Artículo 1:
Los hombres, ¿son o no son predestinados por Dios?
lat
Objeciones por las que parece que los hombres no son predestinados
por Dios:
1. Dice el Damasceno en el II libro: Hay que saber
que Dios todo lo conoce de antemano, pero no todo lo predetermina.
Pues de antemano conoce lo que hay en nosotros y no lo
predetermina. Pero los méritos y deméritos humanos están en
nosotros en cuanto que, por el libre albedrío, somos dueños de
nuestros actos. Por lo tanto, lo que pertenece al mérito o demérito no
está predestinado por Dios. Así, desaparece la predestinación de los
hombres
2. Como se dijo (
q.22 a.1 y
2), todas las criaturas están
ordenadas a sus fines por la providencia divina. Pero de las otras
criaturas no se dice que estén predestinadas por Dios. Luego tampoco
hay que decirlo de los hombres.
3. Los ángeles, como los hombres, son capaces de ser
felices. Pero a los ángeles, al parecer no les corresponde ser
predestinados, pues en ellos nunca hubo miseria. Y Agustín
dice que la predestinación es el propósito de
apiadarse. Luego los hombres no son predestinados.
4. Los beneficios que Dios da a los hombres los da a
conocer a los santos por el Espíritu Santo, tal como nos dice el
Apóstol en 1 Cor 2,12: No recibimos el espíritu de este mundo, sino
el Espíritu que viene de Dios para que sepamos qué es lo que Dios nos
concede. Por lo tanto, si los hombres fueran predestinados por
Dios, como la predestinación es un don, la predestinación sería
conocida por los predestinados. Y esto es falso.
Contra esto: está lo que se dice en Rom 8,30: A los que predestinó, a
ésos llamó.
Respondo: A Dios le corresponde predestinar a
los hombres. Pues, como quedó demostrado (
q.22 a.2), todo está
sometido a la providencia divina. Y como también se dijo (
q.22 a.1), a
la providencia le corresponde ordenar las cosas al fin. Y el fin al
que son ordenadas las cosas por Dios es doble. Uno, que sobrepasa la
capacidad y proporción de la naturaleza creada, y este fin es la vida
eterna, que consiste en ver a Dios, algo que sobrepasa la naturaleza
de cualquier criatura, según quedó establecido (
q.12 a.4). El otro fin
es proporcionado a la naturaleza creada, y que puede alcanzar con sus
fuerzas la misma naturaleza creada. Y aquello a lo que no puede llegar
con la capacidad de su propia naturaleza, es necesario que le sea
otorgado por otro, como la flecha necesita al arquero para llegar al
blanco. Por eso, y hablando con propiedad, la criatura racional, capaz
de llegar a la vida eterna, llega a ella como si le fuera transmitida
por Dios. El porqué de dicha transmisión preexiste en Dios, como
también en El preexiste la razón del orden de todo al fin, que es la
providencia, como ya dijimos (
q.22 a.1). La razón que,
de algo que se va a hacer, hay en la mente del que lo va a hacer, es
una determinada preexistencia que de lo que se va a hacer hay en él.
Por eso, la razón de la predicha transmisión de la criatura racional
al fin de la vida eterna se llama
predestinación; pues destinar
es
enviar. Queda claro que la predestinación, en cuanto a los
objetivos, es una parte de la providencia.
A las objeciones:
1. El Damasceno llama predeterminación a la imposición de necesidad; como sucede en las
cosas naturales, que están predeterminadas a algo fijo. Este sentido
lo apoya lo que añade: Pues no quiere la malicia ni fuerza la
virtud. Así, no queda anulada la predestinación.
2. Las criaturas irracionales no
están capacitadas para aquel fin que sobrepasa la capacidad de la
naturaleza humana. Por eso no se dice propiamente que estén
predestinados. Aun cuando a veces se abusa de la palabra
predestinación para hablar de cualquier otro tipo de
fin.
3. A los ángeles les corresponde
ser predestinados como los hombres, aunque nunca hubiera habido
miseria en ellos. Pues el movimiento no se especifica por el punto de
partida, sino por el de llegada. Ejemplo: No importa que algo blanco,
antes de ser blanco, haya sido negro, gris o rojo. De modo parecido,
para ser predestinado no importa que alguien sea predestinado a la
vida eterna saliendo de un estado de miseria o no. También puede
decirse que conceder un bien superior al merecido es algo que
pertenece a la misericordia, como ya dijimos (
q.21 a.3 ad 2;
a.4).
4. Aun cuando por un privilegio
especial a algunos se les revele su predestinación, sin embargo no es
conveniente que se revele a todos, porque los predestinados se
desesperarían, y la seguridad de ser predestinado podría parecer una
negligencia.
Artículo 2:
La predestinación, ¿pone o no pone algo en el predestinado?
lat
Objeciones por las que parece que la predestinación pone algo en el
predestinado:
1. Toda acción transmite pasión. Por tanto, si la predestinación en
Dios es acción, es necesario que la predestinación sea pasión en los
predestinados.
