El lenguaje según Orwell

Conozco mal a George Orwell (sólo leí 1984, si no me equivoco). Y sospecho que debería conocerlo mejor.
Como para aumentar esa sospecha, encuentro este artículo sobre la política y el lenguaje ; a pesar de lo que se pierde en la traducción (esmerada, de todos modos) y la distancia en el tiempo, me parece inteligente:

…El idioma inglés moderno, en especial el inglés escrito, está plagado de malos hábitos que se difunden por imitación y que podemos evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales….

…hay un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema de inventar sus propias frases …

… extensiones verbales falsas. Éstas evitan el problema de elegir los verbos y sustantivos apropiados, y al mismo tiempo atiborran cada oración con sílabas adicionales que le dan una apariencia de simetría

… lo peor de la escritura moderna … consiste en pegar largas tiras de palabras cuyo orden ya fijó algún otro, y hacer presentables los resultados mediante una trampa. El atractivo de esta forma de escritura es que es fácil. Es más fácil —y aun más rápido, una vez que se tiene el hábito— decir «En mi opinión no es un supuesto injustificable» que decir «Pienso». Si usted usa frases hechas, no sólo no tiene que buscar las palabras; tampoco se debe preocupar por el ritmo de las oraciones, puesto que por lo general ya tienen un orden más o menos eufónico.

El ritmo que los lugares comunes traen consigo… y nos ahorran de crear. Casi todas las retóricas en uso: la adolescente, la periodística, (y la deportiva… la retórica del jugador de fútbol que es entrevistado!) y … la clerical (por no decir episcopal). Ay, esos sermones fáciles, esa sonoridad pomposa, vacía, adormecedora…

Cuando se redacta de prisa —cuando se dicta a un taquígrafo, por ejemplo, o se hace un discurso público— es natural caer en un estilo estereotipado y pretencioso. Muletillas como «una consideración que debemos tener en mente» o «una conclusión con la que todos estaríamos de acuerdo» ahorran a muchos una expresión cuya construcción les produciría un síncope. El empleo de metáforas, símiles y modismos trillados ahorra mucho esfuerzo mental, a costa de que el significado sea vago, no sólo para el lector sino también para el que escribe. […]

La gente que escribe de esta manera manifiesta un significado emocional general —detesta una cosa y quiere expresar solidaridad con otra— pero no está interesada en los detalles de lo que está diciendo.

Algo así pensaba yo cuando objetaba (con mucha menos solvencia que Orwell) el abuso del adjetivo-muletilla «patético».

En cada oración que escribe, un escritor cuidadoso se hace al menos cuatro preguntas, a saber:

¿Qué intento decir? ¿Qué palabras lo expresan? ¿Qué imagen o modismo lo hace más claro? ¿Esta imagen es suficientemente nueva para producir efecto?

Y quizá se haga dos más: ¿Puedo ser más breve? ¿Dije algo evitablemente feo?

Pero uno no está obligado a encarar todo este problema. Puede evadirlo dejando la mente abierta y permitiendo que las frases hechas lleguen y se agolpen. Ellas construirán las oraciones por sí mismas —y, hasta cierto punto, incluso pensarán en lugar de uno— y si es necesario prestarán el importante servicio de ocultar parcialmente su significado, aun para uno mismo.

Alguien me preguntaba por qué me fastidian tanto las revistas con posiciones tomadas … Página 12, Panorama Católico, Cabildo… si no se trataba de un fácil repudio contra los extremismos, una jactancia de equilibrio (o tibieza?). Pero no es cuestión de izquierdas, derechas o centros. Se trata de eso que dice Orwell: de estar en guardia, para evitar que otros (nuestras pasiones incluidas) piensen por nosotros.

Bien, pero no tenés por qué enojarse contra los que nos saben ponerse en guardia, me dirán. Así será, digo yo; pero cuando de militantes se trata…

… Veamos, por ejemplo, a un cómodo profesor inglés que defiende el totalitarismo ruso. No puede decir francamente: «Creo en el asesinato de los opositores cuando se pueden obtener buenos resultados asesinándolos». Por consiguiente, quizá diga algo como esto: «Aunque aceptamos libremente que el régimen soviético exhibe ciertos rasgos que un humanista se inclinaría a deplorar, creo que debemos aceptar que cierto recorte de los derechos de la oposición política es una consecuencia inevitable de los períodos de transición, y que los rigores que el pueblo ruso ha tenido que soportar han sido ampliamente justificados en la esfera de las realizaciones concretas.»

El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. Una masa de palabras latinas cae sobre los hechos como nieve blanda, borra los contornos y sepulta todos los detalles. El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse.

… si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento. Un mal uso se puede difundir por tradición e imitación aun entre personas que deberían saber y obrar mejor.

El lenguaje degradado que he examinado es, en cierta forma, muy conveniente. Expresiones como «un supuesto no injustificable», «una consideración que siempre debemos tener en mente», dejan mucho que desear, no cumplen un buen propósito, son una tentación continua, una caja de aspirinas siempre al alcance de la mano.

Relea usted este ensayo, y con toda seguridad encontrará que una y otra vez he cometido las mismas faltas contra las que he protestado.

En el correo de esta mañana recibí un panfleto sobre las condiciones en Alemania. El autor me decía que se sintió impelido a escribirlo. Lo abrí al azar y ésta es la primera frase que leí: «[Los Aliados] no sólo tienen la oportunidad de lograr una transformación radical de la estructura social y política de Alemania de tal manera que eviten una reacción nacionalista en la misma Alemania, sino que al mismo tiempo pueden sentar los fundamentos de una Europa cooperativa y unificada».

Cuando se lee que se sintió impelido a escribir es de presumir que tiene algo nuevo que decir, pero sus palabras, como corceles de caballería que responden al clarín, se juntan automáticamente en una alineación monótonamente familiar. Esta invasión de la mente por frases hechas («sentar los fundamentos», «lograr una transformación radical») sólo se puede evitar si se está continuamente en guardia contra ellas, y cada una de esas frases anestesia una parte del cerebro.

Resisto apenas la tentación de poner otros ejemplos que se me ocurren.

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