Cada cual tiene sus penas

Alguno me ha reprochado que soy demasiado cruel al criticar a ciertas personas. Una falta contra la caridad, en el sentido cristiano de la palabra, me dicen.
No me extrañaría nada. Si un ángel viniera a ofrecerme una dosis gratuita de alguna virtud teologal, yo elegiría la caridad, sin dudar; y no hablo de preeminencias sino de necesidades mías.

Y sin embargo, mis faltas contra la caridad las veo más bien por otros lados; más bien no-amor puro y simple (y falta de simpatía y de apertura), que carencia de compasión, o exceso de desprecio, odio o ira.
Bien; puedo engañarme, claro está.

En cualquier caso, siempre me han conmovido —y siempre me acompañan— ciertas imágenes que expresan el respeto, la compasión y la admiración que merecen (según Dios parece opinar…) la difícil y extraña suerte de los hombres caídos. Y, afortunadamente, no me cuesta nada aplicársela a cualquiera (¿aquel también? también).
Pienso sobre todo en esa frase que he encontrado citada en varios blogs yanquis (no tan popular por acá), de atribución incierta [*]:
«Sé compasivo, recuerda que cada persona que te cruzas está peleando una dura batalla».

Precisamente.
Mucho tiempo antes, (joven uno, y no cristiano) había leído la famosa Desiderata; y a pesar de todo (a pesar de su sospechosa celebridad, su sospechosa pretensión de sabiduría fácil y sentenciosa, y su sospechosa exhortación final) me había tocado algo… sobre todo aquello de «escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante; ellos también tienen su historia».

Cada cual tiene su historia. Así lo resumía, para mí. Sentimiento de extrañeza, respeto y admiración… ¿es posible que haya tanta gente, cada cuál con su historia? Sentimiento elemental, vecino al que experimentaba de niño, cuando viajando con mis padres cruzábamos otros autos en la ruta y yo pensaba -con algo de vértigo- que ahí pasaba otra familia, con su propia historia, que me era ajena; gentes que eran tan importantes para sí mismos [**] como nosotros éramos para nosotros mismos; para ellos, el centro del mundo estaba ahí, en ese auto que pasó; que curioso, pensaba —más o menos, informemente— yo.

Por su lado, el tango dice algo parecido, y que hoy también me acompaña: Cada cual tiene sus penas. Y si le sacamos el acento autoreferencial-egoísta (el tango abunda más en la autocompasión que en la compasión), creo que no es muy diferente a lo otro.

Y acaso el propio paso de los años vuelva más entrañable este acento en «las penas» —más que en «la historia»—, al tiempo que el sentimiento ante la existencia del prójimo va virando de la admiración a la compasión.

Cuestión de acentos nomás, o modos de aproximarse a una sola cosa. Digo yo, pensando que nuestra historia es la historia de una batalla; y las penas, nuestras heridas de guerra.


[* La leí atribuida a un padre de la Iglesia; pero también se la cuelgan a Filón de Alejandría, a Platón y a muchos otros.]


[** Así lo pensaba entonces, creo; hoy debería decir: «tan importantes para Dios»… pero probablemente falsearía el sentimiento.]

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