Artículo 1:
¿Es pecado la adivinación?
lat
Objeciones por las que parece que la adivinación no es
pecado.
1. La palabra adivinación deriva su nombre de algo divino.
Pero lo divino dice relación a la santidad más que al pecado. Luego la
adivinación, según parece, no es pecado.
2. San Agustín, en el libro De Lib. Arb., escribe: ¿Quién se atreverá a decir que la
ciencia es un mal? Y esto otro: Jamás diré que algún
conocimiento intelectual puede ser malo. Pero hay artes
adivinatorias, como demuestra el Filósofo en el libro De
Memoria, e incluso la misma adivinación, que, según
parece, tiene por objeto lograr cierto conocimiento intelectual de la
verdad. Luego la adivinación parece que no es pecado.
3. No puede haber inclinación natural a cosas malas,
porque la naturaleza se inclina solamente a lo que a ella se asemeja.
Pero instintivamente se sienten los hombres atraídos al conocimiento
anticipado de lo que va a suceder, que es en lo que consiste la
adivinación. Luego la adivinación no es pecado.
Contra esto: está lo que se dice en Dt 18,11: Que nadie consulte a
los oráculos ni a los adivinos. Y lo que leemos en el Decreto: Sobre quienes
practican la adivinación, cargue el rigor de las leyes quinquenales,
según el sistema penitencial establecido.
Respondo: Que la palabra adivinación significa
anuncio anticipado de sucesos futuros; que los sucesos futuros pueden
conocerse de dos modos: en sus causas o en sí mismos; y que las causas
de los sucesos futuros son de tres clases. Las hay que producen sus
efectos necesariamente, por lo que tales efectos futuros pueden
conocerse de antemano con certeza y anunciarse con anterioridad por el
atento examen de sus causas. Así es como predicen los astrónomos los
eclipses. Hay causas que no producen sus efectos necesariamente y
siempre, sino la mayoría de las veces, y rara vez fallan. Los efectos
futuros pueden conocerse con anterioridad por estas causas; pero no
con certeza, sino conjeturalmente. Así, los astrónomos, fijándose en
las estrellas, pueden conocer y anunciar con anterioridad las épocas
de lluvias y sequía, y los médicos, la salud o la muerte del enfermo.
Hay, por fin, algunas causas que, en sí consideradas, producen lo
mismo un efecto que otro. Es lo que ocurre, principalmente, en el caso
de las potencias racionales, las cuales, según el Filósofo, tienden a objetos opuestos. Los efectos de este género de causas, o los que se siguen rara vez y casualmente de las causas naturales, no pueden conocerse con antelación analizando sus causas, ya que éstas no tienen inclinación determinada hacia ellos. Por tanto, tales efectos no pueden conocerse de antemano, a no ser que se los considere en sí mismos; y los hombres sólo pueden considerarlos de este modo cuando los tienen presentes, como presente está lo que hace Sócrates cuando están viendo que corre o pasea. La consideración, por otra parte, de esta clase de efectos en sí mismos, antes de que se produzcan, es algo propio de Dios. El solo, en su eternidad, ve lo que está por venir como presente, conforme a lo ya tratado (
1 q.14 a.13;
q.57 a.3;
q.86 a.4). De ahí aquellas palabras de Is 41,23:
Anunciad de antemano lo que va a acontecer en el futuro y sabremos así que sois dioses. Por tanto, si alguien pretende conocer y predecir de cualquier modo tal clase de sucesos futuros, a no ser por revelación divina, está usurpando manifiestamente lo propio de Dios. De ahí el que a algunos se los llame
adivinos; y el que San Isidoro diga de ellos, en el libro
Etymol.:
Se los llama «adivinos», que es como llamarlos llenos de Dios. Simulan, en efecto, que lo están y, con astucia y fraude, profetizan a los hombres las cosas futuras.
Según esto, no decimos que hay adivinación cuando alguien anuncia con
anterioridad lo que necesariamente o en la mayoría de los casos va a
ocurrir y que con antelación puede ser conocido por nuestra razón
humana. Tampoco la hay en el caso de que uno conozca otros hechos
futuros contingentes por revelación divina, ya que entonces, más bien
que realizar él un acto divino, recibe en sí lo divino. Sólo entonces
se dice de alguien que adivina cuando usurpa de modo indebido el poder
de predecir los sucesos futuros. Esto nos consta que es pecado. Por
tanto, la adivinación siempre es pecado. Es por lo que San Jerónimo
dice, en su comentario Super Micheam, que la palabra adivinación se toma siempre en mal sentido.
A las objeciones:
1. A la adivinación se la
llama así no por participar, tal como debe ser, de algo divino, sino
por su usurpación indebida, como ya queda dicho (corp.).
2. Hay ciertas artes que
permiten conocer con anterioridad los sucesos futuros que ocurren
necesariamente o con frecuencia, y esto nada tiene que ver con la
adivinación. En cambio, para el conocimiento de los otros eventos
futuros no hay verdaderas artes ni ciencias que valgan, sino sólo
ciencias y artes falaces y vanas, introducidas en el mundo por los
demonios para engañar a los hombres, como dice San Agustín en el libro
XXI De Civ. Dei.
3. El hombre tiene natural
inclinación a conocer el futuro al modo humano, no según el modo
indebido propio de la adivinación.
Artículo 2:
¿La adivinación es una especie de superstición?
lat
Objeciones por las que parece que la adivinación no es una especie de
superstición.
1. Una especie no puede pertenecer a géneros diversos. Pero la
adivinación, según San Agustín en su libro De Vera
Relig., parece ser una especie de curiosidad.
Luego, según parece, no es una especie de superstición.
2. Así como la religión consiste en el culto debido,
consiste en el culto indebido la superstición. Pero la adivinación,
según parece, nada tiene que ver con ninguna clase de culto indebido.
Luego nada tiene que ver con la superstición.
3. La superstición se opone a la religión. Pero en la
verdadera religión nada encontramos opuesto como un contrario a otro
contrario a la adivinación. Luego la adivinación no es una especie de
superstición.
