algún bien que a los hombres
parezca bello, que puede ser corporal o espiritual. Ahora bien: como
lo que es completamente claro puede ser visto por muchos, incluso a
distancia, por eso con la palabra
gloria se designa
propiamente el conocimiento y aprobación que muchos tienen del bien de
uno, según las palabras de Tito Livio:
La gloria no
es para uno solo. Pero si tomamos la gloria en sentido más amplio,
entonces no consiste únicamente en el conocimiento de muchos, sino de
unos pocos, o de uno solo, o de uno mismo, lo cual sucede cuando
alguien considera su propio bien como digno de alabanza.
Por otra parte, el que se reconozca y apruebe el propio bien no es
pecado, pues leemos en 1 Cor 2,12: Y nosotros no hemos recibido el
espíritu de este mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos
los dones que Dios nos ha concedido. Del mismo modo no es pecado
querer que otros aprueben las obras buenas, porque se nos dice en Mt
5,16: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres. Por tanto,
el deseo de la gloria de suyo no es vicioso.
Pero el deseo de una gloria vana implica vicio, porque toda apetencia
de algo vano es vicioso, según el salmo 4,3: ¿Por qué amáis la
vanidad y seguís la mentira? Ahora bien: la gloria puede ser vana
en primer lugar por parte de la cosa de la cual se busca la gloria;
por ejemplo, si uno busca la gloria en lo que no existe, o en lo que
no es digno de gloria, por ser frágil y caduco. En
segundo lugar, por parte de aquel de quien se espera la gloria, v.gr.
del hombre, cuyo juicio no es cierto. En tercer lugar, por parte del
que ambiciona la gloria, al no referir su deseo de gloria al fin
debido, como es el honor de Dios y la salvación del
prójimo.
A las objeciones:
1. Comentando el texto de Jn
13,13: Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien,
escribe San Agustín: Es peligrosa la propia
complacencia en aquel que debe guardarse de la soberbia. El que está
por encima de todo, por mucho que se alabe nunca se excede. Por eso a
nosotros conviene conocer a Dios, no a él; y no le conoce nadie si el
único que tiene ese conocimiento no lo revela. Es, pues, evidente
que Dios no busca su gloria para El, sino para nosotros. De igual
manera puede el hombre laudablemente desear su gloria para utilidad de
los demás, según aquello de Mt 5,10-16: Vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre del cielo.
2. La gloria que recibimos de Dios
no es vana, sino verdadera. Y esta gloria se promete como premio a las
buenas obras. De ella se habla en 2 Cor 10,17-18: El que se
gloría, que se gloríe en el Señor; no es el que a sí mismo se
recomienda quien está probado, sino aquel a quien recomienda el
Señor. Otros también son incitados a la práctica de las virtudes
por el deseo de gloria humana, como también por el de otros bienes
terrenos; pero no es en verdad virtuoso quien realiza obras de virtud
por la gloria humana, según prueba San Agustín en V De Civ.
Dei.
3. Pertenece a la perfección del
hombre el conocerse a sí mismo; pero no el ser conocido por los demás,
lo cual, por tanto, no debe desearse en sí mismo. No obstante, puede
apetecerse en cuanto útil para algo: para que Dios sea glorificado o
para que el mismo hombre, reconociendo por el testimonio de la
alabanza ajena los bienes que hay en él, se esfuerce por perseverar en
ellos y mejorarlos. Y en este sentido es laudable el que uno
procure la buena reputación y hacer el bien ante los
hombres, pero no el deleitarse vanamente en la alabanza de los
hombres.
Artículo 2:
¿La vanagloria se opone a la magnanimidad?
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Objeciones por las que parece que la vanagloria no se opone a la
magnanimidad.
1. Conforme a lo dicho (
a.1), pertenece a la vanagloria gloriarse de
cosas que no existen, que es propio de la falsedad, o de cosas
terrenas o caducas, lo cual es propio de la avaricia; o del testimonio
de los hombres, cuyo juicio no es cierto, lo que es propio de la
imprudencia. Pero estos vicios no se oponen a la magnanimidad. Por
tanto, tampoco la vanagloria.
2. La vanagloria no se opone a la magnanimidad por defecto,
como la pusilanimidad, que parece incompatible con la vanagloria.
Similarmente, tampoco se le opone por exceso, como se le oponen la
presunción y la ambición, según hemos visto (
q.130 a.2;
q.131 a.2), de
las cuales se diferencia la vanagloria. Por tanto, la vanagloria no se
opone a la magnanimidad.