2. Sobre aquello de Rom. 1,4: Quien es
predestinado... dice Orígenes: Ser predestinado
es propio de quien no existe; ser destinado lo es de quien existe.
Pero Agustín, en el libro De Praedest. Sanctorurn, dice: ¿Qué es la predestinación sino el destino de alguien?
Luego la predestinación no se da más que en alguien que existe. Así,
algo pone en el predestinado.
3. La preparación es algo en lo preparado. Pero la
predestinación es, como dice Agustín en el libro De Praedest.
Sanct.: preparación de los beneficios de
Dios. Luego la predestinación es algo en los predestinados.
4. Lo temporal no entra en la definición de eterno. Pero
la gracia, que es algo temporal, entra en la definición de
predestinación; pues se dice que la predestinación es
la preparación de la gracia en el presente, y de la gloria en el
futuro. Luego la predestinación no es algo eterno. Por lo tanto,
es necesario que no esté en Dios, sino en los predestinados, ya que lo
que está en Dios es eterno.
Contra esto: está lo que dice Agustín: La predestinación
es la presciencia de los beneficios de Dios. Pero la
presciencia no está en lo previamente conocido, sino en quien
previamente conoce. Luego tampoco la predestinación está en el
predestinado, sino en quien predestina.
Respondo: La predestinación no es algo en los
predestinados, sino sólo en quien predestina. Se ha dicho (
a.1) que la
predestinación es parte de la providencia. Y la providencia no está en
las cosas provistas, sino que, como también se ha dicho (
q.22 a.1),
es una determinada razón en el entendimiento del
provisor. Pero la ejecución de la providencia, llamada
gobierno, es algo activo en el gobernante y algo pasivo en el
gobernado. Por eso, resulta evidente que la predestinación es una
determinada razón de algunos para la salvación eterna, existente en la
mente divina. Y la ejecución de tal orden es pasiva en los
predestinados; y activa en Dios. Y la ejecución de la predestinación
es
vocación y
glorificación según aquello del Apóstol en
Rom 8,30:
A los que predestinó, a ésos llamó; y a los que llamó, a
ésos glorificó.
A las objeciones:
1. Las acciones que pasan a la
materia exterior, transmiten una determinada pasión, como la
calefacción o la poda. Pero no así las acciones que permanecen en el
agente, como entender y querer, según ya se dijo (
q.14 a.2;
q.18 a.3 ad 1). La predestinación es una de estas últimas acciones. Por eso la
predestinación no pone algo en el predestinado. Sino que su ejecución,
en cuanto que pasa a algo exterior a El, pone algún
efecto.
2. El destino es tomado
algunas veces como el envío real de algo a algún sitio; en este
sentido, sólo se puede enviar lo que existe. Otras veces indica el
envío concebido en el entendimiento, y llamamos destinar a algo
que mentalmente nos proponemos con firmeza. En este sentido en 2 Mac
6,20 se dice que Eleazar por amor a la vida destinó no hacer lo
ilícito. Y así, el destino puede ser de algo que no existe. Sin
embargo, la predestinación, en virtud de la razón de
anterioridad que conlleva, puede ser de lo que no existe, se tome en
el sentido que se tome el destino.
3. Hay dos tipos de
preparación: Una, la del sujeto para que reciba una acción, y
ésta está en el preparado. Otra, la del agente para obrar, y
ésta está en el agente. La predestinación es del segundo tipo; en
cuanto que decimos que se prepara para obrar el agente que obra por el
entendimiento, es decir, cuando preconcibe lo que ha de hacer. Así
decimos que desde la eternidad Dios se preparó predestinando, en
cuanto que concibió la razón del orden de algunos para la
salvación.
4. La gracia no entra en la
definición de predestinación como si fuera parte de su esencia, sino
en cuanto que la predestinación se relaciona con la gracia como la
causa con el efecto o la acción con el objetivo. Por eso no se puede
concluir que la predestinación sea algo temporal.
Artículo 3:
¿Condena o no condena Dios a algún hombre?
lat
Objeciones por las que parece que Dios no condena a ningún
hombre:
1. Nadie condena a quien ama. Pero Dios ama a todos los hombres,
según aquello de Sab 11,24: Amas todo lo que
existe, y no odias nada de lo que hiciste. Luego Dios no condena a
ningún hombre.
2. Si Dios condena a algún hombre es necesario que la
condenación sea para los condenados lo que la predestinación para los
predestinados. Pero la predestinación es causa de salvación para los
predestinados. Luego la condenación será causa de perdición para los
condenados. Y esto es falso, pues se dice en Os 13,9: Israel, tú
mismo te pierdes; de mí viene tu auxilio. Luego Dios no condena a
nadie.
3. No puede imputarse lo que no puede ser evitado. Pero si
Dios condena a alguien, no puede evitar que perezca, pues se dice en
Eccl 7,13: Contempla las obras de Dios, porque nadie puede corregir
lo que El despreció. Luego no hay que imputar a los hombres que
perezcan. Por tanto, Dios no condena a nadie.
Contra esto: está lo que se dice en Mal 1,2s: Amó a Jacob; odió a
Esaú.
