Artículo 1:
¿La presunción es pecado?
lat
Objeciones por las que parece que la presunción no es
pecado.
1. Dice el Apóstol en Flp 3,13: Dando al olvido a lo que ya queda
atrás, me lanzo tras lo que tengo delante. Pero parece ser propio
de la presunción lanzarse a lo que está por encima de uno mismo. Por
tanto, la presunción no es pecado.
2. Según el Filósofo en X Ethic., es
preciso no obrar conforme a los que aconsejan al hombre que no aspire
sino a cosas humanas y el mortal a las mortales, sino que el hombre
debe hacerse inmortal. Y en I Metaphys. añade
que el hombre debe aspirar a las cosas divinas según sus
posibilidades. Pero lo divino y lo inmortal parecen ser lo más
superior al hombre. Por tanto, siendo esencial a la presunción el
tender a algo superior a uno mismo, parece que no es un pecado, sino
más bien algo laudable.
3. Dice el Apóstol en 2 Cor 3,5: No somos capaces
nosotros de pensar algo como de nosotros mismos. Por tanto, si la
presunción, en la que nos apoyamos para aspirar a lo que no somos
capaces, es pecado, parece que el hombre no puede lícitamente ni
siquiera pensar una cosa buena. Esto no puede admitirse. Luego la
presunción no es pecado.
Contra esto: está lo que leemos en Eclo 37,3: ¡Oh pésima presunción!
¿De dónde has salido? Y responde la Glosa: De la mala voluntad de la criatura. Pero todo lo que tiene
como raíz la mala voluntad es pecado. Por tanto, la presunción lo
es.
Respondo: Como todo lo que está conforme con
la naturaleza está ordenado por la razón divina, a la cual debe imitar
la razón humana, todo lo que se hace según la razón humana contrario
al orden común, que se halla en las cosas naturales, es vicioso y
pecado. Pero en todas las cosas naturales se halla comúnmente que toda
acción esté proporcionada a la virtud del agente, y que ningún agente
natural se esfuerce por hacer lo que sobrepasa sus facultades. Por
tanto, es vicioso y pecado, como contrario al orden natural, que
alguien presuma hacer lo que está por encima de su capacidad. Esto es
propio de la presunción, como su nombre indica. Luego es evidente que
la presunción es pecado.
A las objeciones:
1. No hay inconveniente en que
algo supere la potencia activa de un ser natural y no supere su
potencia pasiva: así, en el aire existe una potencia pasiva para ser
transmutado hasta poseer la acción y movimientos del fuego, que
exceden la potencia activa del aire. Así también, sería vicioso y
presuntuoso si uno, en estado de virtud imperfecta,
intentara conseguir de inmediato lo propio de la virtud perfecta; pero
no lo sería si intentara avanzar hacia la virtud perfecta. Y en este
sentido el Apóstol tendía hacia adelante, es decir, por un crecimiento
continuo.
2. Las cosas divinas e inmortales
están por encima del hombre según el orden natural; con todo, existe
en él una potencia natural, el entendimiento, por medio de la cual
puede unirse a lo inmortal y divino. Tal es el sentido en el que dice
el Filósofo que conviene al hombre aspirar a lo inmortal
y divino: no para realizar lo que compete a Dios, pero sí para unirse
a él por el entendimiento y la voluntad.
3. Como dice el Filósofo en III Ethic., lo que podemos por otros, lo podemos de
algún modo por nosotros. Por eso, como podemos pensar y hacer el
bien con la ayuda divina, esto no excede totalmente nuestra capacidad.
Por tanto, no es presuntuoso el que uno intente hacer cualquier obra
virtuosa. En cambio, sí lo sería si pretendiera hacerlo sin la ayuda
divina.
Artículo 2:
¿La presunción se opone a la magnanimidad por exceso?
lat
Objeciones por las que parece que la presunción no se opone a la
magnanimidad por exceso.