Contra esto: está lo que escribe Orígenes en el Periarchon: En el ejercicio de la presciencia hay cierta intervención de los demonios. Parece ser que la alcanzan con ciertas prácticas, en unos casos con sortilegios, en otros con augurios e incluso, a veces, con la contemplación de las sombras, quienes se han vendido a los demonios como esclavos. No dudo de que todas estas cosas son obra de los demonios. Ahora bien, como dice San Agustín en el libro II De Doct. Christ., todo cuanto procede del consenso entre hombres y demonios, es supersticioso. Luego la adivinación es una especie de superstición.
Respondo: Que, como antes indicamos (
q.92 a.1-2;
q.94 a.1), la superstición implica culto indebido a la
divinidad. Y que una cosa pertenece al culto debido a Dios de dos
maneras. La primera, a modo de oblación, ya que puede ser un
sacrificio, una simple ofrenda o algo por el estilo. La segunda, por
el empleo de algo divino, como queda dicho al hablar del juramento
(
q.89 intr;
a.4 ad 2). Según esto, pertenece a la superstición no
sólo el ofrecer sacrificios idolátricamente a los demonios, sino
también el valerse de su ayuda para realizar o conocer alguna cosa.
Ahora bien: toda adivinación proviene de la acción de los demonios, o
porque se los invoca expresamente para que manifiesten lo que va a
ocurrir, o porque ellos mismos se entremeten en estas inútiles
averiguaciones de lo que está por venir para cazar espiritualmente a
los hombres en las redes de su propia vanidad. Es la fatuidad de que
habla el salmo 39,5, cuando dice:.. .
no se volvió a mirar las
cosas vanas ni las engañosas locuras. Es vana, en efecto, la
indagación de los sucesos futuros cuando se los intenta conocer con
anterioridad valiéndose de recursos con los que nada de esto se puede
lograr. Es cosa manifiesta, según esto, que la adivinación es una
especie de superstición.
A las objeciones:
1. La adivinación pertenece a
la curiosidad por lo que se refiere al fin que con ella se intenta
alcanzar, que no es otro que el conocimiento previo de los sucesos
futuros. Pertenece, en cambio, a la superstición por el modo de
proceder.
2. Tal adivinación pertenece
al culto de los demonios, en cuanto que, para poder adivinar, uno se
sirve de pactos con los demonios, tácitos o expresos.
3., en la nueva ley, al
espíritu se le aparta de la angustiosa preocupación
por los asuntos temporales. Por eso no hay en ella prescripciones para
llegar a conocer con anterioridad sucesos futuros de carácter
temporal. En cambio, en la antigua ley, que prometía bienes terrenos,
se hacían consultas de carácter religioso sobre el porvenir. De ahí
aquellas palabras de Is 8,19: Y cuando se os diga: Consultad a los
hechiceros y adivinos, que lanzan gritos estridentes en sus
encantamientos, añade el Profeta a manera de réplica: ¿Por qué
el pueblo no va a pedir luz especial a su Dios sobre la suerte de los
vivos y los muertos? Hubo, no obstante, en el Nuevo Testamento
algunos que tuvieron el don de profecía y predijeron muchas cosas
futuras.
Artículo 3:
¿Es necesario distinguir varias especies de adivinación?
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Objeciones por las que parece que no hay por qué señalar varias
especies de adivinación.
1. Donde la razón por que se peca es una, parece que no tiene por qué
haber varias especies de pecado. Pero, en toda adivinación, la razón
por que se peca es sólo una: el hacer uso de pactos con los demonios
para el conocimiento de cosas futuras. Luego no hay diversas especies
de adivinación.
2. Los actos humanos se especifican por el fin, como ya
queda dicho (
1-2 q.1 a.3;
q.18 a.6). Pero toda adivinación se ordena a
un único fin, que no es otro que el conocimiento anticipado de los
sucesos futuros. Luego todas las adivinaciones pertenecen a una misma
especie.
3. Los diferentes signos no diversifican la especie de
los pecados; así, las injurias de palabra, por escrito o a base de
gestos constituyen una misma especie de pecado. Pero las
adivinaciones, al parecer, no difieren unas de otras si no es por los
signos mediante los cuales se adquiere el conocimiento anticipado de
los sucesos futuros. Luego no hay diversas especies de
adivinación.
Contra esto: está el que San Isidoro, en el libro Etymol., enumera diversas especies de
adivinación.
Respondo: Que, conforme a lo explicado (
a.2),
toda adivinación hace uso, para conocer con anterioridad los eventos
futuros, del consejo y ayuda de los demonios. Tal consejo y ayuda o
bien se le pide expresamente, o, sin petición de ningún género por
parte de los hombres, el mismo demonio se las amaña para darles a
conocer de antemano ciertos sucesos futuros para ellos desconocidos y
que, en cambio, él sabe por los medios de que hemos tratado en la
Primera Parte (
q.57 a.3). Los demonios, expresamente invocados,
suelen prenunciar de muchos modos las cosas futuras. Unas veces lo
hacen a través de la vista y el oído mediante apariciones engañosas a
los hombres, para anunciarles antes de que ocurra lo que va a ocurrir.
Tal es la especie de adivinación a la que se da el nombre de prestigio, porque, al verla, los ojos de los hombres quedan como
deslumbrados
(perstringuntur). Otras veces es a través de los
sueños. Se llama a esto
adivinación de los sueños. En otras
ocasiones, haciendo que se aparezcan o que hablen los muertos. A esta
especie se la llama
nigromancia, porque, como dice San Isidoro
en el libro
Etymol.,
necros, en griego,
significa muerto, y
manda, adivinación. Y es que, merced a
ciertos encantamientos, da la impresión de que los muertos resucitan,
y de que adivinan y responden a lo que se les pregunta. Hay veces en
que predicen lo que ha de suceder valiéndose de hombres vivos: tal es,
evidentemente, el caso de los posesos. Es la adivinación que se hace
por medio de
pitonisas, nombre que proviene, como dice San
Isidoro, de Apolo Pitio, inventor, según se dice, de
la adivinación. En otros casos anuncian lo que va a ocurrir por medio
de ciertas figuras o señales que aparecen en cosas inanimadas. Se
llama a esto
geomancia, si aparecen en algún cuerpo terrestre,
como la madera, el hierro o una piedra pulimentada;
hidromancia, si aparecen en el agua;
piromancia, si en el
fuego; y
aruspicina, si en las entrañas (se) de los animales
inmolados sobre los altares destinados al culto de los
demonios.