Respondo: Dios condena a algunos. Ya se dijo
anteriormente (
a.1) que la predestinación es parte de la providencia.
Y a la providencia, como también se dijo (
q.22 a.2 ad 2), pertenece
permitir la existencia de algún defecto en las cosas que le están
sometidas. Por eso, como por la providencia divina los hombres están
ordenados a la vida eterna, también pertenece a la providencia divina
permitir que algunos no alcancen este fin. Y a esto se llama
condenar. Por lo tanto, así como la predestinación es
parte de la providencia con respecto a aquellos que, divinamente,
están ordenados a la salvación eterna, así también la condenación
eterna es parte de la providencia con respecto a aquellos que no
alcanzan dicho fin. De ahí que la condenación incluya, además de la
presciencia, la providencia según nuestro modo de entender, como ya se
dijo (
q.22 a.1 ad 3). Así como la predestinación incluye la voluntad
de otorgar la gracia y la gloria, así también la
condenación incluye la voluntad de permitir a alguien caer en culpa y
recibir la pena por la culpa.
A las objeciones:
1. Dios ama a todos los hombres y
también a todas las criaturas en cuanto que les desea algún bien; y,
sin embargo, no quiere cualquier bien para todos. Cuando no quiere
para algunos el bien de la vida eterna, se dice que los odia o los
condena.
2. En cuanto causa, la condenación
no es lo mismo que la predestinación. Pues la predestinación es causa
de lo esperado en la vida futura por los predestinados, esto es, la
gloria; y es causa, también, de lo que se recibe en la vida presente,
esto es, la gracia. En cambio, la condenación no es causa de lo que se
da en la vida presente, esto es, la culpa, en la que Dios no tiene
parte. Y, sin embargo, es causa de lo que se le retribuirá en el
futuro, esto es, la pena eterna. Pero la culpa proviene del libre
albedrío por el que se condena y se separa de la gracia. Este es el
sentido de lo dicho por el profeta: Israel, tú mismo te
pierdes.
3. La condena de Dios no merma la
capacidad del condenado. Por eso, cuando se dice que el condenado no
puede alcanzar la gracia, no hay que entenderlo como una imposibilidad
absoluta, sino condicionada. Al igual que es necesario que el
predestinado se salve, como ya dijimos (
q.19 a.8, ad 1), con necesidad
condicionada, esto es, que no se anule su libertad de albedrío. Por
eso, si bien el condenado por Dios no puede alcanzar la gracia, sin
embargo, el que incurre en éste o aquel pecado, lo hace siguiendo su
libertad de albedrío. Por eso, con razón se le imputa la
culpa.
Artículo 4:
Los predestinados, ¿son o no son elegidos por Dios?
lat
Objeciones por las que parece que los predestinados no son elegidos
por Dios:
1. Dionisio, en el c.4 De Div. Nom. dice que así
como el sol sin elegir emite su luz sobre todos los seres corporales,
así también Dios lo hace con su bondad. Pero la bondad divina se
comunica a algunos sobre todo por la participación de la gracia y de
la gloria. Luego Dios comunica su gracia y su gloria sin elección.
Esto pertenece a la predestinación.
2. La elección se hace entre los que existen. Pero la
predestinación desde la eternidad se extiende también a los que no
existen. Luego algunos predestinados lo son sin elección.
3. La elección conlleva cierta selección. Pero, tal como
se dice en 1 Tim 2,4: Dios quiere salvar a todos los hombres.
Luego la predestinación, que predetermina a los hombres a la
salvación, se da sin elección.
Contra esto: está lo que se dice en Ef 1,4: Nos eligió en El antes de
constituir al mundo.
Respondo: Tal como la entendemos, la
predestinación presupone elección; y la elección, amor. El porqué de
esto está en que la predestinación, como se dijo (
a.1), es parte de la
providencia. Y la providencia, como la prudencia, es la razón presente
en el entendimiento, preceptiva de la ordenación de algunos al fin,
como ya se dijo (
q.22 a.1). Y nada se predetermina ordenarlo a un fin
si no hay voluntad previa del fin. Por eso, la predestinación de
algunos a la salvación eterna presupone, tal como lo entendemos, que
Dios quiere su salvación. Y a esto pertenece la elección y el amor. El
amor en cuanto que quiere para ellos el bien de la salvación eterna;
pues amar es querer el bien para alguien, según dijimos (
q.20 a.2 y
3). Y la elección, en cuanto que quiere este bien para unos y no para
otros a quienes condena, según dijimos también (
a.3). Sin embargo, la
elección y el amor no indican lo mismo para Dios y para nosotros. En
nosotros, la voluntad de amor no causa el bien, sino que, por el bien
preexistente, la impulsamos a amar. Y así elegimos a quien amamos. Por
eso en nosotros la elección precede al amor. Pero en Dios sucede al
revés. Pues su voluntad, por la que amando quiere el bien para
alguien, causa que unos alcancen el bien y otros no. Así, tal como lo
entendemos, el amor presupone la elección; y la elección, la
predestinación. Por eso, todos los predestinados son elegidos y
amados.
