Vamos a tratar ahora de la jactancia (q.110 intr) y de la
ironía (q.113), que son partes de la mentira, según el
Filósofo en IV Ethic.'.
Sobre la jactancia se plantean dos problemas:
Artículo 1:
¿La jactancia se opone a la virtud de la verdad?
lat
Objeciones por las que parece que la jactancia no se opone a la
virtud de la verdad.
1. A la verdad se opone la mentira. Pero puede darse a veces
jactancia sin mentira, por ejemplo, cuando uno hace ostentación de su
poder. Así leemos en Est 1,3-4 que Asuero dio un gran festín para
mostrar la espléndida riqueza de su reino y la grandeza y jactancia de
su poder. Luego la jactancia no se opone a la virtud de la
verdad.
2. San Gregorio, en XXIII Moral., cita
la jactancia como una de las cuatro clases de soberbia: el presumir de
lo que no se posee. A este respecto se lee en Jer 48,29-30: Hemos
oído de la soberbia de Moab: es soberbio sobremanera. Yo conozco su
jactancia —oráculo del Señor —, su orgullo, su arrogancia, la
altivez de su corazón, sus vanas bravatas y sus fútiles obras. Y
en XXXI Moral., el mismo San Gregorio dice que
la jactancia procede de la vanagloria. Pero la soberbia y la vanagloria
se oponen a la virtud de la humildad. Por consiguiente, a jactancia no
se opone a la verdad, sino a la humildad.
3. La jactancia parece tener su causa en las riquezas.
En este sentido leemos en Sab 5,8: ¿Qué nos aprovechó la soberbia?
¿Qué ventaja nos trajeron las riquezas y la jactancia? Pero el
nadar en las riquezas parece que pertenece al pecado de avaricia, que
se opone a la justicia o a la liberalidad. Luego la jactancia no se
opone a la verdad.
Contra esto: está el que el Filósofo, en II y
IV Ethic., contrapone la jactancia a la
verdad.
Respondo: Propiamente, la jactancia significa
que el hombre se ensalce a sí mismo con sus palabras; así, a los
objetos que se quieren «lanzar» lejos, primero se los eleva hacia
arriba. En realidad, uno se ensalza cuando habla de sí mismo por
encima de lo que es. Y esto sucede de dos maneras: Una, cuando se
habla de uno mismo no exagerando su valor personal, sino
sobreestimando la opinión que se tiene de él. El Apóstol, tratando de
huir de esta forma de jactancia, dice en 2 Cor 12,6: Me abstengo
de gloriarme, para que nadie juzgue de mí por encima de lo que en mí
ve y oye de mí. Otra, cuando uno se excede al hablar de sí por
encima de lo que realmente vale. Ahora bien: como debemos juzgar los
hechos como son en sí más que según la opinión ajena, de ahí que la
jactancia se da con más propiedad cuando uno se alaba desmedidamente
en lo que es, más que cuando se sobrepasa en la opinión que se tiene
de sí, aunque a una y otra forma les viene bien el nombre de
jactancia. Por eso la jactancia propiamente dicha se opone a la verdad
por exceso.
A las objeciones:
1. La objeción se refiere
a la jactancia por la que uno se excede en la opinión
que se tiene de sí.
2. Podemos considerar el pecado
de jactancia de dos modos. Uno, según la especie del acto. Entonces se
opone a la verdad, como queda dicho (in cor.; q.110 a.2).
Otro, según su causa, de la cual proviene la mayoría de las veces,
aunque no siempre. Y así la jactancia procede de la soberbia como su
causa interna motivadora e impulsora; en efecto, el que se enaltece en
su interior con arrogancia de cualidades que no posee fácilmente se
gloría externamente de cualidades que no se ajustan a la realidad, si
bien a veces lo que impulsa a uno a jactarse no es la arrogancia, sino
una cierta vanidad, y en ello se deleita por costumbre. Por lo cual la
arrogancia, por la que uno se ensalza por encima de lo que es y tiene,
es una especie de soberbia, pero no se identifica con la jactancia,
aunque sí es la causa más frecuente de ella: y por esto San Gregorio
coloca la jactancia entre las clases de soberbia. Sin embargo, el
jactancioso tiende casi siempre a conseguir la gloria a través de su
jactancia. Por eso, según San Gregorio, nace de la vanagloria por
razón del fin.
