A continuación hay que tratar de la ambición (q.130 intr).
Sobre ella proponemos dos problemas:
Artículo 1:
¿La ambición es pecado?
lat
Objeciones por las que parece que la ambición no es
pecado.
1. La ambición implica el deseo de honor. Pero el honor, de suyo, es
un bien, y el mayor entre los bienes exteriores; por eso son
censurados quienes no se preocupan del honor. Por tanto, la ambición
no es pecado, sino digna de alabanza, porque es laudable la apetencia
del bien.
2. Cualquiera puede apetecer, sin que sea pecado, lo que
merece como premio. Pero el honor es el premio de la virtud,
según el Filósofo en I y VIII Ethic. Por tanto, la ambición del honor no es pecado.
3. No es pecado lo que induce al hombre al bien y lo
aparta del mal. Pero el honor induce a los hombres a hacer el bien y
evitar el mal, como dice el Filósofo en III Ethic.: parecen los más fuertes aquellos para quienes los tímidos son dignos de deshonra y los valientes dignos de honor. Y Tulio enseña en su libro De Tusculan. quaest.: el honor alimenta las artes. Por tanto, la ambición no es pecado.
Contra esto: está lo que leemos en 1 Cor 13,5: la caridad no es
ambiciosa, no busca lo suyo. Pero a la caridad sólo se opone el
pecado. Por tanto, la ambición es pecado.
Respondo: Como queda dicho (q.103 a.1-2), el
honor implica cierta reverencia que se rinde a uno en testimonio de su
excelencia. Respecto a la excelencia del hombre debemos considerar dos
aspectos: primero, que aquello en lo que el hombre sobresale no lo
tiene por sí mismo, sino que es como algo divino en él. Por eso, bajo
este aspecto no se le debe el honor principalmente a él, sino a Dios.
En segundo lugar hay que tener en cuenta que aquello en lo que
sobresale el hombre es un don concedido por Dios para utilidad de los
demás. Por ello, en tanto debe agradar al hombre el testimonio de su
excelencia que le tributan los demás en cuanto con ello se le abre
camino para ser útil al prójimo.
Pero de tres modos puede el apetito del honor ser desordenado: el primero, cuando uno apetece el testimonio de una excelencia que no tiene, lo cual es apetecer un honor desproporcionado. El segundo, cuando se desea el honor para sí sin una ulterior referencia a Dios. El tercero, cuando el apetito descansa en el mismo honor, sin referirlo a la utilidad de los demás. Pero la ambición implica el apetito desordenado del honor. Por tanto, está claro que la ambición es siempre pecado.
A las objeciones:
1. El deseo del bien debe ser
regulado por la razón, y si se traspasara esta regla, sería vicioso.
En este sentido es vicioso el apetecer el honor que no es conforme a
la razón. Efectivamente, son vituperados los que no se preocupan del
honor que se ajusta a la razón, de forma que eviten lo contrario al
honor.
2. El honor no es premio de la
virtud por parte del hombre virtuoso, de suerte que se busque por el
premio; como premio debe buscarse la bienaventuranza, que es el fin de
la virtud. En cambio, sí que es premio de la virtud por parte de los
demás, que no tienen algo mejor que ofrecer al virtuoso que el
honor, al cual le viene su grandeza de ser testimonio
de la virtud. De ahí que en IV Ethic. se diga que no es premio suficiente.
3. Así como por el deseo del
honor, cuando se apetece debidamente, unos son incitados hacia el bien
y apartados del mal, de la misma manera, si se apetece indebidamente,
puede ser ocasión para el hombre de cometer muchos males; por ejemplo,
si no repara en los medios con tal de conseguirlo. Por eso dice
Salustio, en Catilinario, que el bueno y el
perverso desean para sí igualmente la gloria, el honor y el poder;
pero el primero, o sea, el bueno, va por el buen camino; en
cambio, el segundo, es decir, el perverso, al faltarle los
buenos medios, lo intenta con engaños y mentiras. Sin embargo, los
que hacen el bien o evitan el mal únicamente por el honor no son
virtuosos, como aparece claro por las palabras del Filósofo en III Ethic., donde dice que no son realmente fuertes los
que hacen cosas fuertes sólo por el honor.
Artículo 2:
¿La ambición se opone a la magnanimidad por exceso?
lat
Objeciones por las que parece que la ambición no se opone a la
magnanimidad por exceso.
1. A un medio sólo se opone por una parte un extremo. Pero a la
magnanimidad se opone por exceso la presunción, como hemos visto
(q.130 a.2). Por tanto, la ambición no se opone a la magnanimidad por
exceso.
2. La magnanimidad se ocupa de los honores. Pero la ambición
parece referirse a las dignidades, pues leemos en 2 Mac 4,7 que Jasón ambicionaba el sumo sacerdocio. Por tanto, la ambición no se
opone a la magnanimidad.
3. La ambición parece referirse al boato exterior, pues
se dice en Act 25,23 que Agripa y Berenice entraron al pretorio
con gran ambición; y en 2 Par 16,14 que sobre el cuerpo de Asa
quemaron aromas y ungüentos con desmedida ambición. Pero la
magnanimidad no se ocupa del aparato exterior. Por tanto, la ambición
no se opone a la magnanimidad.
Contra esto: está lo que dice Tulio en I De Offic.: Desde el momento en que uno sobresale en grandeza de ánimo,
quiere ser el primero y único señor de todos. Esto es propio de la
ambición. Por tanto, la ambición pertenece al exceso de
magnanimidad.
Respondo: Como hemos visto (a.1), la ambición
implica un deseo desordenado del honor. Por otra parte, la
magnanimidad tiene por objeto los honores y se sirve de ellos de un
modo ordenado. Por tanto, está claro que la ambición se opone a la
magnanimidad como lo desordenado a lo ordenado.
A las objeciones:
1. La magnanimidad dice relación a
dos aspectos: a uno, como al fin intentado, que es una obra grande que
el magnánimo emprende en proporción a sus facultades. Y según esto se
le opone por exceso la presunción, que pretende una obra grande por
encima de sus fuerzas. Al segundo aspecto, como a la materia que usa
debidamente, que es el honor. Y según esto se le opone por exceso la
ambición. Pero no hay inconveniente en que existan varios excesos de
un solo medio bajo distintos aspectos.
2. A los constituidos en dignidad
se les debe honrar por la excelencia de su estado. Desde este punto de
vista, el deseo desordenado de las dignidades pertenece a la ambición.
Pero el apetecer desordenadamente la dignidad, no por razón de honor,
sino por el cargo que lleva la dignidad, por encima de las propias
fuerzas, no sería ambición, sino presunción.
3. La misma solemnidad del porte
exterior dice relación a un cierto honor; por eso se acostumbra a
dispensar honor a los que así se comportan. Esto es lo que quiere
decir el texto de Sant 2,2-3: Si entrase en vuestra casa un hombre
con anillos de oro en sus dedos, en traje magnífico, le decís: Tú,
siéntate aquí honrosamente, etc. Por tanto, la ambición no se
refiere al boato exterior sino en cuanto es símbolo del
honor.