A las objeciones:
1. Si se considera en general la
comunicación de la bondad divina, tal bondad se comunica sin
elección. Es decir, nada hay que no participe algo
de su bondad, según se dijo (
q.6 a.4). Pero si se considera la
comunicación de éste o de aquel bien, no se concede sin elección,
porque hay bienes que los concede a unos y no a otros. En esto
consiste la elección al conceder la gracia y la gloria.
2. Cuando la voluntad de elegir es
impulsada a elegir por el bien preexistente, entonces es necesario que
la elección sea de lo que existe. Así sucede en nuestra elección.
Pero, como ya dijimos (sol.; q.20 a.2), en Dios no es así. Por eso,
como dice Agustín: Los que no existen son elegidos
por Dios; y, sin embargo, quien elige no se equivoca.
3. Como ya se dijo (
q.19 a.6),
Dios quiere de
forma antecedente que todos los hombres se
salven. Esta forma de querer no consiste en querer algo absolutamente,
sino en cierto modo. Pero no lo quiere
de forma consecuente,
que consiste en querer algo absolutamente.
Artículo 5:
El conocimiento previo de los méritos, ¿es o no es causa de
predestinación?
lat
Objeciones por las que parece que el conocimiento previo de los
méritos es causa de predestinación:
1. Dice el Apóstol en Rom 8,29: A quienes de antemano conoció, a
estos predestinó. Y la glosa que sobre aquello de Rom 9,15: Me
apiadaré de quien me apiade, etc., hace Ambrosio,
dice: Me apiadaré de aquel que sé de antemano que se volverá a mí
de todo corazón. Luego parece que el conocimiento previo de los
méritos es causa de predestinación.
2. La predestinación divina incluye la voluntad divina, que
no puede ser irracional; pues, como dice Agustín, la
predestinación es propósito de apiadarse. Pero no puede haber
más razón de la predestinación que el conocimiento previo de los
méritos. Luego el conocimiento previo de los méritos es causa o razón
de predestinación.
3. Se dice en Rom 9,14: En Dios no hay iniquidad.
Inicuo parece ser tratar de forma distinta a quienes son iguales.
Todos los hombres son iguales tanto por naturaleza como por el pecado
original. Su desigualdad radica en el mérito o demérito de sus propios
actos. Así, pues, Dios no trata de forma distinta a los hombres,
predestinando a unos y condenando a otros, a no ser por el
conocimiento previo de su diversidad de méritos.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Tit 3,5: Nos salvó no en
justicia por nuestras obras, sino por su misericordia. Pues, así
como nos salvó, así también nos predestinó a ser salvados. Por lo
tanto, el conocimiento previo de los méritos no es causa o razón de
predestinación.
Respondo: Como la predestinación implica
voluntad, según se dijo (
a.3 y
4), hay que buscar la razón de la
predestinación como se busca la razón de la voluntad divina. Ya se
dijo anteriormente (
q.19 a.5), que no hay que asignar causa a la
voluntad por parte del acto de querer, sino que se le puede asignar
causa por parte de lo querido, esto es, en cuanto que Dios quiere que
algo sea por medio de otro. Nunca hubo nadie tan insensato que dijera
que los méritos sean causa de predestinación divina por parte de quien
predestina. Pero lo que se está tratando ahora es si la predestinación
tiene alguna causa por parte de los efectos. Y esto es analizar si
Dios predeterminó que daría a alguien el efecto de la predestinación
por algunos méritos.
Hubo algunos que sostuvieron que el efecto de la predestinación
estaba predeterminado para alguien por los méritos preexistentes en
otra vida. Esta fue la opinión de Orígenes, quien
sostuvo que las almas humanas fueron creadas al principio y que, según
la diversidad de sus obras, en este mundo ocupan diversos estados
unidos a los cuerpos. Esta opinión la deja sin valor el Apóstol cuando
dice en Rom 9,11-13: Antes de que nacieran y
pudieran hacer nada bueno ni malo, no por las obras, sino porque El
llama, se dijo: El mayor servirá al menor.
Hubo otros que sostuvieron que la razón y causa del efecto de la
predestinación lo son los méritos preexistentes en esta vida. Así, los
pelagianos dijeron que el principio del bien obrar
tiene su origen en nosotros y su final en Dios. Así, el motivo de que
se dé el efecto de la predestinación a unos y no a otros, está en que
unos tuvieron aquel principio y otros no. Contra esto está lo que dice
el Apóstol en 2 Cor 3,5: No somos capaces de pensar algo de
nosotros como si fuera nuestro. No es posible encontrar en
nosotros un principio anterior al pensamiento. Por lo tanto, no se
puede decir que en nosotros haya algún principio motivo del efecto de
la predestinación.
