Usura y anticonceptivos

Fíjense si seré contrera… que todo el tiempo ando con ganas de hacer de abogado del diablo.
Y, por poner un ejemplo cercano —cercano al post anterior, también— cuando leo tantos blogs católicos de tono conserva (yanquis sobre todo) que se oponen con tanta energía a los anticonceptivos y al aborto… aun coincidiendo con ellos (en la conclusión y en buena parte del razonamiento), al ver su escasa o nula energía para pelear contra el poder del dinero (por llamarlo de alguna manera), me dan algunas ganas de ponerme un ratito en el bando liberal (liberal en todo; coherentemente liberal) y objetarles algo en estas líneas:

—Ustedes se oponen a los anticonceptivos, siguen lo que dice la Iglesia, pero en el fondo saben que es una lucha perdida. Mejor harían en ir planeando una rendición honrosa, para pasar menos vergüenza. En el fondo, saben bien que dentro de uno, dos o cinco siglos, la práctica será tan común (y hasta te diré más: necesaria, socialmente hablando) que nadie, ni el Papa, podrá decir una palabra en contra; se sentiría demasiado ridículo y perdería autoridad. ¿Creés que el catecismo del siglo XXV va a seguir diciendo que los anticonceptivos son pecaminosos? No me hagás reir. Como mucho, dirán alguna frase edificante, sobre el don y la responsabilidad de procrear, algún reparo contra algún «abuso» y nada más. ¿No me creés? No seas bruto. No me vengas a hablar de que la enseñanza de la Iglesia es inmutable, ni que lo que es pecado hoy lo será mañana y lo era ayer.
Mirá el caso de la usura. Sabés que en la Edad Media, la usura era condenada por la Iglesia; el sólo hecho de prestar plata a interés, de lucrar con la mera posesión -improductiva- del dinero era considerado, lisa y llanamente, un pecado. Entrando en los tiempos modernos, se vio que ese pecado era un motor fenomenal de progreso económico; y el que quedaba afuera, quedaba atrás. Y así, la Iglesia fue hablando menos y menos del tema, se tapó el «pecado de usura» bajo una montaña de casuística deliscuescente (las circunstancias cambiaron, te dirán… lo que ayer los moralistas llamaban «usura» es otra cosa… como si lo de lucrar un interés por dinero poseído no fuera lo mismo entonces que hoy), y si hoy un católico fuera a confesar sus pecados de usura, las risas del confesor se oirían desde fuera de la iglesia. Hoy todos los católicos (y sobre todos los de tu palo, los que ven con buenos ojos el capitalismo) aceptan la usura. Vos la aceptás. Lo mismo terminará pasando con los anticonceptivos.

La objeción no es tan fuerte, desde ya; y hay cien distingos que hacer, y mil cuestiones históricas, teológicas y economícas a contraobjetar. No estoy seguro, de todas maneras, que la objeción no golpee en un punto débil, y que no convendría mirarla con un poquito menos de condescendencia.

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