A su vez, la adivinación que se hace sin la expresa invocación de los
demonios se divide en dos géneros. El primero consiste en examinar las
disposiciones de ciertas cosas para predecir algún suceso futuro. Y
así, a los que se empeñan en conocer anticipadamente
los sucesos futuros mediante el estudio atento de la posición y
movimiento de los astros, los llamamos astrólogos, y también,
por otro nombre, geneáticos, porque para adivinar tienen en
cuenta las fechas de nacimiento. En cambio, si lo que observan son los
movimientos o cantos de las aves o de otro animal cualquiera, el
estornudo de los hombres o la agitación y estremecimiento de sus
miembros, todo esto recibe el nombre genérico de augurio,
palabra que etimológicamente proviene del gorjeo de las aves,
lo mismo que auspicio de la inspección u observación de
las mismas. La primera de estas palabras dice relación al oído y la
segunda a la vista, y tanto una como otra se refieren principalmente a
las aves. Si el objeto de tal consideración son aquellas palabras que
los hombres profieren sin ninguna intención especial, y que después
alguien se empeña en relacionar con el porvenir oculto que desea
conocer, damos a esto el nombre de presagio. Como dice Valerio
Máximo, la observación atenta de los presagios
tiene no poco que ver con la religión; pues se cree que no son obra
del acaso, sino de la divina Providencia. Fue ella quien dispuso, por
ejemplo, que, mientras deliberaban los romanos si deberían marchar o
no a otro lugar, un centurión de improviso exclamase: Alférez clava en
tierra la bandera: aquí estaremos muy bien. Los que oyeron estas
palabras pensaron que se trataba de un presagio, abandonando la idea
de marchar. Finalmente, si a lo que se atiende es al trazado de
ciertas figuras perfectamente visibles en algunos cuerpos, tendremos
otra especie de adivinación. Y así, de la interpretación del conjunto
de rayas que se pueden apreciar en nuestras manos, nace la adivinación
que llamamos quiromancia o, lo que es lo mismo, adivinación por las manos. Quiros, en griego, significa mano. Y
hay también otra, la espatulimancia, basada en la observación
de ciertas figuras que aparecen en la espalda de algunos
animales.
Al segundo de los géneros de adivinación que se practican sin expresa
invocación de los demonios pertenece la que consiste en el atento
examen del resultado de ciertas acciones realizadas por los hombres
con el intento de descubrir ciertos secretos. Ejemplos de ésta son los
siguientes: la prolongación de una línea discontinua, constituida por
una serie de puntos, lo que pertenece al arte de la geomancia; la
observación de las figuras que se forman al verter plomo derretido en
agua; la colocación fuera del alcance de la vista en una urna de
cierto número de papeletas, escritas o en blanco, fijándose en la que
de ellas saca después cada uno; la presentación de unas pajitas de
diferentes tamaños, comprobando luego quién escoge la más corta o la
más larga; el lanzamiento o tirada de los dados para ver quién saca
mayor número de puntos; la apertura, finalmente, de un libro al azar,
tomando buena nota de lo primero que salta a la vista. Todas estas
prácticas reciben el nombre de sortilegios.
Así, pues, son tres los géneros de adivinación. El primero es propio
de los nigromantes, y se lleva a cabo con expresa invocación de los
demonios. El segundo pertenece a los augures, que se fijan únicamente
en la posición o movimiento de algunas cosas. El tercero consiste en
realizar ciertas prácticas con la intención de descubrir cosas
ocultas. Es lo propio de los sortilegios. Cada uno de estos
géneros, como consta por lo dicho, contiene muchas
especies.
A las objeciones:
1., en todo lo que acabamos de
decir, es una misma la razón general por que se peca; pero no
la razón especial. Porque, sin duda alguna, es mucho más grave invocar
a los demonios que realizar ciertos actos con riesgo de que
intervengan.
2. El conocimiento de lo que
va a ocurrir o de las cosas ocultas es el fin último de la
adivinación, de donde se toma su razón genérica, y que, a su vez, sus
diversas especies se distinguen entre sí por sus propios objetos o materias, es decir, por las diversas cosas de que uno se vale para el conocimiento de lo oculto.
3. Esas cosas a que prestan
atención especial los adivinos no las consideran ellos, como hacen los
detractores, como signos con que dan a conocer lo que ya saben, sino
como principios de conocimiento. Es evidente, por otra parte, hasta en
las ciencias demostrativas, que, donde hay diversidad de principios,
hay diversidad de especies.
Artículo 4:
¿Es ilícita la adivinación en la que se recurre a la invocación de
los demonios?
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Objeciones por las que parece que no es ilícita la adivinación en la
que se recurre a la invocación de los demonios.
1. Cristo jamás hizo nada ilícito, conforme a aquellas palabras de 1
Pe 2,22: El cual no cometió pecado alguno. Ahora bien: el
Señor, como leemos en Mc 5,9, preguntó al demonio: ¿Cuál es tu
nombre? Y la respuesta fue: Legión, porque somos muchos.
Luego, al parecer, es lícito preguntar a los demonios algunas cosas
ocultas.
2. Las almas de los santos no otorgan favores a quienes las
interrogan ilícitamente. Pero, conforme se lee en 1 Re 28,8, Samuel se
apareció a Saúl, que acudió a una pitonisa para consultarle sobre la
suerte de la guerra en que iba a entrar, y él le predijo lo que había
de suceder. Luego la adivinación por medio de la invocación de los
demonios no es ilícita.
3. Parece que es lícito, cuando se trata de averiguar la
verdad que interesa conocer, preguntar a quien la sepa. Pero, a veces,
es útil saber ciertas cosas ocultas que pueden darnos a conocer los
demonios, por ejemplo, el descubrir un hurto. Luego la adivinación
mediante la invocación de los demonios no es ilícita.
Contra esto: está lo que leemos en Dt 18,10.11: No haya en medio de
ti persona alguna que pregunte a adivinos o consulte a
pitonisas.