Por eso hubo otros que dijeron que el efecto de la
predestinación es una consecuencia de los méritos. Esto quiere decir
que si Dios da la gracia a alguien, y si predeterminó que se la daría,
es porque previamente sabía que iba a hacer buen uso de ella. Es como
si un rey da un caballo a un soldado porque sabe que éste le sacará
rendimiento. Pero quienes sostienen esto parece que distinguen entre
lo propio de la gracia y lo del libre albedrío, como si un mismo
efecto no pudiera provenir de ambos. Es evidente que lo propio de la
gracia es efecto de la predestinación; y esto no puede ponerse como
motivo de la predestinación porque está incluido en ella. Por lo
tanto, si por nuestra parte alguna cosa es motivo de la
predestinación, eso será anterior al efecto de la predestinación. Pero
no es distinto lo que proviene del libre albedrío de lo que proviene
de la predestinación; como tampoco es distinto lo que proviene de la
causa segunda y la causa primera, pues la providencia divina produce
efectos por medio de las causas segundas, como ya se dijo (q.22 a.3).
Por eso, lo que se hace por libre albedrío, proviene de la
predestinación. Por lo tanto, hay que decir que podemos considerar el
efecto de la predestinación en un doble aspecto: 1) Uno, en
particular. En este sentido, nada impide que algún efecto de la
predestinación sea causa y razón de otro; el posterior del anterior
atendiendo a la razón de causa final. El anterior del posterior
atendiendo a la razón de la causa de mérito, que se reduce a la
disposición de la materia. Es como decir que Dios predeterminó dar la
gloria a alguien por sus méritos; y que predeterminó dar la gracia a
alguien para que se mereciera la gloria. 2) Otro, considerando
el efecto de la predestinación en general. En este sentido, es
imposible que todo efecto de la predestinación en general tenga alguna
causa por nuestra parte. Porque todo lo que hay en el hombre orientado
a la salvación es ya efecto de la predestinación, incluida la misma
disposición para la gracia; pues tampoco esto se da si no es por
auxilio divino, siguiendo aquello de Jer 5,21: Señor, oriéntanos
hacia ti, y lo haremos. Sin embargo, en este sentido la
predestinación en cuanto a los efectos tiene por causa la bondad
divina a la que está ordenado como a su fin todo efecto de la
predestinación y de la que procede como primer principio
impulsor.
A las objeciones:
1. El conocimiento previo del uso
de la gracia no es la razón para la concesión de la gracia, a no ser
en orden a la causa final, como ya se dijo.
2. La predestinación en general
tiene por parte del efecto una razón: la misma bondad divina. En
particular, como ya se dijo, un efecto es la razón de
otro.
3. En la misma bondad divina puede
encontrarse la razón de la predestinación de algunos y de la
condenación de otros. Pues se dice que Dios hizo todas las cosas
debido a su bondad, para que la bondad divina estuviera representada
en todas las cosas. Por lo tanto, es necesario que la bondad divina,
una y simple, en las cosas esté representada de múltiples formas,
debido a que las cosas creadas no pueden alcanzar la simplicidad
divina. De aquí que para la plenitud del universo se precisen diversos
grados en las cosas, ocupando unas el lugar más alto y otras el más
bajo. Y para que se mantenga la multiformidad de grados en las
cosas Dios permite que haya algunos males a fin de
que no se impidan muchos bienes, como ya se dijo anteriormente (
q.2 a.3 ad 1;
q.22 a.2).
Por lo tanto, tomaremos todo el género humano como la totalidad de
las cosas. Y así, Dios quiso representar su bondad en algunos hombres,
los que predestina, a través de su misericordia, con el perdón; y a
otros, los que condena, a través de su justicia, con el castigo. Y
ésta es la razón por la que Dios a unos predestina y a otros condena.
A esta misma causa se refiere el Apóstol en Rom 9,22s. cuando dice: Queriendo Dios mostrar su ira (esto es, su justicia
vindicativa), y queriendo dar a conocer su poder, contuvo (esto
es, permitió) con mucha paciencia los vasos de la ira preparados
para la condena a fin de dar a conocer la riqueza de su gloria
contenida en los vasos de la misericordia preparados para la
bienaventuranza. Y en 2 Tim 2,20, dice: En una casa de altura
no sólo hay vasos de oro y de plata, sino también de madera y de
barro; unos, para servicios honrosos; otros, para servicios más
bajos.
¿Por qué elige a unos para la gloria y a otros los condena? La razón
de esto está en la voluntad divina. Por eso, en Super Ioannem
dice Agustín: ¿Por qué a éste? ¿Por qué no a aquél?
No quieras juzgarlo si no quieres equivocarte.
También en los seres naturales sucede algo semejante, ya que en la
materia prima, que es toda uniforme, se puede determinar por qué una
de sus partes ha recibido forma de fuego y otra forma de tierra desde
que Dios la creó: es decir, para qué hubiera diversidad de especies en
las cosas naturales. Pero por qué esta parte tiene una forma y aquella
parte otra, depende de la simple voluntad divina. Lo mismo que de la
voluntad del arquitecto depende que esta piedra esté en esta parte de
la pared y aquélla en la otra, aun cuando la razón de arte estime que
unas tengan que estar aquí y otras allí.