3. La opulencia es también causa
de la jactancia de dos maneras. Una, ocasionalmente, en cuanto uno se
enorgullece de las riquezas. Por esta razón, en Prov 8,18 a las
riquezas se las califica expresamente de orgullosas. Otra,
como fin, porque, según leemos en IV Ethic.,
unos se jactan no sólo por la gloria, sino también por lucro, como los
que fingen ser médicos, maestros y adivinos para sacar de ello
alguna ganancia.
Artículo 2:
¿La jactancia es pecado mortal?
lat
Objeciones por las que parece que la jactancia es pecado
mortal.
1. Leemos en Prov 28,25: El hombre jactancioso y codicioso
suscita litigios. Pero suscitar litigios es pecado mortal, como
aparece en el mismo libro de Prov 6,16.19: Dios detesta a los que
siembran discordias. Luego la jactancia es pecado
mortal.
2. Todo lo prohibido en la ley de Dios es pecado mortal.
Ahora bien: a propósito del texto de Eclo 6,2: No te engrías en
tus pensamientos, comenta la Glosa: Prohíbe la jactancia y la soberbia. Por tanto, la jactancia es
pecado mortal.
3. La jactancia es una clase de mentira. Y no oficiosa
ni jocosa como consta por el fin de la mentira. Ya que, como dice el
Filósofo en IV Hthic. el jactancioso finge tener
mayores cualidades de las que tiene; a veces sin motivo
alguno; otras veces por motivos de gloría o de honor, y
otras por razón del dinero: y así está claro que no se trata
de mentira jocosa ni oficiosa De donde se desprende por lógica que
siempre es mentira perniciosa, y, por lo mismo, parece que siempre es
pecado mortal.
Contra esto: está lo que dice San Gregorio en XXXI Moral.: que la jactancia nace de la vanagloria.
Pero la vanagloria no siempre es pecado mortal, sino con frecuencia
venial. Y sólo los muy perfectos lo evitan. Pues dice el mismo San
Gregorio que es propio de los muy perfectos buscar
en sus obras la gloría de Dios sin complacerse en la alabanza privada
que de ellas pueda derivarse. Por consiguíente, la jactancia no
siempre es pecado mortal.
Respondo: Según hemos dicho anteriormente
(q.24 a.12; q.35 a.3; 1-2 q.72 a.5), pecado mortal es el que se opone
a la caridad. Ahora bien: podemos considerar la jactancia de dos
modos. Uno, en sí misma, en cuanto mentira. Entonces unas veces es
mortal y otras venial. Mortal, cuando uno jactanciosamente dice de sí
mismo algo que va contra la gloria de Dios: como leemos en Ez 28,2,
hablando del rey de Tiro: Se ensoberbeció tu corazón y dijiste:
Soy un dios. O también contra el amor del prójimo, según leemos en
Lc 18,11 del fariseo que decía: No soy como los demás hombres,
rapaces, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Otras veces,
no obstante, no pasa de pecado venial, cuando la jactancia no va
contra Dios ni contra el prójimo.
Otro modo de considerar la jactancia es en su causa, que es la soberbia o el deseo de lucro o vanagloria. Y en el caso que proceda de soberbia o de vanagloria que sea pecado mortal, también lo será la jactancia. En caso contrario, será venial. Pero cuando uno se jacta por deseo de lucro, entonces parece que implica engaño y perjuicio del prójimo, y, por consiguiente, esa jactancia es más bien pecado mortal. Así dice el Filósofo en IV Ethic.: es peor quien se jacta por deseo de lucro que quien lo hace por deseo de doria o de alabanza. Con todo, no siempre es pecado mortal, porque puede tratarse de un lucro sin perjuicio del prójimo.
A las objeciones:
1. El que se jacta para provocar
litigios peca mortalmente. Pero sucede a veces que la jactancia es
causa de discordias, no propia, sino ocasionalmente. En este último
caso, la jactancia no es pecado mortal.
2. La Glosa citada se
refiere a la jactancia que procede de la soberbia prohibida, que es
pecado mortal.
3. La jactancia no siempre
implica una mentira perniciosa, sino sólo cuando va contra el amor de
Dios o del prójimo, ya en sí misma, ya en su causa. El hecho de que
uno se jacte para propia complacencia es algo vano, según el
Filósofo. Entonces se reduce a la mentira jocosa: a no
ser que se la anteponga al amor de Dios y por ella se desprecien los
mandamientos divinos; entonces sí que iría contra el amor de Dios, en
quien únicamente debe descansar nuestro corazón como en su fin último.
Y la jactancia que va tras la gloria o el dinero se reduce a la
mentira oficiosa, con tal que sea sin perjuicio del prójimo; de lo
contrario, pertenecería a la mentira perniciosa.