3. Comentando el pasaje de Flp 2,3: No hagáis nada
por espíritu de competencia, nada por vanagloria, dice la Glosa: Había entre ellos algunos descontentos,
inquietos, que disputaban por vanagloria. Pero la disputa no se
opone a la magnanimidad. Luego tampoco la vanagloria.
Contra esto: está lo que dice Tulio en I De Offic.: Debemos guardarnos del deseo de vanagloria, porque quita la
libertad del alma, por la cual deben luchar todos los hombres
magnánimos. Luego se opone a la magnanimidad.
Respondo: Como hemos visto (
q.130 a.1 ad 5),
la gloria es un efecto del honor y de la alabanza, ya que uno se hace
preclaro en el conocimiento de los demás cuando se le presta alabanza
o se le rinde reverencia. Y como la magnanimidad se ocupa de los
honores, según lo dicho (
q.129 a.1-2), se sigue que también se ocupa
de la gloria, de forma que al usar moderadamente del honor también
hace de la gloria un uso moderado. Por eso el deseo desordenado de la
gloria se opone directamente a la magnanimidad.
A las objeciones:
1. Es incompatible con la grandeza
de ánimo apreciar las cosas pequeñas sólo por la gloria que nos
reportan; por eso, en IV Ethic., se dice que
el honor es poca cosa para el magnánimo. Del mismo modo,
también las otras cosas que se buscan por el honor, como el poder y
las riquezas, el magnánimo las estima en poco. Igualmente se opone a
la grandeza de alma el gloriarse de cosas que no existen. Por eso en
IV Ethic. se dice del magnánimo que se
preocupa más de la verdad que de la opinión. Finalmente, también
es incompatible con la grandeza de alma el gloriarse del testimonio de
la alabanza humana, como si tuviera gran importancia. De ahí que en IV Ethic. se diga también del magnánimo que no
le preocupa ser alabado. Y así no hay inconveniente en que los
vicios que se oponen a otras virtudes se opongan también a la
magnanimidad, en cuanto se estima como grande lo que es
pequeño.
2. El deseo de vanagloria, en
realidad, se opone por defecto al magnánimo, ya que se gloría de cosas
que el magnánimo estima pequeñas, según hemos dicho (ad 1). Pero si
consideramos su estimación, se opone al magnánimo por exceso, porque
considera como algo grande la gloria que desea. Y tiende a ella por
encima de su dignidad.
3. Como se ha explicado (
q.127 a.2 ad 2), la oposición de los vicios no se mide por los efectos. Sin
embargo, a la grandeza de alma se opone el tender a las disputas, pues
nadie riñe si no es por algo que estima grande. Por eso dice el
Filósofo en IV
Ethic. que el magnánimo
no
es contencioso, porque nada estima como grande.
Artículo 3:
¿La vanagloria es pecado mortal?
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Objeciones por las que parece que la vanagloria es pecado
mortal.
1. Sólo el pecado mortal excluye la recompensa eterna. Pero la
vanagloria la excluye, pues leemos en Mt 6,21: Estad atentos a no
hacer vuestra justicia delante de los hombres para que os vean.
Por tanto, la vanagloria es pecado mortal.
2. Quien usurpa lo que es propio de Dios, peca mortalmente.
Pero por el deseo de la vanagloria se usurpa lo que es propio de Dios;
en efecto, se dice en Is 42,8: No daré mi gloria a ningún
otro; y en 1 Tim 1,17: Sólo a Dios se debe el honor y la
gloria. Por tanto, la vanagloria es pecado mortal.
3. Parece ser pecado mortal el pecado que es muy
peligroso y nocivo. Pero el pecado de vanagloria es de estas
características: porque, sobre las palabras de 1 Tes 2,4: A Dios,
que prueba nuestros corazones comenta la Glosa de San
Agustín: Cuán poderoso para hacer el daño es el
amor de la gloría humana; sólo lo nota quien le declara la guerra, ya
que, si bien es fácil no desear la gloria cuando se nos niega, sin
embargo es difícil no deleitarse en ella cuando se nos da. También
el Crisóstomo dice, comentando el texto de Mt 6,1, que la vanagloria penetra solapadamente y destruye de modo insensible
todos los tesoros del alma. Por tanto, la vanagloria es pecado
mortal.
Contra esto: está lo que dice el Crisóstomo en su tratado Super
Mt.: Aunque los otros vicios
se dan en los servidores del diablo, la vanagloria se da también entre
los servidores de Cristo. Pero en éstos no se da pecado mortal.
Por tanto, la vanagloria no es pecado mortal.