Respondo: Que toda adivinación en que se
recurre a la invocación de los demonios es ilícita por dos razones. La
primera, por parte del principio de tal adivinación, que no es ni más
ni menos que un pacto expreso que se hace con el demonio por el mismo
hecho de invocarle. Esto es completamente ilícito. De ahí lo que en
contra de algunos leemos (Is 28,15):
Vosotros dijisteis: hemos
hecho alianza con la muerte y un pacto con el infierno. La cosa
sería más grave todavía si al demonio al que se invoca se le
ofreciesen sacrificios o se le honrase y reverenciase.
La segunda, por el infortunio que acarrea, pues el demonio, cuyo
objetivo en esta clase de respuestas no es otro que la perdición de
los hombres, aunque en algún caso diga la verdad, lo que pretende es
acostumbrarlos a que se fien de él, y por este camino hacerlos llegar
a consecuencias desastrosas en orden a la humana salvación. De ahí lo
que, al comentar aquello de Lo increpó diciendo: Cállate (Lc
4,35), escribe San Atanasio: Aunque el demonio
decía la verdad, Cristo quería pararle los pies, no fuera a suceder
que, junto con la verdad, difundiese de igual modo su malicia. Se los
paraba también para enseñarnos que no hay que hacer caso de tales
revelaciones, aun cuando parece que dicen verdad; pues es cosa
abominable que, teniendo la Sagrada Escritura, recibamos instrucciones
del diablo.
A las objeciones:
1. Como escribe
Beda sobre Lc 8,30: El Señor no pregunta como quien
ignora, sino con la intención de que, confesada la
peste que el poseso padecía, el poder de quien le cura brille más.
Y que una cosa es preguntar algo al demonio que espontáneamente acude,
lo que algunas veces, por ser útil para los demás, es lícito —sobre
todo cuando, por obra del poder divino, se le fuerza a que diga la
verdad—, y otra muy distinta es invocarlo para adquirir por medio de
él el conocimiento de cosas ocultas.
2. Como escribe San Agustín, Ad Simplicianum, no es absurdo creer que, según
cierto designio providencial, Dios permitiera que, no por influencia
alguna de artes o poderes mágicos, sino por secreta disposición suya,
desconocida por la pitonisa y por Saúl, apareciese el espíritu de este
justo ante los ojos del rey para imponerle, por justo juicio divino,
el castigo merecido. Tampoco lo es el pensar que no fue sacado
realmente de su reposo el verdadero espíritu de Samuel, sino que se
trataba de un fantasma o ilusión imaginaria producida por artimañas
diabólicas. A este fantasma la Sagrada Escritura le da el nombre de
Samuel, siguiendo, al hacerlo, la vieja costumbre de llamar con el
nombre de la cosa a la imagen que la represente.
3. Ninguna utilidad temporal
compensa la pérdida de la salud espiritual que acarrea el empeño de
averiguar lo oculto, sirviéndose, para lograrlo, de la invocación de
los demonios.
Artículo 5:
¿Es lícita la adivinación por los astros?
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Objeciones por las que parece que no es ilícita la adivinación por
los astros.
1. Es lícito predecir los efectos mediante el estudio de sus causas,
como pronostican los médicos, por el curso de la enfermedad, que el
enfermo va a morir. Pero los cuerpos celestes son causa de lo que pasa
en este mundo, como dice Dionisio en IV De Div.
Nom.. Luego la adivinación por los astros no es
ilícita.
2. La ciencia humana, como consta por las palabras del
Filósofo en el comienzo de la Metaphys., nace
de la experiencia. Pero a base de muchos experimentos llegaron a
descubrir algunos que ciertos sucesos futuros pueden pronosticarse por
la observación de los astros. Luego no parece ilícito el empleo de tal
adivinación.
3. Se dice que la adivinación es ilícita en el grado y
medida en que se funda en pactos con los demonios. Pero esto no ocurre
en la adivinación por los astros, en que se considera únicamente la
posición en el espacio de estas criaturas de Dios. Luego parece que
esta clase de adivinación nada tiene de ilícito.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en el libro IV Confess.: No desistía yo por aquel tiempo de
consultar a aquellos observadores de los astros que llamamos
matemáticos, porque, según mi entender, ni ofrecían sacrificios ni
dirigían súplicas de ninguna clase a los espíritus; prácticas estas
que la piedad cristiana y verdadera rechaza y condena.
Respondo: Que, como queda indicado (
a.1 ad 2;
a.2), la adivinación que procede de opiniones falsas y vanas da lugar
a la intervención del demonio, que intenta apresar al espíritu del
hombre en las redes de la vanidad o del error; y que se basa en
opiniones vanas o falsas quien por la observación de los astros quiere
conocer con anterioridad aquellos sucesos futuros que, por tal
procedimiento, no es posible conocer. Hemos de averiguar, pues, qué es
lo que acerca de los sucesos futuros puede llegar a saberse con
anterioridad por la observación de los astros. Es evidente que entre
éstos pueden conocerse con antelación, por la observación de los
astros, los que acaecen necesariamente, como de hecho predicen los
astrónomos los eclipses que va a haber. También es verdad que, en
cuanto al conocimiento de los sucesos futuros por la observación de
las estrellas, ha habido diversos pareceres.
Unos dijeron que las estrellas, más bien que causa,
son signo de los sucesos que se predicen mediante su observación. Pero
tal opinión no es razonable, porque todo signo corporal o es efecto de
lo que significa, como el humo es signo del fuego que
lo produce, o procede de la misma causa, y así, lógicamente, al ser
signo de la causa, lo es de los efectos que de ella se siguen. Así,
por ejemplo, el arco iris es signo a veces de tiempo sereno, por ser
una misma la causa de este fenómeno atmosférico y de la serenidad. Sin
embargo, no se puede sostener que el movimiento y disposición de los
cuerpos celestes sean efecto de los sucesos futuros. Y, por otra
parte, tampoco pueden reducirse a ninguna causa común de naturaleza
corpórea. Y aunque puede asignárseles como única causa común la
Providencia divina, sin embargo, uno es el orden de la divina
Providencia en la disposición de los movimientos y posición de los
cuerpos celestes, y otro el orden con que ella dispone los sucesos
futuros contingentes, ya que a los primeros les señala el curso por
ley de necesidad, de suerte que se comporten siempre de la misma
forma, mientras que en los segundos el plan providencial es el de la
contingencia y, por tanto, no hay en ellos uniformidad.