Sin embargo, aun cuando Dios no trate igual a quienes son iguales, no
por eso hay iniquidad en El. De ser así, se opondría a la razón de
justicia si el efecto de la predestinación fuera pago de la deuda y no
don de la gracia. En lo que se da por gracia, alguien puede dar
libremente lo que quiera, o más o menos, mientras no deje de dar lo
debido a quien le toque y no haya detrimento de la justicia. Esto es
lo que dice el padre de familia en Mt 20,14s.: Toma lo tuyo y márchate. ¿Acaso no puedo hacer lo que quiero?
Artículo 6:
¿Es o no es segura la predestinación?
lat
Objeciones por las que parece que no es segura la
predestinación:
1. Sobre aquello del Ap 3,11: Guarda lo que tienes, no sea que
alguien reciba tu corona, dice Agustín: Si uno
recibe la de otro es porque éste la ha perdido. Luego puede ser
tenida y perdida la corona, que es el efecto de la predestinación. Por
lo tanto, no es segura la predestinación.
2. Establecido lo posible, no resulta lo imposible. Es
posible que un predestinado, llamémosle Pedro, peque y sea matado. De
darse esto, el efecto de la predestinación queda frustrado. Así, pues,
no es imposible. Por lo tanto, no es segura la predestinación.
3. Lo que Dios puede, lo puede hacer. Pero puede no
predestinar a quien predestinó. Luego ahora puede no predestinar. Por
lo tanto, no es segura la predestinación.
Contra esto: está lo que sobre aquello de Rom 8,29: A los que de
antemano conoció y predestinó, etc., dice la Glosa: La predestinación es el conocimiento previo y la preparación de
los beneficios de Dios, por lo que con absoluta seguridad serán
salvados los que serán salvados.
Respondo: La predestinación es absolutamente
segura y su efecto tendrá lugar infaliblemente. Sin embargo, tampoco
impone necesidad, como si su efecto proviniera por necesidad. Ya se
dijo (
a.1) que la predestinación es parte de la providencia. Pero no
todo lo que está sometido a la providencia es necesario; sino que algo
sucede de forma contingente, dependiendo de las causas próximas a las
que les destinó tales efectos la providencia divina. Y,
sin embargo, como ya se demostró (
q.22 a.4), el orden
de la providencia es infalible. Así pues, también es seguro el orden
de la predestinación; y, sin embargo, no se anula la libertad de
arbitrio de la que proviene contingentemente el efecto de la
predestinación. A todo esto hay que aplicar también lo dicho
anteriormente (
q.14 a.13;
q.19 a.8) sobre la ciencia y la voluntad
divinas, que, aun cuando sean absolutamente seguras e infalibles, no
anulan la contingencia en las cosas.
A las objeciones:
1. Se dice que la corona pertenece
a alguien en un doble sentido: 1) Uno, partiendo de la
predestinación divina; y en este sentido nadie pierde su corona. 2) Otro, partiendo del mérito de la gracia; y en este sentido, lo que
merecemos de algún modo es nuestro. Si bien, como consecuencia del
pecado mortal, alguien puede perder su corona. Y otro toma aquella
corona, en cuanto que ocupa el lugar de aquél. Pues Dios no permite
que unos caigan sin que levante a otros, según se dice en Job
34,24: Haré caer a muchos, muchísimos; y en su lugar pondré a
otros. Así es como en el lugar de los ángeles caídos están los
hombres; y en el de los judíos, los paganos. Además, el sustituto en
un estado de gracia recibe la corona del caído; y en la eterna
bienaventuranza se alegrará del bien hecho por otro, ya que allí cada
uno se alegrará tanto del bien hecho por él como por los
demás.
2. Aun cuando es posible que
alguien, predestinado, muera en pecado mortal considerado en cuanto
tal, sin embargo es imposible que esto sea así establecido (y éste es
el caso en la objeción) que sea predestinado. Por lo tanto, no se
puede deducir que la predestinación pueda fallar.
3. La predestinación incluye la
voluntad divina, y como ya se dijo (
q.19 a.3) que Dios, por la
inmutabilidad de su voluntad, es necesario no absolutamente, sino
supuestamente que quiera lo creado, lo mismo hay que decir de la
predestinación. Por eso, no es necesario decir que Dios pueda no
predestinar a quien predestinó, en el sentido de que se den ambas
cosas; pero en sentido absoluto, Dios puede predestinar o no
predestinar. Y esto no anula la seguridad de la predestinación.
Artículo 7:
¿Es o no es seguro el número de predestinados?
lat
Objeciones por las que parece que no es seguro el número de
predestinados:
1. No es segura una cantidad a la que se le puede añadir algo. Pero
al número de predestinados se le puede añadir alguno, tal como se dice
en Dt 1,11: Que el Señor Dios nuestro añada a este número muchos
miles. Glosa: Esto es, el número establecido
por Dios, que conoce a los suyos. Luego no es seguro el número de
predestinados.
2. No se puede dar la razón de por qué Dios predetermina a
los hombres para la salvación en un número más que en otro. Pero Dios
no dispone nada sin razón. Luego no es seguro el número preestablecido
por Dios de los que se van a salvar.