Respondo: Como se ha explicado anteriormente
(
q.35 a.3;
1-2 q.72 a.5), pecado mortal es el que se opone a la
caridad. Pero el pecado de vanagloria, en sí considerado, no parece
contrariar a la caridad en cuanto al amor al prójimo. En cuanto al
amor a Dios, puede oponerse a la caridad de dos modos. En primer
lugar, por razón de la materia de que uno se gloría. Por ejemplo, si
uno se gloría de algo falso que contraría a la reverencia divina,
según lo que leemos en Ez 28,2:
Se ensoberbeció tu corazón y
dijiste «Soy un dios», y en 1 Cor 4,7:
¿Qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías, como si no lo
hubieras recibido? O también cuando antepone a Dios un bien
temporal motivo de gloria: lo que se prohibe en Ter 9,23-24:
Que
no se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el fuerte en su fortaleza,
ni el rico en su riqueza. El que se gloríe, gloríese en esto: en
conocerme a mi. O también cuando se prefiere el testimonio de los
hombres al testimonio de Dios; así se dice en Jn 12,43 de algunos
que amaban más la gloría de los hombres que la de Dios. En
segundo lugar, por razón del que se gloría, que intenta la gloria como
último fin, al cual orienta incluso las obras de virtud y por cuya
consecución no le importa hacer aun lo que va contra Dios. En este
caso es pecado mortal. Por eso dice San Agustín en V
De Civ.
Dei que
este vicio, o sea, el amor de la
alabanza humana,
es tan contrarío a la fe piadosa, si es que en el
corazón hay mayor deseo de gloría que temor o amor de Dios, que dice
el Señor (Jn 5,44): ¿ Cómo podéis creer vosotros, que recibís la
gloría unos de otros y no buscáis la gloría que procede únicamente de
Dios?
Pero si el amor de la gloria humana, aunque sea vana, no se opone a
la caridad ni por parte de la materia de la gloria ni por la intención
del que la busca, no es pecado mortal, sino venial.
A las objeciones:
1. Nadie merece la vida eterna
pecando. De ahí el que la obra virtuosa pierda su fuerza meritoria de
la vida eterna si se hace por vanagloria, aunque no sea pecado mortal.
Pero cuando se pierde sin más el premio eterno por vanagloria, y no
sólo por un único acto, entonces la vanagloria es pecado
mortal.
2. No todo el que desea la
vanagloria apetece para sí la excelencia que compete sólo a Dios. Pues
una es la gloria exclusiva de Dios y otra la que se debe al hombre
virtuoso o rico.
3. La vanagloria se dice que es
un pecado peligroso no tanto por su gravedad cuanto porque predispone
para los pecados graves, es decir, en cuanto por la vanagloria el
hombre se vuelve presuntuoso y excesivamente confiado en sí mismo. Y
así le dispone paulatinamente a verse privado de los bienes
interiores.
Artículo 4:
¿La vanagloria es pecado capital?
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Objeciones por las que parece que la vanagloria no es vicio
capital.
1. El vicio que siempre nace de otro no es, al parecer, vicio
capital. Pero la vanagloria siempre nace de la soberbia. Por tanto, no
es vicio capital.
2. El honor parece ser más importante que la gloria, que es
su efecto. Pero la ambición, que es el apetito desordenado de honor,
no es vicio capital. Luego tampoco el deseo de vanagloria.
3. El vicio capital tiene una cierta principalidad.
Pero la vanagloria no parece tenerla, ni en cuanto a la razón de
pecado, porque no siempre es pecado mortal, ni tampoco en cuanto a la
razón de bien apetecible, porque la gloria humana parece ser frágil y
externa al hombre. Por tanto, la vanagloria no es vicio
capital.
Contra esto: está el que San Gregorio, en XXXI Moral., enumera la vanagloria entre los siete pecados capitales.
Respondo: Algunos hablan de los pecados
capitales de dos modos. Pues unos ponen la soberbia
entre ellos y no la vanagloria.
San Gregorio, en cambio, en XXXI Moral., pone
a la soberbia como la reina de todos los vicios, y a la
vanagloria, que surge inmediatamente de ella, la pone
como pecado capital. Y con razón. Pues la soberbia, como se dirá más
tarde (q.162 a.1.2), implica el deseo desordenado de excelencia. Pero
de todo bien apetecido se sigue cierta perfección y excelencia. Por
eso los fines de todos los pecados se ordenan al de la soberbia. Por
tanto, parece que la soberbia tiene una cierta causalidad sobre los
demás pecados, y no debe ser computada entre los principios especiales
de los pecados, que son los pecados capitales. Ahora bien: entre los
bienes por los que el hombre adquiere excelencia, parece que la gloria
tiene un papel primordial, en cuanto implica la manifestación de una
bondad, ya que el bien es naturalmente amado y honrado por todos. Y,
por consiguiente, así como por la gloría ante Dios (Rom 4,2)
obtiene el hombre la excelencia en el bien divino, así también por la gloría de los hombres (Jn 12,43) la consigue en el orden
humano. Por tanto, por su proximidad a la excelencia, que es lo más
deseado por los hombres, se deduce que es muy apetecible y que de su
deseo desordenado se originan muchos pecados. En este sentido, la
vanagloria es pecado capital.