Por consiguiente, es imposible conocer de antemano el porvenir por la
observación de los astros si no es de la forma y modo como se conocen
con antelación los efectos por sus causas. Pero hay dos clases de
efectos que se sustraen a la causalidad de los cuerpos celestes. En
primer lugar, todos los efectos accidentales contingentes, tanto en
las cosas humanas como en las naturales; pues, como se demuestra en el
VI Metaphys., el ser accidental no tiene
causa, y mucho menos causa natural, como lo sería, por ejemplo, el
influjo de los cuerpos celestes; porque lo que sucede accidentalmente
carece, propiamente hablando, de razón de ser y de unidad. Así, el que
un terremoto se produzca en el preciso momento en que cae una piedra,
o el que un hombre, al cavar una sepultura, encuentre un tesoro, lo
mismo que otros sucesos por el estilo, son algo que propiamente carece
de unidad, son pura coincidencia de hechos múltiples. Por el
contrario, el término de la operación natural es siempre algo único,
como lo es el principio de la misma, que no es otro que la forma del
ser natural.
En segundo lugar, se sustraen a la causalidad de los cuerpos celestes
los actos del libre albedrío, facultad de la voluntad y la
razón, y es que el entendimiento o la razón no son
cuerpos ni actos de un órgano corpóreo y, en consecuencia, tampoco lo
puede ser la voluntad, que radica en la razón, como consta por lo que
dice el Filósofo en III De Anima. Y, en
efecto, ningún cuerpo puede ejercer presión directa sobre un ser
incorpóreo. De ahí la imposibilidad de que los cuerpos celestes
influyan directamente sobre el entendimiento y la voluntad; esto sería
dar por sentado que no hay diferencia entre el entendimiento y los
sentidos, opinión que Aristóteles, en el libro De
Anima, achaca a quienes afirmaban que la
voluntad de los hombres cada día es tal como el Padre de los dioses y
los hombres, es decir, el sol o el cielo, decide que
sea. Los cuerpos celestes, por tanto, no pueden
ser causa directa de los actos del libre albedrío. Pueden, no
obstante, ser causa dispositiva de los mismos en cuanto que influyen
sobre el cuerpo humano y, por consiguiente, sobre los impulsos
sensitivos, actos de órganos corporales que inclinan a la realización
de actos humanos. Mas, como las facultades sensitivas obedecen a la
razón, como consta por lo que dice el Filósofo en el Libro III De
Anima y en el I Ethíc,,
ninguna necesidad se impone por este lado al libre albedrío, y el
hombre, por medio de su razón, puede oponerse a la influencia de los
cuerpos celestes.
Luego si alguien se sirve de la astrología para pronosticar lo que va
a ocurrir casual o fortuitamente, o también para conocer con certeza
lo que van a hacer los hombres, su comportamiento procederá, en este
caso, de una opinión falsa y vana. Y así viene a mezclarse en todo
esto la acción del demonio, por lo que tal adivinación resultará
supersticiosa e ilícita. Si, por el contrario, se sirve alguien de la
observación atenta de los astros para pronosticar cosas futuras,
causadas por tales cuerpos celestes, por ejemplo, las sequías y las
lluvias y otros fenómenos por el estilo, tal
adivinación nada tendrá de ilícita ni supersticiosa.
A las objeciones:
1. Con lo que acabamos de decir queda resuelta la primera de las
objeciones.
2. El hecho de que los
astrólogos, en sus pronósticos, acierten frecuentemente ocurre por dos
razones. En primer lugar, porque la mayor parte de los hombres se
dejan gobernar por sus pasiones corporales y, en consecuencia, se
portan, en la mayoría de los casos, conforme a las influencias que les
llegan de los cuerpos celestes: aunque unos pocos —los sabios
únicamente-moderan racionalmente tal clase de inclinaciones. Por eso
los astrólogos, en sus predicciones, aciertan en muchos casos, sobre
todo en los sucesos más corrientes, que dependen de la
multitud.
En segundo lugar, por la intervención de los demonios. Por eso dice
San Agustín, en el II Super Gen. ad litt.: Es preciso confesar que cuando los astrólogos dicen la verdad, la
dicen dejándose llevar por instintos muy secretos, que, sin que los
hombres se den cuenta, penetran en lo profundo de su espíritu. Cuando
esto contribuye a desorientar con engaños a los hombres, hay en ello
intervención de los espíritus inmundos y seductores, a los que se
permite conocer ciertas verdades de orden temporal. El mismo
deduce de esto la siguiente conclusión: Por lo
cual, el buen cristiano se ha de guardar muy bien de los astrólogos o
de cualquiera de los que practican impíamente la adivinación y, sobre
todo, de los que dicen verdad, no sea que el alma, por tratar con los
demonios, caiga engañada en sus redes haciendo pacto con
ellos.
3. Con esto queda resuelta la tercera objeción.
Artículo 6:
¿Es ilícita la adivinación basada en los sueños?
lat
Objeciones por las que parece que la adivinación que se basa en los
sueños no es ilícita.
1. Porque hacer uso de las enseñanzas divinas no es ilícito. Pero en
los sueños los hombres son instruidos por Dios, como leemos en Job
33,15.16: Por medio de sueños, en visión nocturna, cuando el sopor
se apodera de los hombres y duermen sobre su lecho, entonces,
precisamente entonces, Dios abre sus oídos y, sacándolos de su
ignorancia, los instruye con sus enseñanzas. Luego el uso de la
adivinación basada en sus sueños no es ilícito.
2. Quienes interpretan sueños, realizan propiamente actos de
adivinación. Pero nos consta que hubo santos varones que interpretaron
sueños: tal es el caso de José, que interpretó los sueños del copero y
del repostero mayor del faraón, como leemos en Gén 40,8; y el sueño
del faraón, Gén 41,15; y el caso de Daniel, que interpretó el del rey
de Babilonia (Dan 2,26; 4,5). Luego la adivinación basada en sueños no
es ilícita.
