De los procesos

Estuve leyendo, no hace mucho, una selección de las actas de los procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa de Lisieux (Santa Teresita). No, no es una lectura especialmente atrayente, y no me aportó mucho. Pero sí algo.

Conocía poco o nada de los problemitas con la priora, la madre María de Gonzaga; bastante desequilibrada, al parecer, caprichosa y tiránica; una relación difícil con la otra líder, (Paulina, hermana mayor de Teresita), con las consiguientes tiranteces partidistas y familiares (y campañas electorales!); una sarta de miserias, un pequeño infierno («pueblo chico, infierno grande»? probá con un convento) que apenas puede entreverse en los escritos de Teresita; sobre todo si el lector, como uno, no tiene mucha más clarividencia que un autista en esos temas de relaciones humanas.
Esto es más visible, en cambio, en la película de Cavalier que comentamos una vez. Esta madre María de Gonzaga, recordemos, es la destinataria de buena parte de la «Historia de un alma», el escritor principal de Teresita; es la misma que, al tiempo de su publicación, exigió retoques para que todo el contenido pareciera dedicado a ella; y quien durante su enfermedad no permitió la aplicación de calmantes (morfina). Al respecto la película tiene un cruce corto y memorable entre la priora y el médico; de esos diálogos dostovieskianos, donde algo profundamente verdadero sólo puede expresarse en un diálogo polémico en el que ninguno de los oponentes tiene razón, cuando la verdad sobrevuela como en chispazos, muy por encima de lo que los personajes tienen la capacidad —el derecho— de ver o expresar. (y que gana en potencia, a mi ver, por la ambigüedad del personaje; transcribo abajo).

Por otro lado, me quedó una mención aislada que hace una de las testigos (creo que alguna de sus hermanas) sobre los sermones mediocres que a veces les tocaba soportar. La cosa venía en relación con la virtud de la paciencia, para atestiguar que Teresita no murmuraba o criticaba (como sí hacían las demás). A mí me interesó más saber que ellas (tanto Teresita como las otras) encontraran ciertos sermones mediocres, que tuvieran sentido crítico (ad intra, por lo pronto).
No digo que esto me sorprenda mucho ni que sea una revelación ni nada, peeeeero… Bueno, uno se burla de los adolescentes que parecen creer (tácitamente) que los hombres de las generaciones pasadas eran medio zombies, y que hace una o dos generaciones la humanidad despertó a la lucidez. Pero también uno tiene su cuota de frivolidad, también uno (y siguiendo el hilo de lo que decíamos antes, sobre cierto infantilismo de tipo autista) tiene algunas cositas que aprender; cosas que la gente normal suele aprender en la adolescencia, o antes.

Así, por poner un ejemplo, trivial pero a mano, uno puede creer que fue el único -o casi- en «darse cuenta» de que el sermón de la misa del domingo pasado fue muy mediocre, y que a la gente todo le da lo mismo. Bueno, por ahí no.

Y especialmente en guardia contra estas presunciones livianas —parientes de aquellos celos fatuos— deberían estar : a) los que se saben poco conocedores del mundo y los hombres, de todo lo que hay detrás de las sucesivas capas del maquillaje social, que tanto ocultan miserias como grandezas y profundidades; b) los que han tenido alguna especie de conversión —religiosa, intelectual, ideológica— que les hace cargar las tintas sobre su idiotez pasada (al menos en relación a su perspicacia presente) y tienden a incluir sumariamente en esa idiotez, más o menos imaginada y más o menos lejana, a la mayoría del género humano.

Escribo estas cosas fundamentalmente para mi propia utilidad, creo que ya lo dije alguna vez. Así que, podrán imaginar, estoy en las dos categorías, en buena medida.

(De «Therese» ; El médico joven, reemplazante provisorio del médido habitual del convento, tras haber revisado a Teresita, informa a la priora).
– Está muy mal.
– No.
– El pulmón está perdido.
– No le creo.
– Es tuberculosis.
– Se equivoca.
– Su médico le dirá lo mismo.
– El dijo que no era nada.
– Cada cual con su estilo. Yo prefiero la franqueza. (anota en el recetario) Denle masajes y ventosas. Y morfina
– Eso no.
– Es para calmar el dolor.
– No hay necesidad.
– (con firmeza) Sí, hay.
– Ella no querrá
– Eso lo veremos.
– Las carmelitas estamos en la tierra para sufrir, como nuestro esposo.
– El sufrió un solo día.
– El está agonizando, hasta el fin del mundo. Por usted, por mí, por todos nuestros crímenes
– El sufrimiento es horrible
– Aquí no.
– Deberían incendiar este lugar.
– Probablemente lo hagan.¿Cuánto le debo?
– Nada, ya lo sabe. (entrega la receta a la priora, que la rechaza). Me comunicaré con sus padres.
– Están muertos.
– Ustedes son un peligro.
– Somos la sal de la tierra.
(El médico sonríe apenado, y niega con la cabeza).

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