Aire para los críticos

Parece que Ponyo, la última de Miyazaki, tuvo muy buena respuesta en el festival de Venecia. La más aplaudida hasta ahora, dicen; un poco sorprendente [*], en semejante lugar, y tratándose de una obra sin la densidad de El viaje de Chihiro… esta parece ser mucho más infantil; y a juzgar por algunas críticas de los fans, no es de lo mejor de Miyazaki.
Verdad es que el nivel del festival, dicen, viene muy flojito…

Pero también sucede que «Hayao Miyazaki was a welcome counterpoint on Sunday to a pair of grim psychological dramas»… Y yo imagino que las alabanzas de los críticos tienen algo de alivio y gratitud… Pobres, no debe ser un trabajo fácil…

Y esto lo pensaba yo haciendo un paralelo con otro de mis grandes ídolos: P. G. Wodehouse. Un escritor de comedias, una prosa muy pulida pero también de alcance muy modesto, argumentos triviales y nulas pretensiones de profundidad: literatura de segundo orden, se diría… y sin embargo, los críticos literarios lo amaban, no se cansaban de aplaudirlo -en su momento se dijo que «estaba agotando el repertorio de elogios de los críticos». Quizás influyera en esto, pensaba yo, el hecho de que los pobres críticos tienen un trabajo insalubre, de que en la literatura «seria» de cada época (y sobre todo de la nuestra) abunda la ganga, y que el recurso más frecuentado de los que quieren dar la ilusión de profundidad es el de impactar por lo sórdido, lo feo y lo deprimente. Ya mencionamos la burla del mismo PGW sobre esas novelas rusas en las que «no pasaba absolutamente hasta la página 315, cuando el mujik decidía suicidarse».

En este aspecto, creo (me gusta creerlo, está bien) las obras de Wodehouse y de Miyazaki son comparables. En el lugar, significativo pero en cierta manera lateral o secundario, que ellas tienen al lado de las formas más elevadas de su arte (literatura y cine respectivamente). Y en la admiración agradecida (y algo paradojal por demasiado entusiasta) que despierta en muchos críticos, tal vez por esos motivos. Y también, claro, en la extrañeza —cuando no el desdén— de otros (críticos o no) que, conocedores en cuestiones artísticas, no tienen motivos para suponer que la obra esté por encima de su capacidad de apreciación, y sin embargo, no pueden comulgar con esa admiración.

* A la corresponsal de La Nación (la inefable Elisabetta Piqué, que nos suele desinformar en el rubro religioso) le parece directamente inentendible el entusiasmo de la crítica y el público. La historia le parece insípida; al protagonista lo encuentra «parecido al del dibujito Heidi» (sic), y otro le «recuerda a personajes de Astroboy». Un lujo, la perspicacia cinematográfica de nuestra Elisabetta.

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