3. Es un absurdo negar hechos de experiencia común. Pero
todos experimentamos que los sueños tienen algún valor como signos del
futuro. Luego no tiene sentido decir que los sueños carecen de toda
eficacia para la adivinación. Luego es lícito prestarle
atención.
Contra esto: está lo que se dice en Dt 18,10: No haya en ti quien se
dedique a observar los sueños.
Respondo: Que, tal como queda dicho (
a.2.3), la
adivinación basada en una opinión falsa es supersticiosa e ilícita.
Por eso es necesario considerar qué es lo que puede haber de verdad en
lo del conocimiento anticipado del futuro que se adquiere por los
sueños. También hay que decir que los sueños son a veces causa de los
sucesos futuros. Tal es el caso en que el espíritu humano, preocupado
por lo visto en sueños, se decide a hacer alguna cosa o a evitarla. Y
que otras veces son signos de algo que va a ocurrir por depender de
una causa común tales sueños y los sucesos futuros. Así es como se
hace la mayoría de los pronósticos del porvenir de los sueños.
Trataremos, pues, de averiguar cuál es la causa de los sueños, y si
tal causa puede producir o es capaz de conocer los sucesos
futuros.
Hemos de hacernos cargo, según esto, de que las causas de los sueños
unas veces son internas y otras externas. Y de que hay dos clases de
causas internas. En primer lugar, las de orden psíquico, por las
cuales vienen a la imaginación del hombre, mientras duerme, las cosas
en que su pensamiento y afecto se detuvieron mientras estaba
despierto. Tales causas de los sueños no son a la vez causa de los
sucesos futuros. Por tanto, esta clase de sueños tiene una relación
puramente accidental con tales sucesos, y si hay coincidencias entre
unos y otros, es pura casualidad. Otras veces, sin embargo, las causas
intrínsecas de los sueños son de orden corporal, y es que por la
interior disposición de nuestro cuerpo surgen en la fantasía
movimientos conformes con ella, y así, por ejemplo, se imagina en
sueños que está entre agua y nieve el hombre en el que abundan los
humores fríos. Por esta razón dicen los médicos que debe prestarse
atención a los sueños para conocer las disposiciones internas. Las
causas exteriores de los sueños son asimismo de dos clases: corporales
y espirituales. En tanto son corporales en cuanto que la imaginación
del que duerme se siente afectada por el aire de la estancia o por el
influjo de los cuerpos celestes, de tal modo que aparecen en su
interior ciertas representaciones fantásticas en conformidad con la
disposición de esos cuerpos celestes. Por otra parte, la causa
espiritual es a veces Dios, que, por ministerio de los ángeles, revela
en sueños algunas verdades a los hombres, según aquello de Núm 12,6: Si hubiera entre vosotros algún profeta, yo me apareceré a él en
visión o le hablaré en sueños. Otras veces, por obra de los
demonios, surgen en los que duermen ciertas representaciones
fantásticas, con las que en ocasiones revelan sucesos futuros a los
que establecen pactos ilícitos con ellos.
Así, pues, hay que decir que, si alguien, para pronosticar cosas
futuras, se basa en aquellos sueños que proceden de revelación divina
o de causas naturales, intrínsecas o extrínsecas, sin salirse del
campo de acción de tales causas, no será ilícita su adivinación. Por
el contrario, si tal adivinación tiene por causa la revelación de los
demonios, con quienes se han establecido pactos expresos —pues con
este fin se los invoca-o tácitos, la adivinación, porque se
extralimita extendiéndose a más de lo que puede extenderse, será
ilícita y supersticiosa.
A las objeciones: Con lo que acabamos de decir quedan
resueltas.
Artículo 7:
¿Es ilícita la adivinación a base de agüeros, presagios y otras
prácticas por el estilo en que se presta atención a las cosas
exteriores?
lat
Objeciones por las que parece que no es ilícita la adivinación por
medio de augurios, presagios y otras prácticas por el estilo basadas
en la observación de las cosas exteriores.
1. Porque, si fuese ilícita, los santos no la practicarían. Pero de
José leemos que auguraba, pues nos consta (Gén 44,5) que su mayordomo
dijo: La copa que habéis robado es en la que bebe mi señor y la
que suele usar en sus augurios; y él mismo dijo
después (v.15) a sus hermanos: ¿No sabéis que no hay otro como yo
en el conocimiento de los augurios? Luego no es ilícita la
práctica de tal adivinación.
2. Las aves conocen naturalmente algo sobre el tiempo que va
a hacer, según aquello de Jer 8,7: El milano en el cielo conoce su
tiempo; la tórtola, la golondrina y la cigüeña conocen las fechas de
su emigración. Pero el conocimiento natural es infalible y procede
de Dios. Luego el aprovecharse del conocimiento de las aves para
pronosticar cosas futuras, que es a lo que llamamos augurar, no es,
según parece, ilícito.
3. A Gedeón se le incluye en el número de los santos,
como consta por la carta Heb 11,32. Pero se sirvió de un presagio,
tomando en serio el relato e interpretación de un sueño, como leemos
en Jue 7,13, y algo parecido se nos dice de Eliecer (Gén 24,13-14).
Luego tal adivinación, al parecer, no es ilícita.
Contra esto: está lo que leemos en Dt 18,10: No haya entre vosotros
quien se dedique a observar augurios.