A las objeciones:
1. El que un pecado nazca de la
soberbia no significa que no sea pecado capital, porque, como acabamos
de decir (sol.; 1-2 q.84 a.4 ad 4), la soberbia es la reina y
madre de todos los vicios.
2. La alabanza y el honor se
relacionan con la gloria, según hemos visto (
a.2;
q.103 a.1 ad 3),
como causas que la producen. Por tanto, la gloria se relaciona con la
alabanza y el honor como fin; efectivamente, uno desea ser honrado y
alabado porque piensa que va a ser famoso en el conocimiento de los
demás.
3. La vanagloria tiene razón
principal de apetecible por la razón indicada; y esto basta
para que sea pecado capital. Porque no es necesario que el pecado
capital sea siempre mortal: también del venial puede ocasionarse un
pecado mortal, en cuanto el venial dispone al mortal.
Artículo 5:
¿Es correcta la enumeración que se hace de las hijas de la
vanagloria?
lat
Objeciones por las que parece que no se enumeran correctamente como
hijas de la vanagloria: la desobediencia, la jactancia, la
hipocresía, la disputa, la pertinacia, la discordia y el afán de
novedades.
1. La jactancia, según San Gregorio en XXIII Moral., se cita entre las clases de soberbia. Pero la soberbia no nace de la vanagloria, sino más bien al contrario, como el mismo San Gregorio dice en XXXI Moral.. Por tanto, la jactancia no debe incluirse entre las hijas de la vanagloria.
2. Las disputas y discordias parece que provienen sobre todo
de la ira. Pero la ira es un pecado capital distinto de la vanagloria.
Por tanto, no son, según parece, hijas de la vanagloria.
3. El Crisóstomo dice, en Super Mt., que la vanagloria siempre es mala, sobre todo en la filantropía, es decir, en la misericordia. Pero ésta no es algo nuevo, sino muy frecuente entre los hombres. Por tanto, el afán de novedades no debe citarse como hija de la vanagloria.
Contra esto: está la autoridad de San Gregorio en XXXI Moral., donde asigna a la vanagloria las hijas
antes enumeradas.
Respondo: Como hemos visto (
q.118 a.8),
aquellos pecados que de suyo están ordenados al fin de un pecado
capital se llaman sus hijas. Ahora bien: el fin de la vanagloria es la
manifestación de la propia excelencia, como consta por lo antedicho
(
a.1-2). A lo cual puede el hombre tender de dos modos: primero,
directamente, ya por palabras, y así tenemos la
jactancia, ya
por hechos, y entonces, si son verdaderos y dignos de alguna
admiración, tenemos
el afán de novedades, que los hombres
suelen especialmente admirar, y si son ficticios, la
hipocresía. Segundo, cuando uno trata de manifestar su
excelencia indirectamente, dando a entender que no es inferior a otro.
Y esto de cuatro formas: primera, en cuanto al entendimiento, y así
tenemos la
pertinacia, la cual hace al hombre aferrarse en
exceso a su opinión sin dar crédito a otra mejor; segunda, en cuanto a
la voluntad, y así tenemos la
discordia, cuando no se quiere
ceder ante la voluntad de los demás; tercera, en cuanto a las
palabras, y así aparece la
contienda, cuando se disputa con
otro a gritos; cuarta, en cuanto a los hechos, y así se da la
desobediencia, al no querer cumplir el mandato del
superior.
A las objeciones:
1. Conforme a lo dicho (
q.112 a.1 ad 2), la jactancia se incluye entre las especies de la soberbia en
cuanto a su causa interna, que es la arrogancia. Pero la misma
jactancia externa, según se nos dice en IV
Ethic., se ordena a veces al lucro, pero con más frecuencia a la gloria o al honor. Y así nace de la vanagloria.
2. La ira no es causa de
discordias y disputas si no va acompañada de vanagloria, es decir,
cuando uno se cree tan famoso que no cede a la voluntad o palabras de
los otros.
3. La vanagloria se reprueba en
la limosna por la falta de caridad, que parece darse en quien prefiere
la vanagloria a la utilidad del prójimo, pues practica la limosna por
vanagloria. Pero a nadie se reprueba por presumir de dar limosna como
si hiciese algo nuevo.