3. El obrar de Dios es más perfecto que el obrar de la
naturaleza. Pero en las obras de la naturaleza es más frecuente
encontrar lo bueno que lo defectuoso y lo malo. Así, pues, si Dios
fuera quien determinara el número de los que se van a salvar, serían
más los que se iban a salvar que los que se iban a condenar. Lo
contrario se deduce de Mt 7,13s.: Ancho y espacioso es el camino
que lleva a la perdición; y son muchos los que entran por él. Estrecha
es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida; y son pocos los
que la encuentran. Luego el número de los que se van a salvar no
está predeterminado por Dios.
Contra esto: está lo que dice Agustín en el libro De Correptione et
Gratia: Es seguro el número de los
predestinados; nadie lo puede aumentar, nadie lo puede
disminuir.
Respondo: Es seguro el número de los
predestinados. Algunos sostuvieron que era seguro
formalmente, pero no materialmente. Es como si
dijéramos que es seguro que se salvarán cien o mil, pero no que sean
éstos o aquéllos. Pero esto anula la certeza de la predestinación, de
la que ya hemos hablado (
a.6). En este sentido, hay que decir que el
número de los predestinados es seguro tanto formal como
materialmente.
Pero hay que advertir que se dice que en Dios es seguro el número de
los predestinados no sólo por razón del conocimiento, es decir, porque
sepa cuántos son los que se han de salvar (pues en este sentido conoce
también el número de gotas de lluvia o de granos de arena del mar);
sino por razón de elección y de una determinada selección. Para
demostrar esto, hay que tener presente que todo agente tiende a
producir algo finito, tal como consta en lo dicho anteriormente sobre
lo infinito (q.7 a.4). Ahora bien, quien fija la proporción de su
obra, escoge el número de lo que constituirá las partes esenciales,
que, en cuanto tales, son necesarias para la perfección del conjunto.
Pero no el número concreto de lo que no son partes esenciales y que
sólo son necesarias en función de las esenciales. Por eso escogerá
unas en la medida en que le sirvan para las otras. Ejemplo: El
arquitecto determina la capacidad de una casa y el número de
habitaciones que va a tener, así como las medidas de las paredes o del
techo. Pero no determina el número de piedras, sino que usa las
necesarias para llevar a cabo lo propuesto. Así es como hay que
razonar con respecto a la relación Dios-Universo (que es obra suya).
De antemano fijó cuáles serían sus dimensiones y cuál el número más
indicado de sus partes esenciales, esto es, las que de algún modo son
perpetuas; cuántas esferas, cuántas estrellas, cuántos elementos,
cuántas especies. Con respecto a los seres individuales perecederos,
éstos no están ordenados al bien del universo como partes esenciales,
sino como algo secundario, es decir, en cuanto en ellos se salva el
bien de la especie. Por eso, aun cuando Dios conoce el número de los
seres individuales, sin embargo, el número de bueyes o de mosquitos o
de otras cosas no es predeterminado por Dios; sino que, de todo, la
providencia divina produce lo suficiente para la conservación de las
especies.
Entre todas las criaturas, las que principalmente están ordenadas al
bien del universo son las racionales, que, en cuanto tales, son
incorruptibles. De entre ellas, de modo especial, las destinadas a la
bienaventuranza, que son las que alcanzan el último fin de un modo más
inmediato. Por lo tanto, el número de los predestinados es seguro para
Dios, y no sólo como algo conocido, sino, principalmente, como algo
previamente fijado.
No puede decirse lo mismo del número de los condenados, que parecen
estar previamente ordenados por Dios al bien de los elegidos, para
quienes todo coopera para el bien. Respecto a cuál es el número de
todos los hombres predestinados, algunos dicen que se
salvarán tantos cuantos ángeles cayeron. Otros, que
tantos cuantos ángeles no cayeron. Otros, que tantos cuantos ángeles
cayeron y cuantos fueron creados. Es mejor decir que sólo Dios
conoce el número de los escogidos para ser colocados en la más sublime
felicidad.
A las objeciones:
1. Aquel texto del Deuteronomio hay
que entenderlo de los establecidos por Dios con respecto a la justicia
presente. Este es el número que aumenta o disminuye, no el de los
predestinados.
2. La razón de cantidad de una
parte hay que tomarla en su proporción con el todo. Así, en Dios la
razón de que haya tantas estrellas o tantas especies de seres, y el
número de predestinados, hay que tomarla de la proporción entre las
partes principales y el bien del universo.
3. El bien proporcionado al estado
común de la naturaleza está en muchos. La ausencia de este bien, en
pocos. Pero el bien que sobrepasa el estado común de la naturaleza
está en pocos. Su ausencia, en muchos. Por eso, podemos comprobar
que los hombres dotados de inteligencia suficiente
para orientar su propia vida, son muchos. Los que no la tienen, y que
se llaman tontos o idiotas, son pocos. Pero con respecto a ambos,
poquísimos son los que llegan a tener un conocimiento profundo de las
cosas. Así, pues, como la felicidad eterna, consistente en la visión
de Dios, sobrepasa el estado común de la naturaleza, y de modo
especial por haber sido privada de la gracia por la corrupción del
pecado original, pocos son los salvados. Y en esto se contempla la
inmensa misericordia de Dios, que eleva hasta aquella salvación de la
que muchos se ven privados por inclinación natural.