Respondo: Que los movimientos y el gorjeo de
las aves o cualquier otro fenómeno apreciado en los seres de esta
clase no son, como es evidente, causa de los sucesos futuros, y, por
consiguiente, tales sucesos no pueden conocerse por ellos, como se
conoce el efecto por sus causas. De esto se deduce que si por tales
señales se conocen cosas que van a ocurrir, será en cuanto que éstas
son efectos de otras causas que producen asimismo o conocen con
antelación tales eventos futuros. Decimos igualmente que la causa del
obrar de los animales irracionales no es otra que cierto instinto por
el que se mueven de manera natural, ya que de por sí no tienen dominio
sobre sus actos, y, finalmente, que este instinto puede proceder de
dos causas. Primeramente, de una causa corporal. Pues, no teniendo
estos animales más que alma sensitiva, cuyas potencias son todas ellas
funciones de órganos corporales, su alma está sometida a la influencia
de los cuerpos que los rodean, sobre todo de los celestes. Nada
impide, por tanto, que algunas de sus operaciones sean señales de lo
que va a ocurrir, siempre que coincidan en lo de ser también ellas
resultado de las mismas influencias siderales y ambientales de las que
proceden ciertos eventos futuros. Sin embargo, aquí hay que tener en
cuenta estas dos cosas. La primera, que tales operaciones se utilicen
exclusivamente para pronosticar los sucesos futuros producidos por los
movimientos de los cuerpos celestes, conforme a lo dicho (
a.5-6). La
segunda, que no se las extienda sino a lo que de alguna forma tiene
algo que ver con dichos animales. Estos, realmente, lo que obtienen
por influencias de los cuerpos celestes no es otra cosa que cierto
conocimiento natural y cierto instinto en lo referente a las cosas de
que para su vida necesitan: tales, por ejemplo, como los cambios de
tiempo producidos por las lluvias, los vientos y demás fenómenos
atmosféricos.
En segundo lugar, tal instinto puede ser efecto de una causa
espiritual. Es decir, que o bien procede de Dios, como en el caso de
la paloma que descendió sobre Cristo (Mt 3,16), o en el del cuervo que
alimentó a Elías (3 Re 17,4-6) y en el de la ballena que engulló y
vomitó luego a Joñas (Jon 3,1), o puede incluso proceder de los
demonios, que se sirven de esta clase de operaciones de los animales
irracionales para enredar a las almas con vanas e inútiles
opiniones.
Este mismo razonamiento parece aplicable a todas las demás
adivinaciones de esta clase, excepción hecha de los presagios. Porque,
aunque las palabras humanas —las que se considera que constituyen un
presagio— no están sometidas a las influencias de los astros, sí que lo
están a los planes de la divina Providencia, si es que no son efecto
(se dan casos) de la acción diabólica.
Así, pues, hay que decir que todas las adivinaciones de esta clase,
si se las extiende a más de lo que pueden alcanzar según el orden
natural o el de la divina Providencia, son supersticiosas e
ilícitas.
A las objeciones:
1. Las palabras de José, de
que no tenía rival en la ciencia de los augurios,
según San Agustín, las dijo en bromas, no en serio,
aludiendo con ellas, tal vez, a lo que opinaba de él la gente. Su
mayordomo habló también así.
2. El texto citado habla del
conocimiento que tienen las aves de lo que les atañe; y que no es
ilícito observar su canto y sus movimientos para pronosticar esta
clase de cosas: por ejemplo, para predecir que va a llover a juzgar
por los graznidos frecuentes de la corneja.
3. Gedeón escuchó el relato e
interpretación de un sueño, viendo en él un presagio, como si fuera
algo que la divina Providencia disponía para orientarlo. Y Eliecer
hizo algo semejante dando crédito a las palabras de la niña después de
haber orado a Dios.
Artículo 8:
¿Es ilícita la adivinación por suertes?
lat
Objeciones por las que parece que la adivinación por suertes no es
ilícita.
1. Porque sobre aquellas palabras (Sal 30,16): Mi suerte está en
tus manos, dice la Glosa de San Agustín: La suerte no es cosa mala, sino que es lo que en medio de nuestras
dudas humanas nos da a conocer la voluntad divina.
2. Parece que no es ilícito nada de lo que, según la Escritura, hicieron los santos. Pero tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento se hos habla de santos varones que echaron a
suertes. Leemos, por ejemplo, que Josué (Jos 7,13), por mandato del
Señor, castigó a Acar por haber sustraído cosas que estaban bajo
anatema, de acuerdo con lo que sobre el caso decidió la suerte.
También Saúl, como consta en 1 Re 14,18, descubrió, echando a suertes,
que su hijo Jonatán había comido miel. E igualmente Joñas, que iba
huyendo de la faz del Señor, delatado por la suerte, fue arrojado al
mar (Jon 1,17). Zacarías también fue designado por la suerte para
ofrecer el incienso (Lc 1,9). E incluso los apóstoles eligieron,
echando a suertes, a Matías para el apostolado (Hech 1,2.6). Luego
parece que la adivinación por suertes no es ilícita.
3. La lucha de los púgiles, llamada monomaquía, o sea, combate singular, y los juicios del fuego y del
agua, o juicios vulgares, parece que no son
sino distintas clases de suertes, ya que lo que con tales prácticas se
intenta es adivinar cosas ocultas. Pero semejantes prácticas no
tienen, al parecer, nada de ilicito, pues en el libro 1 Re 17,33ss se
nos dice que David mismo luchó con un filisteo en combate singular.
Luego la adivinación por suertes, según parece, no es
ilícita.
Contra esto: está lo que leemos en el Decreto XXV
q.5: Declaramos que las suertes, condenadas por
los Padres, con que vosotros en vuestras provincias solucionáis todos
vuestros problemas, no son más que adivinaciones, maleficios.
Queremos, por tanto, reprobarlas totalmente, y que en adelante ni
siquiera se las nombre entre cristianos; y prohibimos que se haga uso
de ellas y las castigamos con pena de excomunión.
Respondo: Que, conforme a lo anteriormente
expuesto (
a.3), lo que llamamos propiamente suertes consiste en
realizar alguna acción para descubrir, según sea el resultado de la
misma, alguna cosa oculta. Y si, por los resultados de las suertes, se
quiere saber qué es lo que debe darse a cada uno en la distribución de
posesiones, honores, dignidades, castigos o trabajos, tenemos lo que
se llama suerte
divisoria. Si lo que se intenta es averiguar
qué es lo que conviene hacer, a esto se lo llama suerte
consultiva. Si se intenta descubrir qué es lo que va a suceder,
tendremos lo que se llama suerte
adivinatoria.
