El sol del mediodía

Venía un tipo leyendo en el colectivo, sentado; y yo, parado al lado, pispeé (es más fuerte que yo). Era «El hombre que fue Jueves«, de Chesterton. Y cacé al vuelo estas líneas, en las que no me había fijado antes:
— Y usted, Gogol —dijo Syme—, ¿que piensa de Domingo?
—Yo, en principio —dijo Gogol con sencillez— nada pienso de Domingo, como nada pienso del sol del mediodía.
Y pensé que podía ser una buena ilustración de aquello que decíamos hace un tiempo, sobre ese prurito deplorable -alentado por las encuestas y los medios en general- de tener opiniones formadas sobre las cosas; como si las cosas nos fueran dadas para eso. Y como si ese pretendido patrimonio -nuestro stock de opiniones- no tendiera más bien a empobrecernos, haciéndonos perder contacto con las cosas.

Yendo al original, sin embargo, veo que la traducción (la de Alfonso Reyes, al parecer) no es muy fiel. Sería más bien: «Yo, en principio, nada pienso de Domingo, como tampoco miro el sol al mediodía.». Un matiz bastante diferente, aunque la aplicación pueda -acaso, penosamente- sobrevivir. No sé.

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