1. La presunción se cita como una especie de pecado contra el
Espíritu Santo, según vimos (
q.14 a.1;
q.21 a.1). Pero el pecado
contra el Espíritu Santo no se opone a la magnanimidad, sino más bien
a la caridad. Por tanto, tampoco la presunción se opone a la
magnanimidad.
2. Es propio de la magnanimidad dignificarse en cosas
grandes. Pero llamamos también presuntuoso al que se dignifica
incluso en las cosas pequeñas si éstas exceden su capacidad. Por
tanto, la presunción no se opone directamente a la
magnanimidad.
3. El magnánimo estima en poco los bienes exteriores.
Pero, según el Filósofo, en IV Ethic., los
presuntuosos por la fortuna exterior desprecian e injurian a los
demás, como si estimaran en mucho los bienes exteriores. Por
tanto, la presunción no se opone a la magnanimidad por exceso, sino
por defecto.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II y
IV Ethic.: que al magnánimo se le opone por
exceso el vano o el lleno de sí mismo, al que nosotros llamamos presuntuoso.
Respondo: Como acabamos de ver (
q.129 a.3 ad 1), la magnanimidad consiste en el justo medio, no ciertamente según
la cantidad del objeto, porque tiende a lo máximo, sino en el medio
proporcional contando con las propias fuerzas, pues no aspira a cosas
mayores de las que le convienen. El presuntuoso, en cambio, en cuanto
al objeto al que tiende, no supera al magnánimo, sino que a veces no
le llega ni con mucho. No obstante, le supera en la proporción de sus
fuerzas, que el magnánimo no sobrepasa, y en este sentido la
presunción se opone a la magnanimidad por exceso.
A las objeciones:
1. No toda presunción es pecado
contra el Espíritu Santo, sino sólo aquella que lleva a despreciar la
justicia de Dios por una desordenada confianza en su misericordia. Y tal
presunción, por razón de la materia, en cuanto por ella se desprecia
algo divino, se opone a la caridad; o mejor al don de temor, cuyo
objeto es temer a Dios. Pero en cuanto tal desprecio sobrepasa la
medida de las propias fuerzas, puede oponerse a la
magnanimidad.
2. Tanto la magnanimidad como la
presunción parecen aspirar a algo grande, pues no se acostumbra a
llamar presuntuoso al que sobrepasa en poco su capacidad. Si, a pesar
de todo, se le llama presuntuoso, esta presunción no se opone a la
magnanimidad, sino a aquella virtud que trata de los honores medianos,
como queda dicho (
q.129 a.2).
3. Nadie pretende algo superior a
sus fuerzas a no ser que las crea mayores de lo que son en realidad.
Respecto de esto, puede haber un doble error: uno, sobre la cantidad
solamente; por ejemplo, si uno piensa que posee más virtud, ciencia,
etc., de la que posee. Otro, según el género de la cosa, como es
creerse grande y digno de grandeza por lo que no debe;
por ejemplo, por las riquezas o por otros bienes de fortuna; pues,
según dice el Filósofo en IV
Ethic., los que poseen
tales bienes sin la virtud ni pueden justamente creerse más dimos ni
pueden rectamente llamarse magnánimos.
De igual modo, aquello a lo que uno aspira por encima de sus fuerzas,
a veces es en realidad una cosa absolutamente grande, como está claro
en San Pedro, que quería sufrir por Cristo (Mt 26,35), lo cual era
superior a sus fuerzas. Otras veces no lo es en realidad, sino sólo en
opinión de los necios, como vestirse con vestidos preciosos,
despreciar e insultar a los demás. Esto denota exceso de magnanimidad,
no según la realidad, sino en la opinión de los necios. De ahí el que
Séneca diga, en el libro De quatuor virtut.,
que la magnanimidad, si sobrepasa la justa medida, hará al hombre
amenazador, orgulloso, turbulento, inquieto y pronto a cualquier
ostentación de grandeza de palabra y de obra, pero sin tener en cuenta
la honestidad. Y así queda claro que el presuntuoso, realmente,
peca a veces por defecto de magnanimidad, pero en apariencia por
exceso.