Se ha de decir asimismo que ni los actos de los hombres que se tratan
de conocer echando a suertes, ni el resultado de los mismos, dependen
del influjo de las estrellas. Por consiguiente, si alguien echa a
suertes pensando, por así decirlo, que estos actos humanos, aleatorios
en cuanto a su efecto, dependen de influencias estelares, tal opinión
es vana y falsa, y no se sustrae, por tanto, a la intromisión de los
demonios. Pero, descartada dicha causa, el que resulte esto o lo otro
en casos de sorteo habrá que esperarlo o bien del azar o de alguna
causa espiritual que dirija las suertes. Si se atribuye tal resultado al azar, y esto puede ocurrir únicamente en la suerte divisoria, no parece que haya en esta práctica nada de malo, a no ser por lo que tal vez tenga de frivolidad. Tal es el caso de los que, no pudiendo ponerse de acuerdo en el reparto de una cosa, prefieren echarlo a suertes, dejando en manos del azar el decidir cuál es la parte que ha de recibir cada uno.
En cambio, cuando el que decidan esto o aquello las suertes depende
de una causa espiritual, hay casos en que esto se espera de la
intervención de los demonios, conforme a lo que leemos en Ez 21,21: El rey de Babilonia se ha detenido en el cruce, en el punto de
partida de los dos caminos, y trata ahí de adivinar mezclando flechas:
interrogó a los ídolos, examinó en busca de consejo las entrañas de
las víctimas. Esta clase de sortilegios son ilícitos y están
prohibidos por los cánones. Pero hay otros casos en que el resultado
se espera de Dios conforme a aquellas palabras de Prov 16,33: En el
cántaro se meten las suertes, pero dispone de ellas el Señor.
Tales suertes, como dice San Agustín, no tienen de por
sí nada de malo. No obstante, de cuatro maneras distintas puede
introducirse aquí el pecado. Primero, si se recurre a las suertes sin
ninguna necesidad, pues con esto, según parece, no se pretende otra
cosa que tentar a Dios. De ahí lo que, Super Lc. 1,8, dice San
Ambrosio: Quien es elegido por la suerte, se
sustrae a todo juicio humano. En segundo lugar, cuando incluso en
caso de necesidad se echa a suertes sin la debida reverencia. Es por
lo que, Super Actus Apost. 1,26, dice San Beda: Esos que, impulsados por la necesidad, piensan que, a ejemplo de
los apóstoles, deben consultar a Dios echando suertes, tengan presente
que los mismos apóstoles no lo hicieron sino después de reunir a la
asamblea de hermanos y hacer súplicas a Dios. En tercer lugar,
cuando se utilizan los oráculos divinos para negocios humanos. De ahí
lo que responde San Agustín, Ad inquisitiones Ianuarii: Con respecto a los que para echar a suertes se sirven de las páginas del Evangelio, que tengan en cuenta que aunque esto es preferible a la práctica de consultas a los demonios, a pesar de todo me disgusta esa costumbre de querer servirse de los oráculos divinos para solucionar negocios seculares y satisfacer la vanidad de la vida. En cuarto lugar, cuando se recurre a las suertes en las elecciones eclesiásticas que deben realizarse conforme a la inspiración del Espíritu Santo. Por eso, como dice San Beda, Super Actus Apost.: En la ordenación de San Matías, antes de Pentecostés, se recurrió a las suertes, porque todavía no se había volcado sobre la Iglesia la plenitud del Espíritu Santo; en cambio, los siete diáconos, más tarde, no fueron ordenados echando a suertes, sino por elección entre los discípulos. Lo contrario ocurre en las dignidades temporales, destinadas a la administración de bienes terrenales. En la asignación de éstas, los hombres recurren generalmente a las suertes, lo mismo que en el reparto de los bienes temporales.
Pero, en caso de necesidad, es licito, con el debido respeto,
implorar el juicio de Dios echando a suertes. A este propósito dice
San Agustín en su carta Ad Honoratum: Cuando los ministros de Dios discuten en tiempo de persecución
sobre quiénes han de permanecer en su puesto, no vaya a suceder que
huyan todos, o sobre quiénes deben huir para evitar la total
desolación de la Iglesia por la muerte de todos, si no encuentran un
modo mejor de ponerse de acuerdo, me parece que es la suerte quien ha
de señalar tanto a los que han de quedar como a los que han de
partir. Y, en el Libro I De Doct. Christ.,
añade: Vamos a suponer que te sobra una cosa, que debes dar a
quien la necesita, y que es tal que no puede darse a dos. Si acuden a
ti dos pobres, de los cuales ninguno tiene motivos de preferencia
sobre el otro ni por razón de su indigencia ni por algún vínculo
especial que lo relacione contigo, nada mejor puedes hacer en este
caso que elegir por medio de la suerte a quién ha de darse lo que a
los dos no se puede.
A las objeciones:
1-2. Con lo que acabamos de decir no ofrece dificultad alguna la
respuesta a las objeciones primera y segunda.
3. Las pruebas del hierro
candente o del agua hirviendo se ordenan sin duda a descubrir, por
medio de actos realizados por los hombres, pecados ocultos, y en esto
coinciden con las suertes; pero en tanto que de ellas se espera alguna
intervención milagrosa por parte de Dios, sobrepasan el concepto que
comúnmente se tiene de las suertes. Por consiguiente, esta clase de
pruebas es ilícita, tanto porque se ordenan a juzgar de las cosas
ocultas, reservadas al juicio divino, como también porque el juicio
que en ellas se basa no está sancionado por la autoridad divina. Por
lo que en II q.5 in Decreto Stephani Papae se
nos dice: Desaprueban los sagrados cánones el que se arranque la
confesión de una persona cualquiera mediante la prueba del hierro
candente o del agua hirviendo. Lo que los Santos Padres no han
sancionado con su autoridad, nadie se adelante a hacerlo a su manera
con innovaciones supersticiosas. Teniendo, pues, ante los ojos el
temor de Dios, lo que a nosotros compete juzgar son los delitos
manifestados por confesión espontánea o por prueba testifical. Las
faltas ocultas y desconocidas se han de reservar al juicio del único
que conoce los corazones de los hijos de los hombres. Esto es,
según parece, lo que hay que pensar también sobre la normativa de los
duelos, sin perder de vista que tales prácticas tienen no poco que ver
con lo que por suertes entendemos, en cuanto que no se espera en ellos
resultado alguno milagroso a no ser cuando los combatientes son muy
desiguales en fuerza y habilidad.