Humor, ironía y sarcasmo

De los libros que leí ultimamente, creo que el más disfrutado fue «Sunshine sketches of a little town», de Stephen Leacock, de 1931. Precioso. La ediciones en español (no muy fáciles de encontrar, lamentablemente) varían en el título: Un verano en Mariposa , por ejemplo (en ese sitio se puede bajar un capítulo). Mi edición en inglés tiene un lindo prólogo de un tal John Stevens, que expresa bien las virtudes (en los dos sentidos de la palabra) de ese tipo de humor. ¿Qué tipo? Digamos sumariamente, el que puede usar la ironía pero nunca el sarcasmo; el del autor que ama a sus personajes y su mundo. Podría aplicarse también a Wodehouse, en buena medida, aunque no se trate de escritores similares*.
… Algunos de los escritores y críticos que comentaron la pintura hecha por Leacock de los habitantes del pueblito de Mariposa la han encontrado fuertemente satírica. Robertson Davies en su ensayo «Sobre Stephen Leacock» la describe como «muy divertida, pero también feroz y mordaz»… Otros, en cambio, la encuentran más bien amable. Sin negar el aspecto irónico, acuerdan con Malcom Ross quien, en un prefacio de una edición anterior, afirmaba que Leacock veía con afecto los mismos comportamientos de los que se burlaba. Él no repudiaba las imperfecciones humanas con el ojo cáustico del satírico, sino que las acogía con la mirada divertida del ironista. «El escritor satírico debe odiar mejor que amar. El irónico, no. Y Leacock no podía odiar.» Mi propia lectura de este libro me convence de que esta última interpretación es la más cercana a la intención y la obra de Leacock.
En el momento en que escribo esto [1982] no hay guerras globales perturbando a la humanidad, como era el caso en aquella lejana tarde en que mis compañeros de clase y yo descubrimos Mariposa. La violencia armada esporádica siempre está presente, pero el temido Armagedón aún no se ha materializado. SIn embargo, la etiqueta amarga que el mismo Leacock aplicó al mundo en guerra de 1940 («este nuevo confín demoníaco, estridente de voces vacías, y tenso por la amenaza universal de muerte») podría también servir para esta década. Para contrarrestar estas voices y ayudarnos a afrontar el horror de esta amenaza, necesitamos más que nunca lo que Leacock llamó en uno de sus últimos artículos «la gracia salvadora del humor»; esa gracia sola conduce a «esa reconciliación que podemos hallar con el misterio, las penas, las dificultades del mundo en que vivimos». En este libro, el autor dispone un alegre escenario sobre el cual dramatiza esas penas y dificultades de la humanidad de siempre. Las perspectivas de su pequeño mundo no parecen coincidir con las de la realidad cotidiana, esa que repite sus finales poco felices; pero se corresponden con una realidad más profunda: las desdichas, en verdad, suelen ser fugaces, y las imperfecciones humanas, disculpables y cómicas. Es cierto que al final Golghota Gingham [el sepulturero de Mariposa] vendrá por nosotros, pero el humor da mejor sabor a lo que precede a su visita; e incluso sus funerales tienen su lado humorístico…
Leer Sunshine sketches of a little town es entrar en un mundo menos complejo que este que conocemos, un mundo más luminoso; y, en su reflejo del acontecer humano, más tonto. Pero, con todo lo que tenga de caricatura, es un mundo lo suficientemente cercano al que ocupamos como para ayudarnos a reconocer, con una sonrisa, las inevitables limitaciones del hombre, lo que Leacock llamaba «la extraña incongruencia entre nuestras aspiraciones y nuestros logros».

PS: Sustantivos abstractos como ironía y sarcasmo tienen significaciones fluctuantes, según las épocas, ambientes, personas -e idiomas. Algunos, por ejemplo, usan la palabra ironía para designar lo que acá llamamos sarcasmo (a propósito de lo cual señalemos estos posts de Disputations y relacionados). La oposición que acá se señala no debe, pues, atarse demasiado a las palabras sino a los conceptos. Y creo que esto queda claro. La ironía, entendida de este modo, cuando se ríe de tal persona (o clase de personas, o rasgo personal) no la está odiando, sino amando. Me dirán que también la palabra amor es discutible; pero baste con aquello de que «amar algo es alegrarse de que exista». Así entendidas las cosas, la tarea del humorista sería cultivar (en sí mismo y en el público) esta alegría.


* Encuentro sin embargo este párrafo de una carta de PGW, en «Performing flea» (1949):
« I always find a great charm in Canada, and sometimes toy with the idea of settling there. The last time I was there was when I came back from Hollywood, in 1931, and I spent a very pleasant day with Stephen Leacock. I liked him enormously, and felt sad to think that in all probability two such kindred spirits would never set eyes on each other again. (We didn’t).»

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