La victoria y la paz

Padre, te pedimos que nos concedas
la victoria y la paz…
Abro un librito de oraciones, al azar (y después de demasiado tiempo…), y me topo con eso.

¿Victoria?

A primera lectura, no entiendo. O creo entender, y no me gusta demasiado. No sé si me interesa, eso de pedir la victoria… En mi cabeza la palabra «victoria» está demasido cerca de la palabra «éxito»; y a ésta, la tengo devaluada (porque la tomo en su peor sentido,claro… demasiadas palabras tomo en su peor sentido, se me ocurre ahora). Y encima el «nosotros» …

Me evoca un grito de guerra. ¿La victoria de quiénes? ¿De «nosotros, los católicos»? Vamos!

Todo esto me cruza fugazmente -y automáticamente- la cabeza (mi pobre cabeza); un par de segundos nomás; un reflejo mental, entre tantos.

Pero, sabedor de lo poco que valen mis reflejos mentales resisto el impulso de saltar de página… y releo.

«Padre, te pedimos que nos concedas la victoria y la paz…»

Y de pronto, entiendo. Claro está, me digo; idiota. Es elemental.

¡Cómo no voy a pedir la victoria -y tras ella la paz! Y cómo no voy a pedirla así, en primera persona del plural. Si me apuran… es lo que más me importa pedir.

El problema es que, si quisiera explicar de qué victoria se trata, caería en un adjetivo que me suena peor: «victoria espiritual«.

Y, sí. Tiendo a burlarme, íntimamente, de semejantes adjetivos. Lo cual, si lo pensamos un poquito, es una frivolidad. Cualquiera que haya rezado un poquito sabe que de qué se trata; y encuentra las imágenes bélicas perfectamente adecuadas y naturales. Y si uno tiene su historial de derrotas, mejor. Y si el historial es largo, y las derrotas humillantes por su misma pequeñez… mejor que mejor.

Y -de paso- también entiende que la batalla no es solitaria, y que a la hora de pedir al Padre la victoria, corresponde pedirla en nombre de todos.

Es signo de nuestra ceguera habitual, se me ocurre, eso de que las cosas más reales nos resulten más irreales; que lo espiritual nos suene como algo con menos consistencia que lo … material. Lo cual va de la mano con los abusos de la palabra, de acuerdo; pero los abusos no proliferarían sin malentendidos previos.

Así, cuando leemos en un salmo un ruego a Yahveh por la victoria en la batalla y la ruina del enemigo, y el exégeta nos explica que se trata de la victoria espiritual, y el enemigo espiritual… lo miramos (al menos yo) con un poco de escepticismo… Vamos, somos grandes… No me jodas; el que escribió eso estaba pensando en las batallas «de verdad»; lo tuyo como aplicación devota estará muy bien, pero… vamos, «en realidad» el salmo no trata de eso. Lo de la batalla espiritual es alegoría, metáfora; lo real es la batalla que tenía en mente tal judío contra tal filisteo… creemos.

Acaso más verdadero sea lo contrario: que nuestras batallas mundanas no son más que alegorías, imágenes débiles de la otra.

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