Las travesuras de Pirulo y Catrasca

(No, no es una de payasos. O por ahí sí, no sé).

Lo que pasa, me digo, es que yo debo ser un poco pacato, (con perdón de la cacofonía). Alguna fobia, que intento esconder pero me brota de adentro, a las expresiones demasiado francas; una especie de pudor excesivo hacia «las malas palabras».
Después de todo, también el eufemismo es un signo de cortesía, digo yo…

Justo ayer leía en la gramática de Seco algo al respecto.
Y es que los eufemismos, con lo cuales el lenguaje «viste la desnudez» de ciertas expresiones demasiado ásperas para la vida social (por sus connotaciones sexuales, fisiológicas o afectivas; tabúes … linguísticos no religiosos), están más extendidos de lo que uno cree. Seco nota que los mismos eufemismos tienen una vida acotada: cuando se usan mucho, terminan reemplazando al término original, pierden su utilidad y entonces pasan a reclamar otro eufemismo.
Por ejemplo, me enteré de que «fallecer» era hasta hace poco un eufemismo: «morir» es una palabra un poco brusca, y se la reemplazó por aquella cuyo sentido original era simplemente «faltar». El eufemismo tuvo tanto éxito que hoy en día «fallecer» es un sinónimo (un poco más delicado, lo más) de «morir»; y se buscan nuevos eufemismos («faltar», «desaparecer», «dejarnos»…).
Y así, «baño» es un eufemismo de «excusado» que a su vez es eufemismo de «retrete», y éste de «letrina».
Tambíen en el mundo empresario, se habla de «desvincular» a un empleado, en lugar de «despedirlo»; que a su vez, me imagino, en otros tiempos habrá sido una expresión delicada (‘despedir’, al fin y al cabo, es una acción afectuosa) para eludir el brutal «echar».

Sería necio -adolescentemente necio- rebelarse contra el eufemismo; por lo menos, en general (claro que algunos eufemismos pueden ser ridículos; a mí lo de «discapacitado visual» por «ciego» me da en los nervios…). En general, el uso del eufemismo es un signo de delicadeza elemental en la vida de sociedad.

Ahora… ¿qué tiene que ver todo esto con el título del post? Tal vez no mucho.
Se trata de una notita inofensiva que salió en La Nación de ayer («Helados Pirulo, nuevo éxito del conurbano»). Sin pelos en la lengua, nos explican (antención : se viene un párrafo con lenguaje fuerte, chocante y algo soez; pasen de largo los lectores delicados) las razones y la mecánica del dicho éxito:
…para poder vender el kilo de helado a 7 pesos hay que ahorrar en publicidad. De hecho, su cadena sólo hace promociones en los puntos de venta, pero no desdeña el uso de técnicas avanzadas de marketing.

«Cuando al lado de uno de nuestros locales se pone una heladería que quiere competir por precio, lo que hacemos es cambiar toda la fachada de Pirulo y reemplazarla por otra marca nuestra que se llama Catrasca y vende el kilo a 3 pesos. Con Catrasca no hay nadie que pueda competir; y cuando logramos sacar al negocio rival, volvemos a poner la marca Pirulo», explica Flores.
Y bueno, qué quieren que les diga, yo seré un pobre inocente, pero a mí esta franqueza me escandaliza un poquito. Es raro que para estas cosas (para otras no, que yo sepa) me salgan estos brotes de pacatería. Y ya sé que esto es una tara mía, que el tal Flores no está diciendo nada malo (ni siquiera malsonante; de otra manera el diario no lo publicaría, al menos no en ese registro).
O tal vez sea que, si las historias de éxitos me dan un poco de miedo, las de éxito comercial me dan arcadas.

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