La mayor de las tres

Aunque yo hablara lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor soy como metal que resuena o címbalo que retiñe.
Y aunque tuviera profecía, y entendiera todos los misterios y toda la ciencia, y tuviera plenitud de fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Y aunque repartiera todos mis bienes a los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es sufrido, es servicial. El amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. El amor es decoroso, no busca su propio interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal.
No se alegra de la injusticia: se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.

El amor nunca termina. Las profecías se acabarán. Cesarán las lenguas y la ciencia desaparecerá.
Porque sólo en parte conocemos, y sólo en parte profetizamos. Mas cuando venga lo perfecto, lo que es en parte desaparecerá.

Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño. Mas cuando fui hombre, dejé las cosas de niño.
Ahora vemos por espejo, en enigmas. Mas entonces veremos cara a cara.
Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como soy conocido.

Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de ellas es el amor.
Es el capítulo 13 de la primera carta de San Pablo a los corintios. Escrita alrededor del año 57, dicen; o sea, 25 o 30 años después de la muerte de Cristo; y —casi seguro— antes de que los evangelios se pusieran por escrito.
Y unos veinte años (que, como bien sabemos, no es nada) después de su conversión.

No sé hasta qué punto uno puede apreciar —mirando ese punto de la historia humana, con todas las civilizaciones que hay alrededor en en tiempo y en la distancia— la originalidad del mensaje. No sé hasta qué punto esto puede esgrimirse como prueba de que algo grande y nuevo había empezado.
Y tampoco me animaría a explicar por qué esta novedad del amor es inseparable de la novedad de un Dios encarnado y crucificado (Es en la misma carta donde San Pablo dice aquello de «no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.«).

Lo que sé es que la inmensa mayoría de los pobres discípulos de Nietszche que repiten como loros aquello de que el cristianismo actual es un invento de San Pablo (que habría tergiversado en una teología espuria el mensaje de amor de Jesús)… esos sí que no saben absolutamente nada.

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