Artículo 8:
La predestinación, ¿puede o no puede ser ayudada por las oraciones de
los santos?
lat
Objeciones por las que parece que la predestinación no puede ser
ayudada por las oraciones de los santos:
1. Nada eterno está precedido por lo temporal. Por lo tanto, nada
temporal puede ayudar a que algo sea eterno. Pero la predestinación es
eterna. Así, pues, como las oraciones de los santos son temporales, no
pueden ayudar a que alguien sea predestinado. Luego la predestinación
no es ayudada por las oraciones de los santos.
2. Así como nada necesita consejo si no es por falta de
conocimiento, así también nada necesita ayuda si no es por falta de
virtud. Pero nada de esto es aplicable a Dios que predestina. Por eso
se dice en Rom 11,34: ¿Quién ayudó al Espíritu del Señor? ¿O quien
fue su consejero? Luego la predestinación no puede ser ayudada por
las oraciones de los santos.
3. Lo mismo puede ser ayudado e imposibilitado. Pero la
predestinación no puede ser imposibilitada por alguien. Luego no puede
ser ayudada por alguien.
Contra esto: está lo que se dice en Gen 25,21: Isaac imploró a Dios
por Rebeca, su mujer. Y Rebeca concibió. De aquella concepción
nació Jacob, que fue predestinado. Pero la predestinación no se
hubiera cumplido si no hubiera nacido. Luego la predestinación es
ayudada por las oraciones de los santos.
Respondo: En torno a esta cuestión ha habido
varios errores. Algunos, pendientes de la seguridad de
la predestinación divina, sostuvieron que las oraciones eran
superfluas, como cualquier otra cosa que se hiciera para ayudar a
conseguir la salvación eterna, porque, se hagan o no, los
predestinados la alcanzarán y los condenados no. Pero contra esta
opinión van todas las exhortaciones de la Sagrada Escritura a orar y a
hacer otras buenas acciones.
Otros, en cambio, sostuvieron que las oraciones
cambian la predestinación divina. Se dice que ésta fue la opinión de
los Egipcios, quienes sostenían que la ordenación divina, que
llamaban Destino, podía ser impedida por distintos sacrificios
y oraciones. Pero contra esta opinión está también la Sagrada
Escritura. Pues se dice en 1 Re 15,19: Quien triunfa en Israel no
perdonará. No se doblegará por el arrepentimiento. Y en Rom 11,29
se dice: Los dones de Dios y su vocación se dan sin
arrepentimiento.
Puestos en otra dimensión, hay que decir que en la predestinación hay
que tener presentes dos aspectos: La misma predestinación y sus
efectos. Con respecto a lo primero, la predestinación de ningún modo
es ayudada por las oraciones de los santos. Pues por las oraciones de
los santos no se consigue que alguien sea predestinado por Dios. Con
respecto a lo segundo, se dice que la providencia es ayudada por las
oraciones de los santos y por otras buenas acciones; porque la
providencia, de la que es parte la predestinación, no anula las causas
segundas, sino que provee sus efectos de tal forma que incluso las
causas segundas entran dentro de su providencia.
Por lo tanto, así como Dios provee los efectos naturales de modo que
también tengan causas naturales sin las cuales no se producirían, así
también la predestinación de alguien a la salvación por Dios es de tal
modo que también en la predestinación está comprendido
todo lo que promueve la salvación del hombre, bien sean sus propias
oraciones o las de los demás, u otras cosas buenas sin las que alguien
no alcanza la salvación. Por eso, los predestinados deben esforzarse
en orar y practicar el bien, pues de este modo se realizará con
certeza el efecto de la predestinación. Por todo lo cual, se dice en 2
Pe 1,10: Por vuestras buenas acciones procurad hacer segura vuestra
vocación y elección.
A las objeciones:
1. Aquella objeción muestra que la
predestinación no es ayudada por las oraciones de los santos en cuanto
a la misma preordenación.
2. Se dice que alguien es ayudado
por otro de dos maneras. Una, en cuanto del otro recibe poder. Así es
como se ayuda al débil. A Dios eso no le compete. En este sentido hay
que entender aquello de: ¿Quién ayudó al Espíritu del Señor?
Otra manera de ayuda se da cuando alguien obra por otro, como el
criado por el Señor. En este sentido, Dios es ayudado por nosotros en
cuanto que cumplimos su mandato, como se dice en 1 Cor 3,9: Somos
cooperadores de Dios. Pero tampoco esto es por defecto del poder
divino, sino porque se vale de las causas intermedias, para que en las
cosas se conserve la belleza del orden y para comunicar a las
criaturas la dignidad de ser causa.
3. Como se dijo anteriormente
(
q.19 a.6;
q.22 a.2 ad 1), las causas segundas no pueden salirse del
orden de la causa primera universal, sino que la secundan. Por eso, la
predestinación puede ser ayudada, pero no imposibilitada por las
criaturas.